Invitadas (III).
El marco normativo y
moral en que debía moverse la mujer de finales del siglo XIX quedó reflejado en
las distintas imágenes. La realización personal femenina se traducía en la
maternidad, y fueron dos los controvertidos asuntos que abordaron los pintores
con mayor frecuencia. Uno era el de las consecuencias de los malos hábitos –prostitución,
infidelidad, enfermedades venéreas- de los progenitores sobre la salud de los
hijos, saliendo peor parada la mujer. El segundo, que incidía en la naciente
noción de la lucha de clases, era el drama de las nodrizas rurales que
abandonaban su casa y sus propios hijos para atender a los de las familias
pudientes de las ciudades.
El
precio de una madre, a mejorar la raza, Marceliano Santa María Sedano, 1893.
En el desnudo
femenino, género que no tuvo equivalente masculino, la incorporación de nuevas
reflexiones sobre los códigos y límites que debían regir la representación
cuestionó la concepción tradicional, la exaltación de la belleza ideal. La
Academia siguió exigiendo la inserción de los desnudos en relatos que los
justificaran, pero, en conjunto, sublimaban las fantasías de los hombres
ocultándolos en excusas moralizantes como la contraposición castidad-lujuria, o
en escenarios orientales exóticos, en el caso de esclavas y odaliscas. En el
posado artístico llegaron a participar niñas en su transición a la edad adulta
y modelos que se desnudaban por necesidades económicas.
Crisálida,
Pedro Sáenz Sáenz, 1897.
Sección
7. Censuradas.
Los jurados de las
exposiciones podían rechazar las obras que creyeran atentatorias contra la
moral. En 1906 fueron cuatro cuadros, uno de ellos “El sátiro”. En esos años se
realizaron estudios sociológicos sobre la delincuencia, los bajos fondos de las
ciudades y la prostitución. Estos cuadros servían para concienciar a los
espectadores sobre las contradicciones de una sociedad basada en la hipocresía
y las falsas apariencias.
El
sátiro, Antonio Fillol, 1908.
Sección
8a. La reconstrucción de la mujer castiza.
Algunos ámbitos
defendieron la tradición frente a la imagen de la mujer moderna y liberada que
empezaba a imponerse. En la alta sociedad madrileña se fundó en 1909 la
Sociedad Española de Amigos del Arte, para encauzar el gusto y fomentar las
artes tradicionales, reivindicando políticamente el estatus y refinamiento de
la élite social. En plena era sufragista se volvía la mirada a la mujer del
siglo XVIII, ataviadas con objetos de sus antepasadas, y se construyó una
imagen anacrónica de la mujer castiza aunque con un lenguaje moderno.
Una
manola, Ignacio Zuloaga y Zabaleta, hacia 1913.
Sección
8b. Maniquíes de lujo.
Raimundo de Madrazo,
uno de los retratistas más reputados de París, atendió la demanda de un mercado
internacional, refinado y conservador, que reclamaba superfluas imágenes de
bellezas femeninas. Su modelo Aline Masson encarnó diversos prototipos de
mujer, desde la española castiza a la parisina cosmopolita, figuras pasivas y
accesorias. Las mujeres de la alta sociedad, para ganarse la respetabilidad
social, posaban disfrazadas de aristócratas, lo que las convertía en
inexpresivos maniquíes.
Aline
Masson, con mantilla blanca, Raimundo de Madrazo y Garreta, 1875.
La modelo Aline Masson, la preferida del pintor, conformaba
el ideal estético femenino del París burgués, intrascendente y frívolo,
del último tercio del siglo XIX. Aquí posa cubierta con una mantilla blanca de
blonda y apoyada dulcemente sobre el respaldo de un sofá, entrecruzando sus
manos sobre las que reposa su rostro risueño y candoroso, cuya mirada delata la
adolescencia, aunque con un punto de malicia provocadora en su boca
entreabierta. Bajo el encaje floreado se trasparenta un mantón de Manila rojo,
decorado con flores blancas que contrasta con los azules y pardos de la
tapicería del asiento. Como aderezos, una sortija de coral en su mano izquierda
y un lazo de raso, azul y rosa, sobre su cabello castaño.
Sección 9. Náufragas.
El término náufragas
hace referencia a la situación de marginalidad que padecieron numerosas mujeres
en la cultura patriarcal del siglo XIX español. La falta de formación
especializada dificultó su profesionalización, impidiendo que pudieran ganarse
la vida por sí mismas o abocándolas a trabajos modestos o indignos. En el
terreno del arte, algunas hijas y esposas de pintores sí recibieron formación
específica, pero desempeñaron tareas por lo general subalternas.
Puesto
de flores, María Luisa de la Riva y Callol de Muñoz, 1885.
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