lunes, 23 de marzo de 2015

Campo del Moro.

Es un jardín de planta rectangular y 20 has de superficie, dependiente de Patrimonio Nacional, que se
extiende desde la fachada occidental del Palacio Real hasta el Paseo de la Virgen del Puerto, al pie del núcleo fundacional de Madrid. El nombre le viene, al parecer, de que aquí acampó el caudillo almorávide Alí Ben Yusuf cuando intentó recuperar la plaza de Madrid a principios del s. XII, muerto Alfonso VI. El pronunciado desnivel era un obstáculo para ajardinar la zona y, aunque hubo proyectos ya desde el s. XVI, las obras no se realizaron hasta el s. XIX.

Venimos a una visita guiada por Enrique García, de Natursierra (ver el artículo sobre El Escorial), con el que hemos quedado en el acceso del Paseo, único abierto. Nos recibe el eje central, la avenida conocida como las Praderas de las Vistas del Sol, la más importante,
que proporciona una panorámica impresionante del Palacio.  Se debe al arquitecto mayor de palacio en 1844, Narciso Pascual y Colomer, autor también del trazado de la Plaza de Oriente, que hizo un planteamiento formalista, en cuadrícula. Para realzar este eje se instalaron dos fuentes: la de los Tritones (traída del Jardín de la Isla en Aranjuez) en el punto más alto, a los pies del Palacio, y la de las Conchas (diseño de Ventura Rodríguez, traída del Palacio del Infante don Luis en Boadilla del Monte) en la parte central, donde la avenida se cruza con el paseo de las Damas. Además de la pendiente ascendente, tiene tramos de escaleras y toques paisajísticos ingleses en sus praderas.

Vamos hacia la derecha acompañados por unos pavos reales y vemos un carromato del s. XVII que se
utilizó durante la construcción del Palacio Real, un estanque con patos y cisnes, todo entre arbustos de muchas especies, y llegamos al Museo de Carruajes, edificio de arquitectura funcional realizado en módulos hexagonales con los que su arquitecto, Ramón Andrada, previó posibles ampliaciones. Alberga una variada colección de carruajes, desde el s. XVII, que pertenecieron a la Corona Española.

El sol otoñal se filtra por las hojas de los altos árboles, ya escasas, mientras paseamos por el camino, con bancos, limitado por un talud con césped, y entre arbustos de todo tipo. Cuando hay perspectiva vemos cómo el sol arranca destellos dorados a la parte alta de los árboles. Seguimos por el Paseo de los Plátanos, de estilo romántico, cubierto de las hojas ocres, caídas, que describe una amplia curva y pasa por debajo de La
Almudena. Lo abandonamos y nos adentramos en una zona naturalista, de arboledas según el gusto romántico. Miles de estos árboles y arbustos fueron plantados durante la regencia de María Cristina de Habsburgo.

En medio de tantos verdes sorprende el blanco y rojo de una pequeña construcción. Es el chalecito de la Reina, en madera y estilo tirolés, alusión a modelos rurales. Nos siguen rodeando árboles altísimos y arbustos variados. En el jardín hay 70 especies de árboles, algunos de más de 150 años, caso de un pino carrasco que sobrepasa los 30 m de altura. Otros, como un pino, una sequoia y dos tejos, también destacan por
su antigüedad y dimensiones. Escondido entre ellos está el bosque de la Almendrita, encantador paraje con una pequeña plaza con fuente, caminitos, bancos, suelo tapizado por hiedra rastrera, etc. Al lado está el chalé de corcho, de la segunda mitad del s. XIX, y unas jaulas con faisanes.

Salimos al paseo central, más arriba de la fuente de las Conchas y seguimos subiendo hasta donde ya no está permitido el paso. La parte alta no es visitable. Desde aquí se ve la punta de la fuente de los Tritones. Giramos a la izquierda para bajar por el otro lado viendo los numerosos motivos ornamentales como jarrones artísticos, parterres, rocallas, pequeños estanques y fuentes, en lugares recónditos, escondidos, a los que se accede por trazados irregulares, con suaves y onduladas
pendientes, en imitación de la naturaleza según los gustos del romanticismo. Así el bosquete del Panchito. En esta zona hay, además, dos estatuas que destacan por su blancura en medio del verde que las rodea: son Isabel II y Francisco de Asís de Borbón, ésta de espaldas.

Por el Paseo de las Robinias salimos hacia el de las Damas, formalista, por el que vamos hasta la fuente de las Conchas para hacer una foto del pequeño grupo. Sólo nos queda bajar hasta las escaleras de la entrada que esconden la última sorpresa, el Túnel de Bonaparte, gruta artificial diseñada por Juan de Villanueva por encargo del rey José I para conectar el Palacio Real con la Casa de Campo.


Hemos visto muchas cosas, pero no es sólo lo que se ve, sino lo que se siente. En el ruidoso Madrid es un verdadero lujo encontrar un oasis de paz, de silencio, de frescor, como éste. Al salir, nos atrapa de nuevo el bullicio de la ciudad.

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