Dierk Schmidt
El Palacio de Velázquez del Parque del Retiro acoge una
exposición sobre la obra del artista alemán titulada “Culpa y deudas”, que toma el nombre de las primeras versiones
alemanas del clásico de Dostoievski “Culpa y expiación” (1866), después
traducido como “Crimen y castigo”. Schmidt comparte el argumento de la novela
en torno al poder y su abuso y aborda también la cuestión de la expiación
individual en el entorno colectivo de la culpabilidad del Estado.
Su trayectoria está ligada desde sus inicios a la crítica
social, política e institucional. Desestabiliza las concepciones positivistas y
lineales de la historia valiéndose de lo estético y lo visual, ejemplificándolo
en las omisiones y violencias de los relatos coloniales, en la necesidad de
restituir los objetos expoliados, en la manipulación de los discursos
museográficos, en el cambio de la legislación internacional, etc.
No concibe la pintura de historia basándola en la
construcción de imágenes que sirven al poder (personajes famosos,
acontecimientos idealizados o lugares carismáticos), sino que, por el
contrario, busca despertar la resistencia y la contramemoria. Quiere
imposibilitar una aprehensión unívoca de la historia eligiendo la dispersión y
la fragmentación en lugar de optar por la celebración de instantes concretos.
Su trabajo se basa en una constante investigación que
mantiene una duda permanente, tanto sobre los acontecimientos como sobre la
materialidad de la pintura, utilizando una extensa variedad de medios y
técnicas que dan sentido a sus trabajos, como en MCJob, donde las láminas de
PVC trasladan a debates ecológicos y éticos sobre su toxicidad. Aunque utiliza
preferentemente la pintura, sus obras no se captan solo con la mirada, sino a
través de la lectura e incluso de la experiencia física.
Schmidt hace un constante ejercicio de actualización,
atento a los contextos en los que desarrolla su práctica. Esta exposición es un
proyecto específico relacionado con la función del Palacio de Velázquez que,
construido en 1883 –inspirado en el Crystal Palace de Londres- para la
Exposición Nacional de Minería de 1883, acogió en 1887 parte de la Exposición
monográfica de Filipinas, Marianas y Carolinas y se convirtió en Biblioteca y
Museo de Ultramar hasta 1908.
Un proyecto muy ambicioso fue El reparto de la Tierra
(2005), dos series de grandes lienzos sobre la división de África en la
Conferencia de Berlín de 1884, que denuncia legitimación del colonialismo bajo
un nuevo enfoque y la violencia estructural sobre el continente africano por
medio de diagramas y códigos cromáticos que traducen los efectos reales de las
estrategias políticas y económica y devuelven la materialidad a esas formas de
abstracción.
Esta ansia colonialista procede, según Schmidt, del
capitalismo, sobre cuyos efectos de destrucción del medio ambiente,
precarización y alienación reflexiona en Piensa en todo-Huye (1995) o McJob
(1997). El colonialismo también se manifiesta en una determinada forma de
exponer los objetos etnográficos y en la resistencia a su restitución.
La crítica institucional le unió en algunas acciones al
colectivo activista Artefakte desde 2009 y en obras como Fantasmas del Palacio
de Berlín (2002-2004), en la que denuncia la contradicción que implica la
reconstrucción del Palacio Real de Berlín del s. XVIII, dañado en la II G.M. y
arrasado en la década de 1950 por la RDA, y destinado a ser el “museo universal
de las culturas del mundo”.
La serie Vitrinas rotas (2013-2018), expuesta en la sala
principal, donde el vidrio es protagonista de la arquitectura, sirve para
revisar los dispositivos museográficos que producen la descontextualización y
fetichismo del objeto etnográfico, el empobrecimiento de la experiencia. La vitrina, como
“pantalla” institucional, otorga un marco aculturizante a los objetos
expuestos. Los vidrios pintados conservan la condición de marcos mediante
rasguños y perforaciones que remiten a las prácticas coloniales de saqueo. También
queda al descubierto el colonialismo español en el primer franquismo, con su
ideología imperialista, a través de las colecciones recogidas en el Sahara por
el arqueólogo Julio Martínez Santa-Olalla.
En algunas ocasiones, Schmidt comienza su trabajo con lo
que todavía no se considera un delito o una transgresión, pero que ya presenta
contornos de olvido y silencio. Dando un paso atrás, desarma los mecanismos
ideológicos, mediáticos, económicos, estéticos, etc., que ordenan las
narrativas históricas por medio de las imágenes producidas por tales
acontecimientos. Cuando las formas abstractas apenas se muestran, cuando es
necesario hacerlas visibles, reúne los fragmentos, los pinta, los combina y
añade los complementos necesarios para construir un cuerpo del que sólo el
tiempo mostrará la evidencia.
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