Gascueña de Bornova (y II)
Un camino llano, con un canal bien protegido a la
izquierda, con escaleras que bajan hasta él y tajaderas de derivación de agua,
con la hierba brillante y húmeda, nos acerca hasta el puente, más alto que el
primero, los dos sin pretil, con buen piso. Está protegido en los dos lados por
grandes muros de piedra que, además, sustentan el camino y se abren para algún
desagüe. Tiene dos ojos y un pilar central con tajamar triangular contra
corriente. El paso está hecho con vigas modernas. Desde él, en los dos
sentidos, se tiene una buena vista del bravo río.
Se pasa una valla metálica sin puerta y se gira a la
izquierda. A la derecha es el camino a Hiendelaencina. Poco después se ve al
fondo, entre los árboles, una pared blanca y un ruido en aumento. Es el salto
del Bornova, una presa trapezoidal hecha con grandes piedras que embalsa un
agua tranquila y turbia. Servía para dar presión al agua que entraba en el
recinto industrial.
Descanso un momento, oyendo el estrépito del agua. Si me
alejo un poco del río, al amortiguarse su fuerte rumor, su sonido da paso al
canto de los pájaros que celebran el buen día primaveral. Vuelvo por el mismo
camino. A la izquierda queda el pinar de repoblación. Los robles se talaron
para alimentar la fábrica. Atravieso las desiertas y silenciosas ruinas y llego
a la senda. Una rama de un árbol se comba hasta casi tocar el agua. Alguna
semilla ha caído y na nacido una ramita entre unas piedras, ahora, con el nivel
más alto por las pasadas lluvias, cubiertas. La rama grande y la ramita casi se
tocan, parecen familia.
La temperatura ha subido, por lo que me he quitado un
polar fino y me quedo en camiseta. Grave error. No paso calor, pero al
atravesar la zona más enmarañada las zarzas encuentran carne fácilmente. Como
compensación se disfruta del buen estado de conservación y del alto valor
ecológico y paisajístico de la vegetación de ribera, compuesta por alisos,
fresnos, sauces y chopos. Se dice que la pureza de las aguas permite la
existencia de nutrias y peces autóctonos como la boga.
Desde el puente giro a la derecha, en perpendicular, para
regresar al pueblo. Lo que antes era una bajada animosa se ha convertido ahora
en una subida pesada, aunque el camino es bueno. A la espalda se ve en la
lejanía una chimenea cerca de Hiendelaencina. De frente, pronto se ve el telón
de fondo del pueblo, la Sierra del Alto Rey, un macizo del Sistema Central,
pizarroso y de plegamiento anticlinal, que se eleva hasta los 1848 m. En su
cima está la ermita, a la que van en romería el primer sábado de septiembre los
pueblos del contorno, y unas antenas.
Mientras subo voy recordando las leyendas alusivas a la
sierra. Una cuenta que el señor de una tribu prerromana tenía tres hijos que se
llevaban muy mal, guiados por la envidia y la codicia por la herencia de su
padre. Éste, cansado, les maldijo de forma que pudieran verse pero no hablarse,
convirtiéndolos en tres picos extremos de su territorio, Moncayo, Ocejón y Alto
Rey. En la ermita hay una piedra con un grabado que muestra tres cabezas en esa
situación geográfica.
Otra leyenda dice que en una cueva de la falda de la
montaña manaba aceite que procedía del altar de la ermita. El ermitaño lo
recogía para usarlo en el candil de la ermita. Un día, una persona hambrienta
–que pudo ser un pastor que llevaba su ganado o el propio ermitaño- untó el
aceite en pan para comérselo. Desde entonces dejó de manar aceite y empezó a
caer agua.
Con estos pensamientos he llegado al pueblo sediento. Un
pequeño bar no está abierto, según me dicen unos parroquianos que están
esperando. Aprovecho para ir a la iglesia, situada en lo más alto, en un
extremo del pueblo, con no fácil acceso. Es la Iglesia de Nuestra Señora de la
Asunción, de principios del siglo XIII, románico rural, aunque con
modificaciones en los siglos XVI y XVII que la han dejado irreconocible. Está
construida en pizarra y cuarcita, con sillares y mampostería en los muros.
El acceso se realiza por un doble pórtico al mediodía. La
portada interior, la original, uno de los pocos elementos románicos que se
conservan, tiene un arco ligeramente apuntado, dovelado, con tres arquivoltas:
la primera y secunda parecen inacabadas; la exterior, la tercera, está adornada
con puntas de diamante. En el interior guarda una pila bautismal contemporánea
de la iglesia, en piedra caliza. A los pies del templo hay una espadaña, con
dos huecos para campanas con arcos simples de medio punto, rematados
triangularmente y con una cruz de piedra.
A la vuelta me encuentro, casi tropiezo con él tras una
esquina, con un señor que me cuenta detalles de la vida aquí. Dice que en día
normal deben dormir seis o siete. Es la España vacía. Él no soporta Madrid, a
donde va alguna vez porque tiene dos hijos en Leganés. Se extraña cuando le
digo dónde he ido y me anima a que vaya a Prádena otro día. Se me está haciendo
tarde. Los parroquianos que esperaban en la puerta del bar no están. Quizá
están dentro, pero ya no lo compruebo.
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