jueves, 19 de noviembre de 2020

 Invitadas (IV)

 Sección 10. Modelos en el atelier.

El estudio de un pintor, Francisco Masriera y Monovens, 1878.

La belleza femenina fue magnificada a lo largo del siglo XIX lo que confirió nuevos roles a las modelos, que teatralizaron sus posados en los ateliers de los artistas. La progresiva valoración de la compostura y la apariencia externa las convirtió en productos de consumo. Los pintores las mostraron como figuras de adorno, espectadoras pasivas de la creación artística masculina, con imagen superficial que evidenciaba su papel subordinado dentro del sistema del arte.

 



Sección 11. Pintoras en miniatura.

María Tomasa Álvarez de Toledo y Palafox, Sophie Liénard, pintura sobre porcelana, 1835.

El aprendizaje de la pintura se convirtió, como el piano o el canto, en un elemento más de la formación de las jóvenes de la sociedad decimonónica de buen tono, a imitación de los usos aristocráticos. Pero sólo podían acceder a la formación de escuelas de dibujo o a los talleres de otros pintores, no a las Academias de Bellas Artes. Las pocas que llegaron a desarrollar una carrera profesional, provenientes en su mayoría de familias de artistas, se dedicaron al retrato en miniatura principalmente. El sometimiento a las reglas de la época las abocó a un destino como miniaturistas, copistas o maestras de dibujo.

 

El retrato sobre porcelana triunfó en Francia, extendiéndose a otras zonas de Europa. Este tipo de retrato no era practicado por los artistas españoles, por lo que la nobleza  española acudió a Francia para solicitar este tipo de retratos. Esta obra está realizada en el taller Rihouet de París, en el que Sophie Liénard trabajó algunos años. Posiblemente, la dama representada sea María Tomasa, hija de Francisco de Borja Álvarez de Toledo, XVI duque de Medina Sidonia y de María Tomasa Josefa Palafox y Portocarrero, que casó con el IV Marqués de la Romana.

 


Sección 12. Las primeras fotógrafas.

Copa alta con emperadores, virtudes y la Fama, Jane Clifford, papel albúmina, 1863.

La fotografía fue considerada una disciplina menor en sus orígenes, lo que permitió la participación más activa de las mujeres. Una pionera fue Madama Fritz, que recorrió la Península ofreciendo sus servicios como retratista. Otras trabajaron en estudios, regidos predominantemente por hombres. En 1850, el matrimonio británico formado por Charles y jane Clifford se estableció en Madrid, donde abrió un estudio fotográfico. El trabajo realizado al aire libre debido a la baja sensibilidad de la luz a las placas, permitió documentar el patrimonio artístico.

 


Esta fotografía pertenece a una serie de 55 piezas sobre el Tesoro del Delfín.


Sección 13. Señoras “copiantas”.

Las hilanderas (copia de Velázquez), Madame Anselma (Alejandrina Gessler de Lacroix), 1872.

La copia de maestros del pasado fue una actividad artística esencial de las mujeres durante buena parte del siglo XIX. De ser una actividad adecuada por decorosa pasó a ser un desempeño con posibilidades lucrativas, con consideración profesional. Se inscribían en los libros de registro del Museo del Prado, añadiendo junto a su nombre la palabra “copianta”, sin referirse a sí mismas como pintoras o artistas. Algunas adquirieron reconocimiento público como Rosario Weiss o Emilia Carmena, pintora honoraria de Isabel II.

 

Sección 14. Reinas y pintoras.

El príncipe Alfonso, cazador, Cécile Ferrère, 1869.

A la tradición de reinas pintoras se sumaron tanto María Cristina de Borbón como su hija Isabel II, exhibiendo con frecuencia obras de su mano, especialmente copias de grandes maestros, en las exposiciones celebradas en la Academia de San Fernando y el Liceo Artístico y Literario de Madrid, o en recepciones en los palacios. La prensa ensalzó sus cualidades y el ejemplo que daban como protectoras de las artes. Un número considerable de pintoras y miniaturistas fueron nombradas académicas de mérito y acogidas en el ámbito cortesano. Isabel II favoreció con su mecenazgo a algunas pintoras, de las que adquirió obras para adornar las estancias del Palacio Real, práctica que se mantuvo en el exilio.

 

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