Invitadas (V)
María Luisa de la Riva y Callol de Muñoz, Flores y
frutas, 1887.
La dedicación de las mujeres a los géneros considerados menores, como el bodegón, la miniatura o, en menor medida, el retrato, vino dada por su acceso restringido a la formación artística reglada. La pintura de flores y frutas se asociaba a cualidades y virtudes consideradas femeninas, como la minuciosidad, la delicadeza, el cuidado del hogar, e incluso la castidad. La presencia de mujeres en los certámenes fue aumentando y la crítica ya no pudo obviar su asistencia, a pesar del tono condescendiente.
Sección 16. Señoras antes que pintoras.
Lluïsa Vidal, Autorretrato, 1899.
Sección 17. Anfitrionas de sí mismas.
Marisa Roësset (María Luisa Roësset y Velasco),
Autorretrato de cuerpo entero, 1912.
Al final del siglo XIX aumentó la presencia de mujeres artistas en los certámenes públicos y parte de la crítica reconoció su valía, juzgando su obra con independencia de su condición de mujeres, a pesar de que las alabanzas encubrían un sesgo diferenciador: pinta “como un hombre”. Las jóvenes pertenecientes a un ambiente familiar cosmopolita tuvieron mayor libertad para desarrollar sus carreras, mientras que otras sucumbieron a la presión social. En los inicios del siglo XX se intentó aumentar la consideración de las artistas, sin conseguirse plenamente.
Concepción Mejía de Salvador, Escena de familia.
Pintora nacida en Granada que participó en diferentes exposiciones de Bellas Artes a finales del siglo XIX. Esta obra aparece en una relación de cuadros del Museo de Arte Moderno, fechable antes de 1924.
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