lunes, 19 de febrero de 2024

Chagall. Un grito de libertad.




Una exposición en la Fundación Mapfre hace una relectura del artista ruso que lo aleja de su faceta onírica y fantasiosa que lo relaciona con el surrealismo (personas o animales volando en paisajes urbanos), para centrarse en su visión sociopolítica, comprometida con su tiempo. Se trata de cómo contar la convulsa primera mitad del siglo XX (dos guerras mundiales, Revolución Rusa, persecución nazi) con su pintura, en la que refleja esas zozobras, la migración, sus raíces judías y la persecución de que fue objeto, el hondo humanismo y su compromiso con los derechos, la igualdad y la tolerancia.


 

 

Identidades plurales: el artista migratorio.

El autorretrato, a partir del conocimiento de los de Rembrandt, ocupa un lugar relevante en su obra. Se representó con rostro juvenil en personajes arquetípicos, el pintor con su paleta y el pintor trabajando frente al caballete, revelando su afición a los disfraces y máscaras, heredada de su conocimiento del mundo circense, y apareciendo como gallo, asno, macho cabrío o cabra, e incluso como ramo de flores o árbol de Jesé.


Autorretrato / Cabeza con aureola, 1911. Óleo, gouache y pigmento plateado sobre papel de embalar montado sobre lienzo. Colección particular.

Pintado al llegar a París en 1911, trasluce el descubrimiento del fauvismo, el expresionismo y el cubismo. El uso de papel de embalar delata la precaria situación material. Se representa a la vez de frente y de perfil, componiendo un rostro de múltiples facetas que se organiza en torno al ojo derecho, común a ambos puntos de vista. El hieratismo de la composición se hace eco de los iconos ortodoxos rusos.


 






La carretera de Cranberry Lake, 1944-1952. Óleo sobre lienzo. Musée National Marc Chagall, Niza.



 

 

Rusia. Primera Guerra Mundial.

En 1911 se trasladó a París gracias a una beca y entabló amistad con poetas como Max Jacob y Guillaume Apollinaire, relacionándose también con artistas como Léger o Modigliani. En 1914 volvió a Rusia donde le sorprendió el estallido de la I Guerra Mundial, por lo que tuvo que quedarse hasta el final del conflicto, que reflejó en una serie de dibujos a tinta china, a manera de documental. También representó las vivencias cotidianas de los ciudadanos, alejándose del tono más lírico de otras composiciones.






El vendedor de periódicos, 1914. Óleo sobre cartón. Centre Pompidou. Musée National d´Art Moderne. París.




 

El saludo, 1914. Óleo sobre cartón pegado a lienzo de lino. Muisée d´Art et d´Histoire du Judaïsme, Paris. Depósito del Centre Pompidou.

Chagall conoció de primera mano los desastres de la guerra, y en su obra de los años 1914-1915 abundan escenas de partida al frente, despedidas, heridos en el hospital, etc. Esta composición en primer plano, con encuadre dinámico que corta intencionadamente a los personajes, absorbe la mirada. El fondo nublado refleja la tristeza del día a día de los soldados, sin perspectivas ni horizonte. La implicación del artista se manifiesta en la sobriedad de la paleta, basada en gamas de verdes y grises.

 

Rusia, ese país que es el mío.

Tanto en París como en Vítebsk, su ciudad natal, o como en sus exilios, siempre llevó en su corazón a Rusia. Su universo pictórico se construye con vivencias de su juventud, imágenes de su ciudad y su comunidad judía, con campanarios e iglesias, colinas nevadas, el río Dviná, etc., en unas iconografías recurrentes que evolucionan hacia figuras familiares y personajes de la vida popular y campesina. En 1917 acoge con entusiasmo la revolución bolchevique que le confiere el estatus de ciudadano ruso, tras la discriminación por su origen judío. Será comisario de bellas artes, realizará decorados y fundará una escuela popular de arte y un museo. En 1920 se traslada a las afueras de Moscú, llevando su labor docente a la colonia de huérfanos de los pogromos de Malájovka a lo largo del año 1921.


La casa gris, 1917. Óleo sobre lienzo. Museo Nacionalk Thyssen-Bornemisza, Madrid.

En su ciudad natal, Vítebsk, abordó temas sobre las costumbres de su comunidad. Esta obra ofrece una visión naturalista, mezclada con elementos del cubismo que había trabajado en París. La casa es una típica construcción campesina a orillas del río Dviná. La pequeña figura de la izquierda posiblemente es un autorretrato que introduce al espectador en un mundo onírico y fantástico. Trata de conciliar la efervescencia cultural parisina y la serenidad de su ciudad.

 






Doble retrato con vaso de vino, 1917-1918. Óleo sobre lienzo. Centre Pompidou, Musée National d´ Art Moderne, París.



 

 

La modernidad yidis. El Teatro Nacional Judío de Cámara de Moscú.

 

En 1920 fue invitado a colaborar con el Teatro Nacional Judío de Cámara de Moscú, que tenía un enfoque escénico revolucionario interpretándose las obras íntegramente en yidis, la lengua de los judíos originarios de la Europa central y oriental. Realizó paneles sobre el tema de la proyección universal de las artes y la modernidad yidis, y pintó bocetos para los decorados y el vestuario. La interacción entre los decorados, los actores y el vestuario constituía un espectáculo de arte total.




El circo, 1922-1944. Óleo sobre lienzo de lino. Musée National Marc Chagall, Niza.



 




Los arlequines, 1944. Óleo sobre lienzo de lino. Musée National Marc Chagall, Niza.


 

 

La modernidad yidis. Letras, palabras e imágenes.

A pesar de los avisos sobre el dolor y la violencia de la que sería objeto su comunidad en el futuro, hubo una renovación de la lengua y la cultura yidis, tras la Revolución de octubre de 1917 y en 1918, en Kiev, con la Kultur Lige, que alentó el debate entre tradición y modernidad. Chagall, en Moscú, se reencontró con sus orígenes y entró en contacto con otros artistas que entendían el libro ilustrado como un instrumento óptimo para expresar una identidad dividida.





De qué sirve la transparencia luminosa, 1920. Tinta sobre papel vitela. Centre Pompidou, Musée National d´Art Moderne, París.




 






El prestidigitador, 1915. Tinta y gouache blanco sobre papel. Centre Ponpidou, Musée National d´Art Moderne, París.



 

 

No son tiempos proféticos.

En 1922 abandonó Rusia de manera definitiva, junto con su esposa Bella y su hija Ida, y se instaló en Berlín, donde trabajó en su autobiografía y aprendió grabado. A pesar de haber adquirido cierta notoriedad, en 1923 se trasladaron a París, donde retomaron el contacto con antiguos amigos, como el marchante de arte Ambroise Vollard, que le encargó algunos trabajos. Recibió críticas por su origen ruso y judío, en pleno auge del antisemitismo. En 1931 viajó a Palestina y realizó retratos de rabinos y personajes portando la Torá, que traslucen la incertidumbre ante el destino de un pueblo amenazado.



Aldeano con la Torá, 1925-1930. Gouache sobre papel, Musée d´Art et d´Histoire du Judaïsme, París.

En un paisaje nevado tras el que se dibuja la silueta de las isbas de Vítebsk, un aldeano en trineo aprieta contra su pecho un rollo de la Torá. El personaje, de mirada inquieta, da la impresión de proteger su más preciado bien en una postura casi maternal. La suavidad de su ademán se contrapone a un cielo negro formando un contraste que simboliza el aumento del peligro y la inestabilidad política.


 






El gallo, 1928. Óleo sobre lienzo, Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid.



 

 

La pintura como acto militante.

En 1933 el partido nacionalsocialista quemó, en ceremonia pública, su pintura El rabino. La anunciada amenaza al pueblo judío se volvía real, sentimiento que se hará patente en otras obras de esos años. La política cultural basada en la “purificación” del país llevó a la exposición Arte degenerado, en 1937, que incluía obras de artistas, muchos judíos, como Chagall. Aunque en principio se oponía, la retirada de derechos a la población judía por parte del gobierno colaboracionista de Vichy le llevó a exiliarse en Nueva York.




Soledad, 1933. Óleo sobre lienzo, Museum of Art, Tel Aviv.



 




Estudio para La caída del ángel, 1934. Gouache, tinta china y pastel sobre papel pegado a cartón. Colección particular.



 

 

A los artistas mártires: escenas de la guerra y crucifixiones.

En 1941 Marc y Bella Chagall se instalaron en Nueva York, donde se relacionó con otros artistas como Pierre Matisse. En este periodo se manifiesta de modo más intenso su conciencia política frente a las atrocidades cometidas contra el pueblo judío. Las obras de este momento evocan la brutalidad de los pogromos, especialmente los de Polonia, que había visitado en 1935. Uno de los motivos que más reiteró es el de la crucifixión, como símbolo de sufrimiento de su pueblo. Obra clave es el tríptico Resistencia, Resurrección y Liberación, en el que se fusiona el simbolismo político y el religioso.

 

Resistencia, 1937-1948. Óleo sobre lienzo de lino, Musée National Marc Chagall, Niza.

             Resurrección 1937-1948. Óleo sobre lienzo de lino. Musée National Marc Chagall, Niza. 

Liberación, 1937-1952. Óleo sobre lienzo de lino. Musée National Marc Chagall, Niza.

Hacia la luz.

En 1948 volvió a Europa y se instaló en Francia, donde realizó, como otros autores como Henri Matisse o Fernand Léger, en una serie de proyectos monumentales en torno al tema de la paz destinados a edificios religiosos y salas de espectáculos. Ese mismo año apoyó la creación del Estado de Israel y realizó un conjunto de vidrieras para una sinagoga de Jerusalén, así como tapices y mosaicos que plasman la historia del pueblo judío para el Parlamento israelí. Se convirtió en mensajero de una paz que había que recuperar y que es la esencia de sus vidrieras para la sede de la ONU en Nueva York. Finalmente, recurrió a la Biblia para difundir mensajes de cariz más político, sin dejar de propugnar la espiritualidad. En los años cincuenta trató de unir distintas técnicas (escultura, cerámica, vidriera, tapiz y mosaico) para alimentar su pintura. Renovó su experimentación con el collage, que había usado en maquetas preparatorias de las vidrieras, para emplearlo en la concepción de sus pinturas monumentales.

Commedia dell´arte, 1959. Técnica mixta sobre lienzo. Adolf und Luisa Haeuser-Stiftung für Kunst, Hattersheim am Main, Alemania.

Fue un encargo monumental para el vestíbulo del teatro de Fráncfort, que se convierte en la pista de un circo como espejo de la sociedad. Acróbatas y músicos actúan para una Europa que está en reconstrucción, en la que el artista participa como paso hacia la reconciliación con Alemania. El ambiente de la obra es de alegría. Un gallo rojo mira al espectador como un trasunto del artista, como símbolo de lucidez. Bajo la apariencia de cuento es esconde un universo simbólico. El pintor asocia el mundo de los saltimbanquis al carácter trágico de la existencia. Es una metáfora de los cambios políticos y sociales.





El desnudo malva, 1967. Óleo y arena sobre lienzo. Colección particular.




 


El arcoíris, 1967. Óleo sobre lienzo de lino, Musée d´Art Moderne et Contemporain de la Ville de Strasbourg.

Óleo monumental, hecho a partir de un collage preparatorio, que despliega sobre un fondo intensamente rojo una composición de formas geométricas. En la mitad izquierda, un arcoíris se despega del fondo, en el centro crece un árbol que evoca el de la vida y sobre el que alza el vuelo una mujer. Una cabeza de gallo de perfil surge con fuerza. Formato cuadrado, técnica de arañar la materia y los pigmentos con la punta del pincel, son investigaciones pictóricas de los años sesenta.

 





Pascua, 1968. Óleo sobre lienzo de lino. Musée National Marc Chagall, Niza.





 



La caída de Ícaro, 1974-1977. Óleo sobre lienzo. Centre Pompidou, Musée National d´Art Moderne, París.

El episodio mitológico se transpone al pueblo natal, de modo que remite al motivo bíblico de la Caída del Ángel, representado en otros cuadros en la época del ascenso del nazismo. La composición está dividida en dos partes sobre masas cromáticas. El tratamiento de los colores, con transparencias y degradados, evoca las vidrieras que elaboró. Esta obra también está hecha a partir de collages preparatorios y es un ejemplo de su proceso creativo.





 

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