domingo, 22 de junio de 2025

Puyarruego

Puyarruego (Huesca) es un lugar que, tradicionalmente, tuvo 16 casas. Su nombre hace referencia a una colina entre dos ríos o a una colina roja. Las casas, agrupadas en manzanas amplias, ocupan la parte alta de una pequeña colina que se alza entre los ríos Bellos (al norte) y Yesa (al sur). Las viviendas se instalan en la parte central, limitadas, al este y al oeste, por los pajares y las eras. Si el nombre se relaciona con el color rojo es porque hace referencia al material sobre el que están construidas las casas: se trata de una formación típica –el mallacán- de todas las terrazas fluviales de la comarca de Sobrarbe, donde los cantos rodados gigantescos a veces y la argamasa que los envuelve, así como el suelo desarrollado sobre ellos presentan una coloración rojiza. Esta terraza fluvial se sitúa sobre margas de color gris. Son las mismas margas sobre las que han labrado sus cauces, al pie del pueblo, los ríos Bellos y Yesa. 

No aparece mencionado en los documentos medievales como un núcleo diferenciado en la Edad Media, era sólo un anejo al lugar del Muro de Bellos, el pueblo matriz encaramado en la montaña –al otro lado del Yesa- para defenderse frente a cualquier ataque. De aquellos tiempos oscuros procede el privilegio real que hacía infanzones a todos los vecinos del pueblo, en 1360 el rey Pedro IV reconoció la hidalguía perpetua a los habitantes. En el siglo XVI se trasladó al valle parte de la población de Muro: en aquel tiempo creció Puyarruego, se construyó la iglesia parroquial y también se levantaron las mejores casas del pueblo, así como un sólido puente sobre el río Bellos. Cerca del puente existía ya en la misma época un molino harinero que ha llegado hasta nuestros días.

Aunque Puyarruego nunca fue un lugar de señorío, residió aquí una familia que señoreó varios pueblos. Los Bardaxí, en su gran caserón del centro del pueblo tenían una capilla dedicada a San José y en la iglesia parroquial disponían de una capilla bajo la advocación de San Victorián. Allí construyeron una cripta para los curiosos enterramientos sedentes de los difuntos de la familia. Hubo entre los Bardaxí numerosos clérigos e inquisidores a lo largo de los siglos XVII y XVIII. En esta última centuria alcanzó la familia su época de mayor esplendor. Dionisio Bardaxí y Azara nació en Puyarruego el día 9 de octubre de 1760, sobrino del embajador Nicolás de Azara y del gran naturalista y explorador del Paraguay Félix de Azara, Dionisio siguió estudios eclesiásticos. Fue a Roma en 1792 como auditor del Tribunal de la Rota. Vivió en la ciudad los agitados años que llegaron tras la Revolución francesa y la entrada de Napoleón en Italia. El Papa, que el Emperador francés llevó a Fointainebleau, eligió al prelado de Puyarruego como acompañante en el destierro y al concluir éste lo hizo cardenal. Antes de morir en la Ciudad Eterna, el príncipe de la Iglesia se acordó de la aldea pirenaica donde había nacido: dejó en su testamento cien doblones para la iglesia parroquial y otros cien para que se emplearan en beneficio del pueblo.


La construcción tradicional emplea para los muros la piedra, obtenida en los lechos de los ríos que están a ambos lados del pueblo y en la propia colina donde se alza el caserío. Al proceder de cauces fluviales y de una terraza también fluvial, ofrecen formas redondeadas. Los cantos se asientan con argamasa de cal producida aquí y de arena.  Los tejados construidos con losas de arenisca calcárea se han sustituido en la mayoría de las construcciones por cubiertas de materiales industriales. Todas las casas disponen de bodegas y alguna también de horno para el pan, aunque la mayoría de los vecinos panea en hornos colectivos.

Todos los vecinos del pueblo se dedicaban a la agricultura y a la ganadería explotando patrimonios poco extensos en los que obtenían producciones de subsistencia.



En la vida de Puyarruego han tenido gran importancia los ríos. Con las aguas de los que corren a los pies del pueblo se regaban las huertas. El Cinca –al que van a parar los caudales del Bellos y de Yesa- arrastraban las nabatas camino del mar. En todos ellos abundaba la pesca. La gente conocía una gran variedad de técnicas que le permitían atrapar truchas, madrillas, barbos y anguilas en todas las épocas del año: para cada estación, para cada río, para cada especie existía una forma de pescar. 

Desde la Baja Edad Media, la madera de los valles pirenaicos era codiciada por clientes del Valle del Ebro y de Tortosa, desde donde podía ser distribuida por mar. La especie más apreciada era el pino silvestre mientras el haya y el quejigo sólo se demandaban en reducidas cantidades. Los mejores troncos se elegían para transportarlos en forma de vigas para ser usados en carpintería, en la construcción o en los astilleros. Los árboles se cortaban, “picar madera”, en invierno, sobre todo en los días de mengua de enero porque así resistían mejor el ataque de parásitos. Este trabajo lo llevaban a cabo los picadores o leñadores que actuaban en cuadrillas y se alojaban en chozas en el propio bosque. Las exiguas economías eran completadas con estos trabajos. Después de cortados, los troncos eran sacados del bosque tirando con bueyes o con mulos hasta los ríos. Ya en primavera estos maderos se arrojaban al agua y comenzaba la tarea de barranquiar: conducir los maderos sueltos por los ríos pequeños guiándolos desde la orilla, con largas pértigas, hasta alcanzar el río Cinca en cuya orilla se formarían las grandes navatas.

Puyarruego está ubicado en un cerro que domina una de estas playas fluviales, donde los navateros dedicaban cinco o seis jornadas de trabajo en formar grandes plataformas atando un tronco junto a otro. En su extremo frontal y en el posterior se ubicaban los remos, de hasta once metros de longitud, para guiar la navata por el agua. En mayo, cuando los ríos recibían las aguas del deshielo, comenzaba el viaje de las navatas. Desde Puyarruego en una jornada alcanzaban Monzón, en el segundo día llegaban a Fraga y al día siguiente ya navegaban por el Ebro. En otros cuatro días alcanzaban los aserraderos de Tortosa. Tras vender los troncos los navateros emprendían el regreso al Sobrarbe, andando o en ferrocarril. Así se ponía fin a un trabajo de meses de talar y limpiar troncos, transportarlos y formar las navatas. Un oficio que se fue abandonando en el siglo XX con la llegada de las carreteras al Pirineo. Hoy las navatas descienden una vez al año como recuerdo festivo de aquel duro trabajo. 

Otro recuerdo de aquella época es la ruta de los navateros cuyo primer punto es el puente. El actual se construyó en la década de 1980, cuando se abrió la carretera que sube hacia Buerba. Para construirla, se derribó el viejo puente, una obra excelente levantada en el siglo XVI por el cantero Pedro Pedenos de San Bobiri, autor de las iglesias de Laspuña, Labuerda y Ceresa. El punto dos es el camino del valle de Vió, camino tradicional que seguía el mismo trazado que la actual carretera. Este camino era una cabañera, por la que transitaban los grandes rebaños transhumantes. En junio subían de la Tierra Plana hacia los puertos de Góriz. En octubre descendían haciendo el recorrido inverso. 

Belsierre

El punto tres es el molino, construcción de origen medieval para moler cereal. Perteneció a la baronía de Pallaruelo, que señoreaba en el siglo XVI el lugar de Escalona. En la década de 1920 se convirtió en central eléctrica que abasteció a varios pueblos de Sobrarbe entre los que se contaba Boltaña. El punto cuatro se refiere a Monte Perdido, la cumbre más alta del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, al que da nombre, así como el macizo calcáreo más alto de Europa. El conjunto de los picos Cilindro 3328 m, Monte Perdido 3349 m y Añisclo 3263 m, es conocido como las Tres Sorores o Treserols y de él parten cuatro de los valles más bonitos del Pirineo: Ordesa, Añisclo, Escuaín y Pineta. Los puntos cinco y seis se refieren a Belsierre y a la ruta a Añisclo.

En lo alto del pueblo, en una antigua era reconvertida en coqueta plaza con mirador sobre el río Bellos, el viajero entabla conversación con un lugareño que no parece agobiado por el trabajo y que le cuenta aspectos de la vida del pueblo y del monumento al navatero, allí situado. Esa tarde habrá una caminata desde Laspuña y Escalona hasta aquí, en recuerdo de la actividad. En esa ruta se ha construido un puente tibetano para cruzar el río Yesa y, como el viajero quiere verlo, el lugareño le indica el camino que baja asfaltado hasta el cementerio, convirtiéndose en agradable senda, sombreada por el bosque en algunos tramos.


En el camino hay unos carteles informativos que hablan de la vegetación autóctona. En aragonés se denomina pocino al lado septentrional de una montaña, que es el umbroso, en tanto que solano es el lado meridional. En Puyarruego, el pocino ofrece un tapiz vegetal tupido y variado: hay aquí olmos, pinos, quejigos, fresnos, mostajos, bojes y una gran variedad de plantas que buscan la frescura de las umbrías. En el solano se ven carrascas, enebros, almeces y distintas plantas a las que gustan los ambientes luminosos y algo xerófilos. 

El quejigo es uno de los árboles más representativos de la comarca, alcanzando algunos ejemplares un porte magnífico. Se deshoja en otoño. Las bellotas y las hojas se empleaban para alimento de cerdos, cabras y ovejas, y la madera tenía varios usos, las cubas para vino y la construcción.

Las laderas xerófilas son margosas, de suelos pobres y escasos, y que sólo soportan árboles más resistentes como el enebro (hojas aguzadas y madera perfumada; se extrae aceite para curar heridas del ganado), la sabina o la aliaga. 

El bosque autóctono, el que probablemente cubría primitivamente las terrazas fluviales de los ríos Bellos y Yesa, que ahora son campos de cultivo, tiene, como árbol más abundante, la carrasca, con ejemplares de buen porte. Aparecen también enebros, quejigos y pinos y en el sotobosque abundan el boj, la aliaga y el romero. La carrasca es el árbol emblemático de Sobrarbe, del que aprovechaban las bellotas como alimento para cerdos y la madera para leña o para hacer carbón. La madera es muy pesada, con escaso uso en carpintería (mazas y ciertas partes del arado como la reja -en un capitel de San Juan de la Peña aparece el viejo arado romano-). Al pie de algunas crece la trufa, el más codiciado de los hongos.

Un arbusto interesante es el guillomo, corniera en aragonés, de flores blancas que producen unos frutos pequeños y dulces. Su madera es densa y se usaba para tres fines principales: fabricar escobas muy toscas –baleras- con las que se barría el cereal en la era; para púas en los rastrillos con los que se recogía la hierba o la mies recién segada y para fabricar brecas, unos palos aguzados usados como broche para enlazar las mantas o mandiles, de cáñamo o de lana, donde se transportaba la mies. 

La betelaina es un arbusto de hojas aterciopeladas del que se obtenían buenas varas que se usaban para colgar cosas y como bordón para andar por el monte o para guardar el ganado.  A veces se citaba en las amenazas. 

El bucho, boj, abunda mucho. Es arbusto de madera densa y fina que ha sido muy empleada tradicionalmente para fabricar cucharas, mangos de cuchillos, objetos finos con decoración –como estuches y tapones de recipientes- y varias piezas de las sogas con las que se ataba la carga sobre el lomo de las bestias.

La borraja silvestre sirve como ingrediente fundamental para un dulce típico del lugar, los crespillos, en los que la pasta envuelve una hoja de la planta.



Cuando se empezaron a cultivar parcelas en medio del bosque para sembrar cereal, fue necesario un largo trabajo de preparación: primero se talaron los árboles y los arbustos, después se arrancaron las raíces y luego se aró el terreno. Pero, al pasar la reja del arado, se levantaron muchos cantos rodados de los que forman la terraza fluvial. Estos cantos, muy grandes a veces, se iban apartando hacia los bordes de la parcela, donde se acumulaban en toscos muros que, además de proteger el campo, servían como depósito para las piedras. Por eso son tan espesas las paredes marginales.


Peña Montañesa 


El paseo por la senda solitaria es muy agradable y conforme crece la mañana se agradece la sombra de los árboles, aunque todo el trayecto no es en el interior del bosque. De pronto, el puente aparece ante la vista cruzando el río Yesa. Se ha inaugurado el día tres de mayo, después de rehabilitar y señalizar el camino navatero entre Escalona y Puyarruego, a cargo del ayuntamiento de Puértolas. La “Asociación de Nabateros de Sobrarbe” realizó un acto simbólico de cesión del testigo (un verdugo) por parte de un navatero de más edad a otros jóvenes.




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