martes, 7 de noviembre de 2023

 Santa María de Buil

Santa María de Buil es una pequeña población perteneciente al actual municipio de Aínsa-Sobrarbe, en el Sobrarbe, provincia de Huesca, situada en el altiplano a 911 m de altitud. Su población es de 22 habitantes (INE 2021), dividida en dos barrios, Santa María y San Martín, con sus respectivas iglesias (San Martín fuera de culto desde 1939), asentados en los flancos de un empinado montículo en cuya cima debió haber un castillo o atalaya (noticias en 1017) del que no queda rastro alguno.

La importancia histórica de este emplazamiento se remonta a los siglos X y XI, donde parece ser que ostentó la capitalidad del entonces Condado de Sobrarbe hasta que se conquistó la ribera islamizada del Cinca en tiempos de Sancho III el Mayor de Navarra. En 1006 Abd al-Malik  tomó el castillo de Buil, que pasaría de nuevo a manos cristianas bajo el mando de la familia García Aznar. La importancia estratégica de Buil se debía a su ubicación justo en la línea que separaba los reinos cristianos de los musulmanes. Este lugar constituyó una pieza clave en la línea fortificada que fue trazando Sancho III. El nombre de Buil deriva de Boil o Boyl, como era conocido en la Edad Media, y pasó a la denominación actual en el siglo XVIII. Boil ha sido origen de un marquesado y un linaje famoso en el Reino de Valencia. Fue señorío de realengo desde 1036 y se conoce la lista de tenentes.

Iglesia de Santa María


La iglesia parroquial de Santa María de Buil, del siglo XVI (o XV), es de estilo gótico aragonés con una nave rectangular y un ábside poligonal. En el conjunto destaca la torre por su gran desarrollo. La fachada lateral del crucero es de fábrica románica.



Iglesia de San Martín

Advocación a San Martín de Tours. Se encuentra en el extremo oeste del pueblo. Sobre sus características hay dos teorías, una la relaciona con la arquitectura románico- lombarda, y otra con la pervivencia mozárabe, eco de las iglesias del Gállego. Las modificaciones en su interior dificultan la datación. Se inició su construcción hacia 1040, esa sería la primera etapa constructiva y correspondería a las tres naves y la torre. Hacia 1070 se le añadiría la actual cabecera de tres ábsides. Las siguientes reformas, siglos XVII y XVIII, modificaron el aspecto de la iglesia.


En origen era una obra en sillarejo y mampostería (labra tosca, al modo de la época de Ramiro I en Loarre) de tres naves, divididas en cinco tramos mediante pilares cruciformes, cubiertas con bóvedas de medio cañón sobre arcos fajones, siendo bastante más elevada la central. Seguramente tuvo cabecera con tres ábsides semicirculares. De todo esto quedan dos tramos de bóveda de los pies de la nave norte, tres pilares cruciformes y algunos arcos formeros.

 

Había una pequeña torre, de planta cuadrada, a los pies de la nave central, de hechura románica en sus dos primeras plantas. La inferior comunica con la nave y el exterior mediante tres puertas (la mayor abre a la nave central mediante arco de medio punto con largo dintel, a modo de tribuna mirador). El segundo nivel tiene ventana en arco de medio punto sobre la nave central y otra geminada en muro opuesto, parcialmente oculta por la construcción de la casa abadía, con capitel central en forma de zapata. Esta forma de situar torre y acceso coincide con el planteamiento de templos emblemáticos del XI en Aragón como la catedral de Jaca o la iglesia de Santo Domingo de la propia localidad. Más tarde, tomando este modelo, Aínsa haría lo propio en su iglesia de Santa María, cuya torre-pórtico será en lo sucesivo seña de identidad del Sobrarbe. Esta torre se recreció con una nueva planta (campanario, vanos en todos los lados) en el siglo XVI, rematando en pretil con pináculos y gárgolas esquineras. La cúpula se cubre con cimborrio octogonal con nervios de sección rectangular.

 

 

En la segunda etapa constructiva, de 1070 en adelante, se construyeron los tres ábsides, alineados de forma irregular al exterior y desviados del eje de las naves. Se ignora el motivo de la interrupción de la obra o de la sustitución de la cabecera. Los ábsides cubren con bóveda de horno y tienen ventanas en arcos de medio punto y doble derrame. Se articulan en tres niveles: alto zócalo de 1,80 m que termina en gruesa moldura tórica circular; segunda zona con alternancia de lesenas y arcos ciegos, desiguales, de hechura tosca; por último, cornisa bastante volada sostenida por modillones con la cara inferior curvada. En el ábside central hay nueve arcos, por siete en los laterales. Los elementos formales son ya sillarejos de módulo alargado y poca altura en contraste con los toscos sillares de la primera época, como puede apreciarse en el ábside central. Tiene algún parecido con otros templos lombardos y con las iglesias del Serrablo, pero parece un ejemplo de arte local.


El altar mayor es contemporáneo a esta fase constructiva. Tiene decoración de baquetón en sus bordes y pequeños motivos escultóricos en algunas esquinas.


 


El aspecto actual se originó en las reformas de los siglos XVII y XVIII, que afectaron también a la planta. Se completó el paramento meridional con una sacristía, un pórtico abovedado y la casa abadía, fechada en 1765; en el lado septentrional, una capilla, el recrecimiento de los muros y el último cuerpo de la torre. Frente a la capilla norte se abrió un arcosolio en arco de medio punto, que no sobresale en planta y dispone de un pequeño altar.



La segunda remodelación, siglo XVIII, fue más profunda y afectó al interior. Se suprimieron los tres primeros tramos a partir de la cabecera mediante dos grandes arcos formeros rebajados de 5,87 m de altura, en piedra sillar, apuntados desigualmente, que sostienen las actuales bóvedas de medio cañón como las primitivas, con lo que se demolieron los pilares cruciformes románicos y se recrecieron los conservados. El resultado fue un espacio más unificado, espacioso e iluminado.

   


Al exterior se aprecia la diferencia de altura, pues el tejado se encuentra a dos niveles. El solado se formó con cantos rodados, y se dejaron dibujados los perfiles de los pilares cruciformes de los desaparecidos tramos anteriores. En una zona aparece la roca.


 


También se remodelaron los dos últimos tramos originales, construyéndose una dependencia para diezmos y primicias en la nave del evangelio y un coro alto de madera en la central, con el baptisterio en la parte baja. Se demolió el último pilar cruciforme entre esta nave y la sur, unificando los dos arcos formeros originales en un nuevo arco para poder alojar la escalera. La nave de la epístola se dejó de paso para torre y coro, desahogándola mediante arco de medio punto que no rompió los primitivos.





La bóveda de la nave norte es la original, mientras que la del lado sur es moderna desde el arco que señala el límite de la original.



 

 

La decoración interior sigue el estilo del siglo XVIII, consistente en figuras geométricas y cuadripétalos en la zona del zócalo, y rocallas, tornapuntas, en los intradoses.

En la capilla-arcosolio de la fachada sur hay pintada una ciudad amurallada tras un cortinaje abierto, con una serie de cruces de cuatro brazos iguales alrededor del arco.

Esta iglesia es una novedad en la zona, pues en el Serrablo no hubo iglesias de tres naves, y en el Sobrarbe fueron posteriores. El origen de las técnicas constructivas y decorativas más parece musulmán, derivado de la arquitectura califal del siglo X, que románico. Las incorrecciones formales más evidentes son el trasdosamiento de las dovelas hacia la clave, el zócalo de los ábsides, los modillones muy volados.


En la capilla norte, debajo del altar, hay unas figuritas que representan a las tionas y tiones del pueblo. Son los que no se casaron, los que no hicieron familia, los que se quedaron cuando todos se fueron, los que cuidaron del pueblo en los años de desolación.




Un pueblo que recuerda su pasado es un pueblo vivo. Buil en la memoria … y en el corazón”. Bajo ese entrañable lema se presenta una exposición que recuerda a todas las casas del pueblo y sus aldeas, las que eran y las que son, con fotografías únicas. Es “un homenaje a nuestros padres, que tuvieron que tomar la difícil decisión de cerrar las puertas de sus casas en los años de éxodo, dejando atrás una cultura, una herencia, una tradición y una forma de vida, para pasar a formar parte de la cadena de desarrollo en las grandes ciudades”.


Es muy de agradecer el ver cómo la iglesia está abierta e iluminada, cuidada; se deja un donativo para el mantenimiento con mucho gusto. Además de la iglesia en sí, el tesoro del pueblo, las gentes de aquí, estén donde estén, no han olvidado su pasado reflejado en las magníficas fotografías de los paneles. El recuerdo de aquellas gentes impide la muerte del pueblo. El pasado no volverá, pero son ilusionantes los versos de A Ronda de Boltaña:

“Una ventana en la noche / a lo lejos brillará. / Luciérnaga entre montañas / ¡no la dejes apagar!

Tu casa no es sólo un montón de piedras / la torre que el tiempo derrumbará; / es más que un techo, es un puente de sangre / entre los que vivieron y los que vivirán; / navata que en el río de los siglos, / con sus troncos unidos, lejos navegará.

Pero no estoy aquí para llorar, / vosotros sois mi pueblo, y estos montes mi hogar. / Por eso sé que no basta llorar; / si se nos cae la casa ¡se vuelve a levantar!”

En el exterior, junto a la cabecera, hay una curiosa exposición de fotografías. Desde la noche de los tiempos hubo ceremonias y ritos dedicados a la fecundidad, puesto que la existencia de descendientes mantenía las casas en vida. Como un elemento que llamaba a esa fecundidad, la exposición se centra en los llamadores de las puertas de las casas, símbolos sexuales. 

 

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