lunes, 24 de diciembre de 2018


Valladolid.

Venimos a esta importante ciudad con objetivos concretos (ruta El Hereje, casa de Cervantes, iglesia de San Pablo, palacio Pimentel; en otros momentos fue el Canal de Castilla, que finaliza en el Puente Mayor), pero un callejeo un poco orientado nos va llevando por recuerdos antiguos y modernos. Nada más salir de la estación del ferrocarril, en la Plaza Colón, aparece un gran monumento dedicado al descubridor.

Hacia el centro nos dirigimos por la calle Acera de Recoletos, donde una placa recuerda que en esa casa nació Miguel Delibes en 1920: “Soy como un árbol, que crece donde lo plantan”. La plaza Zorrilla, con la estatua del poeta dominándola, es la unión de las partes vieja y nueva de esta zona de la ciudad, cuya actividad y dinamismo se hacen pronto palpables.



Por la calle de Santiago nos adentramos en el casco viejo, llegamos a la majestuosa Plaza Mayor y, pasando por el Mercado del Val, seguimos hasta la iglesia de San Benito, que se levantó en el solar del antiguo Alcazarejo y murallas medievales. Fue donación de Juan I a la orden benedictina en 1390. En su fachada destaca la torre-pórtico (Gil de Hontañón, s. XVI) y uno de sus patios, el Herreriano, es sede del Museo de Arte Contemporáneo Español.

Las plazas nos marcan el itinerario: la del Viejo Coso primero, la de las Brígidas después, para llegar a la de San Pablo, donde se recuerda a Felipe II con una escultura. Como si rodeásemos el casco viejo, bajamos hasta la plaza de la Universidad, llena de homenajes y recuerdos: a Cervantes, al Camino de la Lengua Castellana y a la Universidad.


Esta Universidad, una de las más antiguas de España, cambió su fachada a principios del s. XVIII
con un proyecto de Fray Pedro de la Visitación que creó un maravilloso ejemplo del barroco civil, con esculturas de la familia Tomé. Están representadas las principales enseñanzas (Retórica, Geometría, Derecho Canónico, Derecho Civil, Astrología, Medicina, Filosofía, Historia y Teología), dominadas por la “Sabiduría humillando a la Ignorancia”. Los monarcas que la protegieron (Alfonso VIII, Juan I, Enrique III y Felipe II) culminan la fachada.



Pasamos por la casa donde nació el poeta Gaspar Núñez de Arce para llegar a la Catedral, dedicada a Nuestra Señora de la Asunción, levantada sobre el emplazamiento de la tercera Colegiata gótica en 1527. En 1582 Juan de Herrera proyectó tres naves y crucero, inconcluso. En 1596 Felipe II concedió el título de Ciudad, creándose la Diócesis y convirtiéndose su iglesia mayor en Catedral. En el s. XVIII Alberto Churriguera retomó el esquema herreriano y le dio su peculiar impronta barroca. La torre se hundió en 1841 y se levantó la actual. El retablo mayor es de Juan de Juni.



La esbelta torre románica de la iglesia de Santa María La Antigua se yergue al cielo vallisoletano desde el s. XII. Es lo que queda, junto con un pórtico en el lado norte, del primer edificio. El resto es gótico isabelino, del s. XIV, con posteriores añadidos y con una intensa restauración de mitad del s. XX.



El regreso también lo marcan las plazas: Fuente Dorada y Mayor. En la calle Santiago vemos el Santiago Matamoros en un lateral y nos detenemos en la iglesia de las Francesas, fundada en 1487 como convento de Santa Cruz de Comendadoras de Santiago por donación de las casas. Lo único que se conserva de la primitiva construcción, 1537, arquitecto Fernando de Entrambasaguas, es el claustro de tres pisos, el “patio de las tabas”, por la decoración de sus suelos. La iglesia fue renovada en el s. XVIII (una nave, bóveda de cañón, yeserías barrocas), pasó en el s. XIX a Las Salesas y posteriormente a las monjas dominicas francesas. Actualmente es zona comercial y Sala de Exposiciones Municipal.



Desde la Plaza Zorrilla volvemos a la estación del ferrocarril por la calle Acera de Recoletos, por el Valladolid Modernista. Esta calle había sido ocupada por órdenes religiosas en el s. XVI, como el Hospital de la Resurrección (hermanos de San Juan de Dios, prácticas de los estudiantes de medicina, fachada trasladada al jardín de la Casa de Cervantes), que ocupó el solar de la antigua Casa de la Mancebía (mujeres enamoradas, regida desde el s. XV por la Cofradía de Nuestra Señora de la Consolación y la Concepción que ayudaba a los pobres con los fondos), pero, desde la Desamortización, pasó a la burguesía que edificó magníficos edificios.



El primero, en el lugar que ocupaba el Hospital de la Resurrección, es la casa Mantilla, de finales del s. XIX, que contaba con electricidad y ascensor. Consta de cuatro pisos más planta baja para locales comerciales. Grandes miradores y balcones, con torreones rematados por cúpula en las esquinas. Su estilo es ecléctico, con influencias del beaux-artiano francés.



Otro edificio importante es la casa Resines, obra del mismo arquitecto que la casa Mantilla con la que guarda ciertas similitudes. Construido en estilo ecléctico y adornado con el beaux-artiano francés a finales del s. XIX, prácticamente a la vez que la casa Mantilla. Tiene una fachada muy elegante, con un singular ritmo tanto vertical como horizontalmente, con grandes vanos flanqueados por cariátides y atlantes, arcos sobre columnas gigantes y galería de arcos de medio punto, que dan prioridad a la luz y a los elementos decorativos.

Finalmente, la casa del Príncipe ocupa el solar del convento de “Jesús y María” y se construyó en los primeros años del s. XX introduciendo el modernismo catalán. Destaca la fachada y el torreón que resuelve su esquina, de forma cilíndrica. Los grandes vanos están decorados con columnas y elementos vegetales, rematándose en cúpula apuntada. La fachada, de ladrillo, se organiza en balcones y miradores. En la coronación, unas curvas recortadas ocultan la cubierta. En el año 2007 fue uno de los escenarios de la película “Un buen día lo tiene cualquiera”.




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