Estambul (II)
(Viene del artículo “Estambul (I)” ). Estamos muy cerca de
Santa Sofía –Museo Ayasofya- y ahora sí
entramos, tras hacer una larga cola y
pasar el control de seguridad en el que me retienen el trípode de la cámara
fotográfica, que tendré que recoger a la salida. Incomprensible. Su nombre
completo es la iglesia de la Santa Sabiduría de Dios y es el resumen de la
arquitectura bizantina. Fue basílica patriarcal ortodoxa desde el s. IV
–Justiniano I- hasta el XV, excepto unos años en el s. XIII que fue catedral
católica; después fue mezquita hasta ser secularizada y convertida en museo en
1935 durante el mandato de Mustafa Kemal Atatürk. El aspecto exterior fue modificado
por los otomanos que le añadieron minaretes y grandes contrafuertes.
La planta es ligeramente rectangular, de grandes
dimensiones, y su arquitectura es espacial. La cúpula de media naranja, de 31,8
m de diámetro y 56,6 m de altura, da la sensación de estar “suspendida del
cielo” (Procopio) y dos semicúpulas le hacen de contrafuerte. Los diseñadores
trataron de “aplicar la
geometría a la materia sólida” y, dicen, que
Justininiano exclamó al verla: “Salomón, te he vencido”. Todo da una sensación de inmensidad, los
arcos, pinturas, lámparas, mosaicos, etc. Subimos por una rampa hasta el piso
superior, desde donde se tiene otra visión, igualmente fascinante.
Toda esta zona, entre el Cuerno de Oro, el Bósforo y el Mar
de Mármara, es muy densa en monumentos y, por tanto, están muy cerca unos de
otros. Nos dirigimos, todavía impresionados por la magnificencia de Santa
Sofía, al Palacio de Topkapi, que fue centro administrativo del Imperio otomano
entre los ss. XV y XIX. Es un gran complejo amurallado de 700.000 m2 con un
entramado de edificios unidos por patios o jardines. Se accede por la Puerta
Imperial y el gran patio donde está la iglesia de Santa Irene, continuándose
por la Puerta de Acogida, con dos torres octogonales adosadas, al segundo patio
o de ceremonias. Estamos algo saturados de
ver tantas cosas seguidas, pero
vamos admirando las puertas, los salones, azulejos, habitaciones, etc., y
saliendo a la lluvia para pasar a otro edificio. El viento aúlla alrededor de
la muralla y penetra hasta los huesos. Desde una terraza se tendría una buena vista,
si hiciera mejor día, del Bósforo, el puente Gálata, etc. En el recorrido
también se visitan las cuatro salas del fabuloso tesoro y las salas de armas.
Ya no vemos los establos ni las cocinas con una importante exposición de
porcelana y cristal.
Sigue haciendo mucho frío y el viento se lleva el paraguas.
Bajamos al puerto y embarcamos hasta el lado asiático del Bósforo. Damos una
vuelta, pero es ciudad moderna y no hay nada que ver.
Probamos la excelente cocina
turca y volvemos en un barco lleno de gente, que se traslada quizá por motivos
laborales. Al acercarnos salen de entre las nubes bajas los minaretes de las
mezquitas y se tiene una magnífica vista, pero no es día para fotografías.
Llegamos al Puente Gálata, que cruza el Cuerno de Oro. Es
muy moderno, tiene casi 500 m de longitud –un tramo levadizo de 80 m.-, 42 m de
anchura y una pasarela peatonal en cada dirección. Los bajos están llenos de
tiendas y restaurantes formando un pequeño y abigarrado mundo. Al otro lado se
levanta majestuosa la Torre de Gálata (llamada torre de Cristo por los
genoveses o Gran Torre por los bizantinos), con 67 m de altura y 16,5 m de
diámetro en la base. Tiene una planta mirador a 51 m de altura.
Desde el puente, pasando por la Torre Gálata, vamos en
ascenso hasta la calle Istiklal, la principal calle comercial de la ciudad, con
pintorescos callejones repletos de tiendas, cafés, restaurantes y
clubs, que se
extiende hasta Taksim Square. La calle principal, por la que pasa un tranvía,
da la sensación de estar en cualquier ciudad europea, por lo que no nos
interesa demasiado. La recorremos un poco, paramos a merendar en una deliciosa
pastelería y nos volvemos.
Estamos de nuevo en la zona de Sultanahmet, que nos gusta
más, para ver otra maravilla de esta increíble ciudad: el Gran Bazar, uno de
los más grandes del mundo, con 45.000 m2 de superficie, 64 calles y 4.000
tiendas. Sus comercios se agrupan como gremios, por tipo de actividad,
destacando la joyería, orfebrería, especias, alfombras, pieles, telas, etc. Es
un recinto cerrado al que se accede por
22 puertas y su origen está en el s.
XV, con la conquista otomana, aunque ha sufrido incendios y ha necesitado
reparaciones. Las grandes calles totalmente pintadas y decoradas, el abigarramiento
de tiendas, la variedad de productos, la insistencia de los vendedores, los
colores, los olores, todo forma un microcosmos tan atractivo como otros que
hemos visto en El Cairo, Marrakesch, etc. Es una bacanal para los sentidos.
Ya es de noche. Para la cena vamos a uno de los restaurantes
a la izquierda del Puente Gálata, donde degustamos una exquisita caballa a la
plancha con ensalada
mientras vemos el movimiento del barco anclado al lado que
sirve de cocina. El espacio de las mesas está medio rodeado por unas lonas que
evitan algo el frío y el viento mientras estamos sentados. “La luna en el mar
riela, / en la lona gime el viento / y alza en blando movimiento / olas de
plata y azul; …”.
El lugar nos inspira los versos de la Canción del Pirata, de
José de Espronceda, mientras recordamos nuestro breve paso de casi dos días por
esta maravillosa ciudad a la que pensamos volver y damos el último paseo por el
puente y alrededores antes de coger de nuevo el tranvía y volver al
alojamiento.
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