jueves, 22 de noviembre de 2018


La Real Fábrica de Municiones de Orbaizeta.

Constituye uno de los mejores ejemplos peninsulares de arquitectura industrial de la segunda mitad del s. XVIII. Fue construida por mandato de Carlos III, en 1784, ante la necesidad que tenía la Corona de reemplazar a la Real Fábrica de Municiones de Eugi donde los recursos comenzaban a escasear y la producción se había reducido considerablemente. El complejo quedó ubicado en un desfiladero entre los montes Mendilatz y Arlekia, sobre las ruinas de una antigua ferrería.


El paraje fue considerado como el más idóneo, al disponer de una extraordinaria riqueza maderera, de minas de hierro y de cursos de agua. En Orbaizeta se fabricaron bombas de hierro colado, granadas y munición de diferente calibre. En las últimas décadas de funcionamiento, debido a la falta de medios, se elaboraron lingotes de hierro, que eran posteriormente refundidos en las fábricas de armas de Trubia y Oviedo.

Un complejo residencial y con servicios: En la planificación de todo complejo, además de criterios productivos, también primaron otros para estructurar todos los servicios y comodidades que requería una población estable: viviendas, iglesia, escuela, posada, tienda de víveres y cuartel de defensa. El complejo fábrica-población fue una unidad autosuficiente cerrada, que cubría todas las necesidades de sus obreros, garantizando un mejor desarrollo de las diferentes operaciones.

La fábrica se articulaba en tres niveles, formando cuatro líneas paralelas de proyección longitudinal. En la plataforma superior se encontraba la zona residencial, con la iglesia, el palacio y las viviendas de los obreros. También contaba con una posada y un pequeño cuartel, para el destacamento de artilleros. En el segundo nivel se situaron los depósitos de menas, donde se almacenaba el mineral. Por último, el tercer nivel era el propiamente industrial con hornos, máquinas de viento, fraguas, talleres de moldería, carpintería, cerrajería, etc.

Edificio de hornos. Este edificio contaba con dos hornos de fundición (San José y Santiago) que se cargaban por su boca superior. Alternativamente se depositaban en su interior capas de carbón vegetal, mineral de hierro y piedra fundente. En la parte inferior se reforzaba la entrada de aire por medio de grandes fuelles, movidos por ruedas hidráulicas. Por colación la colada fluía al crisol desde donde operarios la distribuían a los moldes.

Depósito de menas. El mineral de hierro utilizado en Orbaizeta procedía de las minas de Arrollandieta (Valcarlos, 16 km) y San Miguel (Olaldea, 22 km). Los depósitos de menas disponían de tres compartimentos, uno para el mineral de Valcarlos, otro para el de Olaldea y un tercero para la piedra fundente extraída en La Calera de Orbaizeta. El transporte se realizaba con caballerías. La carga del mineral se efectuaba por una pasarela aérea que enlazaba los depósitos de menas y la boca superior del horno.

Moldería. El taller de moldería se situaba cercano a los hornos. En ella se preparaban los moldes en los que se vertía la colada. Esta operación que requería gran destreza y celeridad, se practicaba por medio de cucharas, cazos o calderas. Un toque de campana avisaba de su inicio.



El núcleo industrial. Albergaba los diferentes talleres en los que desarrollar el proceso productivo, perfectamente situados y comunicados. La implantación de este modelo dio origen a un nuevo tipo arquitectónico, que había de satisfacer necesidades y funciones completamente nuevas. Debía permitir el desarrollo de un proceso completo de producción, sin interrupciones ni pérdidas de tiempo, según las sucesivas fases del producto. Además, tenía que facilitar el imprescindible control sobre el producto y las operaciones realizadas, con el fin de conseguir un ritmo constante de trabajo y una máxima eficacia.

Arcada sobre el río Legarza. La imagen más recordada y conmovedora es la arcada que canaliza el río Legarza. Compuesta de 21 arcos de medio punto, crea a través de ellos un sistema de comunicación aéreo entre las carboneras, las bocas de los hornos y el taller de martinetes.




Estuvo operativa, en periodos intermitentes, hasta su cierre definitivo en 1882. Fue incendiada por los franceses en la guerra de la Convención. Posteriormente, las tropas del General Espoz y Mina y las del Mariscal Pablo Morillo la incendiaron durante la guerra de la Independencia, en 1813. También sufrió las consecuencias de la primera guerra carlista y un importante incendio fortuito en el año 1869. El año 2017 fue declarada Bien de Interés Cultural.



Ante estas ruinas -que tienen toda la prestancia y solemnidad que corresponden a los mitos-, ante esta ciudad dormida, se siente el amor por lo antiguo. Ante este paisaje del pretérito, ante este mapa de piedra en el que puede escrutarse la historia, se siente una cierta nostalgia de un tiempo pasado. La mayoría de los edificios están instalados definitivamente en la existencia histórica, rememoran grandezas pasadas, pero, tras ser declarado BIC, han comenzado las obras que, si no traerán su resurrección, harán indestructibles las ruinas. En  lo viejo está invertido todo nuestro pasado, por lo que abandonamos esta tierra del silencio, esta cartografía del olvido, con una ilusionante esperanza.

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