viernes, 16 de agosto de 2024

A orillas del Henares.

4.ARTE (IV, Siglo XVIII).

El avance de los tiempos hizo más protagonistas de la historia a otros lugares, por lo que cada vez hubo menos obras importantes en la zona. Durante el siglo XVIII, la época de la Ilustración, se produjo una cierta secularización del arte, que no es demasiado visible. En Sigüenza se realizó un importante proyecto al trazarse un nuevo poblamiento, el barrio de san Roque. En Guadalajara, se dejó notar la ausencia de la nobleza, trasladada a Madrid.

En Alcalá de Henares queda la Puerta de Madrid, un ejemplo de arquitectura academicista. Junto con el Arco de San Bernardo, es uno de los accesos a la ciudad que se han conservado y que formaban parte de su recinto amurallado. Ocupa el lugar que perteneció al primitivo recinto medieval, de la primera mitad del siglo XIII, siendo arzobispo D. Rodrigo Jiménez de Rada, cuando el burgo de Santiuste adquirió definitiva consolidación urbana.

La ciudad era un recinto circular, la forma más apropiada para la defensa de una población situada en llano, con puertas en los cuatro puntos cardinales de las que partían calles radiales que llegaban hasta el centro. Las puertas se alojaban en torres prismáticas almenadas de planta cuadrada, cubiertas con bóvedas de cañón. La entrada era directa, no en recodo como en las fortificaciones mudéjares. Este carácter se mantuvo hasta el siglo XVIII, aunque su funcionalidad había desaparecido. Ante su ruina y la penuria económica del Ayuntamiento, el cardenal Lorenzana financió la nueva.


El cardenal Lorenzana fue el tipo de prelado característico del reformismo borbónico e ideario ilustrado. En 1751 sacó la oposición a canónigo doctoral de la catedral de Sigüenza y poco después pasó a Toledo. Desde la Silla Primada, 1772-1799, secundó los deseos de Carlos III. Dio trabajo a jornaleros en 1787-88 con la construcción de la nueva Puerta de Madrid, y en 1791 en la composición del camino de ronda desde dicha puerta hasta la de San Bernardo. Alcalá le agradeció su labor.

 Lado este

Frontón oeste
Antonio Juana Jordán vivía en Alcalá desde 1777, siendo arquitecto mayor de la ciudad. Hizo la nueva Puerta de Alcalá, la reconstrucción de las Casas Consistoriales, de los puentes Zulema y Torote y la cuesta del Zulema, y reparaciones en puertas, zanja y pontones. El proyecto de la nueva puerta debió ser sencillo y si al final se construyó con cierto decoro fue gracias a la intervención de la Real Academia de San Fernando a la que había que consultar, según Real Orden de 23-11-1777, en caso de obra pública. Recomendó que fuese en piedra, en estilo dórico, con el escudo dentro del frontispicio. Si hizo en sillares de cantería perfectamente encuadrados, arco de medio punto entre un orden dórico gigante de pilastras, entablamento y frontón. El escudo, si se hizo, no se conserva. Hay dos letreros. En el que mira a la ciudad se lee “A expensas del Arzobispo de Toledo el Excmo. Señor D. Francisco Antonio Lorenzana”. En el que mira al campo dice “Reinando Carlos III, MDCCLXXXVIII”. 

El conjunto está más cerca de un barroco clasicista que de un neoclasicismo, es obra rezagada puesto que en Madrid ya se proyectan obras neoclásicas. Indica el atraso y decadencia de Alcalá, por lo que el arzobispo concentró sus esfuerzos en Toledo. Presenta el aspecto de un arco de triunfo, de tres cuerpos, más elevado el central, y los laterales, más bajos, con vanos adintelados. Fue la última obra importante en Alcalá. Al exterior, enfrente, se encuentra la única posada que queda, la del Infierno o del Diablo, mencionada en El Quijote apócrifo, el de Alonso de Avellaneda.

 

El rey Carlos III (1759-1788) no podía permanecer impasible ante la decadencia de la Universidad, realizando una reforma entre los años 1771 y 1777, separando el Colegio Mayor de San Ildefonso de la Universidad, que pasó al colegio de Jesuitas, orden que había sido expulsada en 1767. Ventura Rodríguez hizo obras, entre ellas la magnífica escalera. El 6-6-1785, María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda, hija de los Condes de Oñate, es la primera en España en alcanzar el doctorado en Filosofía y Letras (La Doctora de Alcalá). A finales del siglo, en noviembre de 1799, se hicieron grandes festejos en la Universidad al ser nombrado Gaspar Melchor de Jovellanos, excolegial de Alcalá, ministro de Gracia y Justicia. La Universidad volvió al colegio cisneriano debido a que Carlos IV decidió instalar en el de los Jesuitas un regimiento de infantería, lo que originó una gran transformación en la ciudad.

 

Otro proyecto arquitectónico de este siglo es el puente sobre el arroyo Torote, obra de Juan Eusebio de la Viesca, arquitecto con muchas referencias en la arquitectura hidráulica de este siglo. El proceso constructivo de este puente se relaciona con el cercano de Viveros sobre el Jarama, en el mismo siglo. Debió existir antes algún pontón. La construcción la pagó la villa de Madrid. A finales de la década de los 70 el ingeniero Viesca se estaba ocupando en las obras del Real Camino de Cataluña, con calzadas y puentes como el del Torote. A fin de diciembre de 1773 las lluvias causaron daños en los puentes, De la Viesca revisó las obras y realizó nuevos planos, aunque murió en 1784 y fue sustituido por Ventura Rodríguez. La piedra era del cerro de San Juan del Viso y de Villalbilla. 

En 1767, el ingeniero Marcos de Vierna elaboró un proyecto de puente y en 1776 se comunicó la conclusión del décimo arco, con lo que la obra quedaba terminada. Se realizó esta obra en el Camino de Aragón con piedra caliza del término de Villalbilla, sufragándose las obras por pontazgo, sin que intervenga Alcalá. Consta de diez arcos de medio punto y tajamares semicirculares. La estructura se deterioró en 1783 por unas crecidas y el académico don D. Francisco Sánchez y el arquitecto D. Juan Eusebio de la Viesca evaluaron los daños proponiendo la construcción de más arcos. En 1784 el Consejo cambió de opinión y designó a Ventura Rodríguez para reconocer este puente y el de Viveros (en San Fernando). Propuso construir más arcos, pero el proyecto se desestimó por demasiado elevado. Finalmente, sólo se hicieron algunas reparaciones. En el siglo XX se ensanchó. 



El puente de Guadalajara también había sufrido desperfectos y se afrontó su reparación en el reinado de Carlos III, según proyecto de Marcos de Vierna que le privó de la torre y puerta, obsoletas, y se reconstruyeron el pilar sobre el que se asentaba y los arcos inmediatos, terminándose la obra en 1776.


 

La fundación carmelitana en Sigüenza data de fines del siglo XVI, aunque la comunidad abandonó la fundación en 1615. Su lugar lo ocuparon los franciscanos con el convento de Nª Sra de los Ángeles de Porciúncula, poblado por hermanos del colegio de San Pedro y San Pablo de Alcalá en 1623. En el siglo XVIII se dieron facilidades para enterrarse en la iglesia cuantos previamente lo hubieran dispuesto. En este siglo XVIII, primera mitad, se añadió la actual iglesia, barroca, obra del arquitecto Juan Durón, en la que destaca la fachada, heredera de la arquitectura de Borromini, realizada en buen sillar y que presenta un frontis curvado y el emblema sobre el dintel de la portada, junto a otros escudos reales y de la familia Salazar que aún corría con el patronato. El interior, de una nave con amplio crucero y gran cúpula semiesférica, es amplio y luminoso.


En parte durante el reinado de Carlos III, el obispo Díaz de la Guerra -obispo albañil, hombre de la Ilustración, emprendedor y social) gobernó la diócesis entre 1773 y 1800. Una gran obra fue la construcción del barrio de san Roque, conjunto plenamente organizado. La población había crecido dentro del señorío eclesiástico, desarrollándose en sentido económico, social y urbano. En la segunda mitad del siglo XVIII la población alcanzó la cota máxima, unos 6.400 habitantes en 1797, siendo la eclesiástica la clase dominante. En 1753, catastro del marqués de la Ensenada, había 101 casas cuyo jefe era un eclesiástico, que contaban con 260 personas más como criados, familiares, etc. La clase nobiliaria era escasa, pero aumentó en este siglo. El resto de la población eran clases trabajadoras. En la parte baja de la ciudad se dio un tono de elegancia con la construcción del barrio de san Roque, ciudad lineal (ermita, cuartel borbónico, palacio de Infantes, casonas ricas, etc.). Finalmente, entregó el señorío civil a la autoridad estatal.

La construcción de casas grandes, elegantes y cómodas le opuso al Cabildo que pretendía hacerla remozando las casas capitulares de la Plaza Mayor, mientras él apostaba por las afueras. Se trató de un planteamiento urbanístico de calles en cuadrícula, edificios de igual altura y formas arquitectónicas, escasa decoración que enmascare la geometría y los volúmenes puros, situado en un punto indeciso entre barroco y neoclasicismo. El barrio lo componen unas cuarenta suntuosas casas, en sillería de piedra arenisca, de dos pisos de altura y amplio zaguán, jardines y patios interiores, con volados balcones de hierro forjado sostenidos por ménsulas barrocas dispuestas sobre el dintel de la puerta. Eran casas para gente de dinero, para la aristocracia funcionaria o liberal. El autor, Luis Bernasconi, fue discípulo y ayudante de Francisco Sabatini, arquitecto favorito del rey Carlos III, y el proyecto fue ejecutado por el maestro de obras Juan Díez Ramos.

El barrio se centra en la calle de san Roque en el cruce con la de Medina, dando lugar al cantón de las ocho esquinas. Se levantó una hospedería, un gran cuartel, el colegio de Infantes de Coro de la Catedral. Al terminar la calle de san Roque se abre la plaza de las Cruces o del Calvario, remate de un vía crucis, que consta de tres cruceros de piedra. Este barrio ilustrado rompió con los espacios urbanos medieval (recinto amurallado, puertas, castillo, Travesañas, plaza del Concejo, judería, iglesias románicas de Santiago y san Vicente, catedral) y renacentista (ensanche, plaza Mayor, casonas y palacios, Ntra Sra de los Huertos, ermita del Humilladero) existentes, complementándolos y conformando un modelo urbanístico pleno de orden, equilibrio y geometría, en terrenos situados al pie de las murallas, en el borde norte de la población, para tratar de remediar la escasez y carestía de las viviendas. 



El palacio de Infantes, al pie de la puerta de Campo de la catedral, en el callejón de los Infantes, acomodó a los niños cantores de la escolanía de la catedral y a miembros de una capilla de música fundada en el siglo XVI. Tiene una portada barroca con friso de figuras de niños y, sobre ella, un balcón rematado con imagen de san Felipe Neri en hornacina. En el interior presenta un gran patio, con ventanas de cuarterones y triple galería.


 

El 8-11-1791 el conde de Floridablanca prohibió la realización de nuevos retablos de madera para iglesias ante el peligro de incendio y para evitar el barroco tradicional. Las alternativas fueron la piedra o mármol, el más barato estuco o el retablo pintado, llegado de Italia, la “quadratura” o pintura de arquitecturas fingidas, última moda del manierismo. A mediados del siglo XVIII, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando recogió estas teorizaciones, especialmente el estudio de la perspectiva.




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