Hiendelaencina.
Hemos venido varias veces a caminar esta sencilla “ruta de
las minas”, que presenta una dificultad
muy baja en su recorrido circular de
unos cinco kms, que pueden hacerse en unas dos horas. La ruta siempre es la
misma, pero el plan cambia según el tiempo. En primavera nos regodeamos en el
paisaje, paramos a comer el bocadillo, etc. En otoño, con lluvia, hacemos el
recorrido sin parar demasiado. Pero siempre es un gusto.
Aparcamos en la plaza, donde hay un monolito conmemorativo
del descubrimiento de la primera mina, y salimos por la calle Jardín,
asfaltada, que se convierte en pista de tierra más adelante, pasa por un
grupito de chalets y bordea la primera de las minas, Santa Teresa, primera
parada. Aunque sus
instalaciones están muy deterioradas, es de las que mejor
aspecto presentan. Todavía se ven paredes –de oscura pizarra con ladrillo rojo
en arcos y esquinas-, lavaderos, etc. A la derecha queda la mina La Fuerza.
A partir de aquí viene el tramo más bonito. Se baja hasta el
arroyo de Cal atravesando un conjunto de espacios para el ganado separados por
unas paredes hechas con lajas, cuyos ritmos –de frente y de perfil- componen un
original vallado que denota un innato sentido artístico, además de funcional.
Abajo, en el arroyo, una pequeña pradera rodeada de
vegetación de ribera y de
robles supone una tentación para el descanso aunque hace muy poco que hemos
comenzado la andadura.
Cruzamos el regato, algunas veces con agua, y subimos por la
otra ladera girando un poco a la derecha, puesto que no queremos salir todavía
al camino. Pasamos por una majada o redil, con unas bonitas paredes, y,
saliendo al camino, llegamos a la mina La Fuerza, imponente mole de planta
circular, construida en mampostería de pizarra con ladrillo rojo en los arcos.
Seguimos, en descenso, entre grandes montones de ganga, hasta
la siguiente mina, Malanoche, la más
alejada de este paseo, construida
igualmente en mampostería de pizarra pero con unos contrafuertes más
trabajados, en sillería. Abajo está el río Bornova. Volvemos a la mina La
Fuerza y seguimos el camino hasta la mina San José, un hito visual debido a su
torre blanca, y, poco después, la San Emilio. A la derecha quedan otras como Caridad,
La Antoñita, San Juan o La Marinera.
Desde este punto se puede volver por varios caminos. El primer
desvío, a la izquierda, nos lleva por las minas La Malhuele y La Salvadora. Es
una ruta bonita pero algo más agreste. El segundo
desvío, también a la
izquierda, sale más adelante, sin pasar por esas minas, y llega igualmente a la
parte baja del pueblo. Es otra ruta muy bonita. El tercero es seguir el camino,
que saldrá a la carretera dejando el pueblo a la izquierda. Es el menos bonito,
aunque, como va más alto, tiene más perspectiva.
En un día de primavera, que no
hemos podido repetir, todo el campo estaba muy bonito, totalmente lleno de
flores de muchos colores, blancas las jaras y multicolores las florecillas
pequeñas de los prados, componiendo una paisaje bucólico y luminoso que no
parece corresponder a la dureza de
la tierra y a la oscuridad de la pizarra.
Del esplendoroso y rico pasado queda poco. Da pena ver cómo
el tiempo y el olvido han acabado con las ilusiones que suscitó en su momento
el descubrimiento de las minas, que potenció la vida e incrementó la población
y la riqueza, aunque quizá perturbó demasiado la tranquila vida rural de este
pequeño pueblo. Ya se sabe lo que suponen estas “fiebres”, en este caso de la
plata. El aluvión de personas y la riqueza que se genera quizá no supongan un
beneficio real para el pueblo. De los casi 200 pozos abiertos y de las
instalaciones de donde se extrajeron miles de toneladas de mineral, poco queda.
Pero queda un tranquilo pueblo al que regresamos una y otra
vez. También en Semana Santa.
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