viernes, 31 de julio de 2020

Antonio María Esquivel.

Autorretrato, el último cuadro que realizó. Su interés en la representación de su propia imagen es mayor que el de otros artistas de ese periodo y revela la estima por el ejercicio de su profesión. Se retrata de busto ante un fondo neutro, vistiendo una sencilla levita con cuello de terciopelo y cortaba de lazo. Con su abundante cabellera algo alborotada y su característico bigote y perilla, sus rasgos muestran sus cincuenta años de edad. La seriedad de su expresión, el ceño ligeramente fruncido, infunden un aspecto orgulloso y distante.

Autorretrato, 55x44 cm, hacia 1856.


Autorretrato, 1846

Autorretrato con sus hijos Carlos y Vicente, 1843


En una exposición que pudo verse hasta enero de 2019, el Museo del Prado presentó la obra de Antonio María Esquivel (1806-1857), en la que destacaban sus pinturas religiosas. Durante el periodo romántico la pintura religiosa volvió a ser un género relevante en Europa, siendo los pintores españoles influenciados por los maestros del Siglo de Oro, especialmente en Sevilla, donde destacó este pintor, que luego trabajó en Madrid.

De estas pinturas religiosas se presentaron tres obras, La caída de Luzbel, El Salvador y La Virgen María, el niño Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo, de las que sólo la primera se había expuesto. Este conjunto permite comprender los principios del estilo de este artista, basado en la pintura barroca andaluza, de la que se consideraba su principal valedor, en oposición a otras tendencias que favorecían el dibujo frente al colorido. Están realizadas en su madurez y demuestran una formación académica atenta al estudio de la escultura antigua y la precisión anatómica.

La caída de Luzbel fue un regalo al artista al Liceo de Madrid, institución a la que estaba vinculado, por la ayuda que recibió de los socios para la curación de la ceguera que padeció durante un tiempo. Está realizada sobre un lienzo muy tupido que da homogeneidad a la superficie pictórica y presenta una gran riqueza de colorido. Un detalle celebrado por la crítica fue la novedad iconográfica de presentar la victoria del Bien sobre el Mal sin armas.

Esquivel eligió el momento en que San Miguel, con gesto firme, le aparta de la Gloria Celeste. El tema es equiparable a la lucha de San Miguel contra el dragón del pecado, tan frecuentemente representado, pero, a diferencia de lo habitual, Esquivel pinta al santo sin casco ni espada, para hacer hincapié en la expresión de ambos personajes, firmeza en uno y odio en el otro. El cuadro está abordado con un eclecticismo estético que mezcla la tradición pictórica española, a través de Murillo, con el purismo de la pintura de la corte madrileña del momento, muy influenciada por la pintura del francés Ingres.

El Salvador es una obra casi desconocida, recientemente restaurada. El artista enfatiza la representación de la anatomía del torso de Cristo y el tratamiento de los paños, haciendo destacar con solidez las figuras sobre los tonos dorados del fondo. En ello muestra un giro hacia una mayor valoración de los volúmenes que culmina en el siguiente cuadro.

La Virgen María, el niño Jesús y el Espíritu Santo con ángeles en el fondo. En este cuadro aunó las referencias a Murillo, la monumentalidad clásica y la exactitud anatómica. La figura de la Virgen recuerda las imágenes de la diosa Ceres y las matronas romanas y remite a la estatuaria clásica, cuya influencia había estado muy presente en su trayectoria. A ello se suma el recuerdo a Murillo, visible en los ángeles, los tonos y las carnaciones. También se restauró recientemente y participó en otras exposiciones, como en la internacional Portrait of Spain: Masterpieces from the Prado.



Estuvo muy vinculado a los escritores de su entorno, de los que realizó retratos, como el de José de Espronceda, el más sobresaliente poeta de su tiempo, interesado en el tema luciferino y que intervino leyendo un poema en la sesión que en 1840 celebró el Liceo a beneficio de Esquivel. Su efigie fue incluida por el artista en Los poetas contemporáneos.

Su vinculación con el movimiento literario le llevó a pintar varios retratos de grupo, entre ellos Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor, en la que aparecen los dos máximos poetas del primer romanticismo español, el duque de Rivas y José de Espronceda, ya fallecido, en sendos cuadros colocados al fondo, pero en lugar destacado.


Ventura de la Vega leyendo en el Teatro del Príncipe, 1846

El pintor José Gutiérrez de la Vega, 1840













                                                               Reunión literaria. Reparto de premios en el Liceo (boceto), 1853

De su labor docente en la Academia de San Fernando, donde ocupó la Cátedra de Anatomía Artística, es reflejo su Tratado de Anatomía Pictórica, una colección de dieciocho láminas litográficas, que fue una referencia para los artistas. En un ejemplar manuscrito que conserva la Biblioteca del Museo del Prado se ven copiados a lápiz el texto del tratado original y sus diferentes láminas.

Además del Museo del Prado, este pintor tiene obras en otros como el del Romanticismo.

Retrato ecuestre del General Prim, 1844



                                                                                     Alfonsito Cabral con puro, 1865


Niña con aro de cascabeles, 1846



                                                           Retrato de Julián Romea, 1847, Museo Nacional del Teatro


Fernanda Pascual, 1832







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