jueves, 16 de abril de 2015

Antalya.

Aquí, en la costa, hace muy buen tiempo. El invierno ha quedado atrás. En mangas de camisa recorremos la zona de las playas –de arena fina con alguna zona pedregosa- que, como no es temporada, están sin limpiar. Las instalaciones son modernas, idénticas a cualquier otro sitio. Hay pasillos de madera en la arena, cobertizos abiertos con techos de fibras vegetales que sombrean  unos bancos, lugares en alto para los vigilantes de la playa, cabañas con aspecto de ser bares, pequeños muelles que se adentran en el agua para permitir el acceso a embarcaciones, zonas ajardinadas, etc. Los Montes Tauro, azules en la lejanía y medio envueltos en nubes, cierran el horizonte.


Paseamos tranquilamente –la mente vacía de todo lo que no sean las sensaciones del momento- por la arena disfrutando del cálido día, después del frío que hemos pasado. El olor salado inunda la calma de esta mañana. En dirección a la ciudad la playa se va poblando de edificios. Los bares y restaurantes ya no son cabañas. Aquí el horizonte se cierra por las cúpulas doradas de la zona llamada Düden Parki a donde nos dirigimos.

Es un complejo muy grande, que tampoco tiene nada de turco. Podría ser cualquier lugar. Tiene un aspecto muy bueno, lujoso. La zona es alta, acantilada, sin playa. En el borde hay una valla de madera que limita un gran espacio de césped muy cuidado. Más atrás los altos edificios, muy próximos entre sí, forman una barrera. Al lado hay una zona de tiendas como en cualquier lugar turístico.

A continuación hay una zona ligeramente más salvaje. Es un río escondido entre algo de cañaveral. Sus aguas azules bajan con fuerza, blanqueándose por la espuma en algunos lugares y formando una división longitudinal en toda esta zona. Cerca de su desembocadura hay una plataforma de madera que permite sentir la fuerza de las aguas y entrever la cascada en la que termina, con la que salva el desnivel del acantilado formando un bello arco iris, aunque para verla bien hay que retroceder hasta la esquina de la valla. Al otro lado del río, hay un gran edificio con ínfulas de palacio y siguen las grandes construcciones, pero más aisladas y más al interior. Después hay una zona boscosa, un pinar que casi llega al agua. Otros grandes edificios, un puerto deportivo y un trozo de playa cierran el horizonte.

Para la tarde queda la visita a la ciudad, al barrio viejo, al barrio Marina. A la entrada hay un largo paseo, recorrido también por un tranvía, con un monumento central, que rodea la parte amurallada. Se ven los altos minaretes de una mezquita –los únicos elementos prominentes en el plácido paseo- y parte de los baluartes defensivos, de la muralla, coronados por la bandera turca, como vimos en el castillo de Uçhisar o en Ortahisar. Las ruinas de la vieja torre –con un reloj- se recortan sobre el cielo azul y unos fragmentos de los viejos edificios están diseminados como actores de un drama antiguo que se ha convertido en piedra. Unas pronunciadas escaleras, que están llenas de tiendas, bajan hasta el puerto. Los vendedores regatean, como es normal en estas culturas, y se tarda algo en conseguir lo que se busca. Aprovechamos para hacer las últimas compras y llevar algún recuerdo a los familiares.


Cargados con alguna bolsa volvemos a subir las escaleras mientras la luz de la tarde empieza a declinar. Paramos en una maravillosa pastelería que verdaderamente entra por los ojos y por el olfato. Los colores y olores son indescriptibles. Y no digamos los sabores. Compramos algo y aprovechamos para merendar y terminar la visita a este encantador país llevándonos un buen sabor de boca. Volvemos al hotel para hacer la maleta. Mañana, avión a Madrid.


Esta ha sido la rápida visita a Turquía. Hemos visto solamente zonas turísticas, lo que no permite una absoluta generalización, pero nos parece un país más moderno que otros islámicos como, por ejemplo, Marruecos. El desarrollo económico se ve en la multitud de casas nuevas que hemos visto en todas las poblaciones, incluso pueblos pequeños, por los que hemos pasado, aunque falta la urbanización de este desarrollo. Es de desear que este país, manteniendo sus señas de identidad, no se aleje de Occidente y que su pequeña parte europea permita mantener el enganche, evitando una colisión de creencias originada por el desencadenamiento de fuerzas que hubiese sido preferible dejar tranquilas. La enemistad perdura; la amistad es menos segura y “la violencia es el miedo a los ideales de los demás” (Mahatma Gandhi). Hay que repensar las situaciones porque “cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas” (Mario Benedetti). 

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