lunes, 8 de julio de 2019


Gascueña de Bornova (y II)


Un camino llano, con un canal bien protegido a la izquierda, con escaleras que bajan hasta él y tajaderas de derivación de agua, con la hierba brillante y húmeda, nos acerca hasta el puente, más alto que el primero, los dos sin pretil, con buen piso. Está protegido en los dos lados por grandes muros de piedra que, además, sustentan el camino y se abren para algún desagüe. Tiene dos ojos y un pilar central con tajamar triangular contra corriente. El paso está hecho con vigas modernas. Desde él, en los dos sentidos, se tiene una buena vista del bravo río.



Se pasa una valla metálica sin puerta y se gira a la izquierda. A la derecha es el camino a Hiendelaencina. Poco después se ve al fondo, entre los árboles, una pared blanca y un ruido en aumento. Es el salto del Bornova, una presa trapezoidal hecha con grandes piedras que embalsa un agua tranquila y turbia. Servía para dar presión al agua que entraba en el recinto industrial.



Descanso un momento, oyendo el estrépito del agua. Si me alejo un poco del río, al amortiguarse su fuerte rumor, su sonido da paso al canto de los pájaros que celebran el buen día primaveral. Vuelvo por el mismo camino. A la izquierda queda el pinar de repoblación. Los robles se talaron para alimentar la fábrica. Atravieso las desiertas y silenciosas ruinas y llego a la senda. Una rama de un árbol se comba hasta casi tocar el agua. Alguna semilla ha caído y na nacido una ramita entre unas piedras, ahora, con el nivel más alto por las pasadas lluvias, cubiertas. La rama grande y la ramita casi se tocan, parecen familia.



La temperatura ha subido, por lo que me he quitado un polar fino y me quedo en camiseta. Grave error. No paso calor, pero al atravesar la zona más enmarañada las zarzas encuentran carne fácilmente. Como compensación se disfruta del buen estado de conservación y del alto valor ecológico y paisajístico de la vegetación de ribera, compuesta por alisos, fresnos, sauces y chopos. Se dice que la pureza de las aguas permite la existencia de nutrias y peces autóctonos como la boga.



Desde el puente giro a la derecha, en perpendicular, para regresar al pueblo. Lo que antes era una bajada animosa se ha convertido ahora en una subida pesada, aunque el camino es bueno. A la espalda se ve en la lejanía una chimenea cerca de Hiendelaencina. De frente, pronto se ve el telón de fondo del pueblo, la Sierra del Alto Rey, un macizo del Sistema Central, pizarroso y de plegamiento anticlinal, que se eleva hasta los 1848 m. En su cima está la ermita, a la que van en romería el primer sábado de septiembre los pueblos del contorno, y unas antenas.



Mientras subo voy recordando las leyendas alusivas a la sierra. Una cuenta que el señor de una tribu prerromana tenía tres hijos que se llevaban muy mal, guiados por la envidia y la codicia por la herencia de su padre. Éste, cansado, les maldijo de forma que pudieran verse pero no hablarse, convirtiéndolos en tres picos extremos de su territorio, Moncayo, Ocejón y Alto Rey. En la ermita hay una piedra con un grabado que muestra tres cabezas en esa situación geográfica.



Otra leyenda dice que en una cueva de la falda de la montaña manaba aceite que procedía del altar de la ermita. El ermitaño lo recogía para usarlo en el candil de la ermita. Un día, una persona hambrienta –que pudo ser un pastor que llevaba su ganado o el propio ermitaño- untó el aceite en pan para comérselo. Desde entonces dejó de manar aceite y empezó a caer agua.



Con estos pensamientos he llegado al pueblo sediento. Un pequeño bar no está abierto, según me dicen unos parroquianos que están esperando. Aprovecho para ir a la iglesia, situada en lo más alto, en un extremo del pueblo, con no fácil acceso. Es la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, de principios del siglo XIII, románico rural, aunque con modificaciones en los siglos XVI y XVII que la han dejado irreconocible. Está construida en pizarra y cuarcita, con sillares y mampostería en los muros.



El acceso se realiza por un doble pórtico al mediodía. La portada interior, la original, uno de los pocos elementos románicos que se conservan, tiene un arco ligeramente apuntado, dovelado, con tres arquivoltas: la primera y secunda parecen inacabadas; la exterior, la tercera, está adornada con puntas de diamante. En el interior guarda una pila bautismal contemporánea de la iglesia, en piedra caliza. A los pies del templo hay una espadaña, con dos huecos para campanas con arcos simples de medio punto, rematados triangularmente y con una cruz de piedra.



A la vuelta me encuentro, casi tropiezo con él tras una esquina, con un señor que me cuenta detalles de la vida aquí. Dice que en día normal deben dormir seis o siete. Es la España vacía. Él no soporta Madrid, a donde va alguna vez porque tiene dos hijos en Leganés. Se extraña cuando le digo dónde he ido y me anima a que vaya a Prádena otro día. Se me está haciendo tarde. Los parroquianos que esperaban en la puerta del bar no están. Quizá están dentro, pero ya no lo compruebo.



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