miércoles, 17 de junio de 2020


Color negro

En la Edad Media no hacían falta palabras. Mediante el color quedaban al alcance de la vista los diversos estados de ánimo: gozo, desesperación, amor correspondido o esperanza de alcanzarlo. El lenguaje simbólico del color floreció con los torneos, los cantos de los trovadores y los sutiles artificios del amor cortés. Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media) recuerda que Guillaume de Machaut se llena de alegría al ver a su amada vestida de blanco y tocada con una cofia de tela azul celeste con papagayos verdes, pues el verde es el color de un amor nuevo y el azul el de la fidelidad. Fray Íñigo de Mendoza escribe un curioso torneo alegórico entre la Razón y la Sensualidad en el que dice: “Sus cimera, sus colores, / sus bordadas invenciones / muestran a los miradores sus / deseos, sus temores, / sus secretas intenciones.” Y el marqués de Santillana (Visión) narra un encuentro imaginado con tres mujeres desamparadas que no hallan vivienda ni reposo en España y que resultan ser, por el color de sus ropas, la Firmeza (negro), la Lealtad (azul) y la Castidad (blanco).

El color negro no es color desde el punto de vista de la luz, puesto que no refleja ningún color debido a que absorbe la luz. Es la ausencia de luz, el tono de la oscuridad, el fondo adecuado para que destaque cualquier objeto que se ponga encima. Es la mezcla de los tres colores primarios. Evoca poder, sofisticación, elegancia, lujo, formalidad, emociones fuertes, conocimiento, fuerza, magia y misterio: ébano, azabache. En el lado negativo representa el lado oscuro de las cosas, es el color del mal. En la cultura occidental es un color negativo, que evoca las tinieblas, el dolor, el mal, la muerte y el luto, además de tener otras connotaciones negativas como la infidelidad y la irritabilidad. En Física, los agujeros negros se asocian a lo desconocido, a lo que no es visible a los ojos.

Rembrandt Harmensz van Rijn, La ronda de noche, 1642, 4370x3630 mm, Ámsterdam.

Quizá la pintura más famosa del Rijksmuseun, tiene otro nombre además del más conocido. El título le vino por la oscuridad del barniz, pero al ser restaurado el cuadro se comprobó que la escena era diurna. Representa un retrato grupal de una división de la guardia cívica, presentada de forma inusual, no en fila, ni en orden jerárquico, sino a punto de pasar a la acción.

Jacques-Louis David, Marat asesinado, 1793, 128x165 cm.

Charlotte Corday, monárquica de Caen, asesinó a Marat en el baño de su casa de la rue des Cordeliers, donde se aliviaba de su enfermedad de la piel. Fue arrestada, condenada a muerte y guillotinada. Para utilizar el asesinato como propaganda política, la Convención pidió a David que lo inmortalizara. David era el artista más destacado y, además, amigo de Marat: “Pensé que sería interesante mostrarle como lo encontré, escribiendo para la felicidad y el bienestar de la gente”.



Johannes Vermeer, La Joven de la Perla, 1665, 44,5x38,1 cm.

Es el cuadro más famoso de Vermeer. No es un retrato sino la pintura de una figura imaginaria que representa a cierto tipo o personaje; en este caso, una joven que lleva un vestido exótico, un turbante oriental y una perla muy grande en la oreja. El dominio de la luz, en lo que Vermeer fue maestro, queda de manifiesto en la suavidad del rostro de la joven, los destellos de sus húmedos labios y el brillo de la perla.




Rembrandt Harmensz van Rijn, El regreso del hijo pródigo, 1663-65, 2050x2620 mm.

Cristo relata la parábola del hijo pródigo en el Evangelio según Lucas. Un hijo le pide a su padre su herencia y deja la casa paterna para malgastar toda su riqueza. Llega a la enfermedad y la pobreza y regresa a la casa de su padre. El anciano le perdona: “Deberíamos estar contentos, porque este hijo estaba muerto, y está vivo otra vez, y se perdió y fue encontrado”.




Diego Velázquez, Vieja friendo huevos, 1618, 100,50x119,50 cm.

Es un bodegón, en una cocina poco profunda iluminada por fuertes contrastes de luz. La anciana, de toca blanca, mira la llegada de un niño con un melón y un frasco de cristal. Los objetos han sido estudiados de forma individual, y es la luz la que provoca la conexión. Se apuntan paralelismos con la novela picaresca, pero la inquietante atmósfera psicológica parece querer indicar otras intenciones, como representación de los sentidos, del tacto y la vista en concreto.

Henry Fuseli, La pesadilla o El íncubo, 1781.

Este cuadro del pintor suizo, admirado por su erudición en arte, no fue apreciado popularmente en su día y se dijo que se había adelantado mucho a la generación del momento. Muestra una mujer dormida poseída por el íncubo, demonio que aparece en los sueños eróticos. Un terrorífico caballo observa la escena onírica, construida en un ambiente teatral gracias a la cortina. A este visionario le interesaba el ocultismo, terror, erotismo, lo que recrea el mundo nocturno de los sueños. Se adelantó al Romanticismo.

Tiziano Vecellio, Venus de Urbino, 1538, 1665x1192 mm.
El duque de Urbino la llamó la imagen de una “mujer desnuda” en la correspondencia con el embajador en Venecia. Giorgio Vasari la describió como “una joven Venus acostada”, denominación aceptada posteriormente. Llegó a Florencia en el siglo XVI y fue colocada en la Tribuna de los Uffizi en 1736, pero estaba oculta a la vista de los visitantes por una portada que representaba el Amor Sagrado.

Vincent van Gogh, Cabeza de esqueleto con un cigarrillo encendido, 1886.

Este cuadro es una broma juvenil. Van Gogh lo pintó mientras estudiaba en la academia de arte de Amberes. La pintura muestra que tenía un buen dominio de la anatomía, porque dibujar esqueletos era un ejercicio estándar en la academia, pero pintarlos no formaba parte del plan de estudios. Debió hacerlo en otro momento, entre lecciones o después de ellas.





Arnold Böcklin, Autorretrato con la muerte tocando el violín, 1872, 61x75 cm.

No sabemos si la personificación de la muerte fue una ocurrencia tardía, como sucedía en muchas ocasiones. Muchos autorretratos tenían un recuerdo mori. La muerte toca en la única cuerda del violín y el pintor se ha detenido en su obra. Sus amigos le preguntaban qué era lo que estaba escuchando, y entonces, quizá, pinto a la muerte.




Vicente Palmaroli, Gustavo Adolfo Bécquer en su lecho de muerte, 1870, 43x29 cm.
El cuerpo yacente se recorta sobre el fondo oscuro, destacando el lívido y rígido rostro sobre la blanca almohada. El poeta muestra medio cuerpo de perfil y amortajado con una chaqueta negra. La figura, muy abocetada, impregna la composición con una pincelada suelta y empastada. Es una tabla sintética, un extraordinario y fúnebre apunte del natural, realizada ya fuera de los límites del Romanticismo.

Vasily Perov, Retrato de Fedor Dostoyevsky, 1872, 80,5x99 cm.

Perov se dedicó a la pintura realista y crítica. En sus cuadros se aprecia su proximidad a lo popular, a la vida cotidiana del pueblo, su sincera compasión hacia los humildes. Hacia 1870 Pável Tretiakov le encargó retratos de personas notables de la sociedad, y Perov representó al escritor. Lo muestra a sus 51 años como un hombre maduro e introspectivo. El rostro y las manos, bañados por la luz, expresan la intensa vida espiritual y la conciencia social del retratado.



Rembrandt van Rijn, El armador (constructor naval) y su mujer: Jan Rijcksen y su mujer, Griet Jans. 1633.
El retratado fue accionista de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales y su maestro constructor naval desde 1620. Se le muestra trabajando en lo que parece un tratado sobre construcción naval en lugar de un diseño específico. Aunque los matrimonios se representaban como dos retratos, aquí parece que Rembrandt ha hecho los dos a la vez en una sola imagen, superponiendo las figuras. La mujer entra en la habitación, interrumpiendo a su esposo, al que entrega un mensaje.

No hay comentarios:

Publicar un comentario