lunes, 14 de octubre de 2024

Santa María de Iguácel.

La carretera asciende desde Jaca (Huesca) hacia Canfranc, pero en el primer pueblo, Castiello de Jaca, sale un desvío al este que, tras cruzar el río Aragón, penetra en el valle de la Garcipollera a lo largo del río Ijuez. En el fondo de este valle escondido, en la cabecera, cerca del Camino de Santiago, está el objetivo de este viaje: la iglesia de Santa María de Iguácel. 

Nos adentramos en unas montañas formadas por rocas de origen sedimentario marino denominadas turbiditas, que emergieron cuando se elevaron los Pirineos. En las laderas de estas montañas alternan los materiales finos (lutitas) con otros más gruesos (areniscas). El aspecto actual del valle responde a dos procesos, la erosión glaciar que creó un fondo de valle en forma de “U”, arrancando parte de las paredes del valle y formando morrenas, y la erosión fluvial que formó, al encajarse, un perfil en forma de “V”. 

La sensación que produce el valle es la falta de espacio para la población, falta de campos de cultivo o de pastos. Es el dominio total del bosque, del verde. Hasta los años sesenta las localidades del Valle -Acín, Bergosa, Bescós, Cenarbe, Larrosa, Villanovilla y Yosa- estaban pobladas por gentes que cultivaban estas tierras hasta que les fueron expropiadas por la construcción del embalse de Yesa. Al tener el río Ijuez gran capacidad erosiva, el Patrimonio Forestal del Estado intervino con la reforestación y la corrección hidrológica del cauce. Lo que eran cultivos se reforestó con pino laricio para reducir la erosión del terreno y evitar la acumulación de sedimentos en el río Aragón y en el nuevo embalse. Se introdujeron en la zona ciervos creando una Reserva Nacional de Caza y todo el valle pasó a ser propiedad primero del Estado y posteriormente del Gobierno de Aragón.


Al principio se transita por carretera estrecha, pero asfaltada. Lo primero que se ven son las llamadas “pozas” de Castiello de Jaca, bajo las ruinas del antiguo acueducto. Poco después se llega al desvío hacia Villanovilla, cuyo casco urbano fue reservado en propiedad por sus vecinos cuando Patrimonio Forestal del Estado adquirió los terrenos para su reforestación. Las viviendas se han rehabilitado y el pueblo tiene un magnífico aspecto.


La carretera se convierte en pista, que serpentea junto al río Ijuez entre viejos bosques de robles y pinos que conviven con los repoblados y que cobijan ciervos, los famosos jabalíes de Acín y multitud de especies en un magnífico ambiente natural. Posteriormente se llega al despoblado de Acín de la Garcipollera, con los restos de su iglesia románica, arruinada, y su despoblado tragado por el bosque. 




La pista continúa por una zona recreativa y el desvío al despoblado de Larrosa. En este antiguo pueblo quedan las ruinas de su iglesia románica del último tercio del siglo XI, del grupo mozárabe-lombardo como las iglesias del Gállego. Es un templo de nave única cuya parte más auténtica es la cabecera, puesto que lo demás sufrió modificaciones quizá en el siglo XVI. Tiene una torre cuadrangular adosada. 

La pista, en bastante buen estado, sigue su lenta ascensión hacia la cabecera del valle y así se llega a un aparcamiento antes del barranco. Se puede cruzar a pie y llegar a nuestro destino, la iglesia de Santa María de Iguácel.

 

Su construcción se inició, a instancias de Galindo, entre los años 1040 y 1050, aunque habría que esperar hasta el año 1068 para contar con la primera referencia documental sobre el templo. En 1080 la iglesia fue donada al monasterio de San Juan de la Peña. Entre los siglos XIII y XIV se construyó la torre, adosada al lado norte del templo, realizándose en siglos posteriores otras intervenciones, como la puerta, probablemente gótica, del atrio sur.

Es un sobrio edificio de sillarejo, de nave única de bastante altura cubierta con armadura de madera bajo tejado a dos vertientes, y una cabecera de menor talla que la nave formada por un ábside semicircular con bóveda de cuarto de esfera precedido por un pequeño presbiterio con bóveda de cañón. Sancho Galíndez financió una segunda intervención en el edificio, en el año 1072, de carácter eminentemente decorativo, conocida por la inscripción que aparece sobre la portada occidental. La decoración de la iglesia muestra evidentes relaciones con la obra de la catedral de Jaca, por lo que se ha supuesto que el responsable de la misma fuera alguno de los maestros empleados en el templo jaqués.



El conde Sancho Galíndez fue un hombre poderoso. Consejero de los reyes de Aragón Ramiro I y de su hijo Sancho Ramírez, de quien también fue ayo. Tuvo la plena confianza de Ramiro al asignarle este cargo, pues implicaba la enseñanza y tutoría política y militar de su sucesor al trono. Su amplio patrimonio, sólo superado por el de la familia real, llegó a concentrar las tenencias recibidas de Sos, Atarés, Ruesta, Luesia, Sobrarbe, Buil y Sangüesa y como patrimonio personal las villas de Centrenero, Salamaña, Larrosa, Siebosa, Bescós, Larbués, Villanovilla y Lasús, ocho iglesias además de Iguácel y distintas propiedades como palacios, molinos, casas, huertos y viñas en unas cuarenta localidades de Aragón, Sobrarbe y Navarra.

 

En 1080 Sancho Galíndez donó la iglesia y su patrimonio al monasterio benedictino de San Juan de la Peña, cuyos monjes establecieron una pequeña comunidad para la atención de los vecinos del Vallis Cepollaria. Tras su marcha del lugar, Pedro II de Aragón lo entregó en 1203 a una comunidad de monjas de San Bernardo, las cuales también lo abandonaron en 1213. En 1245 volvería a ser propiedad de San Juan de la Peña, época en la que se construye la torre adosada al muro norte para alojar allí a la comunidad de religiosos. Posteriormente, los benedictinos abandonarían definitivamente el monasterio. 

Sin monjes al cuidado, Iguácel pasó a depender de la iglesia de Larrosa, cuando primitivamente había sido al contrario, y fueron los propios vecinos del valle de la Garcipollera los que se hicieron cargo del santuario y mantuvieron la adoración a la Virgen, como comenta el padre Faci en su obra Aragón Reyno de Christo, de 1739. Pero en la década de 1960, toda La Garcipollera se despobló y Santa María de Iguácel quedó sola en medio del valle, sin sus antiguos devotos. 

Se restauró entre 1976 y 1989. Entre otras actuaciones se sacaron a la luz pinturas murales del siglo XV en el ábside, ocultas bajo otras pinturas del siglo XIX. A la catedral de Jaca se trasladaron la talla de la Virgen del siglo XII y la reja románica.



La portada sobresale del muro en un cuerpo avanzado, que se prolonga hacia arriba en dos contrafuertes que escoltan el ventanal superior, de arco de medio punto apoyado sobre columnas con capiteles, dotando de cierta monumentalidad al hastial occidental. La portada en sí se resuelve mediante un arco de medio punto enmarcado por cinco arquivoltas, dos de las cuales apoyan en capiteles esculpidos. La arquivolta más interior es dovelada simple, le sigue otra decorada con palmetas, un baquetón triple, otra dovelada y un cordón ajedrezado. Descansan todas sobre una imposta de palmetas que culmina las jambas y los capiteles. Sobre el conjunto, un tejaroz de cornisa ajedrezada sujeto por canecillos decorados bajo los cuales queda la inscripción latina.





Lo más interesante es el texto escrito en prosa (que destaca la importancia social del comitente casi de manera propagandística, data perfectamente la decoración del templo, incluye los nombres de los artistas que intervienen en el mismo y aclara la simbología del ingreso). Su traducción es la siguiente: “Esta es la puerta del Señor por donde entran los fieles en la casa del Señor, que es iglesia fundada en honor de Santa María. En ella se han hecho obras por mandato de Sancho conde junto con su esposa de nombre Urraca. Ha sido terminada en la era de 1110 (año 1072), reinando el rey Sancho Ramírez en Aragón, el cual ofreció por su alma en honor de Santa María la villa llamada Larrosa para que le dé el Señor la vida eterna amén. El lapidario de estas letras se llama Aznar. El maestro de estas pinturas se llama Galindo Garcés”.







El ábside tiene cuatro contrafuertes, dos en los extremos, que dividen al muro en tres paños, abriéndose en cada uno un ventanal con arco de medio punto apoyado en columnas con capiteles decorados. A la altura de éstos, una imposta decorada se prolonga hasta cada contrafuerte. La cornisa es ajedrezada y se asienta sobre canecillos.

 






Los dos ventanales del muro sur son de arco de medio punto apoyado en una pareja de columnas con capitel. Una imposta decorada une ambos a la altura de los capiteles y se prolonga hacia arriba, casi hasta la cornisa, creando un marco que corona el conjunto.






La iglesia cuenta con veintidós capiteles entre el exterior y el interior del edificio que se pueden clasificar en narrativos, figurativos y vegetales. Los narrativos tienen una clara intencionalidad de contar pasajes y enseñanzas religiosas.


 

La nave tiene tres puertas: al norte la que da acceso a la torre cuadrangular, frente a ella la de acceso lateral por el muro sur, abierta durante la restauración y, al oeste, la entrada principal.




En el interior se conservan restos de un conjunto pictórico en el ábside, cuya datación podría establecerse en el segundo cuarto del siglo XV, presentando características del denominado estilo gótico internacional. En la parte inferior figuran doce santos, y en un segundo nivel se hallan, separadas por arquerías de medio punto, escenas de la vida de la Virgen. Por último, en la parte superior, se representa un Calvario rodeado por ángeles.




Procedente de la iglesia se conserva en el Museo Diocesano de Jaca una talla románica de la Virgen con el Niño, que regresa al templo todos los años el día de su festividad, el segundo domingo de julio.

Virgen con Niño. Románico, s. XII, madera policromada. La talla responde al prototipo iconográfico de Virgen en majestad, sedente, con el Niño sobre su regazo sin muestras de comunicación entre ambos. La Madre viste al modo romano con velo ceñido a la cabeza para ocultar su cabello, túnica y manto sujeto con un broche dorado. Avanza su brazo derecho reforzando la idea de trono y en la mano sujeta un objeto que puede ser interpretado o bien como una esfera, en alusión a la soberanía del Hijo, o bien como el fruto prohibido que la simboliza como nueva Eva. El Niño se disponer sentado sobre la rodilla izquierda de la Virgen, rompiendo con ello la simetría que caracteriza a las primeras tallas románicas. Presenta rasgos faciales propios de una persona adulta aludiendo a su naturaleza divina y se cubre con vestido simple decorado con los mismos motivos vegetales que se aprecian en la indumentaria de la Madre. En su mano izquierda sujeta el Libro Sagrado cerrado mientras que la diestra, de gran tamaño por ser un añadido posterior, no adopta la típica disposición románica de bendecir, sino que aparece apoyada sobre el pecho.

Ambas imágenes se caracterizan por la frontalidad, hieratismo y aspecto sereno, distante e intemporal. Destaca el buen estado de conservación de la policromía original que permite apreciar el color rojo de la túnica de María, símbolo del sacrificio que sufrirá el Hijo, y el tono verdoso del manto como muestra de la esperanza que entra en el mundo con el nacimiento del Niño.

En el Museo Diocesano de Jaca también se conservan, procedentes de esta iglesia, una reja y un frontal de altar, ambos románicos.

La reja es un elemento de mobiliario litúrgico utilizado desde la antigüedad para aislar determinadas zonas de un templo sin impedir su visibilidad, aunque fue en época medieval cuando su uso alcanzó un gran desarrollo.

Habitualmente las rejas románicas se componen de bandas verticales decoradas con motivos de espirales, aunque una vez dominada la técnica fue frecuente que a los roleos se les incorporaran diferentes elementos decorativos. Existían dos procedimientos para realizar estas piezas, uno totalmente manual que consistía en trabajar sobre el yunque con el martillo y las tenazas, o bien mediante moldes como en el caso de las rejas de la catedral de Jaca. Tradicionalmente se realizaban en bronce, pero las rejas románicas se hicieron mayoritariamente en hierro, por ser un material menos costoso y más seguro.

La reja de la ermita de Santa María de Iguácel, completamente trabajada a mano, servía para cerrar el ábside y proteger las piezas de valor que en él se custodiaban. Consta de tres partes, dos tramos laterales fijos y una puerta central de dos hojas de menor altura. El tramo izquierdo es el mejor conservado y el más rico en decoración, ya que el interior de las espirales se adorna con cabezas humanas, animales y motivos florales, mientras que las puertas centrales y el tramo derecho presentan una ornamentación más sencilla. Es una de las más antiguas de España y un ejemplo por su originalidad. Siglos XI-XII, 219 x 505 cms.

El frontal de altar sigue modelos medievales de orfebrería y esmaltes, aquí simulados en el fondo de las escenas y en el marco. Narra la vida de la Virgen María desde la Anunciación hasta su Asunción al cielo, distribuyendo las escenas en dos registros horizontales. Ángulo superior izquierdo, Anunciación; San José y María bajo un arco; superior derecho, Visitación de María a su prima Isabel, y en el extremo, en dos planos superpuestos, el Anuncio a los pastores y el Nacimiento de Jesús con estética bizantina. En el registro inferior, Presentación del Niño en el templo y Adoración de los Magos. En la parte central, Dormición de la Virgen rodeada por los apóstoles y la Asunción de María al cielo.

Datación: s. XIII, presencia de monjas bernardas, 1203-1213. Pintura al temple sobre madera de pino. 


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