jueves, 19 de octubre de 2023

Amazonia

El objetivo de esta magna exposición en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, lo cuenta Lélia Wanick Salgado, Comisaria y escenógrafa: “Una exposición fotográfica es la expresión visual de una idea ,... Al planear Amazônia, quise crear un entorno en el que el visitante se sintiera como si estuviese dentro de la selva, inmerso … en la vida cotidiana de sus poblaciones locales. … La exposición incluye espacios que recuerdan a las chozas indígenas. … El recorrido está acompañado por una banda sonora compuesta por el músico francés Jean-Michel Jarre inspirada en sonidos auténticos de la selva. … En dos salas se ofrecen proyecciones. … Es una ilusión pensar que se pueden reproducir las mismas sensaciones que proporciona la selva. Pero nuestra esperanza es que, al final, se evidencia para los visitantes una pequeña parte de la magia de la Amazonia y de la vida de su gente …”.

El fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado dice que la Amazonia siempre ha estimulado a la imaginación y que su imagen se aleja frecuentemente de la realidad. La población ha disminuido desde los cinco millones en 1500 a los 370.000 actuales, divididos en 188 grupos indígenas con 150 idiomas diferentes. Todavía hoy, no se ha contactado con 144 de los grupos identificados. La mitad del siglo XX marcó el inicio del retroceso con la deforestación, para dar paso a la ganadería y al cultivo de soja, nuevas carreteras, empresas madereras y mineras. Hoy en día, tanto la selva como la población están gravemente amenazadas.

“Prefiero el blanco y negro. Los colores vivos eran un obstáculo para captar la dignidad de las personas”.

“La fotografía no es objetiva, es profundamente subjetiva, es el punto de vista de su autor. En cada clic está mi vida”.

“Para hacer fotografías necesito una relación total con lo que miro, necesito integrarme”.

La exposición está dividida en dos grandes bloques, la naturaleza y las poblaciones.

 

VISTAS AÉREAS. La Amazonia vista desde el cielo.

Solo desde el espacio se puede percibir realmente la magnitud de la selva amazónica, que cubre casi un tercio del continente sudamericano. Vista desde un avión parece una gigantesca alfombra verde decorada con sinuosas curvas, los meandros de sus perezosos ríos, aunque este orden se altera en época de lluvias cuando el territorio queda inundado. La deforestación, en las tierras estatales especialmente, está acelerando la destrucción de este hábitat.


El accidentado terreno de la sierra de Parima da lugar a grandes cascadas como la del río Parima. El agua cae por la escarpada pared de un tepuy, una formación geológica típica de la región. Tierra Indígena Yanomami. Reserva Forestal de Parima en la frontera con Venezuela. Estado de Roraima, 2018. 


En la región norte de Brasil, municipio de Sao Gabriel da Cachoeira, las planicies dan lugar a un relieve escarpado, el más alto del país. Río Cauaburi, Tierra Indígena Yanomami. Estado de Amazonas, 2018.

 


RÍOS VOLADORES. Regar todo un continente.

Elevándose por encima de la selva, estos ríos aéreos cargados de vapor de agua fluyen por gran parte del continente sudamericano y llevan más agua que el propio río Amazonas. La selva genera gran parte del agua que luego recibe en forma de lluvia. Este proceso influye en los patrones climáticos de todo el mundo, pero son muy vulnerables a los efectos de la deforestación y del calentamiento global.



Paisaje fluvial en la desembocadura del río Jaú. Parque Nacional del Jaú. Estado de Amazonas, 2019. 




Río Jaú, Parque Nacional del Jaú. Paisaje con selva de igapó, término que designa las zonas frecuentemente inundadas por las aguas negras de los ríos. Estado de Amazonas, 2019.

 

LA SELVA. Fuente de miedo y de inspiración.

El “infierno verde”, impenetrable y empapado, que no ofrecía más que peligros. Fueron famosos los relatos de los que sobrevivieron, como el español Francisco de Orellana, el alemán Alexander von Humboldt o el mariscal Cândido Rondon, el mayor protector de los indígenas en el siglo XX. Pero otras expediciones, que esperaban encontrar la mítica ciudad perdida de El Dorado, jamás retornaron. Hoy se la considera el “paraíso verde” por su concentración de especies botánicas, por absorber los gases del efecto invernadero y liberar oxígeno.



Árboles típicos de la selva amazónica. Estado de Pará, 2009. 



Selva de igapó. En primer plano, una palmera jauari inclinada. Al fondo, también inclinada, una embaúba-da-várzea. Las embaúbas se consideran árboles pioneros, pues fueron los primeros en aparecer en zonas degradadas, creando un entorno apropiado para el crecimiento de otros árboles. Río Jaú, Parque Nacional del Jaú. Estado de Amazonas, 2019.

 

LLUVIAS TORRENCIALES. Cuando el agua cae sobre la selva tropical.

Las nubes son elementos esenciales del ecosistema amazónico, están siempre visibles. Son raros los días en los que el cielo parece una sábana azul. Las formaciones de nubes ofrecen un espectáculo en constante cambio. Por la mañana, el vapor se condensa en nubes parecidas a bolas de algodón, los aru. Con el paso de las horas, ganan altura y se reagrupan tomando la fuerza necesaria para formar una nube tormentosa, el cumulonimbus, la formación nubosa más peligrosa.



Se forma un arcoíris al caer intensamente la lluvia en la región de Auaris, en la sierra de Parima. Reserva Forestal de Parima, Tierra Indígena Yanomami. Estado de Roraima, 2018.

 


La lluvia intensa oculta la sierra del Padre, localizada en la sierra de la Neblina, en la región de Maturacá, municipio de Sao Gabriel de Cachoeira, Estado de Amazonas, 2018.


 

MONTAÑAS. De llanuras a relieves inimaginables.

Aunque los Andes proporcionan la mayor parte del agua que alimenta al Amazonas, Brasil también tiene montañas. La sierra Imeri, la mayor cordillera, es frontera natural con Venezuela, en el extremo norte. Su punto más alto es el Pico de la Neblina, 2.995 m. Lo que llama la atención de las montañas es la selva tropical que cubre sus primeras laderas, cuya vegetación va escaseando hasta interrumpirse en la roca desnuda. En el estado oriental de Roraima, el monte Roraima, perteneciente a la sierra de Pacaraima, es una formación geológica diferente. Entra en la categoría de los tepuyes, que albergan plantas y especies endémicas. El Parque Nacional de la Sierra del Aracá protege una cordillera de belleza excepcional. Su relieve accidentado propicia las cascadas de Eldorado y del Desabamento, las más altas de Brasil.



Monte Roraima, situado en la triple frontera entre Brasil, Venezuela y Guyana. Parque Nacional del Monte Roraima. Tierra Indígena Raposa-Serra do Sol. Estado de Roraima, 2018.

 



Sierra de Marauiá. Municipio de Sao Gabriel da Cachoeira. Tierra Indígena Yanomami. Estado de Amazonas, 2018.


 

ANAVILHANAS. Un archipiélago que cambia.

En la inmensidad de la selva, la batalla entre la tierra y el agua dio origen al mayor archipiélago de agua dulce del mundo, el Anavilhanas, gigantesco rompecabezas en el que solo los patrones de barco experimentados pueden navegar con seguridad. Las áreas de tierra están cubiertas por una densa vegetación tropical. Los islotes, entre 350 y 400, pueden desaparecer temporalmente o para siempre en la estación de las lluvias.



Las aguas oscuras del río Negro brillan claras con la luz del sol y se vuelven absolutamente negras cuando no están iluminadas. Parque Nacional de Anavilhanas. Estado de Amazonas, 2009. 


Las cerca de 400 islas se reparten en 400 km del curso del río Negro. A 80 km de Manaos, el río Negro desemboca en el Solimoes para formar el Amazonas. Parque Nacional de Anavilhanas. Estado de Amazonas, 2009.

 


INSTITUTO TERRA.

Creación de Salgado para la reforestación de zonas deforestadas.


Esta imagen de 2001, apenas tres años después de la creación del Instituto Terra, muestra la aridez y el estado de degradación ambiental del suelo. Las pequeñas manchas que se ven en la tierra son los hoyos donde se colocaron los plantones.

 



Imagen del mismo lugar en 2022, ya con una exuberante vegetación, fruto del trabajo de reforestación realizado.


 

ZO´E (nosotros).

Este pueblo indígena vive al norte del Amazonas, en las selvas del estado de Pará, casi en la frontera entre Brasil y las Guayanas, de relieve elevado y difícil acceso. Hablan una lengua de la familia tupi-guaraní. Creen que, al principio de los tiempos, otros animales como los jaguares, también eran personas. Este aspecto humano presente en los animales hace que rindan homenaje a las cacerías. Las mujeres usan collares finos hechos de conchas de caracol y diademas de plumas de buitres reales. Son los únicos que llevan el poturu, un disco de madera en el labio inferior.



Teré y Kewá con aves criadas como mascotas. Tierra Indígena Zo´é. Estado de Pará, 2009. 



En primer plano, los hombres adultos Háj y Sinérayt verifican sus flechas después de una jornada de pesca con arco. Entre ellos, la niña Wyréhehéj los observa. Los zo´é utilizan más tipos de flechas que otros grupos indígenas. Tierra Indígena Zo´é. Estado de Pará, 2009.


 

SURUWAHÁ.

Instalados en el estado de Amazonas, eligieron vivir en aislamiento casi total. Producen todo el alimento que consumen. Usan arco y cerbatana, con flechas de puntas envenenadas, para cazar. No tienen líderes oficiales, pero los mejores cazadores de tapires son considerados madi iri karuji, “personas de valor”. Resaltan su cuerpo fuerte como señal de salud. La fuerza muscular se pone de manifiesto en las actividades colectivas. Tienen un alto índice de suicidios por ingestión de timbó (Derris elliptica), que usan para pescar. Creen en la existencia de tres cielos destino de los muertos: los que mueren fuertes y saludables, los que fueron picados por serpientes y los viejos.


A la izquierda, con la cara pintada de jaguar, Amiahini amamanta a su bebé; más al fondo, Mawini; a su izquierda, sentada, Kuxuma sostiene a su bebé; a su izquierda, de pie, Tiabariu, también con cara de jaguar; a la izquierda de esta, Atuniani con su hijo. De pie, en el fondo, Hatiri es la persona más alta. Tierra Indígena Suruwahá. Estado de Amazonas, 2017. 


Pesca usando el timbó, conocido como kunaha, en el arroyo Pretao, al que los indígenas llaman Jukihi: desde sus canoas esparcen la sustancia tóxica que paraliza a los peces en zonas de aguas poco profundas o estancadas, especialmente durante la estación seca (de marzo a septiembre). Tierra Indígena Suruwahá. Estado de Amazonas, 2017.

 

AWÁ – GUAJÁ

Pueblo indígena casi aislado que vive en Maranhao. Su nombre mezcla la identificación oficial, Guajá, y su autodenominación, Awá. Habitaban en el estado de Pará, al oeste, pero emigraron a principios del siglo XIX. La destrucción de sus tierras comenzó con el descubrimiento de yacimientos de mineral de hierro en la década de 1970. Se construyeron ferrocarriles y carreteras que cruzaban su tierra, miles de invasores ilegales ocuparon la región y muchas familias awás fueron masacradas. Su territorio también se ha reducido por la tala ilegal intensiva. En la actualidad no pasan de 450 miembros, de los que unos cien viven aislados.



Comunidad awá de la aldea Juriti en un campamento de caza cercano al río Carú. Tierra Indígena Awá-Guajá. Estado de Maranhao, 2013. 



De derecha a izquierda: Typaramatxia Awá, Pira-y-ma-a Awá, Maiakatan Awá, Yui Awá, Yhara Awá, Kiripy-tan Awá, Makoray Awá, Tikakoa Awá y Takuary Awá. Recorren la selva buscando las marcas dejadas en el suelo por los invasores y madereros que violan su territorio. Tierra Indígena Awá-Guajá. Estado de Maranhao, 2013.


 

XINGÚ

El Parque del Xingú es el territorio indígena más conocido. Fue la primera gran reserva creada en el país para proteger a las diferentes etnias. Está situado en el estado de Mato Grosso y en él conviven cerca de 6.000 indígenas de 16 grupos étnicos, pertenecientes a cinco familias lingüísticas. Las aldeas están formadas por casas comunales dispuestas en un perímetro ovalado en torno a una plaza de tierra apisonada, local de eventos públicos. Existe una división social de la producción de bienes, que se negocian en los rituales de intercambio llamados moitarás, que tienen lugar al final de las grandes fiestas, grandes reuniones de habitantes de varias comunidades en rituales conjuntos.


Una familia kamayurá preparada para la fiesta de las mujeres, el Yamurijumá: la chamana Mapulu, de pie con su hijo Takumalu en brazos; sentado, su marido, Raul Awirinapu, con su hija Kailu al otro lado. Tierra Indígena del Xingú. Estado de Mato Grosso, 2005.

 



Preparación para la fiesta de las mujeres, el YUamurikumá, en la aldea kuikuro. Tierra Indígena del Xingú. Estado de Mato Grosso, 2005.


 

YANOMAMI.

Es la mayor etnia indígena de bajo contacto, con cerca de 40.000 personas. Viven en una cadena de montañas y valles en el extremo norte de Brasil, frontera con Venezuela. Se expandieron desde las zonas altas montañosas a las bajas, pero, a partir de los años 60 del siglo XX, al no estar preparados para resistir las enfermedades traídas por los blancos, sufrieron sucesivas epidemias de gripe, malaria, sarampión, etc. En los años 80 los mineros, en número mayor que los indígenas, invadieron la región y murió gran parte de la población. Finalmente, el Gobierno reconoció como territorio indígena toda el área. El chamanismo es un elemento fundamental de la cultura yanomami.



Josane y Aldeni viven en las comunidades de la región del río Demini. Josane es de la aldea Ponto Quebrado y Aldeni de la comunidad Watoriki. Tierra Indígena Yanomami. Estado de Amazonas, 2014.

 


El chamán Ângelo Barcelos (Koparihewë, que significa “jefe de canto” o “voz de la naturaleza”) de la comunidad de Maturacá, interactúa con los espíritus xapiris en visiones durante el ascenso al Pico de la Neblina, la montaña más alta de Brasil. Para los yanomamis es un lugar sagrado al que llaman Yaripo. Tierra Indígena Yanomami. Estado de Amazonas, 2014.

 

MACUXI.

Es uno de los territorios indígenas más antiguos (1919). Su tierra fue ocupada por ganaderos y arroceros a lo largo del siglo XX, primero como préstamo y luego como posesión forzosa, terminando con la expulsión de los indígenas, que vivían concentrados en aldeas, constantemente amenazados. Se movilizaron a partir de 1980 para recuperar sus elementos culturales y el derecho a la tierra. El reconocimiento llegó en 2005. La Tierra Indígena Raposa-Serra do Sol ocupa dos áreas con climas distintos, el sur con campos y el norte con la montaña. Viven unos 26.000 indígenas de cinco pueblos.


En la sierra la selva es más densa, mientras que las llanuras se caracterizan por los campos, que llaman labrado. Tierra Indígena Raposa-Serra do Sol. Estado de Roraima, 2018

 


Monte Roraima, próximo a la comunidad macuxí de Maturuca, la mayor aldea de la región Serra do Sol. Tierra Indígena Raposa-Serra do Sol. Estado de Roraima, 2018.


 

KORUBO

Los korubos son famosos y temidos por la forma como defienden su territorio contra los que lo invaden. Su piel siempre está pintada del rojo de las semillas de urucum, pero fue el color del barro lo que les valió su nombre. Son un pueblo de las tierras altas, lejos de los ríos, pero cuando se acercan se cubren la piel con barro para defenderse de las picaduras de los mosquitos. Cazan animales pequeños con una cerbatana y a los grandes con lanzas. Vivieron aislados hasta la década de 1990. En la actualidad son unos 120 individuos, que viven de forma tradicional.



El niño Tumi Muxavo; Mayá, líder del grupo korubo contactado en 1996, y Nailó con el bebé Manisvo en brazos. Tierra Indígena Korubo del Valle del Yavarí. Estado de Amazonas, 2017.

 



Ayax Punu Korubo, contactado en 2015, y su mono tití-marrón. Río Ituí, Tierra Indígena Korubo del Valle del Yavarí. Estado de Amazonas, 2017.


 

ASHÁNINKA.

Son uno de los grupos con la más antigua historia conocida: registros de su relación económica y cultural con el Imperio inca se remontan al siglo XV. Entonces los llamaban antis y vendían a los incas productos de la selva, como plumas, pieles, algodón, tejidos y plantas, a cambio de objetos de metal, otros tejidos, lana, etc. Este vínculo está registrado hasta en los mitos sobre la creación del mundo y de los hombres. Según su mitología, después de que los españoles (wiracocha) dominaron el territorio, el dios supremo de los asháninkas, Pawa, decidió impedir que los sabios contaran a los invasores los secretos de sus poderes convirtiéndolos en animales y creando la ayahuasca, bebida que pone al hombre en contacto con el mundo espiritual.



Manitzi Asháninka (derecha) y su hijo Tchari o Davizinho. Manitzi significa “jaguar”. Tierra Indígena Kampa del Río Amônea. Estado de Acre, 2016

 



Onatxo y Thowero, hija y nieta de Winko Asháninka, con los hijos pequeños. Tierra Indígena Kampa del Río Amônea. Estado de Acre, 2016.


 

MARUBO.

Como otros pueblos del extremo oeste de la Amazonia, tienen en su mitología una fuerte influencia del recuerdo de sus relaciones con el Imperio inca. Viven en casas comunitarias, malocas, de formato ovalado situadas en el centro de la aldea. Cada casa posee un dueño o líder de la comunidad, responsable de la construcción y del mantenimiento. Su familia ocupa los espacios más próximos a la entrada principal, a modo de guardián. Su población es escasa, poco más de 2.000 indígenas. Su experiencia de convivencia de más de un siglo con los no indígenas se incorpora a la formación de los jóvenes.


En el camino de regreso de las labores agrícolas a la aldea marubo de Maronal, esta familia pasa junto a las raíces de un gran árbol de sumaúma (Ceiba pentandra). Tierra Indígena Marubo del Valle del Yavarí. Estado de Amazonas, 2018.

 



De camino a una pesca colectiva en el río Curuçá: Vinaeua Marubo, en primer plano a la derecha. Tierra Indígena Marubo del Valle del Yavarí. Estado de amazonas, 1998.

 

YAWANAWÁ.

En cincuenta años han pasado de la invisibilidad a una gran exuberancia cultural y se han convertido en una referencia en términos de vida sostenible en armonía con la cultura indígena. En 1970 su comunidad no contaba con más de 120 miembros, con descomposición social y cultural. Se les prohibía hablar su lengua, por parte de los propietarios de plantaciones, para evitar que fueran capaces de reivindicar la propiedad de la tierra. Otra amenaza fue la misión evangélica que impuso el culto cristiano y trató de aniquilar sus ritos tradicionales. En tres décadas, la población se ha multiplicado por diez y se han convertido en la prueba de que, cuando controlan sus tierras, pueden combinar la cultura tradicional con los avances. Han recuperado sus tradiciones y lengua ancestral, pero se conectan con los medios más modernos. Uno de los aspectos más llamativos de la recuperación de sus antiguas tradiciones es el arte plumario (plumas blancas de águila, animal sagrado).



Bela Yawanawá, de la aldea Mutum, con un tocado y la cara pintada. Tierra Indígena del Río Gregório. Estado de Acre, 2016.


 




Miró (Viná) Yawanawá con un sombrero adornado con un pico de águila. Tierra Indígena del Río Gregório. Estado de Acre, 2016.

 

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