jueves, 21 de febrero de 2019

Cáceres.

Cuando, en 1986, la Unesco la declaró Ciudad Patrimonio de la Humanidad, adujo que “Cáceres ofrece un ejemplo eminente de una villa dominada durante los siglos XIV al XVI por una serie de facciones rivales, con Casas Fuertes y Palacios, que son testimonios de tales luchas y es un ejemplo único de características patrimoniales e históricas, propias de Extremadura, que han sido conservadas”. El tren que tiene tan molestos a los extremeños, pero que en esta ocasión se ha portado bien, nos ha traído para ver esto de nuevo atravesando los magníficos encinares adehesados.

Ya el Paleolítico Superior dejó restos en la cueva de Maltravieso (dentro del casco urbano). Después la población indígena de las tribus de lusitanos y vettones sería romanizada por dos campamentos y la Colonia Norbensis Caesarina, formando parte de la provincia de Lusitania. El “Castra Servilia”, fundado por el Procónsul Quinto Servilio Cepión en el 139 a.C., es conocido como “Cáceres el Viejo”. Formó parte de la posteriormente llamada Vía de la Plata.

Destruida en el s. IV, quedó en ruinas hasta el s. X, cuando los almohades la dotaron de murallas, alcázar (aljibe) y mezquita. Tras su reconquista en 1229 se construyó una nueva ciudad formada por casas fuertes en el interior de la muralla. En el s. XV se construyeron la mayoría de los edificios civiles y religiosos, reformados en el XVI, en el Renacimiento, convirtiendo las casas fuertes en casas-palacio. Del s. XVIII quedan importantes aportaciones arquitectónicas como el Convento de Jesuitas y la transformación de la Puerta Nueva en Arco de la Estrella.

Desde la gran Plaza Mayor nos adentramos en un mundo de granito, pizarra y cuarcita, un mundo de orgullo con más de 1.300 escudos heráldicos, con muchos palacios torreados, con muchas casonas, rodeado todo ello por fuerte muralla que se atraviesa por el Arco de la Estrella (Puerta Nueva desde el s. XIV al XVIII), donde la Reina Isabel juró los fueros de la ciudad en 1477, trazada “en esviaje” para permitir el acceso de carruajes a la parte izquierda del Adarve. Contiene una imagen de la Virgen, al igual que el Arco de Santa Ana, también del s. XVIII y cerca de la torre del Postigo. La lluvia lava la pizarra y la cuarcita convirtiéndola en resbaladiza.´


Las murallas son almohades, construidas con sillares, sillarejo y algunas con la técnica de tapial (cal y arcilla), que le dan su color característico, en el siglo XII y principios del s. XIII. Las torres muestran la alternancia típica entre las albarranas (Bujaco -25 m.-, Yerba, Horno –horno de pan y alhóndiga en sus cercanías-) y las de cubo o adosadas (Púlpitos). En algunas (Bujaco, Redonda, adosada) se han hallado sillares romanos en su base. Otros elementos característicos son el arco albarrano en la torre del Horno y la barbacana en la del Horno y la Redonda (que es de base cuadrada y octogonal). El muro albarrano puede verse bien en la torre de la Yerba. Después de un rato de calma, de nuevo rompe a llover y la noche avanza oscura.

Este apretado mundo interior de las murallas se abre en multitud de placitas a las que dan cara infinidad de palacios torreados, casonas, iglesias, etc. Los palacios, serios como un dogma,  destacan por la profusión de escudos, especialmente en sus fachadas, y por las altas torres que geometrizan el espacio, desmochadas por real orden debido a su falta de lealtad. La mayoría son de los siglos XV y XVI, existiendo algo anterior en el de Carvajal (torre, s. XII), en los de Toledo Moctezuma y la Torre Espaderos (sin palacio) del XV, y algo posterior, de fines del s. XVI, manierista, en el de los Condes de Adanero y en el de Isla. La urbe se diluye, empequeñecida, en la bruma de la noche lluviosa.

Los más importantes son: Toledo-Moctezuma (símbolo del mestizaje de las culturas europeas y americana, hoy Archivo Histórico-Provincial), Mayoralgo (Sede de Caja Extremadura, fachada renacentista y restos anteriores), Hernando de Ovando (esgrafiado del águila de los Vera), Condes de Adanero (fachada manierista, imponente portada de sillares almohadillados según modelo italiano), las Cigüeñas (torre más alta y singular patio y escaleras), Golfines de Abajo (hermosa fachada, impresionante torre, escudos), Carvajal (balcón de esquina, patio y jardín), Galarza (ventana de esquina, patio interior), Marqués de Camarena (torre imponente con balcón en matacán), La Isla (en el lugar de la sinagoga judía, crítica a la nobleza heredada).

Deambulando a la que salta en medio de esta orgía pétrea, acotándola en la memoria, vemos las casonas importantes, que son de los siglos XV y XVI. Destacan: Ovando-Saavedra (escalera), Diego García de Ulloa (portada con arco de grandes dovelas, escudos), Mudéjar (mampostería y ladrillo), Sol (gran extensión, matacán semicilíndrico con aspilleras), Cáceres-Nidos (“del Mono”, gárgolas), Moraga (escudos, inscripción), Ribera (portada almohadillada), Águila (escudo de alabastro), Becerra (puerta con largas dovelas, blasones).

No podían faltar las iglesias, pero sólo podemos ver la de San Francisco Javier, de la Compañía de Jesús, s. XVIII, fachada barroca con dos grandes torres. Al lado está el antiguo Convento, con un gran patio-claustro, destinado a variados usos. También vemos el Hospital de los Caballeros (escudo de Ulloa) y varios museos (maquetas, piezas arqueológicas, joyas, y cuadros importantes de arte moderno –Genovés, Millares, Saura, Miró, Picasso-).

La importancia del agua queda reflejada especialmente en dos puntos. Uno es el aljibe andalusí de la Casa de las Veletas (15 x 10 x 5,30 m., bóvedas de cañón, arquerías con arcos de herradura sobre columnas romanas y visigodas reaprovechadas), y el otro es el conjunto defensivo de Los Pozos (torres de los Pozos, de los Aljibes y Coracha, Cisterna de San Roque de hasta 130 m3 de agua).


Repetimos el itinerario por la mañana, con un cielo despejado que confiere a las piedras y a la historia un relieve casi táctil. Ha aumentado el número de visitantes. Ruando estas callejuelas con residuos de grandeza, convertidas ahora en hormigueante zoco, nos asalta un tropel de evocaciones históricas y literarias. Uno no sabe si quitarse el sombrero, es decir, la gorra. Siguiendo a su profesor, un grupo de estudiantes miran sin ver, con hemisferios mentales ajenos por completo al lugar.


Después de un largo recorrido, salimos de nuevo a la Plaza para ver el Foro de los Balbos (adosado a la muralla, en el lugar de una puerta de la colonia romana. Aquí se celebró el concejo de la villa y hubo una casa consistorial) y el Balcón de los Fueros (añadido en el s. XVIII), y poner fin así a nuestro trayecto por esta cinematográfica ciudad, de piedras pulidas por el paso de los siglos, que merece un riquísimo vocabulario de interjecciones y nuestra adjetivación admirativa. Y esto no es una verdad subjetiva.


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