Parque Quinta de los Molinos
Ya habíamos intentado venir a ver este parque “histórico” en
otra ocasión, pero esta vez lo
conseguimos. Se encuentra en el Barrio del
Salvador, en el distrito de San Blas-Canillejas, cerrado en todo su perímetro
con cinco puertas de acceso, rodeado por varias calles, como la de Alcalá, al
Sur, por la que accedemos.
El jardín ha experimentado diversas transformaciones y ha sido propiedad de varias personas. En
principio perteneció al conde de Torres Arias, siendo el núcleo originario de
la finca el entorno del palacete y la zona situada al Norte del camino de
Trancos. En 1920 pasó a manos de D. César Cort, ingeniero y arquitecto
alicantino, catedrático de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid,
académico de número de la Academia de Bellas Artes de San Fernando y concejal
del Ayuntamiento de Madrid, que fue un profesional dedicado principalmente al
urbanismo. Fue amigo y seguidor de Arturo Soria y expuso en varias
publicaciones sus teorías urbanísticas sobre el tránsito de la ciudad al campo.
La finca se fue ampliando con varias adquisiciones hasta los
años setenta conformando un plano muy irregular. Hacia 1925 se inició la
construcción del Palacete y, posteriormente, la Casa del Reloj, con
orientación
al Sur, hacia la vaguada del arroyo de los Trancos que dispone de importante
plantación de frondosas y donde se construyó el lago y el jardín. En los años
ochenta, fallecido ya el Sr. Cort, pasó al Ayuntamiento de Madrid. El resultado
es un jardín de uso público, de tipo mediterráneo, de 25 has de extensión,
dividido en dos zonas claramente diferenciadas: la Norte con estilo romántico
paisajista y la Sur de carácter agrícola. Tiene grandes extensiones de arbolado
de distintas especies, destacando los almendros, cuya espectacular floración
venimos a ver.
Entramos por la calle de Alcalá, frente al Metro de Suances,
y lo primero que vemos es la gran
superficie de almendros floridos, aunque
hemos llegado un poco tarde. Muchas de las flores tapizan ya el suelo y las
hojas verdes han hecho su aparición. Avanzamos por el lado derecho, por la
división en cuarteles de distintas variedades de almendros, cruzando setos y
andando por caminos de tierra limitados por coníferas y frondosas. Los taludes
están señalados con arbustos de flor y lirios. Al final tenemos que ir a la izquierda,
hacia el Norte. Los grandes cuadros han dejado paso a los pequeños espacios,
más urbanizados, y la aridez a la humedad.
Esta zona Norte, más amena, está surcada por una red de
pequeños canales que conforman, junto con las albercas y balsas de
almacenamiento de agua, un complejo sistema de circulación y distribución
de
agua que permite el riego, e incluso las fuentes cumplían con esa misión,
además de la ornamental. Los pozos y manantiales descubiertos abastecían de
forma suficiente todo el sistema.
Pasamos por pequeñas fuentes y estanques, por la torre y las
aspas de un molino para subir el agua del pozo, por pequeñas parcelas
escalonadas rellenas de flores, con muretes y escaleras de separación, hasta
llegar al entorno del palacete, con más parcelas de césped y con flores amarillas,
anaranjadas y rojas, que realzan las edificaciones que acompañan al
jardín,
conjunto único de la arquitectura prerracionalista madrileña de principios del
siglo XX.
Volvemos por el lado contrario pasando por el estanque
grande antes de llegar de nuevo a la zona agrícola. Una excavadora está
eliminando lo que parece restos de una pared, al lado de un camino que pudo ser
servidumbre de paso. El estrépito que produce rompe la armonía del entorno. La
llegada a un camino adoquinado y asfaltado marca la dirección de la salida de
este parque, quizá no muy conocido, pero que bien merece una visita. En nuestro
paseo no hemos encontrado mucha gente,
pero parece que ahora se ha concentrado en la puerta. Es la hora de comer.
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