Fuentelsaz
Entre un paisaje de enebros y sabinas, y con muchos
campos de cereal ya cosechados, llegamos, en un día caluroso de cielo
despejado, a Molina de Aragón, centro del Geoparque
de la Comarca de Molina y Alto Tajo, reconocido por la Unesco como miembro
de la Red Global de Geoparques, el único en Castilla-La Mancha y el más grande
de España -más de 4.300 km2 y 77 núcleos de población-, con paisajes
espectaculares de más de 650 millones de años. Uno de los lugares de interés
geoturístico del Geoparque está en Fuentelsaz,
adonde vamos.
La primera visita es al Centro de Interpretación del
Estratotipo, en el antiguo Palacio del Obispo, con magnífica fachada de
perfecta sillería. Un cartel nos informa: “Las
rocas se formaron en un paisaje de costa semiárida… La acumulación de
sedimentos permite apreciar la evolución de las condiciones ambientales y los
procesos sufridos posteriormente… Éste es “el mejor registro
sedimentario del mundo, reconocido por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas,
para el límite entre el Jurásico Inferior y el Medio”, hace 175 millones
de años.”
Isabel nos abre el museo y nos acompañará toda la noche.
Nos detenemos en los paneles informativos de la evolución geológica, histórica
y paleontológica y ante las piezas expuestas, algunas de aquí mismo. A la luz
inclinada de la tarde paseamos hasta el Mirador
del Estratotipo. Estos lugares se utilizan como modelos para comparar con
otros donde el registro no sea tan completo o no se haya conservado con tanto
detalle. Éste de Fuentelsaz muestra “una
gran continuidad de un conjunto de sedimentos formados en el fondo de un mar
poco profundo y aguas cálidas que cubría esta región a mediados del Jurásico”,
y marca el límite entre los pisos Toarciense y Aaleniense.
De vuelta al pueblo vemos el Ayuntamiento (armónica fachada), casonas con rejería y la pompa de su heráldica, conjunto enlazado de
fuente y lavadero, rodeado de
sombreados pórticos. La iglesia –de
la que se dice construida en el s. XVII- tiene el aspecto de una antigua
iglesia románica –cuyo espíritu duerme aletargado en el interior- que se amplió
posteriormente con una armoniosa nave perpendicular a la anterior que quedó
como transepto, uniéndose en el crucero, y manteniendo la antigua cabecera como
capilla. Tiene un bonito órgano inutilizado y algún cuadro de mérito. En el
exterior se aprecia la forma del ábside semicircular que ha sobrevivido al
desorden artístico, en el que se abrió una gran ventana en 1739, y en el que
permanecen varios canecillos que en tiempos sostuvieron el alero del tejado y
ahora sostienen unos cables eléctricos que, por lo visto, no tienen otro sitio
por el que pasar. Todo el pueblo está muy arreglado y lleno de vida, con muchas
personas –criaturas migratorias- en este periodo vacacional. Parece que las
sombras del pasado permanecen.
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Luismi |
En este tiempo han ido llegando los otros grupos y
hacemos una gran foto: los “fosforitos” de “Ande
Andarás” de Tórtola de Henares, los blancos “pairones” de “Milsenderistas” de Milmarcos y los de
Fuentelsaz y Llumes, como las huestes de Pancho Villa -es de esperar que para
la próxima ocasión luzcan camiseta identificativa-. El crepúsculo, la pérdida
de luz, es rápido. El día extinguiéndose en sombra difusa, el cielo cayendo en
sombras, las sombras alargándose.
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Luismi |
Con una temperatura muy agradable salimos en
la penumbra del día declinante dejando el pueblo a la espalda, a contraluz,
enfrentando nuestros descansados cuerpos a la última luz del ocaso. Por un
paisaje de bosque mediterráneo, con encinas, carrascas, chaparros, vamos, un
tramo por camino y después por senda que obliga a la fila india, aspirando el
olor de plantas aromáticas como tomillo, ajedrea, etc., y acompañados por los
guiños blancos y rojos de los molinos de viento que parpadean en el cielo de la
noche. Sale la luna, rojiza como ayer –día del gran eclipse-. La primera parada
es en una añosa -500- y gran encina. Tranquilidad de la noche.
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José |
En las zonas abiertas el brillo de la luna es suficiente
para iluminar el camino, pero dentro del bosque son necesarios los frontales y
linternas, tan abundantes que hasta un perro lleva. La luna ascendiendo en el
cielo. Luna clara, nocturnos horizontes profundos de susurros y ecos. Hacemos
varias paradas más para reagruparnos, una de ellas tras la fuerte subida de la
Cuesta de Santa Ana que nos lleva bajo el Cerro de la Peña, hierático vigía que
pone de manifiesto el alma calcárea del terreno. La senda asciende despojándose
algo de su escolta vegetal. Después, en la vuelta al pueblo, la senda serpentea
en el horizonte ciego de lomas, con tramos lentos de bajada que se solventan
sin ningún problema -a pesar de que la
oscuridad esconde las líneas y detalles en la negrura del ambiente y no
consiente distinguir las proporciones-, sublimando una existencia hedonista,
engranando nuestra vida con la de los otros. Todos, atrapados en la alegría,
hemos respirado el mismo aire lleno de paz en este encadenamiento de subidas y
bajadas, en esta travesía que es como la vida.
Al lado del Centro de Interpretación hay un magnífico
espacio multiusos que llenamos. Somos más de cien personas, la convocatoria ha
sido un éxito. Las conversaciones chisporrotean mientras degustamos unas migas
–receta en mingaña, como el cartel anunciador- y chocolate, amable invitación
del Ayuntamiento, amigable muestra de deferencia. Los “maños” de la Asociación
Flumes de Llumes han traído, además, un excelente cava aragonés. Amabilidad y
simpatía sin fronteras -Llumes es una población cercana, pero de la provincia
de Zaragoza-.
Al final, Isabel, con una sonrisa alegre que enriquece la
noche, da la palabra a los presidentes de los grupos –en cuyos ojos se advierte
el fulgor febril de la aventura- que expresan breve y unánimemente su
satisfacción por la cantidad de personas que nos hemos reunido. Félix, de “Ande Andarás”, habla del interés de los
que hemos venido de más lejos. El de Fuentelsaz comenta la participación de
muchas personas en la búsqueda de recorrido, selección de sendas, señalización,
etc., y cómo la cautivadora sonrisa de Isabel les ha puesto en marcha a todos.
Nos anima, con indomable perseverancia, a volver a hacer el recorrido, pero de
día, buscando cosas poco tangibles como las emociones. Los demás –intrépidos y
fogosos- añaden simpatía y cordialidad a la cena. Aunque la realidad supera al
vocabulario, todos tendrían más munición descriptiva y sus palabras pintarían
cuadros que podríamos visualizar, pero aquí se acaba.
Estamos a 1.120 m de altitud y, al salir, se nota algo de
fresco que disfrutamos pensando en el calor que hará más al sur. Volvemos a
Molina de Aragón, donde dormimos en la residencia de estudiantes –eficaz
gestión de Luismi, como la marcha-, muy bien. El día va entrando silencioso por
la ventana abierta. Por la mañana, desayuno entre el buen recuerdo que ha
dejado en todos la efectiva organización, el agradable recorrido y las personas
que hemos conocido en este mundo de amistades instantáneas. El personal ha
abandonado el atuendo deportivo y ha recuperado la innata elegancia en el
vestir –especialmente las señoras-, pero este día no se caerá de la memoria.
Molina, coronada de castillo, nos despide.
Cómo siempre, un magnífico relato ver esa sensacional jornada de convivencia y ejercicio.
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