martes, 24 de marzo de 2015

Hiendelaencina.

Hemos venido varias veces a caminar esta sencilla “ruta de las minas”, que presenta una dificultad
muy baja en su recorrido circular de unos cinco kms, que pueden hacerse en unas dos horas. La ruta siempre es la misma, pero el plan cambia según el tiempo. En primavera nos regodeamos en el paisaje, paramos a comer el bocadillo, etc. En otoño, con lluvia, hacemos el recorrido sin parar demasiado. Pero siempre es un gusto.

Aparcamos en la plaza, donde hay un monolito conmemorativo del descubrimiento de la primera mina, y salimos por la calle Jardín, asfaltada, que se convierte en pista de tierra más adelante, pasa por un grupito de chalets y bordea la primera de las minas, Santa Teresa, primera parada. Aunque sus
instalaciones están muy deterioradas, es de las que mejor aspecto presentan. Todavía se ven paredes –de oscura pizarra con ladrillo rojo en arcos y esquinas-, lavaderos, etc. A la derecha queda la mina La Fuerza.

A partir de aquí viene el tramo más bonito. Se baja hasta el arroyo de Cal atravesando un conjunto de espacios para el ganado separados por unas paredes hechas con lajas, cuyos ritmos –de frente y de perfil- componen un original vallado que denota un innato sentido artístico, además de funcional. Abajo, en el arroyo, una pequeña pradera rodeada de
vegetación de ribera y de robles supone una tentación para el descanso aunque hace muy poco que hemos comenzado la andadura.

Cruzamos el regato, algunas veces con agua, y subimos por la otra ladera girando un poco a la derecha, puesto que no queremos salir todavía al camino. Pasamos por una majada o redil, con unas bonitas paredes, y, saliendo al camino, llegamos a la mina La Fuerza, imponente mole de planta circular, construida en mampostería de pizarra con ladrillo rojo en los arcos.

Seguimos, en descenso, entre grandes montones de ganga, hasta la siguiente mina, Malanoche, la más
alejada de este paseo, construida igualmente en mampostería de pizarra pero con unos contrafuertes más trabajados, en sillería. Abajo está el río Bornova. Volvemos a la mina La Fuerza y seguimos el camino hasta la mina San José, un hito visual debido a su torre blanca, y, poco después, la San Emilio. A la derecha quedan otras como Caridad, La Antoñita, San Juan o La Marinera.

Desde este punto se puede volver por varios caminos. El primer desvío, a la izquierda, nos lleva por las minas La Malhuele y La Salvadora. Es una ruta bonita pero algo más agreste. El segundo
desvío, también a la izquierda, sale más adelante, sin pasar por esas minas, y llega igualmente a la parte baja del pueblo. Es otra ruta muy bonita. El tercero es seguir el camino, que saldrá a la carretera dejando el pueblo a la izquierda. Es el menos bonito, aunque, como va más alto, tiene más perspectiva.

En un día de primavera, que no hemos podido repetir, todo el campo estaba muy bonito, totalmente lleno de flores de muchos colores, blancas las jaras y multicolores las florecillas pequeñas de los prados, componiendo una paisaje bucólico y luminoso que no parece corresponder a la dureza de
la tierra y a la oscuridad de la pizarra.

Del esplendoroso y rico pasado queda poco. Da pena ver cómo el tiempo y el olvido han acabado con las ilusiones que suscitó en su momento el descubrimiento de las minas, que potenció la vida e incrementó la población y la riqueza, aunque quizá perturbó demasiado la tranquila vida rural de este pequeño pueblo. Ya se sabe lo que suponen estas “fiebres”, en este caso de la plata. El aluvión de personas y la riqueza que se genera quizá no supongan un beneficio real para el pueblo. De los casi 200 pozos abiertos y de las instalaciones de donde se extrajeron miles de toneladas de mineral, poco queda.


Pero queda un tranquilo pueblo al que regresamos una y otra vez. También en Semana Santa.

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