jueves, 16 de abril de 2015

Estambul (II)

(Viene del artículo “Estambul (I)” ). Estamos muy cerca de Santa Sofía –Museo Ayasofya- y ahora sí
entramos, tras hacer una larga cola y pasar el control de seguridad en el que me retienen el trípode de la cámara fotográfica, que tendré que recoger a la salida. Incomprensible. Su nombre completo es la iglesia de la Santa Sabiduría de Dios y es el resumen de la arquitectura bizantina. Fue basílica patriarcal ortodoxa desde el s. IV –Justiniano I- hasta el XV, excepto unos años en el s. XIII que fue catedral católica; después fue mezquita hasta ser secularizada y convertida en museo en 1935 durante el mandato de Mustafa Kemal Atatürk. El aspecto exterior fue modificado por los otomanos que le añadieron minaretes y grandes contrafuertes.

La planta es ligeramente rectangular, de grandes dimensiones, y su arquitectura es espacial. La cúpula de media naranja, de 31,8 m de diámetro y 56,6 m de altura, da la sensación de estar “suspendida del cielo” (Procopio) y dos semicúpulas le hacen de contrafuerte. Los diseñadores trataron de “aplicar la
geometría a la materia sólida” y, dicen, que Justininiano exclamó al verla: “Salomón, te he vencido”.  Todo da una sensación de inmensidad, los arcos, pinturas, lámparas, mosaicos, etc. Subimos por una rampa hasta el piso superior, desde donde se tiene otra visión, igualmente fascinante.

Toda esta zona, entre el Cuerno de Oro, el Bósforo y el Mar de Mármara, es muy densa en monumentos y, por tanto, están muy cerca unos de otros. Nos dirigimos, todavía impresionados por la magnificencia de Santa Sofía, al Palacio de Topkapi, que fue centro administrativo del Imperio otomano entre los ss. XV y XIX. Es un gran complejo amurallado de 700.000 m2 con un entramado de edificios unidos por patios o jardines. Se accede por la Puerta Imperial y el gran patio donde está la iglesia de Santa Irene, continuándose por la Puerta de Acogida, con dos torres octogonales adosadas, al segundo patio o de ceremonias. Estamos algo saturados de
ver tantas cosas seguidas, pero vamos admirando las puertas, los salones, azulejos, habitaciones, etc., y saliendo a la lluvia para pasar a otro edificio. El viento aúlla alrededor de la muralla y penetra hasta los huesos.  Desde una terraza se tendría una buena vista, si hiciera mejor día, del Bósforo, el puente Gálata, etc. En el recorrido también se visitan las cuatro salas del fabuloso tesoro y las salas de armas. Ya no vemos los establos ni las cocinas con una importante exposición de porcelana y cristal.

Sigue haciendo mucho frío y el viento se lleva el paraguas. Bajamos al puerto y embarcamos hasta el lado asiático del Bósforo. Damos una vuelta, pero es ciudad moderna y no hay nada que ver.
Probamos la excelente cocina turca y volvemos en un barco lleno de gente, que se traslada quizá por motivos laborales. Al acercarnos salen de entre las nubes bajas los minaretes de las mezquitas y se tiene una magnífica vista, pero no es día para fotografías.

Llegamos al Puente Gálata, que cruza el Cuerno de Oro. Es muy moderno, tiene casi 500 m de longitud –un tramo levadizo de 80 m.-, 42 m de anchura y una pasarela peatonal en cada dirección. Los bajos están llenos de tiendas y restaurantes formando un pequeño y abigarrado mundo. Al otro lado se levanta majestuosa la Torre de Gálata (llamada torre de Cristo por los genoveses o Gran Torre por los bizantinos), con 67 m de altura y 16,5 m de diámetro en la base. Tiene una planta mirador a 51 m de altura.

Desde el puente, pasando por la Torre Gálata, vamos en ascenso hasta la calle Istiklal, la principal calle comercial de la ciudad, con pintorescos callejones repletos de tiendas, cafés, restaurantes y
clubs, que se extiende hasta Taksim Square. La calle principal, por la que pasa un tranvía, da la sensación de estar en cualquier ciudad europea, por lo que no nos interesa demasiado. La recorremos un poco, paramos a merendar en una deliciosa pastelería y nos volvemos.

Estamos de nuevo en la zona de Sultanahmet, que nos gusta más, para ver otra maravilla de esta increíble ciudad: el Gran Bazar, uno de los más grandes del mundo, con 45.000 m2 de superficie, 64 calles y 4.000 tiendas. Sus comercios se agrupan como gremios, por tipo de actividad, destacando la joyería, orfebrería, especias, alfombras, pieles, telas, etc. Es un recinto cerrado al que se accede por
22 puertas y su origen está en el s. XV, con la conquista otomana, aunque ha sufrido incendios y ha necesitado reparaciones. Las grandes calles totalmente pintadas y decoradas, el abigarramiento de tiendas, la variedad de productos, la insistencia de los vendedores, los colores, los olores, todo forma un microcosmos tan atractivo como otros que hemos visto en El Cairo, Marrakesch, etc. Es una bacanal para los sentidos.

Ya es de noche. Para la cena vamos a uno de los restaurantes a la izquierda del Puente Gálata, donde degustamos una exquisita caballa a la plancha con ensalada
mientras vemos el movimiento del barco anclado al lado que sirve de cocina. El espacio de las mesas está medio rodeado por unas lonas que evitan algo el frío y el viento mientras estamos sentados. “La luna en el mar riela, / en la lona gime el viento / y alza en blando movimiento / olas de plata y azul; …”.


El lugar nos inspira los versos de la Canción del Pirata, de José de Espronceda, mientras recordamos nuestro breve paso de casi dos días por esta maravillosa ciudad a la que pensamos volver y damos el último paseo por el puente y alrededores antes de coger de nuevo el tranvía y volver al alojamiento.

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