martes, 10 de agosto de 2021

 Estatuas.


Aunque hay plazas vacías, es muy común encontrar en su centro aproximado algún tipo de monumento. Quizá el mayoritario sea la fuente, como un homenaje a la importancia del agua, especialmente cuando no estaba todavía en las casas. Así, en la actualidad, se mantiene la unión entre fuente y plaza en muchos lugares.



En algunos casos, la fuente es, en sí misma, el monumento, como la los Cuatro Caños de Pastrana (Guadalajara), citada por Camilo José Cela en su Viaje a la Alcarria, o la de la Plaza de España en Sevilla.




En otros casos, la fuente se ve engrandecida por la escultura e incluso la arquitectura. Roma nos proporciona dos ejemplos inmejorables. En la Piazza Navona, la Fuente de los Cuatro Ríos (Nilo, de la Plata, Danubio y Ganges), barroca, diseñada por Francesco Borromini en la mitad del siglo XVII. Un artificio barroco constituye el apoyo del obelisco de Domiciano, proveniente del Circo de Majencio, coronado por la paloma del Espíritu Santo, emblema del papa Inocencio X.



El otro ejemplo está en la Plaza de España, llamada así por ser la sede de la embajada española ante la Santa Sede y la Orden de Malta. A los pies de la escalinata está la Fuente de la Barcaza, obra de Pietro Bernini, que parece un barco naufragado. La obra se terminó en 1627.




Los personajes que protagonizan algunas de las fuentes pueden ser de inspiración mitológica. Uno de los más asiduos es Neptuno, del que tenemos ejemplos en la Plaza de la Signoría de Florencia, frente a la esquina del Palazzo Vecchio, obra de Bartolomeo Ammannati, s. XVI. Sobre las estatuas de Escila y Caribdis, se eleva la figura de Neptuno con los rasgos de Cosme I de Médici, en alusión al dominio marítimo de Florencia.


La fuente de Neptuno de Madrid es de estilo neoclásico, de finales del siglo XVIII, y forma parte de los cinco grandes grupos escultóricos diseñados para el Salón del Prado por Ventura Rodríguez, junto con la Cibeles, la Fuente de Apolo, las Cuatro Fuentes y la fuente de la Alcachofa. Estos planes entraban en las reformas de modernización de la capital emprendidas por Carlos III.

 


La plaza de la Virgen de Valencia tiene también una fuente muy moderna, con un personaje medio acostado, del que se ha dicho que era Neptuno. Realmente parece que representa al río Turia y su funcionamiento antes de la gran riada de 1957, con sus ocho acequias, representadas por ocho pedestales sobre los que ocho mujeres jóvenes -desnudas y con peineta y peinado de labradora valenciana- vierten cántaros de agua, cada una en diferente posición.


Otro personaje mitológico representado en una fuente es la diosa madre Cibeles, identificada en el panteón griego con Rea, símbolo de la tierra y la fecundidad, que es uno de los puntos urbanos clave de Madrid. Es de la época de Carlos III, al igual que la cercana de Neptuno, y está representada sobre un carro tirado por dos leones (Atalanta e Hipómenes), según diseño de Ventura Rodríguez, esculpidos por distintos artistas.

Una simbología más difusa es la que se desprende de la fuente de Picadilly Circus, el principal icono de Londres. La idea fue conmemorar los trabajos filantrópicos de Lord Shaftesbury con este memorial y fue una obra adelantada a su tiempo al ser colocada sobre el bronce de la fuente la primera escultura tallada en aluminio. Su inauguración fue acogida con protestas por situarse en una parte vulgar de la ciudad (la zona de los teatros) y por ser una figura desnuda, demasiado sensual para representar al respetable conde. Para compensar esto último, se la llamó El Ángel de la Caridad Cristiana, nombre que no llegó a ser ampliamente conocido. Popularmente se la conoce como Eros, el mítico dios griego del amor sensual, aunque realmente parece que representaba a Anteros, el amor reflexivo y maduro. El nombre de Eros es oportuno como metáfora del cercano vecindario del Soho.


Algunas plazas se embellecen con monumentos traídos de lugares exóticos, como Egipto. Sus obeliscos aparecen en el Vaticano y en la Plaza del Popolo (Roma). Éste, el obelisco Flaminio, de 24 m de altura, construido en época de los faraones Ramsés II y Merenptah (1232-1220 a.C.), fue erigido en 1589 por orden del papa Sixto V. Había sido llevado a Roma por Augusto y colocado previamente en el Circo Máximo.

 



En París puede verse el obelisco del Templo de Luxor, la antigua Tebas, que fue ofrecido por el virrey de Egipto a Carlos X en 1830 y que se instaló en 1836 en el centro de la Place de la Concorde.




 


No podían faltar los símbolos religiosos para centrar la mirada, normalmente en forma de cruceros, como el de la Plaza de la Leña en Pontevedra y el de la Plaza de la Hora en Pastrana (Guadalajara).

 


Monumento a Cervantes
Alcalá de Henares
Estos monumentos que protagonizan las plazas, encrucijadas, paseos, etc., también son estatuas en muchos de los casos. En algunos momentos se ha pensado que su utilidad no era mucha, que era una forma de conmemoración pasada de moda, que incluso se desconocía la historia del personaje representado, lo que puso de manifiesto Robertson Davies, en su novela “Un hombre astuto”, en la que se cambia la placa del pedestal de una escultura para dedicársela a otro personaje y nadie se da cuenta. 


Las estatuas ocupan de forma bien visible un espacio público y también transmiten un mensaje implícito, más simple al no requerir conocimientos de ningún tipo. Los objetos siempre han tenido mucha importancia en la comunicación no verbal; así ha funcionado la ideología en la población analfabeta y sigue haciéndolo en la actualidad, aunque las circunstancias han cambiado.


                                                     Columna de Nelson, Trafalgar Square, Londres

 

Felipe III, Plaza Mayor, Madrid
Las estatuas nos llevan a asumir que representan los valores hegemónicos y las virtudes cívicas de la sociedad, lo que es muy preocupante si tenemos en cuenta que escasean las representaciones de científicos, médicos, pacifistas, representantes de los derechos humanos, demócratas, etc., y abundan los de militares coloniales, personajes del Antiguo Régimen, etc. Aunque no sepamos la historia de cada personaje, nos están diciendo que el belicismo, la defensa del imperio, etc., merecen ocupar el espacio público visible por encima de otros valores.

Carlos III, Puerta del Sol, Madrid

Esto se sigue haciendo en algunos lugares, mientras en otros se retiran las estatuas de agentes coloniales, líderes racistas, etc. En América se han retirado muchas referidas a Colón y la conquista española. En el espacio público deberían levantarse monumentos que expresen los ideales de la democracia, de todos.

 

Plaza del Comercio, Lisboa. Se accede por el imponente Arco Triunfal, con esculturas de Vasco de Gama, el Marqués de Pombal, etc., y una educativa inscripción (“Que las virtudes de los más grandes sean una enseñanza para todos”) rodeada de alegorías de la Gloria, el Genio y el Valor. En el centro está la estatua ecuestre del monarca José I, que reinaba cuando el terremoto de 1755, y que simboliza el fin de la reconstrucción.

 

En el Capitolio de Roma está la estatua ecuestre del emperador Marco Aurelio (161-180), del que no existe mención en las fuentes literarias antiguas. Se debió erigir en el 176, tras su triunfo sobre los germanos o en el 180 tras su muerte. A este lugar se trasladó en 1538 por orden del papa Pablo III. Un año después, encargó a Miguel Ángel que proyectase una colocación idónea y adecuase la plaza.

 

Los monumentos podían llevar el nombre de algún personaje aunque no estuviera representado tan visiblemente como en una estatua. Es lo que sucede con el arco de Septimio Severo, en el Foro Romano, a los pies de la colina del Capitolio, erigido en 203 para glorificar las victorias militares sobre los partos. La arquitectura de este arco de triunfo serviría posteriormente de inspiración para otros arcos triunfales, unos antiguos y otros modernos.



El Arco de Triunfo de París, en la Plaza Charles de Gaulle (antes de la Estrella), fue comenzado en 1806 por orden de Napoleón Bonaparte, y concluido en 1836.

 



Siguiendo esta tendencia clasicista, en 1810 se elevó en la plaza Vendôme de París, en el emplazamiento de la estatua destruida de Luis XIV, esta imitación de la columna Trajana de Roma, que igualmente tiene un bajorrelieve helicoidal. Está coronada por una estatua de Napoleón, suprimida durante la restauración y restablecida en 1831. La columna fue destruida en tiempos de la Comuna y reemplazada en 1873.

 

Algunos monumentos han generado polémica por diversos motivos (características del personaje, estilo, color, etc.), pero ninguno como la Pirámide del Louvre en París, que alberga la entrada principal del museo. Fue inaugurada por el presidente francés François Mitterrand en 1988. El proyecto original contemplaba erigir en el lugar una estatua, y se probó con alguna, como El Pensador de Aguste Rodin, pero no convenció. Fue diseñada por el arquitecto Leoh Ming Pei que ideó una estructura metálica de acero y aluminio (21,64 m de altura sobre base cuadrada de 35,42 m de lado) que sostiene el revestimiento de vidrio laminado. Suscitó una gran controversia cuando se presentó el proyecto en 1984.

Cuando paseamos miradas atentas y detenidas sobre estos monumentos vemos que están hechos para gozar con los sentidos. De ellos parece irradiar una energía que contagia a habitantes y visitantes. Sobre su necesidad, el gran paisajista urbano que fue Víctor Hugo, dijo que si no existieran, no podríamos diferenciar una ciudad de un hormiguero.


Lo que no genera ninguna controversia es lo natural. Los celtas consideraban el árbol como la imagen de la vida y la unión con el más allá, el mediador más favorable entre los hombres y los dioses. Era sinónimo de ciencia, fuerza y vida. Los druidas (voces célticas derv- y dru-, una de cuyas acepciones es roble) vieron en los árboles la esencia del universo, la totalidad de los elementos, la vía por donde fluía la energía universal, y por eso hacían sus ceremonias rituales en la espesura de los bosques (un claro, el círculo como emblema genérico del universo), donde la encina era otro árbol sagrado. El fresno Ydrasgil se sustentaba en el centro de la tierra, donde llegaba hasta el infierno y ascendía a los cielos, sujetando el reino de Asgard, la patria de los dioses.

 

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