Estambul (I)
Breve viaje a Turquía para detenernos en tres lugares:
Estambul, Capadocia y el sur turístico. Llegamos a Istambul, la ciudad más
poblada de Turquía y de Europa, urbe transcontinental con un pasado
esplendoroso: fue capital del Imperio Romano, del Imperio Romano de Oriente,
del Imperio Latino y del Imperio Otomano hasta 1923, y fue denominada Bizancio
hasta el 330 y Constantinopla hasta 1453. Es la sede del Patriarcado Ecuménico
de Constantinopla, cabeza de la Iglesia ortodoxa.
Nos hospedamos cerca de la ciudad antigua
porque los principales lugares que queremos ver están próximos y queremos
aprovechar al máximo el poco tiempo de que disponemos. Hace un día muy frío,
con mucho viento y lluvia. La comunicación es buena y el tranvía que pasa por
la calle Turgut Özal nos acerca en unas pocas paradas hasta la de Sultanahmet,
desde donde llegamos rápidamente a la vista de la Mezquita Azul o del Sultán
Ahmet, del s. XVII, la única en la ciudad que tiene seis alminares. Debido a
que únicamente tenía seis minaretes la mezquita de la Kaaba, en La Meca, el
sultán acalló las críticas construyendo un séptimo en aquélla.
Se construyó, mezclando elementos bizantinos e islámicos, en
el lugar que ocupaba el Gran Palacio de Constantinopla, frente a Santa Sofía y
el hipódromo –fachada principal- y, en el exterior, ofrece un efecto de armonía
visual, un sistema ascendente de cúpulas y semicúpulas que dirige la vista
hacia el remate de la cúpula central, de 23,5 m de diámetro y 43 m de altura.
El patio, casi tan grande como la mezquita, está rodeado de una galería y
cuenta con espacio para la ablución en ambos lados y una fuente
hexagonal en el
centro. El interior es suntuoso, con una atmósfera especial debido a la
sinfonía de azules de sus mosaicos, a la iluminación de las lámparas de araña y
a la luz que entra por las más de 200 vidrieras, que dan, en conjunto, una
mayor sensación de espacio interior. Descalzos, pisando las mullidas alfombras,
nos fijamos en el mihrab, el minbar –lugar donde se coloca el imám que dirige
el rezo de los viernes-, el Pabellón Real, la florida escritura arábiga
–kufic-, etc., mientras sentimos la gran potencia de estas construcciones en
las que la fe de los creyentes se conjuga con la perfecta geometría de la
piedra. La belleza, impresiona. El arte es orden; sólo la naturaleza es más
grande.
Después del impacto que causa este monumento no podemos
continuar con Santa Sofía, así que, aprovechando que la lluvia nos da una
tregua, nos dirigimos al lugar que ocupó el hipódromo, la Sultanahmet Meydani o
Plaza del Sultán Ahmet y el Sultán Ahmet Parki, donde se conservan
monumentos
que estuvieron aquí mismo instalados. Uno es el obelisco de Teodosio, el del
faraón Tutmosis III en el templo de Karnak, que estaba colocado en la spina. Es
de granito rojo de Asuán y parece que tuvo 30 m de altura, aunque ahora sólo
mide 19 m., y en sus cuatro caras tiene inscripciones conmemorando una victoria
de Tutmosis III. El pedestal de mármol presenta a Teodosio I ofreciendo la
corona de la victoria al ganador de las carreras de carros. La otra gran
columna es la de Constantino, del s. IV, que conmemora la declaración de
Bizancio como la nueva capital del Imperio romano. Llegó a medir 50 m
–actualmente 35 m- y se construyó con pórfido traído de Egipto.
Pasando más desapercibida, por sus sólo ocho metros de
altura, está la Columna Serpentina o de las Serpientes, trasladada aquí por
Constantino I en el s. IV. Originariamente estaba en Delfos -dedicada a Apolo-
formando parte de un trípode de sacrificios que conmemoraba la victoria, s. V
a.C., de las
ciudades estado griegas ante los persas. El último de los
monumentos de la zona es la Fuente Alemana, una cúpula octogonal de estilo
neobizantino, de finales del s. XIX.
El gélido viento del norte corta la respiración, pero nos ha
despejado y ahora sí volvemos sobre nuestros pasos, pero todavía entramos, tras
bajar 52 peldaños de escalera que parecen hundirnos en el abismo de los siglos,
en la impresionante Cisterna de Yerebatan (en turco Palacio Sumergido o
Cisterna sumergida), construida en el s. VI, durante el reinado de Justiniano I
por si durante un asedio se destruía el Acueducto de Valente. La conocíamos por
la película Desde Rusia con amor, de James Bond. Tiene unas dimensiones
enormes, 143 x 65 m, cerca de 10.000 m2, con capacidad para más de 80.000 m3 de
agua traída desde 19 km. El techo se sustenta en un bosque de 336 columnas de
mármol de 9 m de altura y dos de las bases reutilizan bloques tallados con el
rostro de Medusa, de origen desconocido, orientadas hacia los lados y boca
abajo para anular sus poderes porque dejaba petrificado a quien la miraba. El
juego de luces y reflejos en el agua da una sensación indescriptible. (Sigue en
el artículo “Estambul (II)” ).
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