Mohernando
Es una pequeña población de 172 habitantes (2018) situada
a 783 m de altitud en la comarca Campiña del Henares, provincia de Guadalajara.
Su nombre parece provenir de “monte Hernando” y estuvo ya desde el siglo XII
bajo la Orden Militar de Santiago, que creó una encomienda con varios lugares
pero estando aquí la casa y cabeza de la institución. En el s. XIV fue usurpado
por poco tiempo por el arzobispo de Toledo don Gil Carrillo de Albornoz,
incorporado al patrimonio de la Corona en el s. XVI y vendido por Felipe II
–junto con la casa-fortaleza y el puesto de portazgo- a don Francisco de Eraso,
su secretario –ya lo había sido de Carlos I- y miembro del Consejo de Castilla.
En el s. XVII, Felipe IV elevó a la nobleza a esta familia creando el título de
conde de Humanes. La zona era un buen cazadero, visitado habitualmente por
Alfonso XIII, quien creó el Marquesado de Mohernando.
El domingo 20 de enero se celebra la fiesta de San
Sebastián, de Interés Turístico Provincial, en la que aparece una de las
numerosas botargas de la provincia
con la particularidad de que la acompaña otra figura, el bufón de palacio, siendo éste un caso único. Éste es el motivo de
la visita. Un vecino me comenta que la fiesta empieza más tarde, así que me
entretengo recorriendo el pueblo y viendo el Caserón de los Condes de Humanes,
edificio de modestas dimensiones en el mismo solar en el que estuvo el antiguo
palacio, con un escudo en el vano de ingreso.
En la plaza está la picota o rollo, del s. XVI. Se
compone de cuatro escalones de planta cuadrada, un fuste de una pieza sobre
base sencilla y capitel con motivos vegetales, rematado el conjunto por una
pieza de forma cúbica terminada en piramidal.
La iglesia parroquial de Ntra. Sra. de la Luz Bella es un
edificio grande -en mampuesto y ladrillo, con sillería en contrafuertes,
cornisas y vanos-, que conserva la cabecera poligonal y la torre campanario –toda en sillería- del
s. XVI, ambas situados en los extremos. La parte central es de la segunda mitad
del s. XX. Está cerrada. En el exterior de la cabecera hay un escudo diferente
del que he visto antes. Su enorme tamaño es indicador de que antiguamente el
pueblo tuvo más población.
Sigo con mi paseo y, más tarde, veo que entra alguien a
la iglesia por lo que voy a ver el interior. Están el cura (Marcelino), el
alcalde, un operario y otro visitante (Jesús, blog "objetivo tradición"). Todos nos congregamos delante del
sepulcro de don Francisco de Eraso, que había fundado un mayorazgo para sus
herederos, fue regidor de Guadalajara, acusado de corrupción y apartado de
muchos de sus cargos a finales de la década de 1560. Murió en 1570 y fue
enterrado junto a su esposa en esta iglesia, en un enterramiento tallado por
Juan Bautista Monegro, que también trabajó en El Escorial –estatuas de los
reyes de Judá en el Patio de los Reyes-, en lo que es uno de los monumentos
funerarios del s. XVI más completos y valiosos.
Mientras estuvo hundida la iglesia se conservó en el
Museo Diocesano de Sigüenza, retornando al pueblo cuando se restauró la
cubierta de la cabecera, en 2007. Fue mandado construir por la viuda, Mariana
de Peralta, y presenta a los cónyuges junto a San Francisco de Asís, que parece
querer componer una mala avenencia, como se rumoreaba. El alcalde aprovecha que
estamos los visitantes para ayudarles a traer la peana del santo que se usará
en la procesión.
El cura, muy amable, nos explica la iglesia, nos habla de
la cripta, nos enseña “las caridades” que se repartirán después. Su sensible
mirada se deposita en el monumento funerario y nos explica la presencia de San
Francisco de Asís. Después, saliendo, nos cuenta cómo se ha acondicionado la
explanada de la entrada, que antes era casi un vertedero. Ahora está
ajardinada, tiene pistas deportivas y en una valla que la delimita hay un cuadro
con unos versos del Libro del Buen Amor.
Pero la fiesta ha empezado. Han hecho su aparición la
botarga y el bufón y comenzamos una persecución fotográfica. La botarga lleva
un traje de colores –rojo, rosa, azul y verde-, un cinturón con cencerros y una
pequeña bolsa de cuero para guardar las limosnas, una cachiporra colgada, una
especie de cucharón de madera que sirve para pedir limosna y una máscara
completa que tiene el gesto burlón de sacar la lengua.
El bufón se incorporó a la botarga en tiempos de Felipe II
y, al parecer, fue obra de doña Mariana de Peralta que quiso ridiculizar a su
esposo, don Francisco de Eraso, que acababa de adquirir estas tierras, por
alguna infidelidad. Lleva un traje arlequinado con un gorro rematado en picos
con cascabeles, media máscara muy risueña, bandolera de cuero y un palo del que
pende, con una corta cadena, un saco de tela relleno de bolsas de plástico. En
los pies, las deportivas le asoman debajo de una tela de saco.
Después de la persecución, entran en la iglesia acompañados
de muy pocas personas y ocupan el final de los bancos hasta el término de la
misa. Le sigue la procesión con el santo, un breve esparcimiento en la plaza y
el reparto de las caridades, panes con anises y queso.
El día es bueno, hace frío pero hay sol. Esperaba encontrar
a más gente siendo domingo. La despoblación ha matado a estos pequeños pueblos.
Cuando uno sabe que pertenece a una comunidad se siente unido a los demás, pero
la antigua sociedad se ha quebrado. Las distintas vidas confluyen con la
corriente del tiempo en otros lugares. A lo lejos, la Sierra de Ayllón y el
pico Ocejón están nevados; por fin ha aparecido el invierno. Alrededor de estas
soledades el mundo sigue su curso.
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