lunes, 1 de septiembre de 2025

Jasón y las furias.

El programa del Festival de Teatro Clásico de Mérida dice sobre la obra “Jasón y las furias”, de Nando López:

Alcanzar el vellocino de oro debía de haber sido su mayor hazaña, pero acabó convirtiéndose en el inicio de su desgracia. Tras hacerse con él gracias a la ayuda de Medea, Jasón le jura amor eterno y ambos huyen en busca de un lugar que los acoja. Al llegar a Corinto, Jasón pide ayuda al rey Creonte, pero este, a cambio de asilo, le exige casarse con su hija Creúsa. Cansado de su vagar apátrida, Jasón accede y rompe su juramento. La traición a su palabra desata la ira de Medea y provoca la llegada de las Furias, enviadas por los dioses para obligarlo a que se enfrente a su pasado: solo si desciende a los infiernos podrá salvarse del baño de sangre que Medea está dispuesta a infligirle. Aunque si no logra reconstruir bien todos sus pasos, tal vez ni siquiera bajar al Hades sea suficiente…



El texto se basa en las Argonáuticas de Apolonio de Rodas y de Valerio Flaco y en las obras que hablan de Medea como las de Séneca y Eurípides. Se trata de un drama universal que, mediante la humanización de los personajes, trata de ir más allá de los mitos hasta llegar a las violencias actuales mediante un texto que combina un aliento poético con una verdad cruda. Tiene un punto de vista político, de actualidad, debido a la atemporalidad de problemas como las personas migrantes, el genocidio, el asesinato. En esta historia de Jasón y Medea resuenan ecos del siglo XXI, es una reflexión sobre la migración, el poder de los tiranos y la fragilidad del amor frente a la ambición y la violencia. La mirada muy humana de los protagonistas nos lleva a temas como la violencia patriarcal, la violencia vicaria (sobre los hijos para herir a la mujer o al hombre), la noción de heroicidad. Toda la aventura de Jasón se da por pasada y únicamente aparece en destellos ocasionales, en recuerdos del pasado a partir de la consecución del vellocino y en los reproches de Medea, por olvidar su ayuda para conseguirlo, a un Jasón preocupado por salvar a sus hijos.




Los principales personajes son Medea (inteligente, pero arrastrada por la pasión), Jasón (símbolo de la sociedad patriarcal), las Furias (símbolo del remordimiento), Creón o Creonte (rey de Corinto, padre de Glauce o Creúsa), Glauce o Creúsa (desplaza a Medea al casarse con Jasón), Orfeo y Pólux (en los infiernos).




La tradición literaria, desde Eurípides, ha consagrado estas dos figuras, una negativa y la otra positiva, Medea y Jasón. Éste no hubiera conseguido el vellocino sin la ayuda de ella. Medea se debate entre el amor a un extranjero y el amor a su patria, vacila, como recuerda Ovidio en su Metamorfosis, pero al final elige a Jasón. Lo hace por amor, porque “fue alcanzada con la flecha de Eros por culpa de Afrodita”, según Apolonio de Rodas. Incluso favorece la muerte de su hermano Apsirto. Ha abandonado su tierra (la Cólquida), renuncia a su familia y sigue ayudando a Jasón (rejuvenece a Esón y engaña a las hijas de Pelias), pero sigue siendo extranjera, una “bárbara”, una inferior, tolerada hasta que Jasón la repudia y se convierte en una mujer irracional que antepone su instinto de venganza al amor por sus hijos.




Medea se ha convertido en un símbolo intemporal de la revuelta femenina al vivir en una Grecia dominada por hombres, sin derechos por ser mujer y su situación empeorada por ser extranjera. Su situación es el espejo de la sociedad griega que temía rechazaba al diferente, al que no ha nacido en la Grecia civilizada, al extranjero que viene de una patria exótica y desconocida, de un mundo arcaico que responde a leyes primitivas. Medea es una bárbara, una exiliada, que tiene en contra los prejuicios, los miedos y las hipocresías de una cultura que no admite lo diferente.




A través de Medea se exploran temas universales como el amor, la traición, la venganza, el conflicto entre pasión y razón. Desafió las convenciones sociales y morales de su época y ofreció una visión humana de dilemas emocionales y éticos que trascienden el tiempo y el espacio, como la injusticia, la marginación, el costo emocional de la venganza, etc. Medea es un personaje complejo y controvertido, figura ambivalente que toma decisiones terribles movida por el dolor y la ira después, ni villana ni heroína. Un enfoque humano muestra las razones de su actuación sin justificarlas.




La denuncia de la opresión de las mujeres (estructuras patriarcales) y la injusticia de ser tratada como forastera (xenofobia) inciden en cómo se perpetúa la desigualdad y la violencia. Si Medea pudiera representar la fuerza de las emociones sin control, Jasón encarnaría el pragmatismo y la frialdad, aunque en este montaje se humaniza en el amor a sus hijos. La pasión puede destruir al individuo y a quienes lo rodean, el descontrol de las emociones y la falta de equilibrio emocional puede llevar a actos irreparables y la venganza es un triunfo amargo.




Ya en el siglo XX hubo nuevas interpretaciones del mito que rehabilitaron la figura de Medea, convirtiéndola en feminista antes de tiempo, en portavoz de la denuncia del racismo y la xenofobia, en avanzada de los debates sobre género y derechos humanos, dándole relevancia contemporánea.



El director, Antonio C. Guijosa, realiza un montaje intenso, de ritmo alto, sin pausa, con una potente estética y un eficiente trabajo escénico. El decorado simula un puerto, con barcos, redes, etc. Los materiales son polivalentes: vela de barco como telón y pantalla de proyección; barco móvil que sirve de asiento y escalera. La variada iluminación incluye el protagonismo de sólo una parte del escenario, derecha o izquierda. Los efectos especiales (humo, fuego) contribuyen y realzan las escenas.






 

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