domingo, 3 de mayo de 2020


Cuadros en los que podemos vernos reflejados durante el confinamiento.

En estas semanas de confinamiento, los museos y los periódicos –como El País, en artículo firmado por Clara González Freyre- nos ofrecen actividades para entretenernos. Lo que sentimos en espacios interiores mientras las ciudades están desiertas ya lo anticiparon, aunque fuera sin proponérselo, algunos autores.



Antonio López, el pintor hiperrealista, inmortalizó la ciudad de Madrid desde puntos de vista diversos, captando la capital bajo la luz del amanecer y centrando la mirada en lo inerte. Pero sus obras han resultado ser una premonición de las consecuencias que está teniendo el estado de alarma. Nadie imaginaba ver así la Gran Vía.



Este encanto por las ciudades vacías también lo experimentó, a principios del siglo XX, Giorgio de Chirico, cuyas composiciones precedieron al surrealismo. En su pintura metafísica experimentó con la soledad y los monumentos del norte de Italia, con el aislamiento como protagonista, como en Plazas de Italia, obras que le hicieron pasar como pintor de un mundo solitario, de ensueño y con perspectivas infinitas, prácticamente imposibles. Este paisaje, que parece irreal, se parece al que estamos viviendo.

En las zonas más rurales la escena no cambia mucho, el paisaje solitario se mantiene, aunque las vistas son más cercanas a las captadas en las obras románticas de Caspar David Friedrich, en las que el hombre solitario se siente diminuto ante la inmensidad de la naturaleza. En esta obra transforma la ruina en un paisaje cargado de melancolía y de añoranza del pasado, que se acerca a nuestras actuales sensaciones.



La vida no deja de sorprendernos. Las calles están vacías pero la vida sigue, aunque sea en espacio tan reducido como la casa, a donde hemos trasladado nuestras rutinas. Para muchos, el teletrabajo se ha convertido en una realidad. El geógrafo inmortalizado en el siglo XVI por Vermeer, solitario, intenta centrarse en sus estudios para acabar mirando a través de su ventana, tal vez añorando el mundo exterior, objeto de sus estudios.



Cada uno encuentra en estos días su forma favorita de ocupar el tiempo y, entre ellas, leer es todo un clásico. Ahora se encuentra el tiempo que antes faltó para devorar sus títulos pendientes, tal como Fragonard, el pintor rococó, retrato a la Muchacha leyendo, obra que oculta un arrepentimiento: otro rostro de mujer que mira al espectador.



Entre las actividades familiares, las cartas son todo un clásico, como en la obra Los jugadores de cartas, de Cézanne, construidos con las formas geométricas que llamaron la atención de los cubistas. Esta obra, aparentemente sencilla, es una de las más importantes de la historia del arte y coronó a su autor como padre de la pintura moderna.



El estado de alarma ha traído consigo el aislamiento. Echamos de menos el contacto humano y los detalles nimios de la vida anterior. Las obras de Edward Hopper, el pintor de la soledad, captan a personas aisladas, solitarias y melancólicas, inmersas en sus propios pensamientos.



El aura melancólica de Hopper desaparece casi por completo en la obra de Berthe Morisot, la pintora impresionista por excelencia, que retrata el aislamiento pero acompañado de sensaciones mucho más cálidas, como en La hermana de la artista en la ventana, donde la joven aparece ensimismada observando el abanico que sujeta entre sus manos.

Esta pandemia no ha inventado la soledad. No dejemos que el distanciamiento físico afecte a nuestras relaciones emocionales.

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