miércoles, 28 de noviembre de 2018


San Antonio de la Florida

La orilla izquierda del río Manzanares, a las afueras de la Puerta de San Vicente, era una campiña muy agradable y concurrida los días de fiesta. Allí se erigió, en 1732, una ermita dedicada a San Antonio de Padua que alcanzó gran devoción popular. Desde el s. XVII se celebraba una romería, origen de las verbenas que tuvieron lugar desde comienzos del s. XIX en la zona conocida como La Bombilla, que va hasta el Puente de los Franceses, donde comienza la Avenida de Valladolid.  

Una tradición muy asentada era la romería del 13 de junio, cuando acudían las jóvenes casaderas a pedirle un novio al santo. El ritual era recoger los panecillos del santo porque “así no te faltará pan durante el año” y, simbolizando las arras matrimoniales, lanzar sobres con 13 alfileres a la pila bautismal como hacían las modistillas, que pasaban su mano sobre ellos y los que se les quedasen pegados indicarían el número de pretendientes que tendrían ese año.

En la Glorieta de san Antonio hay una estatua sedente de Francisco de Goya -en bronce, obra del artista madrileño José Llaneces- que contempla, enfrente, la única ermita superviviente de las tres que hubo dedicadas al santo en las afueras de Madrid, que ha pasado por muchas vicisitudes debido a las sucesivas remodelaciones urbanísticas de la zona. La primera ermita se erigió en 1720, por el arquitecto madrileño José Benito de Churriguera, cuando se fundó la congregación de los “guinderos”, los seguidores de san Antonio, llamados así porque llevaban un escapulario con la representación de una guinda y el 13 de junio ofrecían las cerezas del santo según la leyenda: un campesino arriero subía pesadamente la cuesta de la Vega con su burro cargado de cerezas para ser vendidas en el mercado de los Mostenses, cayó la mercancía al suelo y apareció un monje que le ayudó a recogerla, mandándole que llevase algunas a la parroquia de San Nicolás, donde el campesino comprendió, por una representación que de él había en un cuadro, que quien le había ayudado era san Antonio.

Esa primera ermita fue derribada en 1768 al abrirse la carretera de Castilla y Carlos III encargó otra a Francesco Sabatini, situada un poco más alejada, al igual que la nueva Puerta de San Vicente, obra del mismo autor. Fue desmontada en 1792 y Carlos IV encargó la tercera al italiano Filippo Fontana, compañero de Sabatini, un poco más al Norte, hacia la fuente del Abanico o de los once caños. 

Es un edificio neoclásico sencillo, de planta de cruz griega con cúpula con linterna sobre pechinas. En 1905 se declaró monumento nacional y en 1919 se trasladaron los restos de Goya desde la Sacramental de San Isidro, pero desde 1881, en que había sido convertida en parroquia, el humo de los cirios perjudicaba a los frescos, por lo que en 1925 se edificó otra ermita, gemela de la anterior, que se dedicó a los oficios religiosos, quedando ésta convertida en museo y panteón.

Antes de admirar las pinturas se ve un ilustrativo video que explica cómo se preparaban las paredes y cómo se pintaba al fresco y que hace una minuciosa descripción de las pinturas. Éstas fueron encargadas en 1798 a Francisco de Goya por ser pintor de cámara y sus frescos, con pinceladas al temple, destacan sobre la sobriedad de la sencilla arquitectura. Aunque hay otros elementos, como la Adoración de la Trinidad en la bóveda del ábside, la mirada se dirige hacia la bóveda de seis metros de diámetro de la cúpula donde está representado uno de los milagros más famosos del santo.

Estaba el santo en Padua y le llegó noticia de que su padre había sido acusado de asesinato en Lisboa a donde un ángel lo trasladó milagrosamente. Viendo la inutilidad de sus súplicas a los jueces, solicitó al gobernador desenterrar al fallecido para interrogarle. En el cementerio se concentraron buen número de curiosos atraídos por la noticia. San Antonio pidió al asesinado, en nombre de Jesucristo, que manifestase si su padre había participado en su muerte, lo que negó el cadáver, proclamando la inocencia del acusado.



Este preciso momento es el elegido por Goya, situando el milagro en Madrid con la asistencia de majas, chisperos, embozados, chulapas, etc. El santo aparece vestido con hábito pardo, detrás están sus padres y el resucitado es sujetado por uno de los enterradores, todos distribuidos sobre una roca. El pueblo de Madrid observa el milagro, charla o mira, apoyado en la barandilla, al estilo de las balconadas madrileñas, que sirve de eje –procedimiento empleado por Mantegna, Correggio o Tiépolo- para colocar las figuras, acodadas unas, apoyadas otras e incluso subidas en ella como los niños o el mantón.



Esta naturalidad de los personajes en diferentes posturas, el realismo por la perspectiva y la viveza con que están representados, es lo que más destaca en esta escena goyesca. La expresividad de las figuras supone un punto elevado en la pintura religiosa de Goya, que ha acercado el milagro al pueblo al que hace protagonista, intercalando entre los distintos personajes retratos de amigos y conocidos. El resultado es un aire profano, festivo y madrileño, mezcla mágica de arte y tradición.

En la parte alta, cerca del óculo, hay paisaje, con lo que consigue la ilusión de estar a cielo abierto. La pincelada suelta y enérgica, con manchas de luz y color y fuertes contrastes inician un modo preimpresionista, así como la expresividad de los personajes representados indican el abandono del academicismo y la anticipación del expresionismo. Por todo ello, a esta ermita se la conoce como la “Capilla Sixtina de Madrid”.


Finalmente, no podemos olvidar la función de panteón de esta ermita. A los pies del presbiterio, Goya vigila sus pinturas desde la tumba, que tiene la lápida que señalaba su sepultura en el cementerio de Burdeos, ciudad a la que se había exiliado y donde murió en 1828.

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