lunes, 4 de marzo de 2024

 HUELLAS. Obras de Rafael Canogar.


Cúpula II (2022), Seno (2020) y Núcleo (2022), acrílico sobre metacrilato, 73 x 60 cm.

1959. Ayllón, Saura, Rivera, Chirino, Millares,
Canogar, Viola y Feito. Grupo "El paso".
Canogar se decantó por la abstracción en la mitad de la década de 1950, unos años antes de formar parte del mítico grupo El Paso, desde el que participó en la renovación de la pintura española del siglo XX. En los años 60 y 70, con títulos como Desempleo-1969, Escena Urbana-1970 o El Arresto II-1972, en el Museo Nacional Reina Sofía, el realismo de sus escultopinturas hacía entender el mensaje de rechazo a la violencia y a favor de las libertades. Pero con la Democracia pasó el tiempo de ese realismo social y la figuración y volvió a la abstracción (“Mi nueva abstracción es el diálogo del pintor con la materia”), aunque con referencias a la realidad cercana: los cuatro elementos, las alusiones a la tierra arada de su campo natal manchego, las nubes que amenazan lluvia, el viento que hace olvidar los malos sueños, el fuego que arrasa y renueva. Mucho del lenguaje del informalismo abstracto se sigue apreciando en sus últimas obras: el gusto por lo matérico, el detenimiento en las texturas, el protagonismo del trazo, y, sobre todo, la fuerza del gesto. Ahora la abstracción es el lugar donde más y mejor reside la belleza. 

                  Corona, Lazada, Collar y Realce, 2020, acrílico sobre metacrilato, 75 x 50 cm.

Desde la primera abstracción y la de ahora ha pasado medio siglo cargado de incidencias y, aunque lo pueda parecer, no es el arte abstracto el genuino lenguaje de Rafael Canogar, que opinaba que ningún arte es figurativo porque no se trata tanto de reproducir como de captar fuerzas, de sentir la atracción de un rostro, de un cuerpo o de un paisaje.

 

Péndulo, 2020, Acrílico sobre metacrilato, 200 x 150 cm.

Claves, 2021, Acrílico sobre metacrilato, 204 x 151 cm.

 

Clavo, 2021, Acrílico sobre metacrilato, 57 x 57 cm.

Célico, 2022, Acrílico sobre metacrilato, 150 x 100 cm.

Se trata de esencialidad no reñida con la experimentación. Aunque pueda parecer que todo está hecho, hay que rescatar el espacio de la pintura, su contenido, el lenguaje personal, la belleza, “hacer que tu pintura sea como tu escritura, que se convierta en una forma de expresión radicalmente personal, capaz de mostrar tu esencia” (Van Gogh), recuperar la dimensión poética y metafórica. Es una pintura con una zona o franja, fraguada por un denso cromatismo sobre un aplanado campo monocromático, con figuras horizontales versicolores, de perfil quebrado por la acumulación de pinceladas que realzan su relieve, como una dialéctica de fuerzas en tensión.

Su trayectoria, desde la catedral consagrada a la creación que es su taller, desde esa minúscula ciudad-estado, ha sido la huida del academicismo extremo y de perpetuarse en recetas, aunque hayan sido exitosas. Sigue investigando en técnicas, formas y fondo. Esta exposición, en Santa María la Rica de Alcalá de Henares, es una antología de su producción más reciente, en la que continúa explorando con el color y sus vibraciones, con la fuerza de las texturas, con la energía del gesto. Demuestra que el espacio para la indagación y la búsqueda de la belleza en las artes plásticas no está agotado. Las nuevas obras son un nuevo campo de experimentación para buscar la esencialidad de unas simples pinceladas “que quieren ser gestos metafóricos de la huella del hombre sobre nuestra realidad; huellas, surcos, como las del labrador castellano sobre la tierra; experiencia material del hombre que deja su impronta en el mundo. Y detrás de esa realidad, sobre el reverso, campos de color como nuestro eterno paisaje de cielo-tierra, de tierra-aire, horizontes que han marcado nuestros espacios”.

Cada cambio es una catástrofe y cada catástrofe una resurrección”.  “La modernidad no es la novedad y que, para ser realmente moderno, hay que regresar al comienzo del comienzo”. Octavio Paz.

 

Viento, 2023, Acrílico sobre metacrilato, 200 x 150 cm.

Cerco, 2023, Acrílico sobre metacrilato, 200 x 150 cm.

Estas obras, de gestos exaltados con la turgencia de las texturas y de los gruesos empastes, tienen como soporte el metacrilato, con la investigación sobre nuevos materiales como algo consustancial en su obra. El óleo impone la templanza, la mesura del color plano, aunque no necesariamente uniforme, con burbujas, grumos, motas o gotas que hablan de no ceder a la perfección a costa de la expresión. Por delante, en el acrílico, se concentra el gesto, la materia y la expresión, la emoción.

  

Cima, 2022, Acrílico sobre metacrilato, 42 x 40 cm.

Cresta, 2022, Acrílico sobre metacrilato, 42 x 40 cm.

 

Relato, 2023, Acrílico sobre metacrilato, 150 x 100 cm.

Voz, 2023, Acrílico sobre metacrilato, 150 x 100 cm.

El óleo se presenta en dos planos de color en combinación armónica, contrastados o complementarios, separados por una línea del horizonte que el acrílico rompe, descomponiéndolos en otros tonos y matices. La bicromía es referencia a la constante dualidad que acosa al hombre: el norte y el sur, el pasado y el futuro, el cielo y la tierra, el bien y el mal. La franja central anula la dualidad, mitiga el contraste. Cabría pensar que nos recuerda que nada es bueno ni malo; que, del blanco al negro, no solo hay una infinitud de grises, sino que cabe todo el espectro cromático. En ocasiones, un tercer color aporta su diferencia, cobrando protagonismo, cuerpo y fuerza. En las obras más recientes el negro absoluto ocupa todo el fondo, y la franja se convierte más que nunca en llamada a la sensibilidad del espectador. Además, hay una vocación monumental con obras de gran formato.


 

Cepo, 2023, Acrílico sobre metacrilato, 200 x 150 cm.

El juego estético se mantiene y, al igual que en sus etapas anteriores, Canogar se preocupa de expresar su idea del espacio a través de su pintura, a la que trata de dar un nuevo sentido lleno de equilibrio, con la materia como su voz inédita. El cuadro se vuelve poesía. Hay una búsqueda del espacio, pero de un espacio vacío, un espacio fragmentado en grandes campos de color, que son muros y aberturas a la vez. El espacio no nace como una extensión abstracta, sino como vibración cromática. Algunas de estas piezas son de grandes dimensiones, como una arquitectura invisible en la que circula el aire, en la que la forma no queda apretada sino libre. Lo que interesa no son las formas parciales, sino la forma total, integrada por el formato, el color, la estructura, la textura, elementos reiterados que constituyen la obra. 

Estío, 2019, Óleo sobre metacrilato, 50 x 200 cm.

Cortijo II, 2019, Óleo sobre metacrilato, 50 x 200 cm. 

Estos cuadros, concebidos como panoramas de color, son el resultado de una manipulación con la materia. Son pinturas invadidas por la mancha y la geometría, con mención a lo informe, a la extensión en bandas, a lo que fluye y lo que parece detenido, llegando a unos planos pictóricos potentes, de declarada tensión emocional.

Verano 22-7 (41,5 x 29,8 cm), Verano 22-6 (40,3 x 29,8 cm), Verano 22-1 (41,4 x 29,5 cm), Verano 22-5 (41,5 x 29,4 cm), Verano 22-3 (41,7 x 29 cm), 2022, acrílico sobre acetato y papel,

A los artistas no les gustan las exposiciones antológicas dedicadas a exponer obras de las etapas superadas hasta el presente porque dan la impresión de una trayectoria concluida, de que ha llegado a su fin. Por eso, controlando su propio tiempo artístico, prefieren centrarse en sus últimas aportaciones, para romper con el pasado, incluido el más inmediato. Las últimas obras aparecen como propuestas futuras, no son un espacio cerrado sino un proyecto abierto. Así, obras como las varias de “Verano”, son composiciones de gestos cortados horizontalmente y convertidos en planos expresivos de color y materia. Son obras abstractas, expresivas, con un interés destacado por la materia arrastrada sobre la superficie, dando resultados irrepetibles. Son obras de reflexión en torno a la expresividad por medio de la contraposición de estos elementos, planos rectangulares de color, que dan una composición equilibrada en contrapunto a la tensión inquietante de los valores expresivos de la materia.

 


Monfato, 2022, Acrílico sobre metacrilato, 100 x 100 cm.

Riada, 2023, Acrílico sobre tela, 59 x 60 cm.

Se ha dicho que el arte de Canogar está justificado en una meseta donde tierra y cielo a menudo se confunden, sin horizontes. Se trata de representar lo térreo, lo que aquí está y es palpable, con extensión de manchas de color, pero sin olvidar el deseo de explorar la hondura del espacio. Son planos binarios de colores serenos atravesados por una pintura gestual, muy enérgica. La pintura traspasa la composición, la corta con líneas que limitan los planos del fondo (“Clavo”, “Cuño”, “Lazada”). El que se frecuente el centro no impide que algunas composiciones se fundan, el colorido fusionado con una de las dos zonas (“Vuelo”, “Flujo”). Es el encuentro entre la superficie lisa del soporte de color y la pincelada, de una pintura que se aplana y otra que se espesa, “simples pinceladas que quieren ser gestos metafóricos de la huella del hombre sobre nuestra realidad; huellas, surcos, como las del labrador castellano sobre la tierra; experiencia material del hombre que deja su impronta en el mundo. Y detrás de esa realidad, sobre el reverso, campos de color como nuestro eterno paisaje de cielo-tierra, de tierra-aire, horizontes que han marcado nuestros espacios”.



 

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