Pórtico de la Gloria
Tras reservar, por Internet, día y hora para la visita,
nos disponemos a cumplir un ansiado anhelo, la visita al famoso Pórtico de la
Gloria de la catedral compostelana después de su restauración. La visita está
precedida por una exposición dedicada al “Mestre Mateo”, cuya figura está
asociada de manera exclusiva a la catedral de Santiago de Compostela. Al menos
desde 1168 se encontraba al frente de las obras del templo, cuya construcción
había comenzado en 1075 y no finalizaría hasta 1211. Fue director de las obras
“desde los cimientos”, como él mismo
quiso dejar grabado en piedra en los dinteles del Pórtico, colocados el 1 de
abril de 1188.
El Maestro Mateo y su equipo llevaron a cabo las otras en
tres ámbitos: la cripta bajo el Pórtico, el propio Pórtico y la fachada
occidental, desaparecida, además del coro pétreo instalado en los cuatro
primeros tramos de la nave central. Originariamente el Pórtico quedaba abierto
tras una fachada exterior que lo protegía creando un nártex. La portada central
estaba formada por un gran arco, de unos ocho metros de luz, compuesto por tres
arquivoltas, la mayor de las cuales contenía un mensaje apocalíptico a base de
ángeles enmarcados por arquitos de medio punto. Este arco fue desmontado en
1521, la fachada se modificó a mediados del s. XVI y fue sustituida en el s.
XVIII por la actual del Obradoiro, y el coro fue reemplazado a comienzos del s.
XVII.
El Maestro Mateo siguió las pautas del Maestro de las
Platerías en la conclusión de las naves, lo que las dotó de unidad desde el
crucero hasta el Pórtico de la Gloria, pero en éste utilizó nuevos criterios
como pilares con puntos de apoyo para los arcos, incipientemente apuntados, y
bóvedas de crucería, vanos amplios, etc. El objetivo era la racionalización de
las estructuras y la valoración de la luz.
En el Pórtico desarrolló un mensaje iconográfico basado
en el Apocalipsis, en el que Dios no es un juez implacable, sino redentor. Esa
esperanza se manifiesta, por ejemplo, en la sonrisa de Daniel, cuyas
características son el optimismo y la profundidad conceptual. “Está inspirada en el pasaje bíblico en el
que Daniel se echó a reír al demostrar al rey Ciro que la estatua de bronce del
dios Bel no era más un ídolo inerte”. Este hito de la escultura medieval
quiere representar el triunfo de la fe sobre la idolatría.
Pero hay otras versiones más populares. La leyenda
cuenta que Daniel sonreía así al ver a la figura que tenía enfrente. Ésta figura, una sibila, la reina Esther o la reina de Saba, fue
esculpida con generosa voluptuosidad, lo que provocó que su vecino de enfrente sonriera
al verla. Al enterarse la Iglesia de tal osadía, hizo rebajar las formas de
la mujer aunque la sonrisa de Daniel, Danieliño, se mantuvo. Se dice también, que los labriegos gallegos, para mofarse de la Iglesia, inventaron un queso con forma de atributo
femenino al que llamaron, tal y como hoy lo conocemos, queso de tetilla.
Otra figura importante es uno
de los profetas del Antiguo Testamento. “La figura de Isaías destaca por su intensidad expresiva, incrementada
por la abundante policromía que todavía conserva. Su contorsión gestual
consigue transmitir la tormenta interior que define su condición de profeta
visionario, erigiéndose en un digno precursor de la terribilitá del famoso
Moisés de Miguel Ángel”.
La guía ya nos advierte que el Pórtico permanecerá “encapsulado”, es
decir, que no se podrá ver nada más que en visitas guiadas, que no estará
abierto como antes. No se puede tocar nada ni hacer fotografías. Aprovechamos,
pues, su amena y clara explicación sobre la iconografía, desde el proceso
bíblico a la ordenación y distribución de los personajes. El Pórtico está
cerrado por unas láminas de madera para que no entre el polvo de las obras de
la catedral y pueda mantenerse la limpieza actual. La gran luminosidad permite
apreciar con claridad la intensidad cromática de las esculturas, los colores
tan intensos en algunos puntos que parecen querer salir.
En algún momento, en el que la guía calla, nos
quedamos extasiados ante tanta belleza esculpida en un material como el
granito, no tan trabajable como otros. Recordamos las palabras de Rosalía de
Castro: “Parece que los labios mueven, que hablan quedo
los unos con los otros, ¿serán de piedra esos semblantes tan reales, esos
ojos de vida llenos?”
Finalmente observamos la huella dejada por el paso de tantas personas
anteriormente. El mármol en el que se esculpió el “árbol de Jesé”, en el
parteluz, bajo la figura de Santiago, se desgastó por la costumbre de poner la
mano insertando los dedos en los huecos. Detrás queda la curiosa figura del
Santo dos croques, en la que, según la tradición, había que golpearse la cabeza
tres veces para adquirir algo de la sabiduría del Maestro Mateo al que
representa.
Otra leyenda explica que, en una ocasión en la que el Arzobispo visitó
las obras, el Maestro Mateo le fue explicando el significado de las distintas
figuras, excepto una, en el tímpano, por la que le preguntó el Arzobispo. El
Maestro contestó que era él mismo, porque merecía esa gloria después de lo que
estaba haciendo. El Arzobispo le reprendió por su falta de humildad. En la
siguiente visita, esa figura había desaparecido, pero había otra detrás, sin
luz, de rodillas, humilde.
Con los ojos llenos de belleza terminamos la breve visita, deseando
volver de nuevo. A la salida vemos una obra excepcional del Taller del Maestro
Mateo, el Palacio Gelmírez, por donde se accede a la visita. Está basado en los
palacios episcopales de las principales diócesis franceses, que tenían en el
salón sinodal su obra más exquisita.
Una entrada combinada permite, además, el acceso al Museo, con
innumerables piezas de todas clases, incluyendo el botafumeiro, el acceso al
claustro y a la galería superior desde donde se disfruta de una vista inmejorable
de la Plaza del Obradoiro.
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