La Real Fábrica de Municiones de Orbaizeta.
Constituye uno de los mejores ejemplos peninsulares de
arquitectura industrial de la segunda mitad del s. XVIII. Fue construida por
mandato de Carlos III, en 1784, ante la necesidad que tenía la Corona de
reemplazar a la Real Fábrica de Municiones de Eugi donde los recursos
comenzaban a escasear y la producción se había reducido considerablemente. El
complejo quedó ubicado en un desfiladero entre los montes Mendilatz y Arlekia,
sobre las ruinas de una antigua ferrería.
El paraje fue considerado como el más idóneo, al disponer
de una extraordinaria riqueza maderera, de minas de hierro y de cursos de agua.
En Orbaizeta se fabricaron bombas de hierro colado, granadas y munición de
diferente calibre. En las últimas décadas de funcionamiento, debido a la falta
de medios, se elaboraron lingotes de hierro, que eran posteriormente refundidos
en las fábricas de armas de Trubia y Oviedo.
Un complejo
residencial y con servicios: En la planificación de todo complejo, además
de criterios productivos, también primaron otros para estructurar todos los
servicios y comodidades que requería una población estable: viviendas, iglesia,
escuela, posada, tienda de víveres y cuartel de defensa. El complejo
fábrica-población fue una unidad autosuficiente cerrada, que cubría todas las
necesidades de sus obreros, garantizando un mejor desarrollo de las diferentes
operaciones.
La fábrica se articulaba en tres niveles, formando cuatro líneas paralelas de proyección
longitudinal. En la plataforma superior se encontraba la zona residencial, con
la iglesia, el palacio y las viviendas de los obreros. También contaba con una
posada y un pequeño cuartel, para el destacamento de artilleros. En el segundo
nivel se situaron los depósitos de menas, donde se almacenaba el mineral. Por
último, el tercer nivel era el propiamente industrial con hornos, máquinas de
viento, fraguas, talleres de moldería, carpintería, cerrajería, etc.
Edificio de hornos.
Este edificio contaba con dos hornos de fundición (San José y Santiago) que se
cargaban por su boca superior. Alternativamente se depositaban en su interior
capas de carbón vegetal, mineral de hierro y piedra fundente. En la parte
inferior se reforzaba la entrada de aire por medio de grandes fuelles, movidos
por ruedas hidráulicas. Por colación la colada fluía al crisol desde donde
operarios la distribuían a los moldes.
Depósito de menas.
El mineral de hierro utilizado en Orbaizeta procedía de las minas de
Arrollandieta (Valcarlos, 16 km) y San Miguel (Olaldea, 22 km). Los depósitos
de menas disponían de tres compartimentos, uno para el mineral de Valcarlos,
otro para el de Olaldea y un tercero para la piedra fundente extraída en La
Calera de Orbaizeta. El transporte se realizaba con caballerías. La carga del
mineral se efectuaba por una pasarela aérea que enlazaba los depósitos de menas
y la boca superior del horno.
Moldería. El
taller de moldería se situaba cercano a los hornos. En ella se preparaban los
moldes en los que se vertía la colada. Esta operación que requería gran
destreza y celeridad, se practicaba por medio de cucharas, cazos o calderas. Un
toque de campana avisaba de su inicio.
El núcleo
industrial. Albergaba los diferentes talleres en los que desarrollar el
proceso productivo, perfectamente situados y comunicados. La implantación de este
modelo dio origen a un nuevo tipo arquitectónico, que había de satisfacer
necesidades y funciones completamente nuevas. Debía permitir el desarrollo de
un proceso completo de producción, sin interrupciones ni pérdidas de tiempo,
según las sucesivas fases del producto. Además, tenía que facilitar el
imprescindible control sobre el producto y las operaciones realizadas, con el
fin de conseguir un ritmo constante de trabajo y una máxima eficacia.
Arcada sobre el río Legarza. La imagen más recordada y
conmovedora es la arcada que canaliza el río Legarza. Compuesta de 21 arcos de
medio punto, crea a través de ellos un sistema de comunicación aéreo entre las
carboneras, las bocas de los hornos y el taller de martinetes.
Estuvo operativa, en periodos intermitentes, hasta su
cierre definitivo en 1882. Fue incendiada por los franceses en la guerra de la
Convención. Posteriormente, las tropas del General Espoz y Mina y las del
Mariscal Pablo Morillo la incendiaron durante la guerra de la Independencia, en
1813. También sufrió las consecuencias de la primera guerra carlista y un
importante incendio fortuito en el año 1869. El año 2017 fue declarada Bien de
Interés Cultural.
Ante estas ruinas -que tienen toda la prestancia y
solemnidad que corresponden a los mitos-, ante esta ciudad dormida, se siente
el amor por lo antiguo. Ante este paisaje del pretérito, ante este mapa de
piedra en el que puede escrutarse la historia, se siente una cierta nostalgia
de un tiempo pasado. La mayoría de los edificios están instalados
definitivamente en la existencia histórica, rememoran grandezas pasadas, pero,
tras ser declarado BIC, han comenzado las obras que, si no traerán su
resurrección, harán indestructibles las ruinas. En lo viejo está invertido todo nuestro pasado,
por lo que abandonamos esta tierra del silencio, esta cartografía del olvido,
con una ilusionante esperanza.
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