viernes, 23 de febrero de 2024

A orillas del Henares.

3.HISTORIA (VI, Siglos XVII y XVIII).

SIGLO XVII

La repercusión de los grandes acontecimientos llegaba pronto a la zona dada su cercanía a Madrid. En 1633 se dictó sentencia contra Galileo y el Papa Urbano VIII dispuso que se difundiera en actos públicos, siendo notificada a la universidad de Alcalá. Las noticias también se referían a personajes, con Fernando de Balvuena que en 1607 logró el título de Doctor en Teología por la Universidad de Sigüenza y en 1610 volvió a América como obispo. D. Juan Fco. De Leiva y de la Cerda, 1604-1678, nacido en Alcalá, fue virrey de México y murió en Pastrana como carmelita descalzo. Un linaje muy relacionado con Alcalá es el de Sandoval y Rojas. El arzobispo de Toledo Sancho de Rojas había muerto en Alcalá en 1432, y Cristóbal de Sandoval y Rojas murió en 1624 en la prisión de Alcalá, tras ser derrocado por el duque de Olivares en 1621. Otros estudiaron en Alcalá: Cristóbal de Rojas y Sandoval se había graduado en 1528, Luis de Rojas y Sandoval, Retórica, hacia 1555, Juan de Sandoval y Rojas, Derecho Canónico, en 1612. Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma, cardenal, creó en Alcalá dos cátedras de Teología.
Retrato ecuestre del duque de Lerma, por Pedro Pablo Rubens, 1603, (Museo del Prado).

Cuando le fue concedido el cardenalato corrió por Madrid una coplilla que decía: «Para no morir ahorcado, / el mayor ladrón de España / se vistió de colorado».

La decadencia de España no se notó en Alcalá que vivía en plena expansión universitaria y en continuas construcciones como las de la Compañía de Jesús, Mercedarios, Trinitarios, Caracciolos, Irlandeses, Málaga, etc. Además, hay que sumar los numerosos conventos, como el de San Bernardo, patrocinado por el arzobispo Bernardo de Sandoval y Rojas, protector de Cervantes, y construido por Juan Gómez de Mora. Desde el siglo XVII, la mayoría de los consejos, y en mayor medida el de Castilla, se llenaron de antiguos colegiales, nobleza media, caballeros, segundones de grandes casas que estudiaban en los colegios mayores de Salamanca, en el de Santa Cruz de Valladolid o en el de San Ildefonso de Alcalá. La sociedad estaba muy influida por la religión: en 1606 llegaron las reliquias de San Félix y en 1620 se realizó una gran procesión con las milagrosas Santas Formas. Fue el momento de máxima expansión de la Universidad, con personajes tan famosos como Calderón, Lope o Quevedo, aunque empezaron a aflorar defectos como las malas relaciones con el municipio, la oligarquización, la pérdida de nivel de los estudios, etc. El 5 de mayo del 1687 el rey Carlos II concedió a Alcalá el título de ciudad, aunque al no ser de dominio real no trajo ventajas como la de enviar representantes a Cortes.



Uno de los edificios más representativos del clasicismo en Alcalá es la antigua iglesia de la Compañía de Jesús, 1602-1625, cuyas trazas se vienen atribuyendo a Francisco de Mora. La fachada es obra de berroqueña que manifiesta la preponderancia de los jesuitas en la Universidad Complutense. El arquitecto real Juan Gómez de Mora trazó el monasterio de Las Bernardas, 1617, con planta de óvalo y también se le atribuye el proyecto del Colegio de Málaga, 1623. La arquitectura clasicista avanzado el siglo XVII se muestra en el Patio de Santo Tomás del Colegio de San Ildefonso, trazado por José Sopeña en 1650.



Un caso paradigmático de las relaciones de poder entre la nobleza y las ciudades seguía siendo el de los Duques del Infantado y Guadalajara. Los duques sojuzgaban la ciudad con su presencia (lujo, palacios que destacaban sobre el resto), su poder (consiguiendo de los reyes los títulos más importantes) y sus servidores que llegaron a ocupar altos puestos. En el siglo XVII su situación económica y familiar va a condicionar su posterior actuación. D. Íñigo López de Mendoza no dejó descendiente varón, casó a su hija Dª Ana con su hermano Rodrigo y, muerto éste, con su primo D. Juan Hurtado de Mendoza, que murió en 1601. Poco después, D. Diego Hurtado de Mendoza, tío de Dª Ana, señor de Fresno de Torote, le puso pleito en la Real Chancillería de Valladolid por los títulos y villas de los Duques. La situación económica de la familia era angustiosa cuando se trasladaron cerca de Valladolid para seguir el pleito. Volvieron a Guadalajara y en 1610 se marcharon a Madrid de forma definitiva, aunque se siguieron entrometiendo en los asuntos políticos de la ciudad. Sus deudas afectaron a sus posesiones de Jadraque, Hita, etc., e impidieron emplear el capital en el desarrollo económico de la ciudad.

Otro ejemplo, aunque no tan importante, era el de los “Suárez de Alarcón” en Guadalajara. El mayorazgo se fundó por Alonso Gutiérrez de Écija, nombrado Alcaide del Alcázar por los Reyes Católicos en el último tercio del siglo XV. La reiteración del nombre de D. Pedro durante el siglo XVI y la permanencia de sus casas en el mismo emplazamiento, edificio del antiguo Hostal del Reloj, supuso que pasara a denominarse Plazuela de D. Pedro. El ascenso social no era fácil y, además del militar y el religioso, una tercera vía fue la burocracia: Francisco Oñez de la Torre y sus descendientes ocuparon muchos cargos, iniciando la compra de oficios en la segunda mitad del siglo XVII.

Las finanzas de la alta aristocracia dependían de la tierra, aunque pronto fueron superadas por ingresos procedentes de encomiendas, salarios administrativos, alquileres urbanos, etc, pero, a pesar de su opulencia, su vida de lujo y derroche -que respondía a las exigencias sociales del barroco- les creó muchas dificultades. El alto clero disfrutaba de elevadas rentas. La diócesis de Sigüenza ocupaba una extensión de 10.536 km2 repartidos entre las provincias de Guadalajara y Soria principalmente, siendo las rentas decimales su mayor ingreso. En el aspecto económico, y en lo referente a la ganadería, siguieron teniendo mucha importancia las cañadas. La Mesta tuvo conflictos con muchos pueblos, acusados de cerrar las cañadas y sancionados.

Las comunicaciones seguían sin ser fáciles. Entre la Corte y lugares próximos como Toledo o Alcalá, había carruajes autorizados para el transporte de ocho personas. Pero en los viajes largos se buscaba la comodidad, incluso alargando el itinerario: Felipe IV en 1660 se dirigió en 1660 hacia el Norte por Alcalá, Guadalajara, Hita, Jadraque, Atienza, Berlanga, etc.

El barroco intentó conectar con las capas más profundas del sentimiento popular, tanto desde el punto de vista religioso como del profano, con la imagen. De este periodo son el altar de Nuestra Señora la Mayor en el trascoro de la catedral, obra de Juan Lobera que lo trazó en 1666. En Guadalajara, la iglesia de la Compañía de Jesús, obra del hermano Bautista en 1634, y el panteón de los duques del Infantado en la iglesia de San Francisco, obra de Felipe Sánchez en 1696. En Alcalá, la capilla de las Santas Formas en la iglesia de los jesuitas, 1678-1687 o San Basilio. En Jadraque, la parroquial, edificada en 1692 por Pedro de Villa Moncalián. En Mejorada del Campo, la capilla de san Fausto en la parroquia de la Natividad, costeada por el II marqués de Mejorada y edificada por el maestro madrileño Matías Román en 1691.




SIGLO XVIII


Durante la guerra de Sucesión hubo teólogos antifranceses, como el dominico fray Domingo Pérez, catedrático de Alcalá, inquisidor y secretario de la Congregación del Índice. En la guerra, mientras el titulado Carlos III se aposentaba en Madrid, Felipe V, por Guadalajara iba a Burgos. Le siguieron pocos porque Haro, Gálvez, Oropesa y Tendilla reconocieron al archiduque. El décimo duque del Infantado, dubitativo, se encerró en un convento de Pastrana, mientras ambos contendientes atravesaban sus estados, lo que le valdría un destierro en la Alhambra.

 

El régimen señorial ocupaba enormes extensiones. Las posesiones del duque del Infantado eran un bloque que abarcaba casi toda la vertiente sur del Guadarrama. Muchos señores, incluso ajenos a la región, eran propietarios de grandes cabañas: el Catastro de Ensenada registraba en Madrid 33 vecinos con 506.000 cabezas lanares, entre ellos el duque del Infantado con 36.000 reses. Los señoríos ofrecían una imponente fachada, pero la situación no era sólida. Había algunos, como el X duque del Infantado que, retirado en su palacio de Guadalajara, considerado sospechoso tras su actitud durante la guerra de Sucesión, se dedicó a administrar su hacienda llegando a ser el señor más rico de España. Pero otras grandes casas estaban en situación precaria. Las finanzas de la alta aristocracia dependían de la tierra, aunque pronto fueron superadas por ingresos procedentes de encomiendas, salarios administrativos, alquileres urbanos, etc., pero su vida de lujo y derroche, que respondía a las exigencias sociales del barroco, les creó muchas dificultades.

Algunas rutas, como la transversal Talavera-Cuenca estaban jalonadas de ciudades de dependencia señorial. Del mismo modo la ruta que unía el valle del Tajo con la del Ebro: Alcalá de Henares, Guadalajara. Esta dependencia no significaba perjuicio. En Alcalá, ciudad preferida por los arzobispos toledanos, se creó su universidad. El caso de Guadalajara es especial. Era ciudad realenga, con voto en Cortes, pero estaban tan mediatizada por la presencia de los duques del Infantado que prácticamente era una pertenencia suya, aunque en época borbónica disminuyó la dependencia.



En 1753 Guadalajara tenía unos 7.000 habitantes y Alcalá menos de 6.000, pero sus poblaciones habían descendido desde mediados del siglo XVI cuando tenían unos 15.000 y 12.000, respectivamente. Guadalajara quedó afectada por la marcha de los Mendoza y por la guerra de Sucesión. Madrid había sido declarada capital en 1561 y tuvo efectos económicos sobre el valle del Henares: especialización cerealística de sus campiñas, asentadores de granos en Alcalá y Guadalajara, transportistas y arrieros (también Torrejón), producción de pan (Meco y Marchamalo), actividades de construcción. Para la capital también iban tejidos (Guadalajara, Olmeda, etc.), jabón (Torrejón), materiales de construcción (Torrejón), etc.

 

Industriales de Madrid, como Juan de Goyeneche, se habían interesado por la producción de paños para la capital y el ejército. En 1710 se instaló una fábrica de paños en la Olmeda de la Cebolla (futuro Nuevo Baztán) y, hasta 1748, se amplió con fábricas de cristales, aguardientes y sombreros. Otro gran proyecto fue la Real fábrica de paños de Guadalajara en 1717, empresa pública que tuvo su mejor época en los años centrales del siglo. La tercera realización tuvo lugar en 1746 en la confluencia del Jarama y el Henares, construyéndose un Real sitio, origen del actual San Fernando de Henares, que contaba con una gran fábrica de paños y una gran explotación agrícola; la fábrica se trasladó a Vicálvaro en 1753. La Real fábrica de Guadalajara se coordinó con la de Brihuega, constituida en 1750. La producción de estos centros podía representar un 9% del total español y creó una serie de relaciones familiares de trabajo e intercambios en muchos pueblos. Las materias primas se obtuvieron de la zona, pero la lana era de peor calidad, y la leña y el carbón eran escasos, por lo que la rentabilidad era escasa.

Las propias manufacturas crearon escuelas de hilatura para ensañar a los operarios. Hilaturas había en Olmeda de Jadraque, Yunquera, etc., y batanes textiles y lavaderos en pueblos de las riberas del Henares.

Hubo proyectos frustrados como el de gusanos de seda en Alcalá para las hilaturas del Nuevo Baztán y, en general, las fábricas no podían ser rentables a pesar de la continua aportación de tecnología que se hizo. La periferia de España era más pujante que el centro, además de la sólida industria en Inglaterra y Francia, y las posibilidades energéticas de la zona estaban al límite. Durante el reinado de Carlos III, el camino por el valle del Henares entre Madrid y Aragón se había convertido en la mejor vía de comunicación de la península y Cataluña había comenzado su transformación industrial.

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