El Molar: las cuevas.
Aunque en el término hay restos neolíticos,
prerromanos y romanos, los primeros signos de habitación son de la Edad Media,
de la familia Sánchez Algara, época de la que quedan varias atalayas. Existían
varios poblados, cuyos habitantes eran pastores segovianos que ampliaron la
zona de pastos para sus ganados superando el obstáculo del Sistema Central; uno
de estos poblados dio origen al pueblo. Además de la población cristiana
también la hubo musulmana y judía. Los moriscos parece que, al convertirse,
adoptaron mayoritariamente el apellido “de la Morena”. El nombre del pueblo
parece derivar de Muela, al estar enclavada entre los cerros de la Torreta y de
la Atalaya. Ofrece las peculiaridades de la sierra, la campiña y la vega.
Siempre ha estado en el camino que conduce al puerto de Somosierra y dependió
de Talamanca hasta el siglo XVI, en que Felipe II le concedió el villazgo.
En los ss. XVII-XIX adquirió gran notoriedad el
manantial de aguas sulfurosas a las que se atribuían propiedades medicinales,
denominado Fuente del Toro. El nombre le venía porque, al parecer, un toro
enfermo de un tumor, abandonaba la manada para beber instintivamente de un
manantial. El animal mejoró ante la extrañeza del pastor. La fama de las aguas se
extendió y aquí vinieron personajes ilustres como Francisco de Goya, Manuel
Godoy, la Duquesa de Alba, el Conde de Romanones o la infanta Isabel. En 1846
se levantó un balneario, que contaba con baños de chorros y pilas para los
baños generales, que pervivió hasta mediados del s. XX. En la actualidad es de
propiedad privada y no visitable.
El monumento más importante es la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora,
de estética gótica, tanto en la concepción espacial y estructural como en las
formas, a la que se yuxtapone la tradición mudéjar de techumbres y detalles
decorativos y las nuevas formas del Renacimiento en la galería exterior, etc.
Se proyectó en el siglo XV como un templo gótico de una nave cubierta
por artesonado, cabecera abovedada y modesta torre junto al presbiterio, cuyo
nivel inferior hacía de sacristía. En el siglo XVI fue ampliado hasta
convertirse en un templo de tres naves. El proceso debió terminarse entre los
años 1534 y 1545, años de Juan Tavera como titular del arzobispado de Toledo,
cuyo escudo figura sobre las arcadas. Se añadieron una gran capilla abovedada
con formas del gótico tardío y una nueva sacristía cubierta por bóveda
estrellada siguiendo modelos de Rodrigo Gil de Hontañón. También en ese siglo se
incorporó la hermosa galería porticada de cinco vanos, en la fachada sur, obra
plenamente renacentista relacionada con talleres de Alcalá de Henares.
El pórtico renacentista, uno de los elementos de más interés del
inmueble, está construido con sillería de caliza bien escuadrada. Consta de
cinco arcos carpaneles moldurados y cajeados que descansan sobre columnas que,
a su vez, apoyan sobre un pretil interrumpido en dos de los arcos, de manera
que una de las columnas centrales queda exenta y apoyada sobre un basamento
circular. Las columnas presentan capiteles decorados con gruesas volutas a modo
de cuernos de carnero, grutescos, sirenas, animales, figuras infantiles y
motivos vegetales, relacionados con algunos ejemplos de Rodrigo Gil de Hontañón
existentes en Alcalá de Henares.
El pórtico está abierto por sus extremos norte y sur mediante
pequeños arcos de paso, y protege una bella portada gótica de los primeros años
del siglo XVI, de tradición hispano-flamenca, probablemente trasladada desde la
primitiva fachada del templo. Está formada por un arco apuntado con tres
arquivoltas baquetonadas que descansan sobre finas columnas con capiteles de
cimacios poligonales y decoración vegetal y animal. La portada está enmarcada
por un alfiz quebrado constituido por un listel y un caveto guarnecido con
hojas de cardina y animales entrelazados que nacen de un cestillo.
Las faldas de los cerros Torreta, Majarromero, El Cabezo, etc., esconden
galerías subterráneas, algunas
comunicadas entre sí, que proceden de la época árabe. Son las cuevas o caños
-que tienen bóvedas reforzadas con arcos de medio punto, por medio de dovelas
de sillarejo-, donde se mantiene una temperatura constante y un grado de humedad
perfecto para la conservación del vino. Son más de cuatrocientas cuevas, entre
los tres cerros, y doscientas bodegas, con huecos laterales para enormes tinas.
Fueron refugio en las guerras y, después, muchas de ellas se convirtieron
en restaurantes –algunos unidos entre sí-, haciendo honor al lema del pueblo: “El Molar, el buen yantar”. La mayoría
tiene una parrilla con leña natural para preparar carnes rojas, pero también
hay asados, matanza, morcillas, judías, etc. La preparación de las carnes a la
brasa en las parrillas se hace a la vista del público, porque la vista también
alimenta. Aunque la mayor parte tienen una carta a base de carnes, también hay
una que se dedica además a los pescados. Todo acompañado de los caldos del
pueblo que, como dicen los lugareños, “no emborrachan, pero agachan”.
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