La primavera en la pintura (I).
El término primavera deriva del latín y está compuesto por prima, que proviene de “primer”, y vera de “verdor”, significando “el primer verdor”. Alude al momento tras los días grises y fríos, cuando los días se alargan progresivamente, el calor va avanzando poco a poco, los árboles se visten y las plantas florecen. Es época de vitalidad, de luz, color y alegría, de aire libre y contacto con la naturaleza. Es buena estación para agricultores y jardineros, para cultivar plantas y llenar los jardines de flores (mayo). Metáfora de fertilidad, juventud (“estar en la flor de la vida”), frescura, uno de los momentos de mayor inspiración creadora.
Para empezar a comentar la relación entre primavera y pintura, nada mejor que recurrir a Botticelli (autorretrato en Adoración de los Magos, 1475, Uffizi) y su obra “Allegoria della primavera” (1482-83, 203 x 314 cm., Galeria Uffizi, Florencia), especialmente diseñada para su cliente Lorenzo di Pierfrancesco de Médici, primo de Lorenzo el Magnífico, para decorar -junto a Palas y el Centauro, 1482/83- la Villa di Castello, en la campiña florentina.
El cuadro propone una lectura de derecha a izquierda, comenzando con Céfiro y terminando con Mercurio (Hermes en la mitología griega), como señalan los personajes: Flora camina hacia la izquierda, Cupido apunta su flecha en esa dirección, Venus (Afrodita) -la figura central- indica el camino, la última figura también muestra esa dirección.
Los nueve personajes están distribuidos en una composición rítmicamente equilibrada, separadas en dos grupos de tres y el resto individualmente. A la derecha, en el primer grupo de tres, se representa una metamorfosis, homenaje a Ovidio (Las metamorfosis, Fastos) y a Lucrecio (Natura Rerum): Céfiro (dios del viento del oeste y símbolo del destino, la fatalidad), azulado y con alas, impetuoso, persigue a la ninfa Cloris (símbolo del color blanco, la Pureza, exhala flores al respirar, también símbolo del frío del invierno) con túnica transparente, de la que se enamora, la posee y la convierte en su esposa, transformándose (flores que salen de la boca) en Flora, diosa de la primavera (fiestas Floralia en Roma durante el mes de Mayo), engendradora de flores, representada con un vestido poblado de flores y con un cesto con flores que esparce por el suelo, jardín en el que reinará la eterna primavera. Flora es el alma misma, antes Cloris, pero florecida y derramando sus bendiciones al mundo. Simboliza el alma humana que despierta al mundo espiritual.
En el centro se encuentra Venus (Afrodita), diosa del amor que domina el pasado, el presente y el futuro, es el eje de todo, con vestido blanco y túnica roja. Levanta la mano derecha saludando al espectador e invitando al jardín (“paraíso”, Venus ocupa el lugar donde en la Biblia figura el árbol del bien y del mal). Volando está su hijo Cupido (Eros, hijo de Venus y Mercurio), símbolo del amor, con los ojos vendados (“el amor es ciego”), apuntando con su flecha hacia una de las Tres Gracias. Cupido, Venus y Mercurio comparten las llamas del amor: flecha de Cupido, escote del vestido de Venus, túnica de Mercurio. Las llamas son el símbolo del martirio de san Lorenzo, alusión al comprador del cuadro.
Las Tres Gracias (Aglaya, Eufrósine y Talía), en la mitología griega son vistas como jóvenes bellas, pero sabias y elocuentes, y representan la castidad, la voluptuosidad y la belleza. En la mitología romana son Pulchritudo (a la derecha, imagen serena), Castitas (centro, a ella se dirige la flecha de Cupido, rostro pensativo, quizá la amante de Giuliano, Simonetta Vespucci) y Voluptas (animada por el movimiento de sus pliegues y cabellos), símbolos de la personificación de los tres tipos de mujer: virgen, esposa y amante. Danzan con los dedos entrelazados y envueltas en velos semitransparentes. Eros apunta con una flecha a Castitas, que dará la espalda al mundo (al observador) y mirará al dios Hermes-Mercurio.
En el extremo izquierdo se encuentra Mercurio (quizá Giuliano de Médici, hermano de Lorenzo el Magnífico), dios del comercio y mensajero de los dioses, vestido con clámide roja decorada con llamas, casco, daga y botas aladas. Con el brazo derecho sostiene un caduceo con el que ahuyenta unas nubes. Es también el dios de la razón y dirige la mentalidad humana hacia la divinidad. En la interpretación tradicional de este cuadro, Hermes, con espada símbolo del dios al ser de “doble filo”, es el guardián del bosque, guardián de los recintos sagrados, una forma griega del dios egipcio Anubis. Él cierra el ciclo de la composición del cuadro, que representa una atmósfera de fábula mitológica, con algo similar a un rito pagano que rompe con la pintura religiosa cristiana propia de la Edad Media, y con un bosque cerrado y oscuro tras el que se observa luz, indicando que hay mucho más allá del jardín o bosque.
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