jueves, 16 de abril de 2015

Capadocia (II)

(Viene del artículo “Capadocia (I) “ ). Otro lugar parecido es Ortahisar, que significa “castillo mediano”, también muy cercano. Se sitúa al final de un pueblo nuevo donde aprovechamos para comprar frutos secos y dulces, todo exquisito. Con sus 90 m de altura es un hito visual importante. Es un laberinto de cuevas y túneles camuflados, aunque la erosión ha desmoronado alguna parte revelando el interior. El que algunos de los huecos se vean cerrados por puertas se debe a que son utilizados como despensas para guardar frutas (limones, naranjas, manzanas, membrillos, etc.) ya que tienen un aire acondicionado natural. Desde lo alto se ofrece un magnífico panorama, por ejemplo sobre las chimeneas de hadas de Hallacdere, pero no podemos subir.

De vuelta, el cielo se ha puesto plomizo y parece que vaya a nevar, aunque la pálida luz del sol todavía roza la cima de una montaña. Se ha parado el viento y hay una sensación de quietud. Los suelos están embarrados por la nieve. Cerca de Çavusin, una ciudad abandonada, se ven capas de tierra más amarillenta, no sólo la roca marrón, en las montañas circundantes. Parece que por aquí vivieron muchos descendientes de griegos, pero fueron deportados después de la guerra entre Turquía y Grecia, en 1923, quedando abandonadas varias ciudades y los cultivos de vid y olivo. Esta zona no es igual que las otras que hemos visto, aquí hay algo construido y no sólo excavado. En las zonas bajas hay unos arcos, de medio punto y apuntados, que sustentan las partes más altas. La parte rocosa está muy erosionada, se han caído trozos que dejan al descubierto los interiores. Se ven los típicos cuadrados pequeños, los palomares, donde recogían el guano. Le daban tanta importancia que se decía que un hombre que no tuviera  un palomar, difícilmente conseguiría una esposa.

El día siguiente amanece muy nuboso, con poca luz. Todo sigue nevado y ha aumentado la sensación de frío. Seguimos pisando la nieve para ver las chimeneas de las hadas, columnas de materiales blandos, generalmente sedimentarios, –tufa-, coronadas por un sedimento de materiales más fuertes –basalto, andesita- que las protegen haciendo un efecto de paraguas. Se han originado por la erosión diferencial del agua, del viento y del hielo sobre la roca. Muchas están excavadas y por fuera tienen aberturas de puertas y ventanas y por dentro habitaciones, escaleras, palomares, etc. Estas de Capadocia son muy famosas, pero hay en otros lugares. En América del Norte se llaman hoodoos, “mala suerte”, nombre que deriva del culto vudú que da poderes mágicos a ciertas formas naturales. Algunos amerindios los consideraban restos petrificados de seres antiguos que habían sido sancionados por mal comportamiento. También me acuerdo de las Señoritas de Arás, en Biescas, en la comarca oscense del Alto Gállego.

El valle de los camellos –valle de Devrent- es la siguiente parada la fría luz de febrero.  Es un valle lunar, extraterrestre. Es otro paraje sugerente, yermo y desolado, donde la erosión ha cincelado las rocas originando formas extraordinarias que abren las puertas de la imaginación. Algunas semejan animales (camello, foca, delfín, cobra, cabra), personas (baile, monjes, virgen), cosas (sombrero), etc. La imaginación pone los únicos límites. Cerca está el valle de las palomas, con los curiosos palomares a la vista en muchas casas en la roca. El sonido es tapado por el ruido que hace el viento que sopla entre los árboles. Nos quitamos el frío entrando en un negocio de alfombras donde nos enseñan el curioso tratamiento de los capullos de los gusanos de seda para conseguir la fibra y donde vemos a unas mujeres tejiendo alfombras de colores muy llamativos.

Para terminar nuestra visita a Capadocia vemos una de las ciudades subterráneas, cuevas trogloditas excavadas en tiempos de los hititas y ampliadas después. Hay muchas, 36, siendo la de Kaymakli –la que vemos- la más ancha y la de Derinkuyu la más profunda. La de kaymakli tiene ocho plantas por debajo del suelo, aunque sólo cuatro están abiertas al público. En el interior hay todo lo necesario para la vida de la gente, como lugares de almacenamiento, bodegas, cocina, iglesia, etc., incluyendo establos para los animales. Los pasillos son estrechos y están cerrados en algunos puntos por piedras de molino accionadas desde un solo lado para poder bloquear los corredores en caso de un ataque. Muy interesante es la tercera planta, la más completa, en la que hay un bloque de andesita que se utilizó como crisol para el cobre.  En el cuarto piso hay gran cantidad de lo que serían almacenes y lugares para poner vasijas de barro, lo que da idea de estabilidad. En este piso también es visible el conducto de ventilación, de unos 80 m, pozo vertical que atraviesa todos los pisos como si fuera un ascensor. Se piensa que pudo albergar hasta a 3.500 personas. En el interior se huele el moho de los siglos.


Nos despedimos de Capadocia con mal tiempo y bastante frío. Vuelta al hotel porque hay que hacer la maleta, ya que mañana de nuevo es día de viaje. 

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