sábado, 8 de agosto de 2015

Francisquete.

Aunque el viernes ha comenzado la fiesta, la paradigmática historia –violencia, venganza- se desarrolla los dos días siguientes con escenas y situaciones más descritas que analizadas. La noche abraza al pueblo, que se hunde en la hora nocturna. A las 22 h. del sábado, en la
plaza del Molino, se realiza una concentración de los participantes, que bajan desfilando a ritmo lento, seguidos por escaso público, hasta la zona de Pozo Nuevo, donde hay una zona acordonada estrecha y alargada y un escenario. Aquí hay tal cantidad de gente que la zona se queda pequeña. Estamos todos agolpados y hay mucho ruido.

Tras la llegada se desarrollan unas escenas populares (niños jugando, mujeres que llevan unos sacos en unas carretillas) que dan paso a unos romances de ciego, en el escenario iluminado, en los que se cuenta el inicio de la historia. Aunque la megafonía parece suficiente, no se escucha bien por el ruido de la gente. 
La música va in crescendo, impresionando. A continuación los franceses van a casa de Francisco (Manuel Martín-Benito) y Juan Pedro (Jaime Amanda). El dramatismo aumenta y los actores se contagian. Tras las amenazas del capitán francés (Miguel Ángel Domínguez) y después de unos disparos –efectos especiales de humo-, Juan Pedro se rinde, con la promesa de que se respetará su vida, en tanto que Francisco huye. Mientras los soldados simulan contener al pueblo, Juan Pedro es llevado a la plaza y fusilado. A la luz de unas antorchas -el pueblo ha desaparecido en la noche- y bajo una música electrizante en algunos momentos, se inicia la subida del carro donde va el cadáver de Juan Pedro, seguido por
el cura y unas mujeres llorosas, entrando en el silencio de la calle oscura arropados por la escasa luz de la luna, que tiende sobre los tejados una nube plateada. Es un camino de luna. Por la calle lunada pasa un silencio. La débil y vacilante luz rojiza de las antorchas pone grandes manchas de sombra en los rostros. El suelo, rayado de luna y sombras.

La subida hasta el molino se hace a paso lento, empujando el carro, con una parada donde los disparos rompen el silencio de la noche mientras la luna platea las fachadas de las casas. En el molino aparece la silueta de Juan Pedro, colgado. El capitán francés, cuya pronunciación gangosa contrasta con el duro
lenguaje guerrillero, dice que quedará colgado como escarmiento, pero, más tarde, lo trae Francisco, las mujeres lo lloran y otros guerrilleros se lo llevan bajo una impresionante música. La inesperada marcha de los acontecimientos no ha convertido a Francisco a la doctrina del fatalismo sino que alimenta su espíritu, momentáneamente debilitado.

Actores y público contemplan unidos una proyección que se desarrolla a continuación, con imágenes y voces de niños, y con unos comentarios muy adecuados pero que, como ha sucedido en Pozo Nuevo, se hace largo porque no se escucha bien a pesar de que la megafonía es buena. Se recuerda a los muertos, se
espera que en el futuro la pólvora sea sólo festiva e incluso se disculpa a los soldados franceses, también víctimas de la locura de Napoleón. Cualquier guerra entre europeos es guerra civil (D´Ors). El sentido alegato por la paz culmina con la suelta de una paloma mientras las sombras se reflejan en el molino iluminado y la música llega al culmen. Para terminar, unos fortísimos cañonazos muestran el poderío francés. Unos mandan, el resto son paisaje.

Al día siguiente, domingo, en la Plaza de San  Nicasio y Camino de Cabeza Gorda, tiene lugar la evocación de la muerte de Francisco Sánchez Fernández en Belmonte, con la escenificación de una batalla precedida de un desfile tras el que los participantes se distribuyen en el amplio escenario hostigado por el verano: se trata de un gran claro, una zona abierta, en el centro, con unas vides a la derecha y un ralo grupo de árboles detrás, cerrado todo por el recortado perfil de unas lomas al fondo. En el centro aparece un pequeño campamento guerrillero, con una
cabaña de cañas, un carro y unas pacas de paja. Los soldados franceses, esperando el momento de actuar, se han situado en los árboles y detrás de una casa. El tiempo parece congelado. Estaticidad del paisaje y del tiempo. Cada paisaje guarda un acontecimiento histórico, hay una lectura histórica de los paisajes, otra forma, con la literaria, de humanizarlos, de evitar la superficialidad de guía turística.

Encima de nosotros el azul intenso del cielo estival. El sol, cegador, abrumador, dispara sus
certeros rayos, llamea; un sol de hierro al rojo. La luz, rubia, cruda. El aire, abrasador. El día, calcinado. El camino, polvoriento. El calor, excesivo, aún antes del fragor de la batalla. Las sombras, hacia el mediodía, se meten bajo los pies. Desde lo alto del monte llegan unos guerrilleros a caballo y se acercan al campamento, que mantiene a unos vigías de guardia. Uno de ellos es muerto y otro da la voz de alarma, comenzando los disparos y entablándose la batalla. “La violencia como partera de la Historia” (Marx). A pesar de la sorpresa los guerrilleros resisten bien, hasta que hace su aparición un cañón en la parte derecha -buenos efectos especiales- que inclina la balanza. Parece que los distantes cerros devuelven el eco de los
cañonazos mientras el sol resplandece inmisericorde sobre la batalla. Los caballos se alejan hacia el monte por el que habían venido y un grupo de guerrilleros escapa por la derecha, en ordenado repliegue, conquistando la posición del cañón. Tras una breve lucha cuerpo a cuerpo, en el campo quedan los muertos. Los heridos y prisioneros, pálidos como personajes del Greco, son llevados hasta el molino de la Unión. El fuerte sol endurece los colores y produce duros relieves en las caras. El capitán francés, con altanera apostura, da lectura a un manifiesto de condena y se procede a fusilar a los heridos, de mirada átona. Francisco, que
había abandonado su costumbre rutinaria, que había roto sus hábitos, acaba aquí sus días. Paz de postcatarsis. “El árbol de la libertad se riega con sangre” (Larra).

Es éste uno de los ejemplos de la personalización de la Historia, de cómo los individuos cobran un relieve desmesurado en esta lucha del hombre contra el poder que es la lucha de la memoria contra el olvido (M. Kundera). “Los individuos adquieren más importancia en la época en que es escaso el prestigio de las instituciones” (M. Weber) o cuando, como en este caso, han desaparecido. Pero en la Historia que “corre atropellando al tiempo” (C.J.Cela), no sólo hay grandes personajes, individuos
sobresalientes, sino que está, sobre todo, “el honrado pueblo llano hacedor de la intrahistoria” (M. Unamuno), están los “peatones de la historia” (M.Vázquez Montalbán), “el pueblo, los extras de la historia” (General Rojo). “Si en la Historia no hubiera más que batallas; si sus únicos actores fueran las personas célebres, ¡cuán pequeña sería! Está en el vivir lento, y casi siempre doloroso de la sociedad, en lo que hacen todos y en lo que hace cada uno” (B.P.Galdós). Por eso, Bertod Brecht avisaba: “Desgraciada es la tierra que necesita héroes”. Pero a un nivel local es difícil hacer otra cosa. No caben abstracciones, hay que ejemplificar. Por eso quedan tan bien estas recreaciones.

En esta historia “como hazaña de la libertad” (B.Croce), en una de esas “guerras que alegran numerosamente nuestra historia” (F. Umbral) donde se pone de manifiesto “el estilo español de guerrear, siempre menos apto para la guerra que para la guerrilla” (D. Ridruejo), queda patente, al margen de las eternas inquietudes de la conciencia, la exaltación del esfuerzo humano, del esfuerzo de un pueblo, tanto en la historia representada como en el esfuerzo por representarla. En la actuación del pueblo la realidad supera al vocabulario y expresa emociones auténticas y no sólo adjetivos extraordinarios, que he querido transmitir en esta recreación, aunque nunca contamos fielmente los hechos, las cosas no son como son sino como se cuentan, como se recuerdan.  


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