Viñuelas. Alejo Vera
El día ya es la tarde. El pueblo de Viñuelas (Guadalajara) yace postrado bajo un calor africano, bajo el alto sol del horno del día, en esta lenta y perezosa tarde del 14 de un julio que arde. Encima, el azul intenso y límpido del cielo estival. La tierra, soleada, parece incendiarse, aunque la cercanía de la sierra y la mayor altitud se hacen notar y en el patio de la Residencia de Mayores “La campiña de Viñuelas”, bajo los toldos, la temperatura es más agradable. El motivo de la venida es, atendiendo la amable invitación de su presidenta, visitar la exposición que ha preparado la Residencia sobre el pintor Alejo Vera.
Estaba previsto que Lourdes Escudero Delgado, autora de los textos colocados por toda la Residencia y experta en Alejo Vera, hiciese un comentario técnico -variedad, material, grosor del trazo, etc.- sobre los dibujos que se exhiben, pero, ante su imposibilidad para participar en el acto, el texto que había preparado es leído por Irene Pascual-Heranz Bronchalo, hija de Julián. La saga continúa.
Todos los parlamentos y comentarios no se extienden
demasiado, tratando de no alargar el acto y de aligerarlo de cara al público en
general y, especialmente, a las personas residentes que asisten animadas a las
explicaciones. Mientras tanto, las profesionales del centro siguen
atendiéndolas, abanicándolas, refrescándolas en esta calurosa tarde.
Cuando Alejo Vera estaba en Roma se estaba descubriendo Pompeya, y quedó impresionado con la ciudad cubierta por cenizas. La lava del Vesubio, sangre de la tierra, fuente de inspiración del pintor, rebrota a través de un viñedo enraizado en tierra de volcanes, por eso su nombre es Vulcanus. Este vino saca a la luz la obra de Alejo Vera “Una señora pompeyana en el tocador”.
Oscar Carrasco, director comercial de la bodega Encomienda de Cervera, habla brevemente de esta bodega castellanomanchega situada en el Macizo Volcánico del Campo de Calatrava, término de Almagro (Ciudad Real). Sus viñas rodean varios volcanes, destacando el Maar de la Hoya de Cervera, Monumento Natural en 1999. La bodega se destaca por su amor a la tierra, por su apuesta por la calidad y, respetando la tradición, por la innovación. También comenta las características de los vinos, uno blanco, que es el que vamos a probar, y otro tinto.
La directora de la Residencia, Asunción, señala que
llevan tiempo trabajando en la preparación de este día. Un grupo de residentes
ha confeccionado la vestimenta y adornos para representar el cuadro “Una
señora pompeyana en el tocador”, que es el que aparece en la etiqueta de
las botellas de vino.
Se trata de uno de los cuadros históricos de Alejo Vera,
presentado en 1871, año en el que se produjo la unificación italiana y es
acertado, hablando con propiedad, hablar de Italia. El pintor estaba en su
primera visita a lo que sería Italia desde 1859 y en 1874 lo encontramos de
profesor en Madrid. Su segunda visita se produjo en 1878 y en 1901 lo volvemos
a encontrar de profesor en Madrid.
De fechas anteriores a “Una señora pompeyana en el tocador”, 1871, tenía Walia-1855, Licinia-1858, El martirio de san Lorenzo-1862, y posteriormente pintó su famoso “Los últimos días de Numancia”, 1881, cuya reproducción está en un punto central del patio. Esta obra forma parte de una serie de cuadros de temática histórica española de los que deben destacarse “La batalla de Tetuán” (Mariano Fortuny, 1863-73), “La batalla de Tetuán” (Eduardo Rosales, 1868), “Dª Juana la Loca” (Francisco Pradilla, 1877) y “El suspiro del moro” (Francisco Pradilla, 1879-82), todos ellos anteriores al lienzo de Alejo Vera. También hay que destacar, al menos, dos lienzos posteriores, “La rendición de Granada” (Francisco Pradilla, 1882) y “El fusilamiento de Torrijos” (Antonio Gisbert, 1888).
Mientras se prepara la representación, aprovecha el
alcalde, Leandro Fernández, para ilustrar brevemente lo que significa la Residencia
y estas celebraciones para el pueblo (¿A qué espera el Ayuntamiento para
dedicar una calle principal a Julián?).
La preparación va culminando, ayudando los miembros de la familia a las residentes. Todo el público contemplamos las maniobras con ojos aprobatorios y mirada empática, y, finalmente, el cuadro aparece ante el público en todo su esplendor. Es la fuerza de la voluntad.
A continuación, se procede a la presentación del vino que se
había explicado antes y que se degustará después de ver la exposición.
En la entrada a la Residencia hay una copia del cuadro que aparece en todas partes, hasta en las botellas, que es el que se ha representado, “Una señora pompeyana en el tocador”, que fue premiado dos veces, en 1871 (Tercera medalla de primera clase y Cruz de Carlos III en la Exposición Nacional de Bellas Artes) y 1876 (Medalla en la Exposición Universal de Filadelfia).
El interior atesora la colección de dibujos que forma esta
exposición. Son pequeñas obras de arte a las que el paso del tiempo parece dar
una nueva forma de belleza, sin sufrir la vejez humana. La poética mirada del
pintor insufla a su obra un extraño soplo de vida. Dan idea de un acto
duradero, de conservar la eterna vida del arte. Han sobrevivido al siglo y
enseñan a amar el pasado y la cultura.
Tras la exposición, el vino, cuyo sabor llena la boca inmediatamente, y la conversación hacen agradable el momento, pero la tarde avanza. Algunos residentes ya han sido llevados al interior y los demás pronto entrarán a cenar. El cielo ha perdido algo de luz y el día va cayendo, comienza a extinguirse en sombra difusa. Es un momento repleto de conversaciones, risas y bromas en el lento declinar del sol, en su lento descenso, en la mansa luz del atardecer. El sol, después de haber horneado la zona, se acerca a la sierra tras la que se derrumbará.
El sosiego y la quietud marcan estas horas del atardecer.
Es un buen momento para la reflexión. Después de la pandemia, al ver lo que
había pasado en algunos lugares, se ha demonizado a las residencias de mayores,
con razón en muchos casos. Pero, ya se sabe que las generalizaciones no aportan
justicia y equidad al debate, y así han sido pasados por alto casos como éste,
en los que el trato y la atención han sido exquisitos, no sólo en lo más elemental
del cuidado físico, sino en el factor anímico, en el entretenimiento mediante
la participación cultural en diversos actos, como, por ejemplo, el que nos ha
ocupado hoy. Residencias así se salen del modelo presentado en los tristes
momentos pasados y es de justicia proclamarlo. La familia Pascual-Heranz Ortega
está haciendo aquí un grandioso, a la par que callado, trabajo. Sirva esta
apresurada crónica de una de sus actividades para manifestarlo claramente.
El crepúsculo, todavía lejano, va alargando las sombras y el paisaje ya tiene la suya. La tarde de verano se encamina lentamente hacia la noche. Las conversaciones parecen languidecer, las palabras parecen morir lentamente, al igual que la tarde, en la penumbra del día declinante. La luz empieza a desvanecerse como la alegría que había hace poco. Todavía falta para la última luz del día, pero los residentes deben entrar a cenar. Es el momento de despedirse de esta entrañable celebración mientras se oscurece el azul del cielo, envuelto en los resplandores de un día moribundo, llevándose el buen sabor de boca que ha dejado el buen sabor del vino volcánico y el buen hacer de la familia Pascual-Heranz Ortega en esta Residencia “La campiña de Viñuelas”.
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