viernes, 10 de mayo de 2019


De Chagall a Malévich: el arte en revolución. (Mapfre, Madrid).

A principios del siglo XX artistas rusos dieron un giro radical en su forma de pensar y representar la realidad, de un modo paralelo a los grandes cambios sociales y políticos de su tiempo, caracterizado por la reacción contra el academicismo y por la influencia de lo que sucede en París o Berlín. El papel audaz que jugaron ciertos coleccionistas, que difundieron la vanguardia occidental en Rusia, ayudó mucho. Estos artistas se alzaron revolucionarios antes de la Revolución.

Los referentes fueron Marc Chagall y Kazimir Malévich que representan dos polos: el primero, más poético y narrativo, abre el camino al surrealismo; el segundo, más radical, tiende a la abstracción geométrica. Pero la unidad de los artistas, intentando acabar con jerarquías, posibilitó la aparición de una importante nómina de mujeres artistas como Natalia Goncharova, Liubov Popova, etc.



Clasicismo y neoprimitivismo.
En contra del arte burgués y académico surgió el neoprimitivismo, unión de elementos del expresionismo alemán, el cubismo y la tradición de las artes populares rusas, aunque sus composiciones se basaban todavía en los géneros tradicionales del paisaje, el desnudo, el retrato y la naturaleza muerta. Se señalaba la necesidad de recurrir a tradiciones rusas como los iconos.



Marc Chagall, El paseo, 1917

La influencia occidental era evidente: Cézanne en los paisajes de Piotr Konchalovski y en las iglesias de Aristarj Lentúlov, el cubismo de Léger, junto con el arte ruso popular, en los personajes monumentales de El segador y la Segadora de Kazimir Malévich. Marc Chagall trató temas locales con un lenguaje nuevo basado en la geometrización cubista, el color de los fauves y el universo onírico del decorativismo.



Marc Chagall, Autorretrato delante de la casa, 1914

Kazimir Malévich, La segadora, 1912
Aristarj Lentúlov, La catedral de San Basilio, 1913




Nuevos libros para nuevos lenguajes.
Todas las disciplinas artísticas quedaron afectadas por estos movimientos vanguardistas. Fue un momento brillante para la literatura, la edición y el diseño gráfico, con laboratorios de experimentación para el futurismo, suprematismo y constructivismo. Así surge el libro futurista, como trabajo en colaboración alejado de las convenciones, de forma que libera al lector de imposiciones gramaticales e incorporando neologismos. Es un impulso iconoclasta que arrastra cierto nihilismo.



Cubofuturismo y rayonismo
De la unión de las influencias del cubismo y del futurismo italiano nació una nueva tendencia, el cubofuturismo, netamente rusa, que trata los temas urbanos e industriales y el dinamismo de la vida moderna dentro de un espacio pictórico cubista.




               Alexandr Shevschenko, Composición rayonista, 1914


Del mismo modo, de la fusión del cubismo, el futurismo y el orfismo de los Delaunay, sale el rayonismo, que pretende la ruptura de las formas apoyándose en la teoría de los rayos entrecruzados, mientras que el tema se supedita a la luz, color, textura, tono, etc., es decir, a las cualidades de la pintura en sí misma.




Nadiezhda Udaltsova, Restaurante (construcción cubista), 1915
Alexandr Shevschenko, El circo, 1913
Natalia Goncharova, El velocipedista (el ciclista), 1913

Camino a la abstracción.
Los pioneros del arte abstracto tomaron como referencia fundamental el cubismo, por lo que suponía de ruptura del espacio pictórico tradicional. Malévich giró hacia el suprematismo, una visión más radical de la abstracción, y otras artistas como Udaltsova y Popova aprovecharon para centrarse en una pintura que especulara sobre sí misma, con soluciones nuevas respecto a la forma, espacio y materiales, liberándose de las referencias figurativas.

Vassily Kandinsky, Dos jinetes y figura reposando, 1909-10

Vasili Kandinski siguió un proceso distinto al no necesitar pasar por el cubismo para llegar a la abstracción, a composiciones que evocan sensaciones y sentimientos a través de un color expresivo desvinculado de la realidad, apoyándose en el expresionismo.


Vassily Kandinsky, Nublado, 1917

Liubov Popova, Arquitectura pictórica, 1916-17
Alexandra Exter, Composición. Movimiento de planos, 1916-17



Suprematismo
Es la supremacía del sentimiento puro en el arte creativo, donde lo significativo es el sentimiento como tal, distinto del entorno, y no los fenómenos visuales que carecen de sentido. Kazimir Malévich creó este movimiento en 1913 intentando liberar el arte del lastre del mundo de la representación. La desaparición de las artes del pasado desembocó en una abstracción geométrica, pero que no ocultaba la pincelada ni la textura de los materiales. 

                                      Kazimir Malévich, Cuadrado negro, 1923

Asimiló los principios del cubismo para ir un paso más allá, como en Cuadrado negro sobre fondo blanco, en el que el cuadrado funciona como referente visual y espiritual mientras la pintura –mínimo color, máxima reducción de elementos figurativos, anulación de la perspectiva- alcanza el grado cero.



                                            Kazimir Malévich, Cruz negra, 1923
Iliá Cháshnik, Líneas de colores en movimiento vertical, 1923-24




Constructivismo
Aunque convivió con el suprematismo en los años previos a la Revolución de Octubre, se separó de él desde 1917, momento en el que triunfaron sus principios pragmáticos y funcionales, más conciliable con la nueva sociedad revolucionaria. Se rechazó la pintura de caballete y se pasó a un arte de producción, en relación con la nueva visión materialista del futuro revolucionario.


Liubov Popova, Construcción dinámico-espacial, 1921


Se trata de crear objetos reales que dialoguen con el espacio circundante, conciliar la estricta geometría del suprematismo con la experiencia de la escultura-pintura, en un arte no objetivo, en el que la intersección de planos y círculos da enérgicas vibraciones. Es el deseo de unir el arte y la vida, abarcando todas las disciplinas, desde el diseño industrial a las artes escénicas.



Alexandr Ródchenko, Composición sobre negro (nº 106), 1920

Alexandr Ródchenko, Composición, 1918
Vladímir Baránov-Rossiné, Contrarrelieve, 1916-17


La escuela de Matiushin
Este polifacético artista, influido como la mayor parte de los vanguardistas rusos de su generación por el cubismo y el futurismo, quiso trascender la tridimensionalidad para acceder a una cuarta dimensión, expresando de forma visible la complejidad y la simultaneidad del espacio. Fundó un laboratorio de investigación en su búsqueda de una “visión ampliada”, que implicaba el desarrollo de aspectos tanto fisiológicos como psicológicos de observación. 


El Lisitski, El hombre nuevo. Folio 10 de Figurines. Diseño tridimensional del espectáculo electromecánico, “Victoria sobre el sol”, 1923

Sus obras son esencialmente paisajes, aunque alejados de la tradición, explican cómo toda nueva plasmación de la realidad tiene su origen en una forma distinta de percibirla. “Movimiento en el espacio” plantea un estudio dinámico del movimiento y del color que deviene abstracto, enfatizando las relaciones entre las masas y las vibraciones que surgen del encuentro de colores y formas.

                          Mijail Matiushin, Movimiento en el espacio, 1921


Hacia una nueva representación.
Pável Filónov, Cabeza, 1925-26
Los artistas se vieron sometidos a presiones desde el Estado cuando, a partir de 1925, el Partido Comunista apostó por el realismo socialista, estilo concebido para ofrecer imágenes que tuvieran una lectura fácil y optimista de la vida soviética,  y condenó las experimentaciones de la vanguardia calificándolas de elitistas. En un contexto hostil hacia su trabajo, intentaron conciliar el fervor revolucionario, las tradiciones artísticas locales y su integridad creativa. Filónov pensaba que las obras del artista-proletario debían identificar su momento histórico pero trascendiéndolo. En su obra “Cabeza” la aglomeración de figuras geométricas generan una especie de plano de una ciudad, que se convierte en una figura con la mano levantada, como en el icono ortodoxo.


Malévich denominó supranaturalismo a un nuevo lenguaje, basado en motivos de raíz socialista como el obrero o el campesino, en el que trató de aplicar las características visuales de la abstracción suprematista a la pintura figurativa, consiguiendo unas figuras sin rostro, solitarias, desoladas, que convierte a sus obras en enigmáticas y polémicas.


Kazimir Malévich, Deportistas, 1930-31

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