martes, 31 de julio de 2018


Fuentelsaz

Entre un paisaje de enebros y sabinas, y con muchos campos de cereal ya cosechados, llegamos, en un día caluroso de cielo despejado, a Molina de Aragón, centro del Geoparque de la Comarca de Molina y Alto Tajo, reconocido por la Unesco como miembro de la Red Global de Geoparques, el único en Castilla-La Mancha y el más grande de España -más de 4.300 km2 y 77 núcleos de población-, con paisajes espectaculares de más de 650 millones de años. Uno de los lugares de interés geoturístico del Geoparque está en Fuentelsaz, adonde vamos.

La primera visita es al Centro de Interpretación del Estratotipo, en el antiguo Palacio del Obispo, con magnífica fachada de perfecta sillería. Un cartel nos informa: “Las rocas se formaron en un paisaje de costa semiárida… La acumulación de sedimentos permite apreciar la evolución de las condiciones ambientales y los procesos sufridos posteriormente… Éste es “el mejor registro sedimentario del mundo, reconocido por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, para el límite entre el Jurásico Inferior y el Medio”, hace 175 millones de años.”

Isabel nos abre el museo y nos acompañará toda la noche. Nos detenemos en los paneles informativos de la evolución geológica, histórica y paleontológica y ante las piezas expuestas, algunas de aquí mismo. A la luz inclinada de la tarde paseamos hasta el Mirador del Estratotipo. Estos lugares se utilizan como modelos para comparar con otros donde el registro no sea tan completo o no se haya conservado con tanto detalle. Éste de Fuentelsaz muestra “una gran continuidad de un conjunto de sedimentos formados en el fondo de un mar poco profundo y aguas cálidas que cubría esta región a mediados del Jurásico”, y marca el límite entre los pisos Toarciense y Aaleniense.



De vuelta al pueblo vemos el Ayuntamiento (armónica fachada), casonas con rejería y la pompa de su heráldica, conjunto enlazado de fuente y lavadero, rodeado de sombreados pórticos. La iglesia –de la que se dice construida en el s. XVII- tiene el aspecto de una antigua iglesia románica –cuyo espíritu duerme aletargado en el interior- que se amplió posteriormente con una armoniosa nave perpendicular a la anterior que quedó como transepto, uniéndose en el crucero, y manteniendo la antigua cabecera como capilla. Tiene un bonito órgano inutilizado y algún cuadro de mérito. En el exterior se aprecia la forma del ábside semicircular que ha sobrevivido al desorden artístico, en el que se abrió una gran ventana en 1739, y en el que permanecen varios canecillos que en tiempos sostuvieron el alero del tejado y ahora sostienen unos cables eléctricos que, por lo visto, no tienen otro sitio por el que pasar. Todo el pueblo está muy arreglado y lleno de vida, con muchas personas –criaturas migratorias- en este periodo vacacional. Parece que las sombras del pasado permanecen.



Luismi
En este tiempo han ido llegando los otros grupos y hacemos una gran foto: los “fosforitos” de “Ande Andarás” de Tórtola de Henares, los blancos “pairones” de “Milsenderistas” de Milmarcos y los de Fuentelsaz y Llumes, como las huestes de Pancho Villa -es de esperar que para la próxima ocasión luzcan camiseta identificativa-. El crepúsculo, la pérdida de luz, es rápido. El día extinguiéndose en sombra difusa, el cielo cayendo en sombras, las sombras alargándose. 
Luismi

Con una temperatura muy agradable salimos en la penumbra del día declinante dejando el pueblo a la espalda, a contraluz, enfrentando nuestros descansados cuerpos a la última luz del ocaso. Por un paisaje de bosque mediterráneo, con encinas, carrascas, chaparros, vamos, un tramo por camino y después por senda que obliga a la fila india, aspirando el olor de plantas aromáticas como tomillo, ajedrea, etc., y acompañados por los guiños blancos y rojos de los molinos de viento que parpadean en el cielo de la noche. Sale la luna, rojiza como ayer –día del gran eclipse-. La primera parada es en una añosa -500- y gran encina. Tranquilidad de la noche.

José

En las zonas abiertas el brillo de la luna es suficiente para iluminar el camino, pero dentro del bosque son necesarios los frontales y linternas, tan abundantes que hasta un perro lleva. La luna ascendiendo en el cielo. Luna clara, nocturnos horizontes profundos de susurros y ecos. Hacemos varias paradas más para reagruparnos, una de ellas tras la fuerte subida de la Cuesta de Santa Ana que nos lleva bajo el Cerro de la Peña, hierático vigía que pone de manifiesto el alma calcárea del terreno. La senda asciende despojándose algo de su escolta vegetal. Después, en la vuelta al pueblo, la senda serpentea en el horizonte ciego de lomas, con tramos lentos de bajada que se solventan sin ningún problema  -a pesar de que la oscuridad esconde las líneas y detalles en la negrura del ambiente y no consiente distinguir las proporciones-, sublimando una existencia hedonista, engranando nuestra vida con la de los otros. Todos, atrapados en la alegría, hemos respirado el mismo aire lleno de paz en este encadenamiento de subidas y bajadas, en esta travesía que es como la vida.




Al lado del Centro de Interpretación hay un magnífico espacio multiusos que llenamos. Somos más de cien personas, la convocatoria ha sido un éxito. Las conversaciones chisporrotean mientras degustamos unas migas –receta en mingaña, como el cartel anunciador- y chocolate, amable invitación del Ayuntamiento, amigable muestra de deferencia. Los “maños” de la Asociación Flumes de Llumes han traído, además, un excelente cava aragonés. Amabilidad y simpatía sin fronteras -Llumes es una población cercana, pero de la provincia de Zaragoza-.



Al final, Isabel, con una sonrisa alegre que enriquece la noche, da la palabra a los presidentes de los grupos –en cuyos ojos se advierte el fulgor febril de la aventura- que expresan breve y unánimemente su satisfacción por la cantidad de personas que nos hemos reunido. Félix, de “Ande Andarás”, habla del interés de los que hemos venido de más lejos. El de Fuentelsaz comenta la participación de muchas personas en la búsqueda de recorrido, selección de sendas, señalización, etc., y cómo la cautivadora sonrisa de Isabel les ha puesto en marcha a todos. Nos anima, con indomable perseverancia, a volver a hacer el recorrido, pero de día, buscando cosas poco tangibles como las emociones. Los demás –intrépidos y fogosos- añaden simpatía y cordialidad a la cena. Aunque la realidad supera al vocabulario, todos tendrían más munición descriptiva y sus palabras pintarían cuadros que podríamos visualizar, pero aquí se acaba.



Estamos a 1.120 m de altitud y, al salir, se nota algo de fresco que disfrutamos pensando en el calor que hará más al sur. Volvemos a Molina de Aragón, donde dormimos en la residencia de estudiantes –eficaz gestión de Luismi, como la marcha-, muy bien. El día va entrando silencioso por la ventana abierta. Por la mañana, desayuno entre el buen recuerdo que ha dejado en todos la efectiva organización, el agradable recorrido y las personas que hemos conocido en este mundo de amistades instantáneas. El personal ha abandonado el atuendo deportivo y ha recuperado la innata elegancia en el vestir –especialmente las señoras-, pero este día no se caerá de la memoria. Molina, coronada de castillo, nos despide.








1 comentario:

  1. Cómo siempre, un magnífico relato ver esa sensacional jornada de convivencia y ejercicio.

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