sábado, 5 de enero de 2019


La luz del silencio. Cristino de Vera

Su obra, expuesta ahora en CaixaForum, tiene dificultades de encasillamiento, entre la continuidad de la tradición y la renovación de un lenguaje basado en la figura, en la imagen, que abre camino hacia un mundo que surge de la melancolía y emerge hacia el misticismo. Su sello de identidad tan propio es la búsqueda de la espiritualidad, la visión en cierto modo mística de su trabajo, que personaliza en unas composiciones sencillas, luminosas, de pintor puro, no matérico, cuya esencia es la luz y el silencio, depurando su poética en busca de la belleza y la esencia de las cosas.

Figuras y dos coronas de flores, 2003

El tratamiento metafísico de la luz es el elemento más importante de mi pintura. Es una búsqueda hacia lo esencial”, dice el artista refiriéndose al elemento diferenciador en su universo poético. “Nací, pues, en un lugar donde la naturaleza, las cosas, la vida misma era una ecuación de luz y sombras, de vida y muerte, de paz y terror, de alegría y melancolía”.





Muro con tres tazas, tres velas largas y espiritual luz, 2008

Este es el ideario estético al que se ha mantenido fiel durante largos años, aunque hay un lógico enriquecimiento técnico en el que su paleta ha perdido intensidad para ganar en sutileza, en delicadeza, y mantiene la figura pero menos marcada en sus contornos. Sus constantes, sus principios estilísticos siguen siendo la luz y el color y, como fondo, el silencio. “Quietud silente, luz de éxtasis, luz ascética, luz ermitaña, luz de estameña, luz purificadora, trascendida en frialdad de mármol.”ç



Monacal visión de la Vera Cruz (Segovia), 1998

 Mi estética podría definirse como una búsqueda de la esencia de toda cosa, ser imagen; como la búsqueda de una raíz espiritual que hay en cada forma del universo… Quisiera en mi trabajo que todo tuviera un aire poéticamente remansado, que pareciese que lo fugaz es detenido, que huyese la angustia, y el silencio de paz lo envolviese todo, que la misma muerte fuera clara y diáfana como una melodía silente donde todo fuese armónico”.


Teide atravesado por raya negra y nubes, 2005

Su espiritualidad se plasma en la figura de mujer afligida y solitaria, en los callados paisajes, en sus elementales naturalezas muertas, con copas, cestos, tazas de luz, grandes velones. Se percibe la depuración de su obra en la permanencia de esas soledades, de la luz callada y de sus recuerdos como la imagen del Teide, homenaje a su tierra.



Visión al sur de Tenerife con dos tazas blancas, 2008

La poética silenciosa es su página biográfica, la de un artista solitario que prefiere el silencio, la lectura la música a cualquier acto externo, dotando a su concepto de creación de un sentido filosófico y espiritual, forjado en el tiempo, ajeno a influencias, síntesis de toda una vida de trabajo. “Dibujé un cáliz de luz y un círculo de sombra, era una taza blanca. Dibujé un cáliz de luz y un círculo de fuego, y el laberinto… y ya cuando el alma en desnudez se dejó llevar a la luz total, al reino de la paz, salí del laberinto”.

Cristo y dos tazas, 2004

Esta exposición representa una muestra íntima que se corresponde con su actual trabajo, pero especialmente con su estado anímico, sensible, con rastros de una cierta angustia existencial. Las obras transmiten el sentir del pintor en su silencio vivencial que puede resumirse, según la Comisaria María José Salazar, en un reposo del espíritu.


Taza de luz y cesto con flores, 2005


Un blanco, una cruz, cruz de luz, un crucificado en silencio, una taza como un cáliz de luz, todo blanco, silencio, en el trabajo, en las huertas que acogen en sus surcos al alba y al poniente de oro”.


Dos cestas con florecillas, 1998




                                                                           Noche de luna en el Teide, 1999



No hay comentarios:

Publicar un comentario