martes, 11 de julio de 2023

 El monasterio de Obarra 



El río Isábena desemboca en el río Ésera en la localidad de Graus (Huesca), que cuenta con una bella y armoniosa plaza.


 

Siguiendo el río Isábena a contracorriente encontramos elementos de mucha importancia. El primero de ellos es el magnífico puente medieval de Capella. 

 

Más adelante está, en un alto, Roda de Isábena, la población más pequeña de España que tiene catedral, aunque ahora ya no ostenta esa categoría. 

 

LOCALIZACIÓN


El objetivo en esta ocasión está más arriba, más cerca del nacimiento del río. Se trata del monasterio de Santa María de Obarra, situado en la orilla izquierda del río Isábena, en una zona amplia después del congosto de Obarra, lo que le permitió tener campo de cultivo, huerta y molino harinero. Pertenece a la localidad de Calvera, municipio de Beranuy, en el extremo occidental de la sierra de Sis (peña Obarra). El nombre, topónimo vasco, vendría a significar “lugar bajo rodeado de rocas”, lo que concuerda con su emplazamiento.


 


Desde el aparcamiento hay unos pocos minutos de paseo hasta la zona. Se cruza el río por el puente actual que imita al que una riada destruyó en 1963, situado unos 100 metros más arriba. Tras el puente, el primer edificio que se ve, acondicionado ahora como albergue para grupos juveniles, es donde estuvo el molino harinero.

 

HISTORIA.

El hallazgo de una inscripción romana del siglo I d.C. prueba la romanización de este lugar. Pudo haber, siglos VII-VIII, comunidades religiosas visigodas (los dos capiteles de la portada sur y los cuatro que decoran el altar mayor, pila bautismal) y carolingias, y sería refundado en el siglo IX a iniciativa de los condes de Tolosa. Aparece citado en la documentación histórica a partir del año 874, cuando lo cita el Cartulario de Alaón.

En el siglo X se convirtió en el principal núcleo religioso del condado de Ribagorza, surgido en torno a 930 tras la división del condado de Pallars-Ribagorza por Ramón I. El monasterio contó con el patrocinio de sus condes, en particular de Bernardo Unifredo (Bernardo I, 920-955, heredó el condado de Sobrarbe de Galindo Aznar II de Aragón en el 916) y su esposa Toda Galíndez (hija del conde Galindo Aznar II de Aragón), que lo restauraron y beneficiaron con diversos privilegios, y fue su panteón. Su descendiente el conde Ramón II, erigió a Roda de Isábena en sede episcopal siendo su hijo Odisendo el primer titular. La familia condal tuvo una de sus moradas en el castillo situado encima del monasterio, en las rocas de La Croqueta. En 975 adoptó la regla de San Benito.

La razzia de Abd al-Malik en 1006 dispersó la comunidad monacal, redujo de catorce a siete sus miembros, y destruyó el monasterio por lo que no quedan edificaciones religiosas anteriores al siglo XI. El abad Galindo de Raluy protagonizó la recuperación del cenobio y propició el periodo de mayor esplendor de Obarra, iniciando las obras de la iglesia de Santa María en el primer tercio del siglo XI, época a la que también pertenecen los templos de Roda de Isábena, San Caprasio de la Serós, Orna de Gállego y Barós.

Obarra fue todo un emblema de la nacionalidad ribagorzana y su destino discurrió paralelo al del Condado independiente: decadencia tras el asesinato del conde Guillermo Isárnez, 1016. Antes de finalizar el siglo XI, el rey Sancho Ramírez había puesto Obarra bajo la dependencia del monasterio de San Victorián de Sobrarbe, reduciendo su estatus a la condición de priorato, según la reforma cluniacense.


Hubo momentos de auge en el siglo XIII (apoyo de la nobleza, en particular de la poderosa baronía de Espés, que levantó su panteón familiar) y a comienzos del siglo XVI (patrocinio de los barones Mur de Pallaruelo, que proporcionaron tres priores. Uno de ellos, Pedro Mur, emprendió la reforma del antiguo palacio románico abacial, que reconstruyó en gótico avanzado).

 

El restablecimiento del obispado de Barbastro en 1571 motivó la desaparición del priorato. El emblemático santuario inició una decadencia de la que ya no se recuperaría. El último párroco residente en Obarra vio hundirse las bóvedas de los pies de la iglesia en 1872. En junio de 1931 Obarra fue declarado monumento nacional (hoy Bien de Interés Cultural) pero las obras de restauración no llegarían hasta la década de 1960.

 

EXTERIOR.

El templo, la más importante realización del románico-lombardo primitivo aragonés, es un edificio construido en sillarejo, de planta basilical, rectangular, de tres largas naves de siete tramos cada una, precedidas de presbiterio, más alta la central y rematadas en sendos ábsides de tambor. Con posterioridad se comenzó una torre adosada a su fachada sur que solo se elevó unos tres metros. Su hechura, reforzada en las aristas es típica del momento edificativo lombardo. Quizá quiso ser parecida a la de Beranuy.


 
 

Al exterior, la decoración de los ábsides es típicamente lombarda con friso de arcuaciones ciegas y de esquinillas, así como lesenas que estructuran los ábsides en tres paños y que pretenden verticalizar un edificio fundamentalmente horizontal debido a su acusada longitud y modesta altura. El friso del ábside central se halla compuesto por arquillos ciegos que enmarcan doce nichos profundos y con marcada derrama dando la sensación de ventanales cegados. También es distinto y excepcional el friso de celdillas romboidales que corona el anterior, creando entre ambos una bella sensación de luces y sombras. Tiene diferencias innovadoras como tres tejados independientes en lugar de uno (más alto el central, parecidos los de Samitier y Santiago de Agüero) y la articulación directa, al interior, de los ábsides y las naves, sin intermedio de arcos principales. 

Los paneles informativos ofrecen unos datos muy interesantes: “La construcción se inició siguiendo un sistema de proporciones basado en la geometría del triángulo equilátero. A partir de los dos primeros tramos de la nave norte y central, este sistema fue alterado para seguir el de la proporción doble o diapasón. El conjunto de la iglesia se sometió a las llamadas armonías musicales, sistema proporcional arquitectónico más usado en la Alta Edad Media. Los números 3 (Trinidad) y 7 (Espíritu Santo, Totalidad del tiempo, Apocalipsis…) se repiten por todo el templo: tres naves de siete tramos; tres ventanas en el ábside central y siete en los tres ábsides. Otros números simbólicos en el edificio son el 12 (la totalidad, los apóstoles o los jueces del Juicio Final) o el 5 (la Salvación) presentes ambos en las series de arquillos exteriores e interiores del ábside central”.

Del escaso mobiliario religioso conservado destaca la hermosa talla en piedra policromada de Nuestra Señora de Obarra, de 1,20 m de altura y fechada en el siglo XIV. El retablo mayor era una relevante obra del gótico tardío aragonés que fue quemada en 1936 y de la que sólo se salvó una tabla de San Pablo. También era valioso el sarcófago del barón de Espés, escultura gótica en alabastro policromado desaparecida el pasado siglo y de la que se conservan dos leones que la sostenían. La Virgen permanece en Obarra y la tabla y las esculturas en el Museo Diocesano de Barbastro”.

“La ornamentación y proporciones de Santa María de Obarra responden a un rigor numérico inusual. Interpretado como la manifestación simbólica de un discurso teológico en el que el edificio de la iglesia representa la Jerusalén Celeste de las Sagradas Escrituras. Según J.F. Esteban, la arquitectura del edificio constituye además un observatorio astronómico y un calendario cristiano perpetuo, marcado por la entrada de la luz de la luna por la ventana central del ábside en el segundo plenilunio de otoño, justo 21 semanas antes de la Pascua del año siguiente. También en los meses que rodean al solsticio de verano un primer rayo de sol ilumina el altar y el presbiterio a la hora de tercia en que se celebraba la misa monacal. El cierre del vano con alabastro ya no permite ver estos fenómenos”.


En el muro sur se halla la portada original del templo. Es de arco de medio punto dovelada, con dobladura lombarda sobre ella que enmarca a una arquivolta rehundida apeando a través de dos capiteles que apenas resaltan del conjunto. Son de decoración muy esquemática a base de líneas onduladas, espirales y esbozos de hojas en sus ángulos. Pueden pertenecer a un templo visigodo previo. Sobre esta puerta hay un bello ventanal lombardo, con arco de medio punto, por encima del cual corre el friso de arquillos. En este costado meridional, entre el tercer y el cuarto tramo, se encuentran los restos de la torre campanario.

 

 


El tramo correspondiente a los pies del templo se hundió en 1872 y fue posteriormente reconstruido. Una puerta con el escudo de armas de los Mur se abrió en el siglo XVI junto a la sencilla portada románica que decoran dos capiteles de motivos vegetales y geométricos, similares a los del interior del ábside. El muro norte tiene también una puerta románica y otra del XVI. 

A los pies de la basílica están las ruinas del palacio prioral mandado construir por Pedro de Mur en los años centrales del s. XVI siguiendo la estela del tardogótico. Su grandeza aún puede apreciarse en los restos de la portada principal, ventanales con arcos mixtilíneos y chimeneas. Conserva también muros de sillería, bodegas con bóveda de cañón y portadas de arco de medio punto de una obra anterior. Tiene una portada monumental, con un arco apuntado enmarcado por una arquivolta conopial que remata en florón.

 

INTERIOR.

El interior del templo está realizado en forma basilical, a base de tres naves cerradas al este por sus respectivos ábsides sin intermedio de arco principal, medida innovadora. Los tramos de las naves se definen por pilastras en los muros y seis pares de pilares cruciformes sin columnas adosadas de donde arrancan los arcos fajones y formeros, que forman la nave central. Algunas poseen doble esquinilla en sus ángulos para apear arco y arista y otras una sola esquinilla, apeando la arista en el propio muro. El piso de la nave norte está elevado unos 40 cm con respecto al de la nave central y sur.

 

 

 

La nave central se cubre con bóvedas de arista en sus tres primeros tramos; los restantes son de medio cañón. La nave sur se cubre con bóvedas de arista en sus siete tramos, mientras que la norte solo lo hace en los cuatro primeros. Los ábsides se cubren con medio cañón sin impostas. 

 

 

El ábside central presenta la particularidad de que lleva una arquería mural de cinco arcos de medio punto asimétricos puesto que tres de ellos son grandes y reposan sobre columnas mientras que los dos restantes son mucho más pequeños y se apoyan sobre un capitel ménsula. Es posible que los citados capiteles -al igual que los de la puerta- pertenezcan al arruinado templo hispanovisigodo o prerrománico anterior a la destrucción de los musulmanes. 

 


La iluminación de los ábsides y del muro sur procede de pequeñas ventanas de arcos de medio punto con doble derrame: tres en el ábside central, dos en los laterales, y cinco en el muro sur. Preside la cabecera la imagen de la Virgen de Obarra, bonita talla en piedra policromada realizada en el S. XIV. Sustituye a la románica desaparecida. Es de bulto redondo, María está de pie y lleva a su Hijo en el brazo izquierdo al tiempo que con la mano derecha muestra una flor de lis. Es gótica de influencia francesa. Sufrió graves daños en 1936 y fue posteriormente restaurada.

 


Otra pieza de arte mueble conservada es una pila bautismal, situada en el último tramo de la nave occidental, que podría proceder de un edificio visigodo. Es una estructura muy sencilla, formada por una gran piedra hueca sin decorar, con un pequeño agujero.


 

FENOMENOLOGÍA Y SIMBOLISMO.

Juan Francisco Esteban descubrió en 1977 un fenómeno lumínico como los de San Juan de Ortega (Burgos) o Santa Marta de Tera (Zamora). En el solsticio de verano, un rayo de luz matinal, pasando entre dos montañas y con el valle en penumbra, cruza la ventana absidal e ilumina el centro del altar coincidiendo con la “hora tercia”, comienzo de la misa de los monjes benedictinos. Este fenómeno se puede dar en muchas iglesias románicas porque la orientación al este tiene un claro fin simbólico: la luz es símbolo de vida y divinidad.

Otro fenómeno lumínico, esta vez con la luz de la luna, tiene lugar en el segundo plenilunio de otoño, 21 semanas antes de la Pascua del año siguiente, cuando la luz entra por la ventana central del ábside.

Juan Francisco Esteban sugiere que estos fenómenos astronómicos fueron buscados premeditadamente y que están relacionados con el simbolismo de los elementos que más se repiten en la iglesia, que son el 3, 5 y 7.

 

ERMITA DE SAN PABLO.

En el siglo XII se levantó cerca de la iglesia, pero fuera del recinto monástico, un templo románico de factura más popular y sencilla, la ermita de San Pablo, quizá la capilla de los peregrinos. Consta de una nave y ábside semicircular cubierto por bóveda de cuarto de esfera. Tiene pequeños detalles interesante como sus vanos, la piedra toba utilizada en la clave de la bóveda de cañón que cubre la nave y presbiterio o el crismón sobre la portada, colocado invertido posteriormente. En el s. XVI tenía adosado un edificio que se usó como residencia del beneficio de San Miguel, fundado por el prior Ramón de Mur. En 1772 albergaba un telar y en 1978 se habilitó nuevamente para el culto.

 


 









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