viernes, 24 de mayo de 2019


Bilbao (II/3).

Siguiendo ría arriba se llega al Paseo de los Caños, antaño lugar preferido de los bilbaínos, un lugar donde pasear y disfrutar de un bello paisaje entre chopos y hayas, ría limpia de zonas de marismas y la pequeña isla de San Cristóbal. Al fundarse la ciudad, el concejo municipal tuvo que asegurar el suministro de pan y agua, y ambos provenían del Pontón, por lo que se construyeron caños que salían de los manantiales y quedaban ocultos bajo losas de arenisca en un bucólico paisaje. Esta vía enlosada comenzó a ser utilizada como lugar de recreo, naciendo así el paseo. Unamuno lo tiene entre sus recuerdos de niño: “Cuando quiero ver la poesía de algo del Bilbao viejo, me hago niño por un momento para mirarlo con ojos infantiles”.

Lo frecuentaban niños, parejas de enamorados, anguleros, lavanderas, bañistas, escritores, mineros, bandoleros. En la isla estaban prohibidas actividades como la limpieza de alfombras y el lavado de ropa por ser zona destinada al baño. Tampoco se podía pasar ganado por el paseo. Los literatos han dejado escritos los recuerdos de aquel paseo: espléndidos hayedos, el murmullo del agua que viajaba bajo la sombra de los chopos, la isla de San Cristóbal hoy desaparecida, el alboroto de los bañistas, el molino y panadería del Pontón, etc.


Una leyenda cuenta que, en el barrio de Bilbao La Vieja, vivía una humilde familia que tenía una hija muy bella de unos 18 años, que era acosada por borrachos y camorristas, entre los que debía andar el mismo Diablo, y era defendida por su Ángel de la guarda. Era delicada de salud y, estando a punto de morir, el Ángel la tomó en brazos y alcanzó el Paseo dando un gran salto y posando su pie en una de las losas. Tomó impulso y voló hacia Miraflores. El Diablo, que pretendía arrebatarle el alma de la joven, salió tras él e igualmente saltó hasta el Paseo, dejando del mismo modo grabada su huella unas losas más atrás, pero no pudo alcanzarles, por lo que se escondió furioso en una cueva próxima. Se dice que algunas veces sale de ella para tentar a los que pasan cerca.

El entorno comenzó a ser alterado. En 1844 se construyó en el paseo la Fábrica de Lencería Miraflores, donde se elaboraba tela para alpargatas. En un parral de Los Caños empezaron a construir en 1778 una fábrica de Noques, cubas donde se maceraban las pieles con agua y cal viva para depilarlas y curtirlas. Con el tiempo y la inseguridad, apareció un nuevo personaje, el guarda montazguero, que vigilaba el paseo. La vigilancia se reforzó con la aparición de la actividad minera, al aumentar los desperfectos.

Estas alteraciones, las actividades mineras del Morro y Mirivilla, la llegada del ferrocarril y el establecimiento de diversas industrias, hicieron que el paseo perdiera su encanto y fue cayendo en el olvido. En las laderas de Miraflores había un gran hayedo por el que discurría el famoso Paseo del Comendador, que llegaba hasta el de los Caños, y a finales del s. XIX lo cerraron con una gran puerta de hierro, convirtiéndolo en parque. Era uno de los rincones preferidos de Unamuno en su infancia.

Un grupo de durangueses construyeron el ferrocarril a Bilbao, siguiendo el río Ibaizábal. Así nació en 1882, la línea “El Duranguillo”, que en 1901 se amplió hasta Donostia-San Sebastián. El Paseo de los Caños fue testigo de la llegada. En 1929 los trenes de carbón se sustituyeron por eléctricos. La primera estación del Duranguillo se construyó en el arrabal de Atxuri, junto al cauce de la ría y las escuelas “Maestro García Rivero”. Quedó pequeña y en 1913 fue derribada y sustituida por otra mayor, edificio de estilo vasco-montañés y carácter popular, la actual estación. El tranvía eléctrico fue su rival, inaugurado en 1902. En un principio era impulsado por caballos y mulas. Tuvieron una guerra de precios hasta que en 1911 la Compañía de los Ferrocarriles Vascongados adquirió la mayoría de las acciones del Tranvía, que circuló hasta 1964. El paseo ha cambiado mucho, desde las inundaciones de 1983. Ahora es más funcional.

De regreso hacia el centro, se encuentra el Mercado de la Ribera, el mayor mercado cubierto de Europa, con puestos de productos entre los que destacan los alimenticios al fresco. Está a la orilla derecha del Nervión, río del que no se sabe bien el origen de su nombre: hay dos principales teorías, una la de que proviene de un pico cercano, la Peña Nervina, y otra, que sea un homenaje al emperador romano Nerva.


Sea como fuere, acompañamos su lento paso hasta el Puente del Ayuntamiento, antiguo Puente de Begoña, donde termina el Paseo del Arenal. La necesidad de unir los distintos barrios obligó a construir nuevos puentes a finales de los años 20, con altura suficiente para permitir el paso de barcos. La solución fue la de puentes levadizos, móviles, imitando los de Chicago. Se inauguró en 1934 para ser destruido en 1937 y reconstruido en 1940. En uno de sus extremos se alza la caseta de mando y maniobras. Por debajo pasaba el antiguo ferrocarril a Santurce.



Al lado está el Ayuntamiento nuevo, inaugurado en 1892, de estilo ecléctico. Es la cuarta casa consistorial. Las dos primeras estuvieron frente a la iglesia de San Antón y fueron destruidas por riadas. Tras recurrir a otros edificios, en el siglo XIX se vio la necesidad de rebasar el Casco Viejo. Se construyó en el solar del Convento de San Agustín. El arquitecto municipal Joaquín Rucoba, que también había diseñado el Teatro Arriaga y la Alhóndiga Municipal, fue el encargado, inspirándose en la arquitectura pública de la III República francesa. Aparecen personajes de la historia bilbaina, como Diego López V de Haro, fundador, etc. Flanquean dos maceros y dos heraldos. En la escalinata principal, la ley y la justicia.  El quinto escalón, según la tradición, hace de referencia a la altura oficial de Bilbao, 8,804 msnm.




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