Santa Lucía del Trampal
Esta iglesia se encuentra en el término de Alcuéscar, al norte de Mérida, Cáceres. Su datación, como otras de este periodo, es muy discutida. Se decía que es la única basílica “visigoda” al sur de España, pero también se dice que es “mozárabe” y en el Centro de Interpretación no se complican y la califican de “prerrománica”. En ese largo periodo se ha ido atrasando progresivamente la fecha de su autoría.
En la construcción de la iglesia se utilizaron aras
romanas dedicadas a la diosa Ataecina, a la que rendían culto algunas
poblaciones anteriores a la llegada de los romanos. Por eso, quizá tuvo aquí un
lugar de culto en el siglo III, aunque no se conoce el lugar exacto y la
importancia del santuario. Su nombre se relaciona con la noche y se asimiló con
la romana Proserpina, diosa infernal de las profundidades, lo que justificaría
su relación con la fuente del Trampal. Muchos santuarios indígenas se situaban
en lugares naturales de gran belleza, como esta dehesa, donde se colocaban las
aras - sencillos bloques de piedra con un texto grabado y la figurita de una
cabra, símbolo de la diosa- y, a los pies, se sacrificaba al animal para ser
consumido durante la fiesta religiosa.
En época romana sería un lugar de culto, situado en las estribaciones de la serranía de Montánchez, con un territorio muy poblado al norte -Trujillo, Cáceres-, y otro vacío al sur -Mérida-, donde pudo haber una dehesa pública en la que estuviera el lugar del Trampal. El Camino de la Plata pasaba muy cerca.
El monasterio cristiano se ubicaría en este fértil lugar, cerca de los caminos, pero separado de su trajín, hacia el año 700. El campanario de la iglesia de Santa Lucía dominaría el valle donde si situaba la explotación agrícola. La residencia monástica estaría entre esta iglesia y la de Santiago, hoy desaparecida. Los edificios monásticos reflejaban una visión del mundo: la iglesia dedicada a Dios, el monasterio a los monjes y el poblado a los colonos. Del conjunto monástico sólo se han encontrado unos muros, uno de ellos perteneciente al campanario.
En la huerta habría verduras, legumbres y frutales, algunos de ellos traídos por los musulmanes, como el naranjo que tanta fama daría al Trampal. El agua para el riego se tomó de la fuente y se condujo por acequias a los bancales de cultivo. La misma fuente proveyó de agua al monasterio y a los talleres. Los colonos cuidaban los campos y parte de la producción era comercializada fuera del monasterio. También habría animales, de tiro y carga como caballos, o para alimento como cerdos, gallinas, ovejas, cabras. También debió existir una herrería que aprovecharía las vetas de mineral de hierro que hay en el lugar. El denominado Cruce de las Herrerías alude a esta actividad. En el alfar se hacía la cerámica más tradicional, pero la más elaborada era traída por cacharreros.
Esta iglesia es la primera que, en Extremadura, reúne las características propias de la arquitectura prerrománica hispánica. Sus aportaciones, revolucionarias en su momento, fueron: cubrir el edificio enteramente con bóvedas sobre muros construidos con material reutilizado; decorar con motivos geométricos y vegetales determinados elementos arquitectónicos como frisos, cimacios y canceles; y abrir vanos con arcos de herradura de curva muy cerrada.
La genialidad constructiva de esta iglesia radica en los efectos visuales conseguidos: las bóvedas, que se contrarrestan según su altura, producen un juego de formas en el que sobresalen unas de otras; las fachadas de línea quebrada originan diversos y variados planos; el interior, al ser alto y estrecho, hace que parezca más amplio. Y, por último, la organización del espacio crea un efecto de laberinto con acusados juegos de luz y sombra.
La iglesia que ha llegado a nosotros no es como la original, reproducida en la maqueta. Los tres ábsides, el crucero y el coro es lo que menos ha cambiado, aunque se han perdido los cimborrios. De las naves se conservan los muros en toda su altura, pero se han perdido sus arquerías y bóvedas, sustituidas por la cubierta gótica. Las habitaciones laterales, con sus arcos adosados y sus bovedillas, han desaparecido casi por completo.
La liturgia, aunque similar a la nuestra, tenía un marcado carácter ceremonial y misterioso. Tras rodear la iglesia en procesión y recorrer todos sus espacios, el sacerdote se situaba en el ábside, donde quedaba oculto tras las cortinas en los momentos más importantes de los oficios religiosos, y los monjes ocupaban el coro intermedio. Los fieles permanecían en las distanciadas naves y sólo se acercaban ritualmente a las sacristías para entregar sus ofrendas.
Una vez terminada la construcción de la iglesia, se
consagraba por el obispo que escondía reliquias de santos en el ara del altar,
escribía en las paredes y el suelo las letras del abecedario y dibujaba en el
dintel de la puerta una cruz junto a las letras alfa y omega. El hallazgo de
una inscripción grabada en el enfoscado del cimborrio central se relaciona con
esta ceremonia, aunque el texto está incompleto y por lo tanto es
incomprensible. Entre los fragmentos de letras parece que se leía un nombre y
la expresión “dijo” (DIXI) al final.
La innovación arquitectónica y decorativa de Santa Lucía sólo puede explicarse con la llegada de una nueva tecnología cuyo origen se encuentra en el arte bizantino del Próximo Oriente, que representaba lo más avanzado del momento. La llegada de los musulmanes a la Península permitió que estos avances se conocieran y aplicaran aquí. Así ocurrió en este monasterio de monjes mozárabes, esto es bajo dominio musulmán, fechado por los resultados de las excavaciones arqueológicas en el siglo VIII, hacia el año 750.
El amil o juez islámico recibía el impuesto del abad del monasterio. Los cristianos eran una minoría religiosa protegida por el Estado islámico, pero sometida a la gizya, un impuesto especial.
Sin conocerse la causa, el monasterio fue abandonado entorno al año 850. Tal vez se produjo una conversión general de la población al islamismo o un proceso de emigración a las ciudades. Relacionados con este momento final, hay dos hallazgos de difícil explicación: una sepultura de rito islámico en el crucero de la iglesia y la reutilización de una placa de cancel para hacer una cruz calada.
Abandonado el monasterio, se inició la ruina de su
iglesia, se robaron sus mármoles y permaneció olvidada durante cuatrocientos
años.
Tras la reconquista del territorio en el año 1230 todavía pasó siglo y medio hasta que, en época gótica, un nuevo monasterio recuperó la explotación agrícola y restauró la iglesia. Se repusieron en granito las columnas del crucero, se cubrió la nave con una armadura sobre nuevos arcos y se construyó una capilla funeraria en una de las habitaciones.
En el siglo XIX, el monasterio sufrió una definitiva crisis, consecuencia de la guerra de la Independencia, pues la iglesia se convirtió en un fortín estratégico durante la batalla de Arroyomolinos (1811). A mediados de siglo se privatizó definitivamente, construyéndose la casa del aparcero en sus ruinas, en el lado norte de la iglesia, tenía un hogar central y sendos dormitorios para el matrimonio y los hijos. Una parte del crucero se aprovechó para el establo. Pero el recuerdo religioso del lugar se mantuvo con una romería que se celebraba el segundo día de Pascua de Resurrección.
Esta iglesia es la primera que se conoce en Extremadura perteneciente a un monasterio prerrománico. Fue descubierta en 1980 y desde entonces trabajaron en ella arqueólogos y arquitectos. Cuenta con un Centro de Interpretación -con paneles informativos y una espléndida maqueta- donde se proyecta un video explicativo.
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