martes, 2 de abril de 2019


Pórtico de la Gloria

Tras reservar, por Internet, día y hora para la visita, nos disponemos a cumplir un ansiado anhelo, la visita al famoso Pórtico de la Gloria de la catedral compostelana después de su restauración. La visita está precedida por una exposición dedicada al “Mestre Mateo”, cuya figura está asociada de manera exclusiva a la catedral de Santiago de Compostela. Al menos desde 1168 se encontraba al frente de las obras del templo, cuya construcción había comenzado en 1075 y no finalizaría hasta 1211. Fue director de las obras “desde los cimientos”, como él mismo quiso dejar grabado en piedra en los dinteles del Pórtico, colocados el 1 de abril de 1188.

El Maestro Mateo y su equipo llevaron a cabo las otras en tres ámbitos: la cripta bajo el Pórtico, el propio Pórtico y la fachada occidental, desaparecida, además del coro pétreo instalado en los cuatro primeros tramos de la nave central. Originariamente el Pórtico quedaba abierto tras una fachada exterior que lo protegía creando un nártex. La portada central estaba formada por un gran arco, de unos ocho metros de luz, compuesto por tres arquivoltas, la mayor de las cuales contenía un mensaje apocalíptico a base de ángeles enmarcados por arquitos de medio punto. Este arco fue desmontado en 1521, la fachada se modificó a mediados del s. XVI y fue sustituida en el s. XVIII por la actual del Obradoiro, y el coro fue reemplazado a comienzos del s. XVII.

El Maestro Mateo siguió las pautas del Maestro de las Platerías en la conclusión de las naves, lo que las dotó de unidad desde el crucero hasta el Pórtico de la Gloria, pero en éste utilizó nuevos criterios como pilares con puntos de apoyo para los arcos, incipientemente apuntados, y bóvedas de crucería, vanos amplios, etc. El objetivo era la racionalización de las estructuras y la valoración de la luz.


En el Pórtico desarrolló un mensaje iconográfico basado en el Apocalipsis, en el que Dios no es un juez implacable, sino redentor. Esa esperanza se manifiesta, por ejemplo, en la sonrisa de Daniel, cuyas características son el optimismo y la profundidad conceptual. “Está inspirada en el pasaje bíblico en el que Daniel se echó a reír al demostrar al rey Ciro que la estatua de bronce del dios Bel no era más un ídolo inerte”. Este hito de la escultura medieval quiere representar el triunfo de la fe sobre la idolatría.

Pero hay otras versiones más populares. La leyenda cuenta que Daniel sonreía así al ver a la figura que tenía enfrente. Ésta figura, una sibila,  la reina Esther o la reina de Saba, fue esculpida con generosa voluptuosidad, lo que provocó que su vecino de enfrente sonriera al verla. Al enterarse la Iglesia de tal osadía, hizo rebajar las formas de la mujer aunque la sonrisa de Daniel, Danieliño, se mantuvo. Se dice también, que los labriegos gallegos, para mofarse de la Iglesia, inventaron un queso con forma de atributo femenino al que llamaron, tal y como hoy lo conocemos, queso de tetilla.


Otra figura importante es uno de los profetas del Antiguo Testamento. “La figura de Isaías destaca por su intensidad expresiva, incrementada por la abundante policromía que todavía conserva. Su contorsión gestual consigue transmitir la tormenta interior que define su condición de profeta visionario, erigiéndose en un digno precursor de la terribilitá del famoso Moisés de Miguel Ángel”.

La guía ya nos advierte que el Pórtico permanecerá “encapsulado”, es decir, que no se podrá ver nada más que en visitas guiadas, que no estará abierto como antes. No se puede tocar nada ni hacer fotografías. Aprovechamos, pues, su amena y clara explicación sobre la iconografía, desde el proceso bíblico a la ordenación y distribución de los personajes. El Pórtico está cerrado por unas láminas de madera para que no entre el polvo de las obras de la catedral y pueda mantenerse la limpieza actual. La gran luminosidad permite apreciar con claridad la intensidad cromática de las esculturas, los colores tan intensos en algunos puntos que parecen querer salir.

En algún momento, en el que la guía calla, nos quedamos extasiados ante tanta belleza esculpida en un material como el granito, no tan trabajable como otros. Recordamos las palabras de Rosalía de Castro: Parece que los labios mueven, que hablan quedo los unos con los otros, ¿serán de piedra esos semblantes tan reales, esos ojos de vida llenos?

Finalmente observamos la huella dejada por el paso de tantas personas anteriormente. El mármol en el que se esculpió el “árbol de Jesé”, en el parteluz, bajo la figura de Santiago, se desgastó por la costumbre de poner la mano insertando los dedos en los huecos. Detrás queda la curiosa figura del Santo dos croques, en la que, según la tradición, había que golpearse la cabeza tres veces para adquirir algo de la sabiduría del Maestro Mateo al que representa.



Otra leyenda explica que, en una ocasión en la que el Arzobispo visitó las obras, el Maestro Mateo le fue explicando el significado de las distintas figuras, excepto una, en el tímpano, por la que le preguntó el Arzobispo. El Maestro contestó que era él mismo, porque merecía esa gloria después de lo que estaba haciendo. El Arzobispo le reprendió por su falta de humildad. En la siguiente visita, esa figura había desaparecido, pero había otra detrás, sin luz, de rodillas, humilde.


Con los ojos llenos de belleza terminamos la breve visita, deseando volver de nuevo. A la salida vemos una obra excepcional del Taller del Maestro Mateo, el Palacio Gelmírez, por donde se accede a la visita. Está basado en los palacios episcopales de las principales diócesis franceses, que tenían en el salón sinodal su obra más exquisita.


Una entrada combinada permite, además, el acceso al Museo, con innumerables piezas de todas clases, incluyendo el botafumeiro, el acceso al claustro y a la galería superior desde donde se disfruta de una vista inmejorable de la Plaza del Obradoiro.






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