El Castañar de El Tiemblo.
Otoño, la estación de los lujosos colores, la estación que da altura artística al paisaje. Es el momento para una salida andariega a alguno de nuestros espléndidos bosques caducifolios. En esta ocasión el viaje es a un pueblo de Ávila, El Tiemblo, para ver El Castañar en el momento álgido del otoño. Antes de llegar, parada en San Martín de Valdeiglesias para ver El Bosque Encantado, un jardín botánico y parque de esculturas vegetales, que puede hacer las delicias de los niños, tanto por las esculturas en sí como por el terreno en que están enclavadas.
Continuando en dirección a El Tiemblo, nuevo desvío y parada para ver de nuevo los Toros de Guisando, conjunto de cuatro esculturas zoomorfas en granito, de origen vetón, de la Edad del Hierro (ss. IV-I a.C.) y situadas al lado de la Cañada Real Leonesa Oriental. Al parecer no queda claro si se trata de toros o verracos (cerdos sementales). Están mirando al cerro de Guisando y se interpretan como estatuas protectoras del ganado, con fines religiosos o como simples hitos territoriales. Su fama también le viene del Tratado que se firmó el año 1468 entre Enrique IV de Castilla y su hermana Isabel (La Católica), por el que ésta era reconocida como heredera al trono. Esta fama hizo que aparezca en obras de autores famosos como Miguel de Cervantes (Don Quijote de la Mancha), Lope de Vega (El mejor maestro, el tiempo) o Federico García Lorca (Llanto por Ignacio Sánchez Mejías: “…y los toros de Guisando, / casi muerte y casi piedra, / mugieron como dos siglos / hartos de pisar la tierra”.)
En la falda del cerro de Guisando, hacia el que miran los Toros, pueden apreciarse las ruinas del monasterio de San Jerónimo de Guisando, cuyo origen data del s. XIV.
El Tiemblo es una población de 4.180 habitantes (2020) situada a 685 metros de altitud, en el entorno del río Alberche, entre el embalse de El Burguillo, aguas arriba, y el embalse de San Juan, aguas abajo, al pie de otro pequeño embalse, el Charco del Cura. La zona tiene restos de épocas pasadas, vetona (Toros de Guisando), romana (inscripciones en los Toros de Guisando, restos de calzada), visigoda (necrópolis), musulmana (acequias, conducciones de agua, nombres -Alberche, Atalaya-). Se repobló en el siglo XII, aprovechándose su riqueza forestal. En el siglo XIII adquirió gran importancia la Cañada Real, al reconocerse la Mesta. En el siglo XV fue su señor Álvaro de Luna y en 1468 tuvo lugar el reconocimiento como heredera de Isabel.
La visita “turística” se acaba pronto: Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, cuya torre es del siglo XV, ermita barroca de San Antonio, y Ayuntamiento del siglo XVIII. En las cercanías hay distintos puentes, como el de Valsordo, relacionado con el cruce del río por el ganado. Desde su origen fue siempre paso obligado para atravesar el Alberche, por lo que en él confluían el antiguo Camino Real y la Cañada de la Mesta, debiendo pagar determinados derechos los dueños de ganado por cada rebaño que pasara el puente. El camino es el que siguió en 1468 la infanta Isabel desde Cebreros hasta la venta de los Toros de Guisando.
La tarde puede hacerse larga, así que se impone una visita, bordeando El Burguillo -primer embalse del Alberche, 1913-, a Navaluenga, situada Alberche arriba a 763 metros de altitud, para ver su espléndido puente románico, s. XVI, y sus piscinas naturales.
Temprano por la mañana, la visita más importante, El Castañar. Algunos han madrugado más, pero todavía hay muchas plazas en el aparcamiento. Hace algo de fresco, pero la mañana es espléndida y azul, sin nubes, mientras a través de los árboles comienza a filtrarse la claridad cuando se inicia la ruta en el área de El Regajo. El bosque se ha adueñado de la tierra desde el fondo del valle y aquí se está totalmente rodeado. El bosque trepa las laderas de los montes, que recortan su verdor contra el azul del cielo. En la cabecera de la Garganta de la Yedra, los bosques mixtos de roble melojo o rebollo y castaño dan paso, en una zona, a una masa pura de castaño (castanea sativa), árbol caducifolio, introducido o al menos favorecido y difundido en época romana, que se ha adaptado a numerosos lugares, en parte debido a la antigua importancia de las castañas en la dieta alimenticia.
Los vientos del otoño ya han cubierto los árboles de un esplendor rubio, antes de que los fríos del invierno desnuden sus ramas. Las hojas han comenzado a tintarse de tonos dorados. Estos cambios de color son los que elevan la altura artística de la estación. Las variaciones cromáticas del bosque quedan como la única orientación del paso del tiempo, de la rueda de las estaciones. El caminar por el bosque -el suelo cubierto de erizos- es muy placentero, con salpicaduras de sol entre la sombra, con charcos amarillos de luz brillante entre la penumbra. El bosque, además, está lleno de vida: en un momento se tiene una fugaz visión de un ejemplar adulto de ciervo, que huye rápidamente, y más tarde de dos ejemplares jóvenes, que miran un momento, ingenuos, pero que también desaparecen sin dar tiempo a una fotografía. En esta larga perspectiva otoñal, el monte depara muchas sorpresas.
El recorrido se inicia al lado del aparcamiento, cruzando un puentecillo que da acceso al sendero, y hay que ir siguiendo los pasos intermedios: Fuente de los Cazueleros, mojón en una bifurcación, Refugio de Majalavilla, El Abuelo (más de 500 años y 19 m de altura), arroyo hasta donde da la vuelta la ruta, Castañar del Resecadal, etc. Además del castaño, puede apreciarse un sotobosque formado por majuelo, avellano, acebo, brezo, helechos, etc., y bosque de galería -alisos- junto al arroyo, prácticamente seco, al igual que el monte y que embalse El Burguillo.
Terminada la ruta, se aprovechan las mesas al lado del aparcamiento para alimentarse un poco y recuperar líquidos antes de emprender el regreso. El aparcamiento se ha llenado y hay coches fuera de la zona señalizada. Al bajar hacia el pueblo, una infinidad de coches suben a pesar de que es un día laborable. El fin de semana será más todavía. No es de extrañar que en el pueblo haya pancartas pidiendo que se salve el castañar. Al parecer, el problema es que no se cumplen las normas de mantenimiento. Es necesario actuar eficazmente en la protección de la naturaleza, única forma de que se mantenga también el turismo sostenible que da vida a numerosos establecimientos de hostelería.
Al regreso, parada en San Martín de Valdeiglesias, población de 8.679 habitantes (2020) situada a 681metros de altitud, en la ladera de un cerro, con las calles en cuesta. En el siglo XV perteneció al señorío de Álvaro de Luna, condestable de Castilla y privado de Juan II. Los monumentos importantes son el castillo de la Coracera, de finales del siglo XV, situado en la cima del cerro, y la iglesia de San Martín Obispo, renacentista herreriana. Noticias de su vino se tienen ya en las obras de Cervantes.
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