jueves, 2 de agosto de 2018


El valle del Silencio. 


Los Montes de León y los Montes Aquilanos –de los que los romanos se proveían de agua para su mina de Las Médulas-, con sus picos Teleno y Aquiana respectivamente, dominan la zona. Fueron montes sagrados desde época celta, de cuando quedan trazas de cultos solares, de personificación de la montaña como divinidad solar ancestral, regidora de los ciclos de principio y fin. Ejercieron gran influencia al creer que permitían la comunicación del hombre con las fuerzas que gobernaban los ciclos y procesos del Universo. De ello quedan algunos vestigios arqueológicos: ídolo, inscripciones, petroglifos, círculo de piedra.



Desde Ponferrada sale la carretera LE-158 que se adentra, al sur del Bierzo, entre los dos montes. Se toma un desvío a San Esteban de Valdueza por una carreterita muy estrecha, por la que no pasan dos coches a la par, sumergida en el bosque, con sensación de aislamiento. Se pasa por Valdefrancos (restos de puente romano sobre el río Oza), San Clemente de Valdueza, desvío a Montes de Valdueza (monasterio de San Pedro de Montes, abandonado, comunidad monacal s. VIII) y se llega a Peñalba de Santiago.

Es un pueblo de gran belleza rural, muy característico, perfectamente adaptado a la topografía de la zona y construido con los materiales autóctonos (piedra, madera –roble, castaño- y pizarra), restaurado y convertido, como otros, en un parque temático para el turismo una vez desaparecidas las labores y usos tradicionales. Cuenta con casas rurales, restaurante y bar. Las casas son de planta cuadrangular y presentan tejados –enlosados- de pizarra, muros de piedra –caliza-, corredores de madera en voladizo –a veces con acceso por escalera exterior, algunos cerrados-, parte baja ocupada por cuadra, caballerizas, bodega, y el horno que sobresale en un lado con forma redondeada. El monumento del pueblo es su iglesia, del año 937. Todo parece quedar anclado en el tiempo y en el recuerdo de personajes que lo habitaron.

San Fructuoso, s. VII, estudió al lado del obispo de Palencia, Conancio, después marchó al Bierzo e hizo vida cenobítica en Compludo. Su fama atrajo a muchos, por lo que fundó un monasterio y redactó la primera regla. Buscando la soledad se fue al valle del Oza y erigió con sus seguidores el Monasterio de San Pedro de Montes. Fundó por toda España y fue nombrado Arzobispo de Braga donde murió en 665. El arzobispo de Compostela, Gelmirez, en el año 1102, sacó ocultamente su cuerpo y lo llevó a Santiago, enterrándolo en la cripta de la catedral. Se conoce su vida por uno de sus discípulos, San Valerio, copista y escritor, otro cenobita que vivió, también en el s. VII, retirado en el Bierzo, en el monasterio de San Pedro de Montes.

San Genadio, monje benedictino seguidor de los dos anteriores que realmente no fue santo, nació en el Bierzo en los años 860-870. En el 895 restauró San Pedro de Montes, fue abad en 898 e inició la construcción de un monasterio dedicado a Santiago, en Peñalba, del que queda la iglesia. Sus buenas relaciones con la corte de Alfonso III el Magno le llevaron a aceptar el obispado de Astorga durante unos años a principios del s. X, pero en el 920 volvió al valle del Silencio hasta su muerte en el 936, viviendo entre el monasterio y la cueva, a la que, según tradición, se retiraba cada noche en busca de sosiego y paz espiritual.

Estuvo sepultado en el monasterio, pero a principios del s. XVII se exhumaron sus restos sin autorización y quedaron divididos. Se le reconoce como el primer santo relacionado con el ajedrez (Piezas de San Genadio, origen mozárabe, ss. IX-X). Las cuevas adonde se retiró fueron objeto de veneración, recogiéndose la tierra del suelo porque creían que curaba las calenturas intermitentes. De él se cuentan leyendas como la del unicornio que se encontró en el bosque y siempre le acompañaba, o la que explica el nombre del valle: estando en la cueva, meditando, el murmullo del arroyo le perturbaba, así que con la oración logró cambiar el curso de las aguas, quedando como arroyo del Silencio.

La fama de estos santos atrajo a tantos eremitas que a la zona se la conoce como la Tebaida berciana. Del mismo modo que, en el s. IV, Pablo de Tebas buscó retiro espiritual en el desierto de La Tebaida, en Egipto, otros eremitas (en griego significaba “hombres del desierto”) hicieron aquí lo mismo. El eje lo forma el río Oza, que nace en Montes de Valdueza, en los Montes Aquilanos, y vierte sus aguas al Sil, además de otros arroyuelos como el del Silencio.

Los templos más destacados eran la iglesia de Santiago de Peñalba y el Monasterio de San Pedro de Montes, del que Enrique Gil y Carrasco, en “El Señor de Bembibre”, dijo: “La situación del monasterio, en medio de asperísimas sierras que ciñen el Bierzo por el lado del mediodía, revela bien el terrible ascetismo de sus fundadores, pues está montado sobre un precipicio que da al río Oza, y por todas partes le cercan montes altísimos, riscos inaccesibles y oscuros bosques”.

La visita a la zona debe incluir necesariamente el paseo hasta la cueva. Se sale de Peñalba por la iglesia, hacia abajo, por camino señalizado. La bajada es fuerte y se conjuga con la subida siguiente. Una hendidura de roca viva marca el comienzo del Valle del Silencio, lugar recóndito mezcla de desbordante naturaleza y misticismo. En un paredón calizo se abre la silenciosa cueva que contiene una imagen del santo, libro de firmas, papeles con ruegos de visitantes, etc. Se decía que incluso las gotas no hacían ruido al caer. Desde la entrada, se ve el pueblo. El regreso incluye una variante más alta, haciendo la ruta circular, para llegar al pueblo por el cementerio.



Volvemos a Peñalba, que se arremolina bien apretado en torno a la iglesia. Es hora de reponer fuerzas. Nos atienden muy bien en el Bar-Restaurante “Aromas del Oza”, a la entrada, regentado por Desiderio y Marjolijn, que tienen una buena carta y bodega. Desiderio nos ha explicado antes el camino a la cueva y ahora nos cuenta otros detalles. Son los sonidos en el Valle del Silencio.

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