Cuadros en los que podemos vernos reflejados durante el confinamiento.
En estas semanas de
confinamiento, los museos y los periódicos –como El País, en artículo firmado
por Clara González Freyre- nos ofrecen actividades para entretenernos. Lo que
sentimos en espacios interiores mientras las ciudades están desiertas ya lo
anticiparon, aunque fuera sin proponérselo, algunos autores.
Antonio López,
el pintor hiperrealista, inmortalizó la ciudad de Madrid desde puntos de vista
diversos, captando la capital bajo la luz del amanecer y centrando la mirada en
lo inerte. Pero sus obras han resultado ser una premonición de las
consecuencias que está teniendo el estado de alarma. Nadie imaginaba ver así la
Gran Vía.
Este encanto por las ciudades vacías también lo
experimentó, a principios del siglo XX, Giorgio
de Chirico, cuyas composiciones precedieron al surrealismo. En su pintura
metafísica experimentó con la soledad y los monumentos del norte de Italia, con
el aislamiento como protagonista, como en Plazas de Italia, obras que le
hicieron pasar como pintor de un mundo solitario, de ensueño y con perspectivas
infinitas, prácticamente imposibles. Este paisaje, que parece irreal, se parece
al que estamos viviendo.
En las zonas más rurales la escena no cambia mucho, el
paisaje solitario se mantiene, aunque las vistas son más cercanas a las
captadas en las obras románticas de Caspar David Friedrich, en las que el
hombre solitario se siente diminuto ante la inmensidad de la naturaleza. En esta
obra transforma la ruina en un paisaje cargado de melancolía y de añoranza del
pasado, que se acerca a nuestras actuales sensaciones.
La vida no deja de sorprendernos. Las calles están vacías
pero la vida sigue, aunque sea en espacio tan reducido como la casa, a donde
hemos trasladado nuestras rutinas. Para muchos, el teletrabajo se ha convertido
en una realidad. El geógrafo inmortalizado en el siglo XVI por Vermeer, solitario, intenta centrarse
en sus estudios para acabar mirando a través de su ventana, tal vez añorando el
mundo exterior, objeto de sus estudios.
Cada uno encuentra en estos días su forma favorita de
ocupar el tiempo y, entre ellas, leer es todo un clásico. Ahora se encuentra el
tiempo que antes faltó para devorar sus títulos pendientes, tal como Fragonard, el pintor rococó, retrato a
la Muchacha leyendo, obra que oculta un arrepentimiento: otro rostro de mujer
que mira al espectador.
Entre las actividades familiares, las cartas son todo un
clásico, como en la obra Los jugadores de cartas, de Cézanne, construidos con las formas geométricas que llamaron la
atención de los cubistas. Esta obra, aparentemente sencilla, es una de las más
importantes de la historia del arte y coronó a su autor como padre de la
pintura moderna.
El estado de alarma ha traído consigo el aislamiento.
Echamos de menos el contacto humano y los detalles nimios de la vida anterior.
Las obras de Edward Hopper, el
pintor de la soledad, captan a personas aisladas, solitarias y melancólicas,
inmersas en sus propios pensamientos.
El aura melancólica de Hopper desaparece casi por
completo en la obra de Berthe Morisot,
la pintora impresionista por excelencia, que retrata el aislamiento pero
acompañado de sensaciones mucho más cálidas, como en La hermana de la artista
en la ventana, donde la joven aparece ensimismada observando el abanico que
sujeta entre sus manos.
Esta pandemia no ha inventado la soledad. No dejemos que
el distanciamiento físico afecte a nuestras relaciones emocionales.
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