Campo del Moro.
Es un jardín de planta rectangular y 20 has de superficie,
dependiente de Patrimonio Nacional, que se
extiende desde la fachada occidental
del Palacio Real hasta el Paseo de la Virgen del Puerto, al pie del núcleo
fundacional de Madrid. El nombre le viene, al parecer, de que aquí acampó el
caudillo almorávide Alí Ben Yusuf cuando intentó recuperar la plaza de Madrid a
principios del s. XII, muerto Alfonso VI. El pronunciado desnivel era un
obstáculo para ajardinar la zona y, aunque hubo proyectos ya desde el s. XVI,
las obras no se realizaron hasta el s. XIX.
Venimos a una visita guiada por Enrique García, de
Natursierra (ver el artículo sobre El Escorial), con el que hemos quedado en el
acceso del Paseo, único abierto. Nos recibe el eje central, la avenida conocida
como las Praderas de las Vistas del Sol, la más importante,
que proporciona una
panorámica impresionante del Palacio. Se
debe al arquitecto mayor de palacio en 1844, Narciso Pascual y Colomer, autor
también del trazado de la Plaza de Oriente, que hizo un planteamiento
formalista, en cuadrícula. Para realzar este eje se instalaron dos fuentes: la
de los Tritones (traída del Jardín de la Isla en Aranjuez) en el punto más
alto, a los pies del Palacio, y la de las Conchas (diseño de Ventura Rodríguez,
traída del Palacio del Infante don Luis en Boadilla del Monte) en la parte
central, donde la avenida se cruza con el paseo de las Damas. Además de la
pendiente ascendente, tiene tramos de escaleras y toques paisajísticos ingleses
en sus praderas.
Vamos hacia la derecha acompañados por unos pavos reales y
vemos un carromato del s. XVII que se
utilizó durante la construcción del
Palacio Real, un estanque con patos y cisnes, todo entre arbustos de muchas
especies, y llegamos al Museo de Carruajes, edificio de arquitectura funcional
realizado en módulos hexagonales con los que su arquitecto, Ramón Andrada,
previó posibles ampliaciones. Alberga una variada colección de carruajes, desde
el s. XVII, que pertenecieron a la Corona Española.
El sol otoñal se filtra por las hojas de los altos árboles,
ya escasas, mientras paseamos por el camino, con bancos, limitado por un talud
con césped, y entre arbustos de todo tipo. Cuando hay perspectiva vemos cómo el
sol arranca destellos dorados a la parte alta de los árboles. Seguimos por el
Paseo de los Plátanos, de estilo romántico, cubierto de las hojas ocres, caídas,
que describe una amplia curva y pasa por debajo de La
Almudena. Lo abandonamos
y nos adentramos en una zona naturalista, de arboledas según el gusto
romántico. Miles de estos árboles y arbustos fueron plantados durante la
regencia de María Cristina de Habsburgo.
En medio de tantos verdes sorprende el blanco y rojo de una
pequeña construcción. Es el chalecito de la Reina, en madera y estilo tirolés,
alusión a modelos rurales. Nos siguen rodeando árboles altísimos y arbustos
variados. En el jardín hay 70 especies de árboles, algunos de más de 150 años,
caso de un pino carrasco que sobrepasa los 30 m de altura. Otros, como un pino,
una sequoia y dos tejos, también destacan por
su antigüedad y dimensiones. Escondido
entre ellos está el bosque de la Almendrita, encantador paraje con una pequeña
plaza con fuente, caminitos, bancos, suelo tapizado por hiedra rastrera, etc. Al
lado está el chalé de corcho, de la segunda mitad del s. XIX, y unas jaulas con
faisanes.
Salimos al paseo central, más arriba de la fuente de las
Conchas y seguimos subiendo hasta donde ya no está permitido el paso. La parte
alta no es visitable. Desde aquí se ve la punta de la fuente de los Tritones.
Giramos a la izquierda para bajar por el otro lado viendo los numerosos motivos
ornamentales como jarrones artísticos, parterres, rocallas, pequeños estanques
y fuentes, en lugares recónditos, escondidos, a los que se accede por trazados
irregulares, con suaves y onduladas
Por el Paseo de las Robinias salimos hacia el de las Damas,
formalista, por el que vamos hasta la fuente de las Conchas para hacer una foto
del pequeño grupo. Sólo nos queda bajar hasta las escaleras de la entrada que
esconden la última sorpresa, el Túnel de Bonaparte, gruta artificial diseñada
por Juan de Villanueva por encargo del rey José I para conectar el Palacio Real
con la Casa de Campo.
Hemos visto muchas cosas, pero no es sólo lo que se ve, sino
lo que se siente. En el ruidoso Madrid es un verdadero lujo encontrar un oasis
de paz, de silencio, de frescor, como éste. Al salir, nos atrapa de nuevo el
bullicio de la ciudad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario