Madinat al-Zahra.
El viaje es muy corto, 8 kms, y el bus –amarillo- me deja en el Centro de Interpretación. Tras coger el ticket –gratuito- y echar un vistazo, decido ir primero a las ruinas, a las que se llega con un bus lanzadera –verde- para el que me vale el billete desde Córdoba. Son 2 km hasta la puerta del Norte, la parte más alta de las ruinas, en la falda de la montaña.
Esta puerta Norte, en el centro de la muralla, comunicaba
con el Camino de los Nogales, la vía más rápida hacia Córdoba y era el acceso
para todo el abastecimiento del Alcázar. Su entrada en recodo abre el paso
hacia lo primero que se ve, la vivienda superior, dividida en dos partes, este
y oeste, separadas por una calle en rampa que comunica con el nivel inferior.
Las dos tienen un gran patio central alrededor del cual se distribuyen las
habitaciones, letrinas e incluso una cocina, y las dos
forman una unidad
estratégicamente situada cerca de la puerta, lo que quizá indique que pudieron
ser utilizadas por la guardia de palacio. Un vigilante, cobijado bajo la espesa
sombra protectora de un árbol, amabilísimo como todo el personal, contesta a
las preguntas con contagioso entusiasmo.
La visita continúa por el cuerpo de guardia, debajo de la anterior,
lugar de control del acceso hacia las residencias aristocráticas del Sur. A la
derecha se sigue por las caballerizas -con capacidad para una pequeña unidad al
servicio de los visires-, y los jardines, el Alto y el Bajo, separados por una
gruesa muralla con torres y con un desnivel de unos 10 m. Están organizados de
la misma forma, aunque el Alto tiene cuatro albercas
alrededor de un edificio
desaparecido, el Pabellón Central, y a él se abre el Salón de Abd al-Rahman III,
en restauración y no visible en este momento. El itinerario zigzaguea pasando
por la zona noble, por las viviendas de la Alberca -magnífica portada- y la de
Ya´far ibn Abd al-Rahman, hayib (primer ministro), una de las más complejas y
suntuosas, un edificio de representación, con una zona pública de planta
basilical y magnífica portada, y una parte privada con patio, alcobas y ámbito
de servicio. Cerca hay otras viviendas de servicio.
Se sigue bajando y una calle en rampa quebrada, en ángulo de
180º, comunicaba las dependencias oficiales de la terraza más alta con el gran
pórtico.
Por aquí se hacía el protocolario acceso de los visitantes ilustres y
se podía pasar con cabalgaduras. La gran arquería es una construcción puramente
escenográfica, es la entrada ceremonial, hecha para impresionar, y da paso a la
plaza donde se celebraban actos militares como la revista a las tropas. La
ciudad convertida en escenario. Después se ven las ruinas de la mezquita y se
puede acceder, cruzando la muralla, a los jardines.
El tiempo transcurre mansamente, se desliza lento e
imperturbable entre las ruinas, pero la mañana va avanzando. Es un día muy
despejado, con un cielo sin nubes que permite un “agradable” sol de 37 º. La
primavera está cediendo el paso rápidamente al verano. Una ligerísima brisa
hace que
a la sombra se esté mucho mejor, pero casi no hay sombras. Volviendo sobre
nuestros pasos puede verse el Edificio Basilical Superior, donde estaba el
núcleo administrativo del estado, compuesto por varias naves longitudinales y
una transversal con unas magníficas arcadas. El tiempo se echa encima. Ya de
camino a la salida, que es la entrada, se pasa por una conducción de agua que
venía de la sierra y pueden contemplarse las ruinas desde lo alto -identificando
lo que se ha visto de cerca- y la llanura que se extiende sin obstáculos hacia
el horizonte. Desde aquí se aprecia bien el escalonamiento intencionado en
terrazas, el uso de la topografía para la jerarquización de los espacios. La
ciudad tuvo una vida muy breve, quedó sin función a principios del s. XI y fue
desmantelada hasta los cimientos –no se debe su estado solamente a la traición de los años-, por lo que vemos simplemente una limpia reconstrucción que nos hace pensar en la fuerza de voluntad que erigió todo esto. El eslabón de conexión con el pasado no se ha perdido.
Un bus lanzadera, lleno de escolares y sus gritos, nos
devuelve al Centro de Interpretación que casi no levanta del suelo, tímido,
escondido, con el telón de fondo de la sierra arbolada, las ruinas y el
monasterio de San Jerónimo. En el fresco interior se ve un video muy
ilustrativo y completo y una exposición muy didáctica, con textos, fotografías,
mapas y objetos, que hace un repaso a toda la temática: el califa (su figura,
creación del califato de Córdoba, el príncipe heredero,
el Mediterráneo, otros
califatos), la ciudad (fundación, planificación, territorio, comunicaciones,
abastecimiento de agua, materiales de construcción), los habitantes (la élite,
los servidores, vida y trabajo, la vida cotidiana, los baños, el agua, la
mezquita, la medina, el alcázar).
Llega la hora de la vuelta y no se ha podido ver
tranquilamente ni las ruinas ni el Centro de Interpretación. Hay que estar
pendiente de los buses –de rígido horario a la ida y a la vuelta- y no detenerse
mucho en ningún punto. Habría que ampliar estos horarios y, en este sentido,
dirijo una petición. Esperemos que se solucione para otra futura visita, porque
sólo se ha excavado un 12%, y lo mejor, el Salón de Abd al-Rahman III, no se ha
podido ver. Será otra excusa innecesaria para volver a Córdoba.
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