jueves, 16 de abril de 2015

Estambul (I)

Breve viaje a Turquía para detenernos en tres lugares: Estambul, Capadocia y el sur turístico. Llegamos a Istambul, la ciudad más poblada de Turquía y de Europa, urbe transcontinental con un pasado esplendoroso: fue capital del Imperio Romano, del Imperio Romano de Oriente, del Imperio Latino y del Imperio Otomano hasta 1923, y fue denominada Bizancio hasta el 330 y Constantinopla hasta 1453. Es la sede del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, cabeza de la Iglesia ortodoxa.
Nos hospedamos cerca de la ciudad antigua porque los principales lugares que queremos ver están próximos y queremos aprovechar al máximo el poco tiempo de que disponemos. Hace un día muy frío, con mucho viento y lluvia. La comunicación es buena y el tranvía que pasa por la calle Turgut Özal nos acerca en unas pocas paradas hasta la de Sultanahmet, desde donde llegamos rápidamente a la vista de la Mezquita Azul o del Sultán Ahmet, del s. XVII, la única en la ciudad que tiene seis alminares. Debido a que únicamente tenía seis minaretes la mezquita de la Kaaba, en La Meca, el sultán acalló las críticas construyendo un séptimo en aquélla.
Se construyó, mezclando elementos bizantinos e islámicos, en el lugar que ocupaba el Gran Palacio de Constantinopla, frente a Santa Sofía y el hipódromo –fachada principal- y, en el exterior, ofrece un efecto de armonía visual, un sistema ascendente de cúpulas y semicúpulas que dirige la vista hacia el remate de la cúpula central, de 23,5 m de diámetro y 43 m de altura. El patio, casi tan grande como la mezquita, está rodeado de una galería y cuenta con espacio para la ablución en ambos lados y una fuente
hexagonal en el centro. El interior es suntuoso, con una atmósfera especial debido a la sinfonía de azules de sus mosaicos, a la iluminación de las lámparas de araña y a la luz que entra por las más de 200 vidrieras, que dan, en conjunto, una mayor sensación de espacio interior. Descalzos, pisando las mullidas alfombras, nos fijamos en el mihrab, el minbar –lugar donde se coloca el imám que dirige el rezo de los viernes-, el Pabellón Real, la florida escritura arábiga –kufic-, etc., mientras sentimos la gran potencia de estas construcciones en las que la fe de los creyentes se conjuga con la perfecta geometría de la piedra. La belleza, impresiona. El arte es orden; sólo la naturaleza es más grande.

Después del impacto que causa este monumento no podemos continuar con Santa Sofía, así que, aprovechando que la lluvia nos da una tregua, nos dirigimos al lugar que ocupó el hipódromo, la Sultanahmet Meydani o Plaza del Sultán Ahmet y el Sultán Ahmet Parki, donde se conservan
monumentos que estuvieron aquí mismo instalados. Uno es el obelisco de Teodosio, el del faraón Tutmosis III en el templo de Karnak, que estaba colocado en la spina. Es de granito rojo de Asuán y parece que tuvo 30 m de altura, aunque ahora sólo mide 19 m., y en sus cuatro caras tiene inscripciones conmemorando una victoria de Tutmosis III. El pedestal de mármol presenta a Teodosio I ofreciendo la corona de la victoria al ganador de las carreras de carros. La otra gran columna es la de Constantino, del s. IV, que conmemora la declaración de Bizancio como la nueva capital del Imperio romano. Llegó a medir 50 m –actualmente 35 m- y se construyó con pórfido traído de Egipto.

Pasando más desapercibida, por sus sólo ocho metros de altura, está la Columna Serpentina o de las Serpientes, trasladada aquí por Constantino I en el s. IV. Originariamente estaba en Delfos -dedicada a Apolo- formando parte de un trípode de sacrificios que conmemoraba la victoria, s. V a.C., de las
ciudades estado griegas ante los persas. El último de los monumentos de la zona es la Fuente Alemana, una cúpula octogonal de estilo neobizantino, de finales del s. XIX.


El gélido viento del norte corta la respiración, pero nos ha despejado y ahora sí volvemos sobre nuestros pasos, pero todavía entramos, tras bajar 52 peldaños de escalera que parecen hundirnos en el abismo de los siglos, en la impresionante Cisterna de Yerebatan (en turco Palacio Sumergido o Cisterna sumergida), construida en el s. VI, durante el reinado de Justiniano I por si durante un asedio se destruía el Acueducto de Valente. La conocíamos por la película Desde Rusia con amor, de James Bond. Tiene unas dimensiones enormes, 143 x 65 m, cerca de 10.000 m2, con capacidad para más de 80.000 m3 de agua traída desde 19 km. El techo se sustenta en un bosque de 336 columnas de mármol de 9 m de altura y dos de las bases reutilizan bloques tallados con el rostro de Medusa, de origen desconocido, orientadas hacia los lados y boca abajo para anular sus poderes porque dejaba petrificado a quien la miraba. El juego de luces y reflejos en el agua da una sensación indescriptible. (Sigue en el artículo “Estambul (II)” ). 

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