Capadocia (II)
(Viene del artículo “Capadocia (I) “ ). Otro lugar parecido
es Ortahisar, que significa “castillo mediano”, también muy cercano. Se sitúa
al final de un pueblo nuevo donde aprovechamos para comprar frutos secos y
dulces, todo exquisito. Con sus 90 m de altura es un hito visual importante. Es
un laberinto de cuevas y túneles camuflados, aunque la erosión ha desmoronado
alguna parte revelando el interior. El que algunos de los huecos se vean
cerrados por puertas se debe a que son utilizados como despensas para guardar
frutas (limones, naranjas, manzanas, membrillos, etc.) ya que tienen un aire
acondicionado natural. Desde lo alto se ofrece un magnífico panorama, por ejemplo
sobre las chimeneas de hadas de Hallacdere, pero no podemos subir.
De vuelta, el cielo se ha puesto plomizo y parece que vaya a
nevar, aunque la pálida luz del sol todavía roza la cima de una montaña. Se ha
parado el viento y hay una sensación de quietud. Los suelos están embarrados
por la nieve. Cerca de Çavusin, una ciudad abandonada, se ven capas de tierra
más amarillenta, no sólo la roca marrón, en las montañas circundantes. Parece
que por aquí vivieron muchos descendientes de griegos, pero fueron deportados
después de la guerra entre Turquía y Grecia, en 1923, quedando abandonadas
varias ciudades y los cultivos de vid y olivo. Esta zona no es igual que las
otras que hemos visto, aquí hay algo construido y no sólo excavado. En las
zonas bajas hay unos arcos, de medio punto y apuntados, que sustentan las
partes más altas. La parte rocosa está muy erosionada, se han caído trozos que
dejan al descubierto los interiores. Se ven los típicos cuadrados pequeños, los
palomares, donde recogían el guano. Le daban tanta importancia que se decía que
un hombre que no tuviera un palomar,
difícilmente conseguiría una esposa.
El día siguiente amanece muy nuboso, con poca luz. Todo
sigue nevado y ha aumentado la sensación de frío. Seguimos pisando la nieve
para ver las chimeneas de las hadas, columnas de materiales blandos,
generalmente sedimentarios, –tufa-, coronadas por un sedimento de materiales
más fuertes –basalto, andesita- que las protegen haciendo un efecto de
paraguas. Se han originado por la erosión diferencial del agua, del viento y
del hielo sobre la roca. Muchas están excavadas y por fuera tienen aberturas de
puertas y ventanas y por dentro habitaciones, escaleras, palomares, etc. Estas
de Capadocia son muy famosas, pero hay en otros lugares. En América del Norte
se llaman hoodoos, “mala suerte”, nombre que deriva del culto vudú que da
poderes mágicos a ciertas formas naturales. Algunos amerindios los consideraban
restos petrificados de seres antiguos que habían sido sancionados por mal
comportamiento. También me acuerdo de las Señoritas de Arás, en Biescas, en la
comarca oscense del Alto Gállego.
El valle de los camellos –valle de Devrent- es la siguiente parada
la fría luz de febrero. Es un valle lunar,
extraterrestre. Es otro paraje sugerente, yermo y desolado, donde la erosión ha
cincelado las rocas originando formas extraordinarias que abren las puertas de
la imaginación. Algunas semejan animales (camello, foca, delfín, cobra, cabra),
personas (baile, monjes, virgen), cosas (sombrero), etc. La imaginación pone
los únicos límites. Cerca está el valle de las palomas, con los curiosos
palomares a la vista en muchas casas en la roca. El sonido es tapado por el
ruido que hace el viento que sopla entre los árboles. Nos quitamos el frío
entrando en un negocio de alfombras donde nos enseñan el curioso tratamiento de
los capullos de los gusanos de seda para conseguir la fibra y donde vemos a
unas mujeres tejiendo alfombras de colores muy llamativos.
Para terminar nuestra visita a Capadocia vemos una de las
ciudades subterráneas, cuevas trogloditas excavadas en tiempos de los hititas y
ampliadas después. Hay muchas, 36, siendo la de Kaymakli –la que vemos- la más
ancha y la de Derinkuyu la más profunda. La de kaymakli tiene ocho plantas por
debajo del suelo, aunque sólo cuatro están abiertas al público. En el interior
hay todo lo necesario para la vida de la gente, como lugares de almacenamiento,
bodegas, cocina, iglesia, etc., incluyendo establos para los animales. Los
pasillos son estrechos y están cerrados en algunos puntos por piedras de molino
accionadas desde un solo lado para poder bloquear los corredores en caso de un
ataque. Muy interesante es la tercera planta, la más completa, en la que hay un
bloque de andesita que se utilizó como crisol para el cobre. En el cuarto piso hay gran cantidad de lo que
serían almacenes y lugares para poner vasijas de barro, lo que da idea de
estabilidad. En este piso también es visible el conducto de ventilación, de
unos 80 m, pozo vertical que atraviesa todos los pisos como si fuera un
ascensor. Se piensa que pudo albergar hasta a 3.500 personas. En el interior se
huele el moho de los siglos.
Nos despedimos de Capadocia con mal tiempo y bastante frío.
Vuelta al hotel porque hay que hacer la maleta, ya que mañana de nuevo es día
de viaje.
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