Lucian Freud (I/II).
El Museo Nacional Thyssen-Bornemisza y la National Gallery de Londres presentan una exposición retrospectiva, con más de medio centenar de obras, del pintor británico Lucian Freud (1922-2011) con motivo del centenario de su nacimiento. Había nacido en Berlín, pero en 1933, al llegar el nazismo al poder, su familia emigró a Londres, donde estudió. Creció en un ambiente culto (Sigmund Freud, el creador del psicoanálisis, fue su abuelo; su padre fue arquitecto de renombre y su madre estudió historia del arte) y, en su edad madura, llevó una trepidante vida personal en ambientes variados. En su juventud se inició en el surrealismo, yuxtaponiendo personas y plantas de forma inusual y trabajando con pintura muy fina. Tras la II Guerra Mundial, se convirtió en uno de los pintores figurativos más excepcionales de la modernidad (Escuela de Londres, junto con otros pintores como Francis Bacon -del que fue gran amigo desde 1959 hasta su muerte en 1992-, Michael Andrews, etc.), centrándose en la representación de los seres humanos: autorretrato, retrato (exclusión de sentimientos, personajes bajo fuerte luz, personas de su entorno próximo) y desnudo (carnalidad muy perceptible), con colores neutros en ocasiones y utilizando la técnica del empasto. El clima intelectual existencialista de la Europa de entreguerras le llevó a utilizar su pintura como instrumento de reflexión sobre la enajenación del hombre contemporáneo. Ya desde los comienzos de su carrera como pintor, sus obras han tenido siempre como tema central la figura humana representada con una intensidad psicológica muy acusada. En los años 50 dejó el estilo un tanto rígido de sus primeras obras y pasó a un lenguaje más suelto, de pincelada más gruesa, más informal.Por ejemplo, en los retratos, consigue mostrar la vulnerabilidad del cuerpo humano a través de la carnalidad matérica que expresan sus obras. Pero la evolución no supuso un trabajo más rápido, puesto que Freud fue pintor de ejecución lenta, que necesitaba alcanzar una relación de intimidad con los representados. Este estudio psicológico, la esencia de la personalidad, hace que represente no el parecido sino el reflejo de lo que representan sus personajes, uniendo al realismo una espontaneidad sórdida. Sus temas son las vidas de las personas, amistades, familia, amantes, niños y animales. Algunas veces acepta retratos por encargo. “Pinto gente, no por lo que quisieran ser, sino por lo que son”. Se dejó influenciar por la gran tradición de la pintura y en sus obras hay alusiones a los grandes maestros (Holbein, Cranach, Durero, Hals, Rembrandt, Tiziano, Watteau, Courbet, Rodin, Cézanne, etc.). Su búsqueda de la verdad le llevó a trabajar siempre del natural, con gran independencia hasta parecer indecoroso.
La muestra se divide en secciones que, de forma más o
menos cronológica, repasan la evolución y la temática de la producción del
pintor en siete décadas: Llegar a ser Freud, dedicada a sus
primeras obras, con una decidida voluntad figurativa; Primeros retratos,
en los que se manifiesta ya su deseo de capturar la esencia de sus
modelos; Intimidad, que muestra su predilección por retratar a
personas de su entorno; Poder, donde se incluyen retratos de
personajes destacados que el artista acepta realizar siempre que acaten sus
condiciones de trabajo; El estudio, su espacio de creación
convertido en escenario de sus composiciones, y La carne, con los
últimos retratos desnudos de una fisicidad tan poco complaciente que pueden
resultar impúdicos.
Desde los años 1940 la personalidad de Freud se manifiesta en los contornos nítidos, la frontalidad o la intensidad emocional de las figuras, pintadas a base de pinceladas minuciosas aplicadas con pinceles muy finos. En sus retratos y autorretratos nos hace testigos de la tensión presente en la vida de la gente de aquella época, creando una atmósfera de ansiedad.
“¿Qué le pido a una pintura? Le pido que asombre, perturbe, seduzca, convenza”.
Autorretrato, 1940.
El joven Freud se autorretrata a los 17 años, mirándonos con desafiante seguridad. Su rostro aplanado y la estricta frontalidad recuerdan a las esquemáticas figuritas egipcias que coleccionaba su abuelo Sigmund Freud.
Hombre con hoja de cardo (Autorretrato), 1946
El cuarto del pintor, 1944, 62,2 x 76,2 cm
Es la representación del
primer estudio de Freud en Delamere Terrace, en el entonces proletario barrio
de Paddington. La escena tiene un aire surreal debido a la distorsión de la
escala y a la presencia de una cebra disecada. La planta, el diván o el paño
sobre el suelo se repiten a lo largo de su obra.
Muchacha con perro blanco, 1951-52
Retrato de Kitty Garman,
embarazada, cuando su matrimonio estaba a punto de concluir. Sentada con un
perro en el regazo, anuncia el interés de Freud por representar la empatía de
los humanos con los animales.
Garza muerta, 1945
“Soy una especie de biólogo. Mi
interés por el ser humano como tema es el de un observador atento y un
estudioso de las personas”.
Muchacha con rosas, 1947-48, 106 x 75,6 cm
La primera esposa de Freud, la artista Kathleen (Kitty) Garman, hija ilegítima del escultor Jacob Epstein, posa sentada con una solemnidad expresiva e inquietante. La modelo, de ojos enormes y piel nacarada, está ejecutada con impecable minuciosidad.
Muchacha en el muelle, 1941
El retrato de Felicity
Hellaby, primera novia de Freud y compañera de estudios en la East Anglian
School of Paionting en Essex, marca el inicio de una serie de pinturas de
mujeres aisladas en primer plano. En esta precoz composición, el fondo marítimo
revela el interés del pintor por el viaje y el mar.
Los dos pequeños retratos
ofrecen una visión estática y frontal del rostro de Lorna Garman Wishart,
personaje de la bohemia de Bloomsbury y el primer gran amor del pintor. El
hieratismo de las figuras y la minuciosa ejecución, así como las flores en
primer plano, colocadas sobre un parapeto, remiten a modelos pictóricos del
Renacimiento del Norte.
Hacia los años 1960 aparece el verdadero Freud. Sus retratos
iniciales, de ejecución minuciosa, evolucionaron a obras realizadas con una
técnica más suelta, empastada y expresiva, aplicada con pinceles más gruesos.
Aunque su forma de trabajar siguió siendo lenta, lo hacía de pie, moviéndose
alrededor de sus modelos. La visión frontal, estática, se transforma en
perspectivas más transversales, como en una torsión de las figuras que exagera
la anatomía de los cuerpos. Como se aprecia en los cuadros inacabados, con el
dibujo subyacente, comenzaba a pintar desde el centro hacia los extremos.
“Cuando pinto mi intención es provocar
sensaciones al ofrecer una intensificación de la realidad”.
Reflejo con dos niños (Autorretrato), 1965, 91 x 91 cm, Museo Thyssen, Madrid
Se sustituye una
representación convencional por un acusado contrapicado a través de un espejo
colocado a sus pies. La lámpara ubicada detrás, convertida en una forma
semiabstracta, acecha al pintor, quien nos desafía con una mirada desde lo
alto. Su inmensa efigie empequeñece las diminutas figuras de sus hijos situados
en el ángulo inferior izquierdo y situados fuera del marco del espejo.
Autorretrato (Fragmento), 1956, 61 x 61 cm
Pintora, 1954
John Minton, 1952
Muchacha con vestido verde, 1954
“Habitación de hotel fue la última pintura en la que estaba sentado; cuando me puse de pie, ya no volví a sentarme nunca más”.
Habitación de hotel, 1954.
Esta turbadora escena en el
Hotel La Louisiane de País representa el inevitable final de la tensa relación
de Freud con su segunda esposa, la escritora Cameline Blackwood. El pintor,
junto a la ventana, a contraluz, contempla melancólico a la joven afligida, con
un gesto de ansiedad, que se estremece en la cama bellamente iluminada. La
traumática ruptura desencadena una crisis en Freud y su estilo evoluciona hacia
una factura más suelta.
En momentos en que lo privado parecía en vías de extinción, muchas de sus obras hablan de intimidad, de la que era muy celoso, por que retrató sobre todo a personas de su entorno más próximo: amantes, familiares o amigos, poniendo al descubierto el lado más íntimo. Siempre pintaba del natural, con los modelos sometidos a largas sesiones de posado, en insólitas posturas, con proximidad física que le permitía capturar los más mínimos detalles. Es muy hábil para reflejar una intimidad no erótica, cariño, amistad o afecto paterno, como se muestra en los retratos dobles.
“Trabajo a partir de las personas
que me interesan y que me importan, en las habitaciones en las que vivo y que
conozco. Utilizo a las personas para inventar mis cuadros con ellas, y trabajo
con más libertad cuando están ahí”.
Cabeza de muchacha, 1962, 81,2 x 71,1 cm
Doble retrato, 1985-1986, 78,8 x 88,9 cm
A partir de la década de 1980
Freud pinta unos retratos dobles con figuras sentadas o tumbadas junto a sus
mascotas. Aquí Susanna Chancellor aparece medio dormida sobre un paño blanco.
Junto a ella su perro Joshua, recostado, se apoya con familiariedad en la
joven. Al situarse muy cerca de sus modelos, se alcanza una intensidad tanto
física como emocional.
Michael Andrews y June, 1965-1966, 61 x 71 cm
En esta pintura retrata a su amigo el pintor Michael Andrews y a June Keeley, su mujer. Tras interminables horas de posado, los modelos proyectan una imagen de sí mismos que captura el artista. En sus rostros, el rastro evidente de la lenta aplicación de las pinceladas nos acerca al proceso de creación de la pintura.
Rose, 1990
Bella y Esther, 1987-1988, 73,7 x 89,2 cm
Las dos hijas que tuvo con
Bernardine Coverley, Bella y Esther, posaron regularmente para Freud para
estrechar lazos con su padre. La postura un tanto incómoda y artificial es
fruto de la compaginación que establece el pintor entre realismo y artificio,
que nos revela su intención de transformar la realidad sin destruirla.
Hombre y su hija, 1963-1964
Muchacha desnuda riendo, 1963
Dos hombres, 1987-1988
Sobre un colchón colocado en la tarima del suelo posan el artista y escritor Angus Cook, desnudo boca abajo, y su pareja, el también artista Cerith Wyn Evans, ambos de una generación más joven que Freud. En esta escena, captada desde lo alto, los dos hombres se tocan en un gesto de tierna intimidad. La ropa está pintada con tanta delicadeza y cuidado como el cuerpo desnudo, estableciendo así una metáfora táctil del proceso de pintar.
Hombre desnudo y su amigo, 1978-1980
El artista Raymond Hall posa
“desvestido” en un sofá del estudio junto a la figura vestida de su pareja John
Favell, en un momento de calma e intimidad. El modo poco convencional de su
postura se aleja de las imágenes habituales y manifiesta una dependencia
amorosa. La fuerte luminosidad que reciben las figuras desde lo alto nos hace
pensar en un retrato nocturno con luz artificial.
Mujer con abrigo de piel, 1968 / Muchacha con abrigo de piel, 1967
Los dos retratos de mujeres con abrigo de piel sobre un fondo plano son fruto de la intimidad que establece con las modelos. En uno vemos a una pensativa Penny Cuthbertson, una celebridad durante los años del Swilinging London que posó para algunos desnudos del pintor, y en el otro a su buena amiga, y gran coleccionista de su obra, lady Jane Willoughby, con un abrigo de leopardo.
Último retrato, 1976-1977
La bella Jacquetta Lampson
Eliot, casada con el vizconde Eliot, tuvo un tortuoso affaire con Freud, quien
la pinta por última vez en este melancólico retrato inacabado. La modelo no
aparece desnuda, sino con una camisa clara y una expresión de tristeza en su
mirada.
Hombre con camisa azul, 1965
En 1965 pinta a George Dyer,
un excriminal casi analfabeto, amante de su amigo Francis Bacon desde 1963. A
diferencia de los dramáticos y distorsionados retratos ejecutados por Bacon,
aquí su figura equilibrada resalta sobre un fondo plano, con una expresión que
inmediatamente nos conmueve, sobre todo al recordar su trágica muerte por
sobredosis en 1971.
No hay comentarios:
Publicar un comentario