La playa en el museo.
Con el levantamiento de las restricciones a los viajes,
ya se ha podido ir a la playa. Pero siempre ha habido arenas y olas en los
museos, como nos advierte Isabel Gómez Melenchón en un artículo en La
Vanguardia. Desde mediados del siglo XIX la playa irrumpe con fuerza en las
costumbres sociales y, como consecuencia, en los trabajos de los artistas. En
los museos españoles hay una buena representación de estas obras.
Manuel García Rodríguez: Playa de Sanlúcar de Barrameda,
1895-1911, Museo Carmen Thyssen, Málaga.
Joaquín Sorolla: Chicos en la playa, 1909. Museo del
Prado. Madrid.
Si un pintor ha captado la alegría de los baños de sol y
mar es el valenciano Sorolla. Colores brillantes, cargados de energía y
libertad.
Samuel S. Carr: Niños en la playa, 1879-1881.
Cuando el artista norteamericano de origen británico
pintó las costas de Coney Island, estas se proclamaban “el mayor balneario del
mundo”.
Pablo Picasso. Platja de la Barceloneta, 1896. Museu Picasso.
Julio González: Chica dormida en la playa, 1914. Museo Nacional d´Art de Catalunya.
Gerhard Richter: Marina, 1998, Museo Guggenheim. Bilbao.
El artista alemán trabajó sobre la base de una fotografía tomada en Tenerife para crear esta pintura de casi nueve metros cuadrados.
Joan Miró: Platja de Mont-Roig, 1916. Fundació Joan Miró.
Barcelona.
Esta pintura resume la relación de Miró con Mont-Roig
desde sus veraneos de joven.
MUSEO CARMEN THYSSEN, Málaga.
La playa, como
entretenimiento primero burgués y más tarde popular, y como escenario
paisajístico, está ampliamente representada en la colección de este museo, en
la misma costa.
Fritz Bamberger,
Estepona, 1855.
Aún bajo la estela
del romanticismo.
Vicente Palmaroli,
Los días de verano, 1885.
Sentada frente al
mar, junto a la orilla, una dama abandona un momento su lectura para volver la
mirada al espectador. A pesar de su ubicación en plena playa, aparece vestida
con un traje de falda larga de color morado con suntuosos adornos de encaje
negro y delantal blanco, envuelta en un confortable echarpe, con un sombrero
con blondas y plumas y pertrechada con una pequeña sombrilla. Parece estar
tranquilamente acomodada, apartada del resto de veraneantes, junto a las sillas
de anea que se empleaban para descansar cerca del mar y a otros útiles de playa
y algunas ropas. Así, reservada y entregada a la lectura, sorprendida en su
soledad, esta imagen de mujer veraneante posee un tono melancólico y refinado,
propio del gusto de la alta burguesía europea del último cuarto del siglo y
responde además a un estereotipo de feminidad burguesa bien conocido a través
de la literatura, que tuvo su reflejo en una tipología artística perfectamente
acuñada, que Palmaroli explotó con verdadero éxito comercial.
Modest Urgell,
Playa.
A Urgell se le
considera un pintor realista. Su lenguaje pictórico evolucionó muy poco y se
mantuvo al margen de las innovaciones que caracterizan las obras de otros
artistas de su generación. Sin embargo, en cuanto a los temas, la inspiración
neorromántica de sus lienzos indica una proximidad de gusto con la vertiente
más espiritualista del modernismo. Playa es uno de sus cuadros característicos,
monumental por su formato y minucioso en su técnica. En una playa casi desierta
destaca la presencia de una barca de pescador y otra auxiliar, con unas pocas
figuras de hombres dedicados a unas labores que no se llegan a percibir con
claridad. El punto de vista y el horizonte, muy bajos, permiten ver en primer
plano, con detalle, la arena y las piedras de la playa solitaria. La luz y el
viento invernales bajo un cielo inmenso, que son en definitiva el tema
principal del cuadro, se presentan repletos de presagios imprecisos para la
vida de los hombres del mar.
Guillermo Gómez Gil, Marina II, años 20 del siglo XX.
En esta Marina, el pintor nos invita a sumergirnos en un mar apacible, apenas exaltado por rayos de sol que se filtran con sosiego entre unas nubes que no desestabilizan anunciando un drama. Los dos puntos de rudeza, equilibrados en la composición para no herir, son esas masas rocosas que se han elegido en el encuadre para activar la composición con ciertos juegos lineales. Van a ser los verdes y los grises los que en suave armonía construyan un paisaje sereno y sincero, en el que el pintor ha huido intencionadamente de poetizar o dramatizar con la paleta violenta y agresiva de las horas extremas. Por ello, el cuadro se mueve, dentro de su placidez, en el territorio del realismo del fin de siglo español, tras de Beruete, en un género que podría ser actual, sin experimentos, sencillamente realista.
Guillermo Gómez Gil, Marina II, años 20 del siglo XX.
En esta Marina, el pintor nos invita a sumergirnos en un mar apacible, apenas exaltado por rayos de sol que se filtran con sosiego entre unas nubes que no desestabilizan anunciando un drama. Los dos puntos de rudeza, equilibrados en la composición para no herir, son esas masas rocosas que se han elegido en el encuadre para activar la composición con ciertos juegos lineales. Van a ser los verdes y los grises los que en suave armonía construyan un paisaje sereno y sincero, en el que el pintor ha huido intencionadamente de poetizar o dramatizar con la paleta violenta y agresiva de las horas extremas. Por ello, el cuadro se mueve, dentro de su placidez, en el territorio del realismo del fin de siglo español, tras de Beruete, en un género que podría ser actual, sin experimentos, sencillamente realista.
Ricardo Verdugo,
Buscando conchas en la playa, 1920-30.
Costumbrista.
La marina fue una
categoría temática en Málaga de la mano de Emilio Ocón. Uno de sus sucesores es
Ricardo Verdugo, que entendió bien las inquietudes de la modernidad intelectual
de su momento. Sus marinas están
centradas en los accidentes costeros, cuanto más agresivos y dramáticos mejor,
pero sin desestimar otras historias más amables con embarcaciones o actividades
marineras. En esta obra se aprecia la estrecha fusión entre la población y la
playa, la dependencia del medio, puesto que los recios muros de la fortaleza la
convierten en punto de estrategia defensiva de la costa. Pero, en este caso, se
alude al ocio y al descanso; las rocas no son agresivas, sino que permiten
actividades cotidianas y juego de niños. Los personajes relatan una actividad
social que se va imponiendo en el país, como es el ir a la playa o el veraneo.
La técnica es ligera, con mucha espontaneidad y frescura, que evidencia una
observación directa y un trabajo de inmediatez interpretativa. Parece un apunte
del natural, pero su tamaño indica otra intención, la de buscar los efectos
lumínicos y el uso de gruesos empastes.
José Navarro
Llorens, Baño en la playa junto a los carromatos, 1915.
Una mujer, cubierta
con un pañuelo color salmón en su cabeza, despliega una gran sábana blanca para
secar a una niña recién bañada en un barreño. Detrás, dos niños esperan su
turno, uno sentado sobre la arena, mientras, en segundo término, unos bueyes sacan
del agua una barca con una enorme vela de sombras azules hinchada por el
viento, que acaba de regresar de la pesca. A ambos lados, unas
casetas-vestuario móviles logran un perfecto encuadre de la escena
caracterizada por el movimiento de sus elementos. El resto de personajes se
resuelve de forma muy abocetada. El hábil manejo de la luz del sol es una
constante de este pintor. Aquí, la baja intensidad de una luz que parece
tamizada, amortigua los efectos de contraluz que dominan la composición,
logrando transmitir a una escena costumbrista de carácter puramente anecdótico
cierto aire de dramatismo. Todo logrado con una pincelada rápida, segura, de
corto recorrido.
Darío de Regoyos,
La Concha, nocturno, 1906.
Darío de Regoyos
siempre sintió una enorme atracción por los nocturnos, tanto de interior como
de paisaje. Esta obra corresponde a su periodo impresionista maduro y fue
realizado en 1905-1906. Recoge magistralmente el ambiente clásico de un
anochecer en el que las personas dialogan al lado de un mar en calma, delante
de las siluetas del monte Igueldo y de la isla Santa Clara, y donde sólo un
barco al fondo altera su tranquilidad. La composición de luces y sombras queda
completada con la inclusión de las ramas en el lado superior izquierdo,
consiguiendo una luminosidad perfecta en el primer plano. El centrado del
cuadro, habitual en este pintor, lo llevó a cabo mediante líneas horizontales y
oblicuas que distribuyen de forma muy equilibrado el espacio pictórico. Las
figuras humanas, distribuidas equidistantemente, se caracterizan por el sosiego
y la intimidad.
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