viernes, 12 de abril de 2024

Entre el Bosco y Sorolla.



El Museo de Bellas Artes de Valencia se creó en 1837 como Museo Provincial para albergar los bienes muebles procedentes de la desamortización del patrimonio eclesiástico. En 1913 se le asignaron también las demás colecciones estatales de Valencia y, en 1984, se transmitió a la Comunidad Valenciana, que siguió adquiriendo obras. El núcleo más importante lo constituyen los pintores valencianos, entre los que destacan José de Ribera, Mariano Salvador Maella, Vicente López o Joaquín Sorolla. Pero se enriquece con otras piezas de distintas procedencias geográficas y de grandes maestros. Algunas obras del Museo pueden verse en esta exposición en la Fundación María Cristina Masaveu, Madrid.



Joan Reixach (Valencia, 1431 / 1486), San Jaime y san Gil abad, 1450-1460, temple, óleo y oro sobre tabla.

Maestro de Altura (segunda mitad s. XV), Santa Catalina de Alejandría, 1450, temple y óleo sobre tabla.

 

Jheronimus van Aken, El Bosco, (S-Hertogenbosch, Brabante septentrional, 1450-1516), Tríptico de la Pasión o de los improperios: Coronación de espinas, 1510-1520, óleo y oro sobre tabla.

Procede de la colección de Mencía de Mendoza, marquesa de Cenete, quizá la mujer más cultivada del siglo XVI español. Casó en segundas nupcias con Fernando de Aragón, duque de Calabria, y se convirtió así en virreina de Valencia. En la capital se dispuso el enterramiento de sus padres y el suyo propio en la Capilla Real del Convento de Santo Domingo, que fue dotada de un rico ajuar artístico, en el que destacó esta soberbia pieza.

Miguel Esteve (Xátiva, Valencia, 1485 – Valencia, 1527), Sagrada Familia, 1520, óleo sobre tabla.




Juan Sariñena (Aragón, 1545 – Valencia, 1619), Salvator mundi, 1600, óleo sobre lienzo.

Sariñena se formó en Roma antes de 1580, fecha en que se lo documenta en Valencia, cuyo panorama artístico estaba dominado por la influencia de Joan de Jopanes, y en él Sariñena introdujo la sencillez de la contramaniera romana y un incipiente realismo que fue muy del gusto del arzobispo. En un ambiente marcado por la aplicación de los preceptos de la Contrarreforma, supo crear imágenes devocionales que orientaron el arte valenciano hacia el naturalismo del Barroco.

 



Joan de Joanes (¿Valencia?, 1505 – Bocairent, Valencia, 1579), Pentecostés o Venida del Espíritu Santo, 1578, óleo sobre tabla.

El estilo de Joanes parte del Renacimiento practicado por su padre, Vicente Macip, quien a su vez lo había adquirido de Paolo de San Leocadio. No obstante, la madurez de su pintura a partir de los años treinta, con un sabio manejo de las formas de Rafael y una tendencia al amaneramiento romanista, no se explica sin una profunda reflexión sobre las obras de Sebastiano del Piombo, que habían llegado a Valencia con el diplomático Jerónimo Vich y Valterra en la tercera década del siglo.






José de Ribera (Xátiva, Valencia, 1591 – Nápoles, 1652), San Andrés, 1630-1640, óleo sobre lienzo.

Ribera se formó en Valencia, quizá en el taller de los Ribalta, pero pasó muy joven a Italia, donde definió su personal estilo. En Roma absorbió el naturalismo extremo de Michelangelo Merisi da Varavaggio, pero fue en Nápoles donde desarrolló su realismo descarnado, tanto en las escenas religiosas de gran dramatismo como en sus medias figuras de filósofos y santos basados en modelos del natural, de los que este San Andrés es un formidable ejemplo: un santo visionario que alza sus ojos hacia una divinidad oculta al espectador.

 



Pieter Paul Rubens (Siegen, Westfalia, 1577 – Amberes, 1640) y taller, La Virgen con el Niño o Virgen de Cumberland, 1620, óleo sobre tabla.

Rubens fue el pintor de más éxito en la Europa de las primeras décadas del siglo XVII. En su obra supo conjugar el naturalismo con el rico colorido de origen veneciano y una tendencia natural hacia la teatralidad escenográfica. En esta Madonna, que sigue el modelo que ya empleó en el Tríptico Michielsen de Amberes (1618, Koninklijk Museum voor Schone Kunsten), el artista flamento consigue despojar la escena de todo contenido religioso para retratar de manera magistral el amor y la preocupación de una madre por su hijo.






Vicente López Portaña (Valencia, 1772 – Madrid, 1850), Ana Cabañero y retamosa, 1840, óleo sobre lienzo.

Pintor de cámara de Carlos IV y Fernando VII, fue el artista español más relevante de las primeras décadas del siglo XIX. Formado a finales de la centuria anterior según postulados académicos, supo evolucionar desde las formas tardobarrocas de su primera producción hacia el Romanticismo. El retrato de Ana Cabañero corresponde a su etapa final de madurez y muestra, además de su excepcional pericia técnica, sus dotes para captar la intimidad de la retratada.


 

Luis López Piquer (Valencia, 1802 – Madrid, 1865), La familia de los condes de Cervellón, 1846, óleo sobre lienzo.

Este excepcional retrato de familia refleja el Romanticismo cosmopolita que el hijo de Vicente López aprendió en París, de donde procede también el marco original de la pieza. Aquí, el pintor conjugó la manera tradicional que tenía la aristocracia de representarse, con énfasis en la genealogía de los condes de Cervellón y duques de Fernán Núñez, con el nuevo gusto burgués. Así. La familia aparece en un interior acomodado, en el que cortinas, alfombra y mobiliario dotan a la escena de cierto aire doméstico.

 


José Benlliure Gil (Valencia, 1855-1937), El mes de María en Valencia, 1888, óleo sobre lienzo.

Encabezó una de las sagas familiares más relevantes del panorama valenciano del periodo de entresiglos. Formado con Francisco Domingo Marqués, su curiosidad lo llevó a Madrid, a París y, a partir de 1879, a Roma. En la capital italiana mantuvo un estudio abierto durante décadas y acabó dirigiendo la Real Academia de España. Fue allí donde absorbió la pintura preciosista de Mariano Fortuny que anima esta obra en la que destaca el dominio de los valores matéricos y atmosféricos.

Aureliano de Beruete (Madrid 1845-1912), Convento de Santo Espíritu. Segovia, 1908, óleo sobre lienzo.



 

Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), Bacante en reposo, 1887, óleo sobre lienzo.



Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), La primavera o Labradora valenciana, 1900, óleo sobre lienzo.

Es una pieza singular pues se trata del modelo que realizó en 1900 para ser reproducido en azulejería por la Casa Miralles de Barcelona. Los colores puros, la pincelada nítida y el contorno de la silueta convierten el perfil riguroso de la dama en una obra con aromas modernistas. Al mismo tiempo, la concentración de elementos simbólicos como las flores, la huerta, la luz, el tejido de seda y el aderezo tradicional hacen de esta pintura una alegoría de Valencia.


Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), La cocina de la huerta, 1900, óleo sobre lienzo.

Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), Marina, 1907, óleo sobre lienzo



Antonio Muñoz Degraín (Valencia, 1840 – Málaga, 1924), El Bósforo. Constantinopla a orillas del Bósforo, 1909, óleo sobre lienzo.

Antonio Muñoz Degraín (Valencia, 1840 – Málaga, 1924), Paisaje granadino, 1915, óleo sobre lienzo.

El paisaje fue el género predilecto de Muñoz Degraín, en el que pudo aplicar de manera decidida sus experimentaciones en torno al color. Aquí, como en otras obras ambientadas en Andalucía o en Oriente, el color y las gradaciones tonales se convierten en protagonistas del lienzo. No menos importante en la obra es la sublimación del paisaje ante un ser humano empequeñecido, propia de la impronta wagneriana en cuya estela se ha incluido buena parte de su pintura.

 


Balbino Giner García (Valencia, 1910 – Perpignan, 1976), Cuerda de presos. Deportados a Bata, 1932, óleo sobre lienzo.

Equipo Crónica (Rafael Solbes y Manuel Valdés, 1965-1981), Rafael Solbes (Valencia, 1940-1981), Manuel Valdés (Valencia, 1942), El alambique, 1967, acrílico sobre táblex.

 

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