Lavaderos (I)
El tipo de vida actual, cómodo pero artificioso, hace que
en algunos momentos nuestro pensamiento vuelva al pasado, a un pretérito
tradicional, del que todavía mantenemos algunos restos, como la conciencia de
ese tiempo. Ese es el motivo por el que se restauran los restos de ese pasado,
como los antiguos lavaderos, ahora lugares de ornamentación local.
La tarea del lavado de la ropa era muy dura y esencialmente
femenina. La expresión “hacer la colada” se refería al proceso casero y
periódico, con agua muy caliente en un caldero en el que, después del remojo,
se echaba ceniza -preferentemente de carrasca- que tenía el efecto lejía para
limpiar y blanquear las prendas. Quedaba el aclarado, en el río, acequias o en
los lavaderos públicos.En el río, acequias, lavaderos, etc., también se hacía el
lavado completo, porque en las casas no había agua corriente. Las mujeres
llegaban desde el pueblo acarreando la ropa sucia y una tabla con hendiduras
para facilitar el restregado de la ropa, excepto en el lavadero. Tanto en el
río como en el lavadero se congregaba un mundo femenino que realizaba una dura
tarea, con frío en invierno (sabañones por el agua helada) y calor en verano
(peso de la ropa en las pendientes, puesto que el lavadero o el río se situaban
en zonas bajas). Era también un trabajo colectivo, puesto que se ayudaban, por
ejemplo, al torcer; una de un lado y la otra del otro.

Una operación previa había sido la elaboración artesanal
del jabón, usando grasas -normalmente de cerdo- y añadiéndole sosa (agresiva
para la piel). Se guardaba cortado en piezas rectangulares. La ropa enjabonada
se ponía a clarear en los prados y arbustos para que el sol la blanqueara. En
invierno, si había menos sol, se usaba ceniza. Con todo esto, la ropa no
quedaba sólo blanqueada, sino también desinfectada. Después había que aclarar,
torcer, secar y planchar con cuidado (las planchas eran de carbón y podían
manchar la ropa).
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Santorcaz (Madrid) |
El lugar que reunía todas estas actividades era el
lavadero, construido en las afueras de los pueblos y cerca de praderas o
arboledas para tender y orear la ropa. Tenían dos estanques, uno para enjabonar
y otro para aclarar. Alrededor de ellos había un espacio con inclinación y
ondulaciones para frotar la ropa. Al principio, las mujeres lavaban de
rodillas; después se construyeron de forma que pudieran estar de pie. |
Camarma de Esteruelas (Madrid) |
Este trabajo era cotidiano en todas las mujeres, pero
algunas lo hacían de forma profesional, las lavanderas. Se decía que no había
pueblo sin iglesia, fuente y lavadero. Aunque estos han ido desapareciendo,
últimamente se están recuperando. Su importancia deriva de que su uso iba más
allá del lavado; eran un foco de vida y cultura alrededor del agua, eran
depósitos de memoria donde se lavaban los trapos ajenos, las intimidades y los
estigmas sociales. El agua canalizada hacia el lavadero integraba lo rural en
lo urbano, la naturaleza en la cultura, con un valor social preferentemente. |
Granada |
Eran espacios de terapia, donde se hablaba de todo. Los
espacios privados se convertían aquí en públicos, para conseguir unión ante
algún problema, reclamación, etc. Se resolvían asuntos individuales y
colectivos, privados y públicos. Se secreteaba, se hablaba de todo, del pueblo,
del cura, de métodos anticonceptivos, de miedos y problemas, de ayudarse, etc.
Pero todo quedaba allí: “o que se di aquí vai polo río”. Eran terapias
de grupo donde se contaban problemas y penas, se compartían situaciones. |
Fuente Grande. Ocaña (Toledo) |
Eran, además de un lugar de trabajo, puntos de encuentro y
tertulia, de confidencias, un universo femenino que se ponía al día de los
sucesos de la vida cotidiana, que cantaba y contaba historias, y que provocaba
nuevos acontecimientos en la vida de la comunidad (Saramago: “las
conversaciones de las mujeres mueven el mundo”). También servía para
“mocear”, siendo aquí las mujeres la iniciativa y el reclamo. |
Fuente de los Caños y lavadero. Sorbas (Almería) |
Se hablaba y se escuchaba. Incluso el hecho de golpear
sobre la piedra era terapéutico porque era una forma de liberar la rabia,
tensión o tristeza. Esa percusión, expresión primera, era también musical.
Rosalía de Castro ponía a las lavanderas como elemento tanto visual como sonoro
del paisaje. Voces hablando, riendo, cantando,
ruido al aclarar, etc., los sonidos del lavadero. Ahora el territorio está mudo, aunque son
lugares vivos, plenos de conciencia y memoria. Nos transportan a otra época
donde estas sencillas instalaciones eran elementos socializadores. |
Velillas (Huesca) |
Aquella gente, que ya se fue, era consciente del fin de su cultura. Ahora
son remansos donde el tiempo se detiene o sigue transcurriendo al fluir de un
caño. Se restauran, no por nostalgia, sino atendiendo a su valor comunitario, a
la revitalización del espacio público, aunque quede reducido a la categoría
etnográfica de costumbrismo o tradiciones con encanto. Sin embargo, son más que
un rincón pintoresco, son patrimonio. Los canteros tallaron y pulieron la
piedra, integrándolo en el paisaje, en el que son oasis de biodiversidad que
atraen vegetales, aves (lavanderas) e insectos. Su silencio actual parece traernos
sus sonidos de antaño, sus historias de vida transmitidas oralmente, sus
comportamientos que describían la cultura de una comunidad en el contexto de su
sistema de valores y creencias. |
Apiés (Huesca) |
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