Carnaval de Cádiz.
Vamos a Cádiz a ver el Carnaval y hacemos centro en
Chipiona. Nuestro alojamiento está al lado del
Santuario de Nuestra Señora de
Regla. Desde aquí, siguiendo la playa de Regla llegamos al faro, el más alto de
España con 69 m., situado en la Punta del Perro para evitar que los barcos
tuviesen problemas al acceder al Guadalquivir. Sus 25 millas de alcance
previenen de arrecifes como el Salmedina. Se verá una buena panorámica desde lo
alto, pero no nos animamos con los 322 escalones.
Seguimos costeando y pasamos por el Castillo, ya frente a la
playa de la Cruz del Mar, que es pequeño y no nos interesa nada más que por las
bodegas que sabemos hay en sus cercanías, una en especial que tiene unas tapas
estupendas. Playa adelante vemos los Corrales, sistema de pesca muy antiguo,
especie de piscifactorías en las que, con la marea baja, quedan atrapados los
peces. También se aprovechan para marisquear.
Al final del paseo marítimo, muy cerca del puerto deportivo,
echamos una mirada al tiempo en el
reloj de sol oblicuo, de 2 m de diámetro,
antes de volver, pasando por el monumento a Rocío Jurado, al casco viejo y sus
bonitas calles y plazas blancas que pasearemos al volver de nuestras
excursiones los restantes días. De vuelta al hotel hacemos un alto en el Museo
del Moscatel, en la Cooperativa Católico Agrícola.
Al día siguiente vamos al Carnaval de Cádiz. Hemos soñado el
viaje, nos hemos nutrido de imágenes y hemos oído los tópicos: nos hemos
anticipado. Todo está lleno de gente, muy animado. Recorremos las calles viendo
los disfraces, de lo más variopinto y original, y escuchando las letras de las chirigotas,
algunas muy machistas. En muchos casos la
animación de vivirlo en directo suple
la mala acústica. La predisposición a la fiesta facilita los gestos amables. No
hay espacio para la soledad. Como es normal en estas situaciones, todo está muy
sucio y es difícil poder entrar en algún bar o restaurante. El portero de un
restaurante muy bonito, donde entramos a merendar, nos dice que la fiesta ya no
es lo que era, que está muy desmadrada, que hay excesiva gente y no se puede
controlar. También parece normal que la gente, convertida a la doctrina del
fatalismo por la marcha de los acontecimientos, busque algún momento de olvido.
En cualquier caso, estas conversaciones son las que dan altura, profundidad, al
viaje. Esta visita al Carnaval se completa con la cabalgata del día siguiente.
Ya que hemos
viajado hasta el Sur, aprovechamos para visitar los bonitos pueblos de los
alrededores. El primero es Sanlúcar de Barrameda, donde nos acercamos a la
vista del río Guadalquivir para ver, en la otra orilla, al parque de Doñana,
donde estuvimos en otra ocasión. Otra visita ineludible es a Jerez de la
Frontera. Desde el alcázar paseamos la zona vieja (catedral -ss. XVII-XIX-,
palacio Campo Real, torre de la atalaya o del reloj –gótico-mudejar, s. XV-,
plaza de Belén, San Dionisio –patrón de Jerez, gótico-mudéjar, s.
XV-, cabildo
antiguo –renacentista, s. XVI), nos introducimos en la blancura y la estrechez
de las calles antiguas y salimos a la zona moderna (El Gallo Azul, Mercado de
Abastos, Teatro Villamarta, Calle Larga, Plaza Rafael Rivero, palacio Pérez
Luna –s. XVIII-, plaza del Banco, etc.), para volver por San Miguel –ss.
XVI-XVIII- y la Plaza del Arenal de nuevo a las murallas. Y todavía nos queda
un poco de tiempo para visitar la curiosa taberna San Agustín donde recordamos
los curiosos remedios caseros, “para enfermedades leves”, que había en un bar
en la plaza del Banco.
Otro día lo
dedicamos a Medina Sidonia. En la parte alta vemos la iglesia de Santa María la
Mayor –
ss. XVI-XVII-, el torreón de Dª Blanca, unas excavaciones, las
caballerizas del Duque y el arco de Belén en la muralla musulmana –ss. X-XIII-.
Desde aquí bajamos al pueblo por las típicas calles blancas, estrechas, con
bastante desnivel, para llegar al ayuntamiento en la Plaza de España. Pasamos
por el conjunto arqueológico romano y terminamos en el parque Caminillo Alto.
La última visita es
a Arcos de la Frontera. Desde la parte baja ascendemos a la parte vieja viendo
el palacio del Conde del Águila –gótico-mudéjar, s. XV-, el ayuntamiento, el
castillo, la basílica
menor de Santa Mª de la Asunción, etc., y por calles
estrechas, viejas, vamos hasta el mirador de la Peña Vieja desde donde se ve
una buena panorámica del embalse de Arcos en el río Guadalete. Volvemos por San
Pedro, el palacio del Mayorazgo, la capilla de la Misericordia –s. XVI- y el
Parador, con buena vista sobre la zona vieja.
Al volver a
Chipiona hacemos la última visita –de momento- a nuestra bodega, donde nos
hemos dejado aconsejar sobre tapas y vinos en estos días y vemos algunos ensayos
para el Carnaval a celebrar la semana que viene. Nos vamos con el olor de estos
vinos y con la vista de estos maravillosos pueblos. El final trae algo de
tristeza, pero queda el recuerdo de unos días placenteros.
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