Lucian Freud (II/II).
Era infrecuente que aceptara retratos por encargo, pero, a partir de los años 1980, pintó excepcionalmente a personajes poderosos que le merecían respeto, como el barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza. Son retratos poco convencionales en los que el modelo debe entregarse al pintor y acceder a sus severas condiciones. Algunos siguen la tradición de los retratos de poder del Renacimiento, con los protagonistas sentados en actitudes introspectivas. Los empastes casi esculpidos evidencian el manejo impulsivo de la pintura y descubren el proceso de creación.
“Mi idea sobre el retrato proviene
de la insatisfacción que siento por los retratos que se parecen a la gente. Me
gustaría que mis retratos fueran de personas y no como ellas”.
Retrato de hombre (Barón H.H.Thyssen-Bornemisza), 1981-1982
En julio de 1981 el barón Hans
Heinrich Thyssen-Bornemisza posa por primera vez en el estudio de Freud, cerca
de Holland Park. El pintor retoma aquí anteriores retratos de cabezas
frontales, y como fondo del cuadro, por encima del hombro derecho, inserta un
fragmento de la obra de Watteau Pierrot contento, de la colección del barón. La
cabeza del magnate está situada en el lugar que ocupa Pierrot en el cuadro y
adopta la misma expresión ensimismada.
Hombre en una silla (Jacob Rothschild, 4º barón Rothschild), 1989 / Hombre en una silla (Barón H.H.Thyssen-Bornemisza), 1985
En los dos retratos titulados Hombre en una silla, el empresario y coleccionista Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza y el aristócrata y banquero Jacob Rothschild, ambos con traje y corbata, aparecen sentados y con expresión pensativa. Al igual que otras efigies de figuras públicas, siguen el modelo de los retratos regios de maestros del Renacimiento. La pila de trapos del estudio, que vemos junto al barón Thyssen, podría considerarse un equivalente de los cortinajes en los fondos de las pinturas renacentistas.
Neoyorquino con camisa azul, 2005 / Dos irlandeses en W11, 1984-1985, 172,7 x 142,6 cm
David Hockney, 2002, 40,6 x 31,2 cm
El retrato de su amigo el
artista David Hockney demuestra la maestría de Freud para captar la
personalidad de cada individuo mediante la acumulación matérica. La fuerte
iluminación matutina, que cambiaba en cada sesión de posado, provoca que la luz
incida en diferentes partes del cuadro de forma desigual.
Perfil, hombre de Donegal, 2008
Las figuras de sus cuadros se mostraban sobre fondos indefinidos, pero, a partir de los años 1970, el espacio de su estudio se convierte en escenario y tema de su pintura. Se reconoce el mobiliario desvencijado, las paredes desconchadas o la costra de empastes, que atraen la atención hacia la materialidad de la pintura. La tarima del suelo, en perspectiva ascendente, crea una marcada inestabilidad en las figuras y los distintos elementos.
“El ingrediente sin el cual la
pintura no puede existir: PINTURA.”
Autorretrato, reflejo, 2002
Freud, con 79 años, escruta
con su mirada penetrante el reflejo de su rostro en un espejo, ajustándose el
pañuelo anudado al cuello. Como fondo, el sugerente tapiz abstracto de
pinceladas superpuestas del óleo sobrante del pincel. Al estilo del Rembrandt
tardío, la carne es también una acumulación de pintura.
Gran interior, Paddington, 1968-1969
Gran interior, W9, 1973, 91,4 x 91 cm
Es el estudio de Freud, escenario frecuente de tantas pinturas. En primer término, vemos a la ya anciana Lucie Freud, madre del artista, sentada en una butaca en actitud ausente. Junto a ella un recipiente para moler pigmentos. Detrás, su amante Jacquetta Eliot, desnuda, mirando hacia el techo. La escena es una invención pictórica. Las dos mujeres nunca coincidieron en el estudio del pintor y no existía relación entre ellas.
Tarde en el estudio, 1993, 200 x 169 cm
Freud aprendió que un retrato
debía ser tan revelador como indecente. En un rincón del estudio Sue Tilley
posa desnuda sobre la tarima. Detrás, Nicola Bateman cose un vestido estampado
para alguna actuación de su futuro marido Leigh Bowery, y Pluto yace sobre la
cama. El material pictórico lo invade todo.
Gran interior, Notting Hill, 1998, 214 x 178 cm
Escena turbadora e
intrigante. A pleno día, contemplamos en primer plano al viejo amigo de Freud,
el escritor Francis Wyndham, leyendo tranquilamente, con Pluto a sus pies. Al
fondo, la asombrosa figura de su ayudante David Dawson amamanta al bebé de la
modelo Jerry Hall, a la que tuvo que sustituir por haber fallado a las sesiones
de posado. Toda una provocación.
La plasticidad de la carne es la reflexión que domina en
el grupo de retratos desnudos que cierra la exposición. Los cuerpos desnudos le
fascinan como a Tiziano o Rubens, y los escruta como especímenes bajo una luz
envolvente. Le interesa captar los valores táctiles, el volumen, la corporeidad
y la rugosidad de la piel. Estos cuerpos desnudos, monumentales, le hacen
pionero de una fisicidad poco complaciente, sometido el desnudo clásico al
desgaste cotidiano y al deterioro como consecuencia de la edad y el paso del
tiempo.
“Quiero que la pintura actúe como si fuera carne.”
Abogada desnuda, 2003
Y el novio, 1993, 231,8 x 196,2 cm
Dos cuerpos yacen desnudos en un catre del estudio. Leigh Bowery parece relajado a pesar de estar a punto de morir de sida. A su lado, acurrucada, está la figura pálida y esquelética de Nicola Bateman, con su pie apoyado sobre el muslo de su marido, con un gesto de sincera ternura.
Leigh con falda de tafetán, 1993, 81,3 x 82,5 cm
En 1988 Lucian Freud conoce al performer queer australiano Leigh Bowery en una de sus actuaciones en la Anthony d´Offay Gallery de Londres. En el centro de esta imagen, la enorme cabeza del protagonista del punk neorromántico londinense apoyada sobre sus brazos adquiere una corporeidad monumental.
Muchacha desnuda, 1966
La modelo Penelope Cuthbertson se estira en posición frontal sobre una sábana blanca moldeada por la presión del peso de su cuerpo. Al igual que las anatomías de Auguste Rodin eran modeladas sobre un bloque de mármol, los desnudos de Freud en ocasiones surgen sobre los paños con cualidades esculturales para resaltar el volumen y plasticidad de los cuerpos.
Bella, 1982-1983
Bella Freud, una de las hijas
que el pintor tuvo con Bernardine Coverley, posa desnuda sobre un luminoso paño
blanco. La escena, captada desde lo alto, combina el conflicto emocional que
suponía posar desnuda para su padre y la natural intimidad que se establece
entre ellos a lo largo de las sesiones.
Durmiendo junto a la alfombra del león, 1996
Las pinturas de la etapa
final de Freud nos descubren cuerpos grotescos, monumentales, fuera de la
norma. Delante de una alfombra, la inspectora de la seguridad social Sue Tilley
duerme desnuda en una butaca demasiado pequeña para su corpulencia. Las gruesas
pinceladas van configurando el rostro arrugado por la presión de la palma de su
mano y todos los recovecos de su cuerpo.
David Dawson. El estudio de Lucian Freud
David Dawson, Trabajando de noche, 2005.Las fotografías que tomó David Dawson, ayudante, modelo y
buen amigo de Lucian Freud, nos adentran en el espacio secreto del estudio del
pintor, a quien vemos aquí en plena acción. En todas estas imágenes descubrimos
una estancia angosta, escasamente amueblada, desordenada, con tubos de óleo
retorcidos, decenas de pinceles sucios o montones de viejos trapos tirados
sobre el entarimado. En las paredes, enlucidas en color crema, crece una
sugerente costra de pinceladas abstractas que proporcionaron un estímulo
continuo a la imaginación del pintor.
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