Invitadas (IV)
Sección 10. Modelos en el
atelier.
El estudio de un pintor, Francisco Masriera y Monovens, 1878.
La belleza femenina fue magnificada a lo largo del siglo
XIX lo que confirió nuevos roles a las modelos, que teatralizaron sus posados
en los ateliers de los artistas. La progresiva valoración de la compostura y la
apariencia externa las convirtió en productos de consumo. Los pintores las
mostraron como figuras de adorno, espectadoras pasivas de la creación artística
masculina, con imagen superficial que evidenciaba su papel subordinado dentro
del sistema del arte.
Sección 11. Pintoras en
miniatura.
María Tomasa Álvarez de Toledo y Palafox, Sophie Liénard, pintura sobre porcelana, 1835.
El aprendizaje de la pintura se convirtió, como el piano
o el canto, en un elemento más de la formación de las jóvenes de la sociedad
decimonónica de buen tono, a imitación de los usos aristocráticos. Pero sólo
podían acceder a la formación de escuelas de dibujo o a los talleres de otros
pintores, no a las Academias de Bellas Artes. Las pocas que llegaron a
desarrollar una carrera profesional, provenientes en su mayoría de familias de
artistas, se dedicaron al retrato en miniatura principalmente. El sometimiento
a las reglas de la época las abocó a un destino como miniaturistas, copistas o
maestras de dibujo.

El retrato sobre porcelana triunfó en Francia,
extendiéndose a otras zonas de Europa. Este tipo de retrato no era practicado
por los artistas españoles, por lo que la nobleza española acudió a Francia para solicitar este
tipo de retratos. Esta obra está realizada en el taller Rihouet de París, en el
que Sophie Liénard trabajó algunos años. Posiblemente, la dama representada sea
María Tomasa, hija de Francisco de Borja Álvarez de Toledo, XVI duque de Medina
Sidonia y de María Tomasa Josefa Palafox y Portocarrero, que casó con el IV
Marqués de la Romana.
Sección 12. Las primeras
fotógrafas.
Copa alta con emperadores, virtudes y la Fama, Jane Clifford, papel albúmina, 1863.
La
fotografía fue considerada una disciplina menor en sus orígenes, lo que
permitió la participación más activa de las mujeres. Una pionera fue Madama
Fritz, que recorrió la Península ofreciendo sus servicios como retratista.
Otras trabajaron en estudios, regidos predominantemente por hombres. En 1850,
el matrimonio británico formado por Charles y jane Clifford se estableció en
Madrid, donde abrió un estudio fotográfico. El trabajo realizado al aire libre
debido a la baja sensibilidad de la luz a las placas, permitió documentar el
patrimonio artístico.
Esta fotografía pertenece a una serie de 55 piezas sobre el Tesoro del Delfín.
Sección 13. Señoras “copiantas”.
Las hilanderas (copia de Velázquez), Madame Anselma (Alejandrina Gessler de Lacroix), 1872.
La copia
de maestros del pasado fue una actividad artística esencial de las mujeres
durante buena parte del siglo XIX. De ser una actividad adecuada por decorosa
pasó a ser un desempeño con posibilidades lucrativas, con consideración
profesional. Se inscribían en los libros de registro del Museo del Prado,
añadiendo junto a su nombre la palabra “copianta”, sin referirse a sí mismas
como pintoras o artistas. Algunas adquirieron reconocimiento público como
Rosario Weiss o Emilia Carmena, pintora honoraria de Isabel II.
Sección 14. Reinas y
pintoras.
El príncipe Alfonso, cazador, Cécile Ferrère, 1869.
A la
tradición de reinas pintoras se sumaron tanto María Cristina de Borbón como su
hija Isabel II, exhibiendo con frecuencia obras de su mano, especialmente
copias de grandes maestros, en las exposiciones celebradas en la Academia de
San Fernando y el Liceo Artístico y Literario de Madrid, o en recepciones en
los palacios. La prensa ensalzó sus cualidades y el ejemplo que daban como
protectoras de las artes. Un número considerable de pintoras y miniaturistas
fueron nombradas académicas de mérito y acogidas en el ámbito cortesano. Isabel
II favoreció con su mecenazgo a algunas pintoras, de las que adquirió obras para
adornar las estancias del Palacio Real, práctica que se mantuvo en el exilio.
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